¡Antes morir que rendir! Las Milicias Urbanas de Tarragona y la defensa de 1811, por Paco Tovar

Para empezar, la Tarragona de 1800 (en cualquier caso, antes de la guerra contra Napoleón) era una ciudad de una importancia histórica, militar y eclesiástica que no iba acorde con la realidad, ni económica ni poblacional, pues si bien hubo arzobispos ilustrados que mejoraron la ciudad con obras bien necesarias (fuentes públicas, el puerto) y hubo por parte del Estado un impulso para modernizarnos, no hay que olvidar que jugamos en un lateral de la cancha de la Historia, por lo que no era una urbe demasiado poblada (9.180 habitantes en el censo de Carlos IV de 1805).

Tarragona abandona el siglo XVIII como plaza fuerte militar, con una serie de fortificaciones que sin ser poca cosa sobre el papel, empiezan a necesitar una mejora, pues dejando aparte la muralla romana, sus defensas son una mezcla de distintas épocas. Sirva el elenco a continuación como ejemplo del estado de las defensas y su ubicación actual:

-Castillos del Rey y del Patriarca, estructuras medievales (en el primer caso, rehabilitando una torre romana del antiguo Foro Provincial) utilizados como acuartelamientos, en un estado de dejadez alarmante.

-Torre del Puerto y del Cardenal Cervantes, ambas del siglo XVI. La primera, a la altura de la estación de ferrocarril y la segunda, en la esquina actual Rambla Nova-Paseo de las Palmeras.

-Fuerte Real, del siglo XVI. Entre la calle Lleida, Zamenhof i Soler.

-Fortines de la Reina, Sant Jordi, la Cruz y San Antonio, entre la Punta del Miracle, hotel Astari y Diputación (levantada sobre el solar de San Antonio). De los tiempos de la Guerra de Sucesión, hoy en día sólo quedan en pie los de la Reina y Sant Jordi.

-Baluarte del Rosario, actualmente jardines Saavedra.

-Baluarte de San Pedro, en el Passeig Torroja.

– Fortín de Stahremberg, del siglo XVII, en el Passeig Torroja detrás del Colegio Sant Pau.

-Baluarte de San Jacinto, en el Passeig Torroja.

-Baluarte de San Clemente, en el Passeig de Sant Antoni

-Fortín de Santa Bárbara o Negro, en el Paseo Arqueológico.

Plano del Asedio de Tarragona de 1811. Grabado de E. Colin,
publicado en las memorias del mariscal Suchet, 1834.

A nivel eclesiástico, Tarragona es la sede de la diócesis metropolitana de la Tarraconense y primada de las Españas, y a lo largo del siglo XVIII e inicios del XIX la mitra fue ocupada sucesivamente por los arzobispos Santiyán, Armanyà y Romualdo Mon y Velarde, que será el que ocupará el cargo cuando estalle la guerra en 1808.

Desde 1790, que el Estado impulsa la ampliación del puerto de Tarragona, sufragado en parte por la administración pública y mayoritariamente por particulares con posibles (los Castellarnau, los Montoliu), con sorteos de lotería pública, la Iglesia, el cabildo de la catedral,… y dirigidas las obras por dos oficiales de la Real Armada: los brigadieres Juan Ruiz de Apodaca (el cual dará nombre a la calle y que posteriormente será el penúltimo virrey de México), y Juan Smith, después. De este modo, se impulsa la mejora del comercio en claro beneficio para la ciudad, pues no debemos olvidar que fue Carlos III quien pocos años antes había otorgado permiso para ir a América sin pasar por Cádiz o Sevilla.

En noviembre del año 1800 Carlos IV y la Familia Real vinieron de visita oficial a la ciudad para inaugurar solemnemente la ampliación del puerto, alojándose en Casa Canals y edificios adyacentes. Para mayor lustre de Tarragona, el Ayuntamiento ordenó pintar las fachadas de las casas, tener las calles limpias y pagó luminarias nocturnas para mayor diversión de la ciudadanía, principalmente en la plaza de San Antonio, para que el monarca y su séquito pudieran contemplar los espectáculos desde los balcones de Casa Canals, donde se alojaron.

A nivel educativo, Tarragona tenía la Real Escuela de Náutica y Dibujo y fue, junto con Santander, la que en 1805 implantó por primera vez en España un método nuevo y muy moderno de enseñanza para niños: el Instituto Pestalozziano, impulsado por Godoy y siguiendo el sistema inventado por el suizo Joahann Heinrich Pestalozzi (Zurich, 1746-Brugg, 1827), en las que potenciaba la inteligencia natural de los niños, desarrollando el sistema de observación y lógica. Como novedad, era laico (los profesores no eran religiosos, y estaban pagados por el Estado) y además, mixto, pues niños y niñas estudiaban juntos. El hecho de que se implantara en Tarragona también se debe a que Pestalozzi era suizo, y en ese momento la guarnición de Tarragona, desde finales del siglo XVIII hasta el estallido de la guerra, estaba compuesta por el Regimiento de Suizos de Wimpffen nº1. En España los regimientos recibían el nombre de su coronel, y estaban acantonados en Tarragona (Wimpffen nº1), Madrid (Reding Joven nº2 y Preux nº6), Málaga (Reding Senior nº3), Baleares (Betschard nº4) y Cartagena (Traschler nº5).

Ésta es la realidad en la que se encuentra Tarragona al estallar la Guerra de la Independencia, llegando hasta nosotros las noticias del Dos de Mayo en Madrid a finales de ése mes, nombrándose un nuevo Gobierno municipal por aclamación, presidido por el brigadier Smith (que tuvo que hacer encaje de bolillos de realismo militar, acogiendo una columna francesa en junio actuando aún como aliado, pues poco se hubiera conseguido enfrentándose a ella). Al ser la ciudad puerto de mar, estar fortificada y al haber sido ocupada Barcelona por los napoleónicos ya en febrero, Tarragona se convertirá en la capital de facto de Cataluña, viendo ampliada su población al albergar un pisto de refugiados civiles que escapan de las correrías francesas, la tropa (la de la guarnición y la que se aloja de forma provisional estando en campaña), los funcionarios de la administración del Estado, la ceca y la Escuela Militar: de 9.100 habitantes durante los últimos años del reinado de Carlos IV pasamos a 60.000 en 1810. Por no hablar de los efectivos de la escuadra de la Royal Navy al mando del comodoro Edward Codrington, que dan apoyo logístico desde y hacia Tarragona, aparte de que llegado el momento del asedio la artillería embarcada en los buques británicos hostigarán en lo posible el avance francés.

Es en ése mismo año cuando el capitán general de Cataluña Enrique O’Donnell (sucesor de Reding, muerto en Tarragona tras la batalla de Valls en 1809), ante la necesidad de aumentar los efectivos de la defensa de la plaza (que ya se había visto amenazada en febrero de 1809 por el general Saint-Cyr, que desistió de asediarla al carecer de artillería adecuada), decretó la creación de un cuerpo ciudadano que ejerciera labores de vigilancia y defensa. Nacieron así las Milicias Urbanas de Tarragona, era el 18 de junio de 1810.

La intención fue crear 10 compañías, de 100 hombres cada una, de edades comprendidas entre los 16 y los 40 años, los cuales quedarían exentos de ser llamados a filas, cobrando lo mismo que la tropa regular, 5 reales diarios, mientras que la oficialidad no recibiría estipendio. Pero desde el principio que la realidad de la guerra se impuso al ideal, pues faltaban fusiles (y los que había estaban bastante deteriorados), pues la prioridad era mandar lo que hubiera a la asediada Tortosa, que caería a primeros de enero de 1811. Aparte de que quien debía sufragar el cuerpo era la ciudad, mientras que los milicianos se pagarían su propio uniforme, debían asistir a ejercicios militares por la mañana o al mediodía (para que fuera compatible con su jornada laboral) y la oficialidad eran militares de carrera, mientras que los mandos intermedios serían nombrados por la Comisión de Defensa del Ayuntamiento.

En agosto de 1810 se crea la sección de Artillería, que debía formarse con gente de mar, pues eran los que estaban más familiarizados con dicha arma al haber cumplido el servicio militar en la Armada, y se amplía la edad de alistamiento hasta los 50 años ante la necesidad de cubrir las plazas vacantes, pues hay 800 hombres de los 1.000 previstos, y no será hasta enero de 1811 cuando quede cubierto ya el 2º Batallón, habiendo recibido la bandera el 8 de diciembre, Día de la Inmaculada Concepción, patrona del Arma de Infantería. En febrero, se pasa revista al cuerpo completo: al mando del sargento mayor (coronel) Francisco María Villarejo, procedente del Regimiento de Infantería de Saboya, tenemos sobre las armas a 2.500 hombres en dos batallones de 10 compañías cada uno.

Plano de Tarragona y sus fortificaciones en 1810.

La uniformidad de las Milicias queda reflejada en las ordenanzas emitidas en noviembre de 1810, con pantalón azul, casaca (no definida, a la hora de la recreación optamos por hacerla del mismo color que los pantalones), bocamanga verde (no queda claro, y optamos por dicho color tras consultas varias con expertos en uniformología) sombrero con escarapela y se hizo hincapié en que se llevaran zapatos o botines, mas no alpargatas: Tarragona era la capital de la Cataluña no ocupada, el decoro del uniforme debía dejar claro el rango de importancia de la ciudad. Los oficiales debían ir con casaca, pañuelo y botas, y todos con el pelo recogido bajo el sombrero.

Adolfo Alegret, cronista de Tarragona en los albores del siglo XX, publicó para el centenario del asedio, en 1911, su obra de referencia para saber de la época: Historia del Sitio, Defensa, Asalto y Evacuación de Tarragona en la Guerra de la Independencia, donde nos muestra una miniatura del capitán de Milicias Joaquín Fábregas y Caputo, la única prueba documental de la uniformidad para los oficiales, con casaca a la francesa, abotonada hasta medio pecho, y chaleco blanco.

Botones dorados con el nombre del cuerpo, hombreras verdes a ambos lados de la casaca, collarín blanco, dos charreteras doradas para los capitanes, una en el hombro derecho para los tenientes y dos hombreras para los subtenientes. Así quedaron las casacas para poder recrear el cuerpo:

El armamento utilizado para recrear las Milicias fue un fusil Charleville modelo 1777 con cartuchera y bayoneta, briquet y sable para la oficialidad, que a día de hoy se compone de un capitán (con sable de húsar francés, modelo Año IX), un sargento, un cabo y 8 milicianos.

Botón original de las Milicias Urbanas (izquierda) y su reproducción para el uniforme (derecha).

Llegado el bautismo de fuego con el inicio del asedio el 5 de abril de 1811, las tareas de las Milicias fueron las previstas en la Ordenanza: efectuar tareas de vigilancia interna y mantenimiento del orden público, efectuar guardias en las murallas en sustitución de la tropa regular cuando ésta se viera necesitada de acudir en socorro de algún punto de la plaza o al efectuar salidas, atender a los heridos y acarrear la munición, aparte de labores de escolta: sabemos que el comandante de la plaza, general Juan Senén de Contreras, pidió que su escolta personal fueran miembros de las Milicias, y también que actuaron de guardia de honor en la procesión de la patrona de Tarragona, Santa Tecla, al lado de la reliquia.

Llegado el momento final con el asalto francés, el 28 de junio de 1811, y abierta la brecha por las que entraron las tropas comandadas por el general Suchet (sería la posterior toma de Valencia lo que le valdría el bastón de mariscal y el ducado de la Albufera), las Milicias se batieron defendiendo calle a calle la ciudad, en un intento de repliegue ordenado para salvar en lo posible a la guarnición, hasta el hundimiento final y la última defensa en la plaza frente a la catedral, al pie de las escaleras de la cual caerá uno de sus oficiales, el teniente Martí, hijo del científico tarraconense Antoni Martí i Franquès, extinguiéndose así el cuerpo. Con la victoria y la retirada francesa, habrá un amago de recuperación de las Milicias truncado por la falta de presupuesto. Luego, con el Trienio Liberal primero y las carlinadas después, al crearse las Milicias Nacionales ya no hubo lugar para una Milicia Urbana que aportó su granito de arena en la defensa de Tarragona de modo efímero pero heroico.


Paco Tovar Aloguín es licenciado en Historia y de profesión intérprete de Patrimonio y guía cultural en su empresa ARGOS TARRAGONA.

Es asimismo presidente de la Asociación Projecte Tarragona 1800, la cual lleva diez años organizando unas jornadas de recreación napoleónica.

También es el capitán de las Milicias Urbanas, que reconstruyen en su uniformidad y formación a los defensores de su ciudad en el asedio francés de 1811.


Fuentes:

1 – Alegret, Adolfo, Historia del Sitio, Defensa, Asalto y Evacuación de Tarragona en la Guerra de la Independencia, Tarragona, 1911.

2 – Contreras, Juan Senén de, Sitio de Tarragona, Imprenta de Ibarra, Madrid, 1813.

3 – Gómez Díaz, Juan, El general Contreras y el sitio de Tarragona, Foro para el Estudio de la Historia Militar de España, Madrid, 2012.

4 – Quigley, Adam Gerard, Antes morir que rendirse: testimonios británicos en el asedio de Tarragona 1811, Arola Editors, 2021.

5 – Rovira, Salvador-J., Tarragona a la Guerra del Francès (1808-1813), Servei d’Arxiu i Documentació Municipal de l’Ajuntament de Tarragona, Quaderns de l’Arxiu nº6, Tarragona, 2011.

6 – VV.AA, Tarragona durant la Guerra del Francès, 1808-1814, Arola Editors-Centre d’Estudis Marítims i Activitats del Port de Tarragona, Tarragona, 2011.

Ilustraciones:

a – Fotos del autor.

b – Ilustraciones por gentileza de Paco Tovar Aloguín

4 comentarios sobre “¡Antes morir que rendir! Las Milicias Urbanas de Tarragona y la defensa de 1811, por Paco Tovar

  1. Buen articulo que puede complementarse con el mio titulado Defensors tarragonins de 1811 publicado en la revista Podall del año 2016. Creación del cuerpo, uniformes, condecoraciones y la bandera. Hay también nombres y apellidos de algunos de los milicianos. Un saludo

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