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Hoy tenemos el placer de presentar a Miguel Ángel García García, un apasionado investigador sobre la ocupación napoleónica en España y uno de los «decanos» en la red del estudio de la Historia militar en España, primero con su página web dedicada a la batalla de Trafalgar (creada en junio de 1997) y que con el tiempo transformó en el blog de referencia 1808-1814, con noticias, manuscritos, vídeos y artículos relacionados con la ocupación de las tropas francesas en España en dicho periodo. Su libro más reciente está dedicado a la figura de El Empecinado, uno de los guerrilleros más destacados de la resistencia contra la ocupación francesa.
A lo largo de esta entrevista, descubriremos más sobre su fascinación por la historia de la Guerra de la Independencia, su visión sobre aquellos turbulentos años y su pasión por dar a conocer estos eventos a un público más amplio.
ENTREVISTA
▫ (El Rincón de Byron) : En primer lugar, muchas gracias por concedernos parte de tu tiempo para poder confeccionar esta entrevista. Ya para entrar en materia, en España tuvimos el conflicto que todos conocemos como la guerra de la Independencia desde 1808 hasta 1814, aunque autores como Toreno nos hablaran de “guerra y Revolución”, algunos como Xavier Cabanes hablaran de “guerra de Usurpación” e incluso otros lo vean como una segunda guerra de Sucesión. ¿Qué es lo que despertó tu interés o afición por este periodo de nuestra Historia y qué denominación opinas que sería la más apropiada para el mismo?
(Miguel Ángel García García) : «Muchas gracias a vosotros y felicidades por el gran trabajo que realizáis en el Rincón de Byron, difundiendo el periodo napoleónico de una forma tan amena.
Creo que, como muchos otros, me aficioné al periodo de la Guerra de la Independencia leyendo los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós. Mis padres pertenecían al Círculo de Lectores y adquirieron una edición completa de la obra. Yo tenía 15 años, por lo que debió de ser en 1985, y durante todo el verano de aquel año acompañé a Gabriel Araceli en busca de Inés Santorcaz por los principales escenarios de la Guerra de la Independencia. Disfruté tanto de aquella lectura que, al terminar la primera serie de los Episodios, quedé para siempre ‘anclado’ en esa época.
Respecto a la denominación que me preguntáis, creo que queda claro cuál es la más idónea para mí, pues ya la he mencionado: Guerra de la Independencia. Durante la propia guerra y en los años siguientes, muchos de los protagonistas españoles de aquella contienda la llamaban así. Una de las definiciones de “independencia” que ofrece la Real Academia Española es la de “libertad, especialmente la de un Estado que no es tributario ni depende de otro”. Para mí, describe muy bien lo que buscaba el pueblo español con aquella guerra. Es evidente que, si buscamos términos parecidos en un diccionario de sinónimos, podríamos denominarla de muchas formas distintas.
▫ Eres el administrador del blog 1808-1814, que comenzaste hace la friolera de dieciséis años, en el que has tratado de los conflictos armados (batallas y asedios), recorridos por campos de batalla, pasando por la publicación de noticias puntuales, documentos históricos de la época, etc. ¿Crees que después de todos estos años has cumplido los objetivos que te fijaste cuando decidiste abrir esta ventana al pasado? ¿Notas que el interés por este período de nuestra Historia ha crecido entre los aficionados y el público en general desde las celebraciones del Bicentenario en el año 2008?
¿He cumplido los objetivos? Creo que sí. Mi intención al crear el blog era llegar al mayor público posible, especialmente a aquellas personas que no tienen un gran conocimiento sobre este periodo, pero que podrían encontrarlo interesante. Buscaba una forma de hacerlo ameno y mostrar que doscientos años no son tantos en términos históricos: son sucesos que podríamos considerar que ocurrieron “hace dos días”. Además, aún hoy tenemos la posibilidad de visitar muchísimos lugares donde ha quedado algún testimonio de aquellos acontecimientos, incluidos los propios campos de batalla. Recibo correos de personas que me piden ayuda para orientarse en la visita de algún escenario bélico de aquella contienda; muchos me comentan que aprovechan sus vacaciones para recorrer una ruta que han trazado, y la mayoría no pertenece al ámbito académico.
También debo reconocer que, desde hace unos años, cuido mucho lo que escribo en el blog. Sigo publicando documentación e historias inéditas, pero no con la misma extensión que en los primeros tiempos. La razón es el poco cuidado que muestran ciertas personas respecto a lo que se publica en Internet. Desde el primer momento he sido consciente de ello, pues en este medio la información queda expuesta, y nunca he puesto pegas a que se comparta tanto el texto como las imágenes por otras personas; faltaría más, además, me gusta que así sea, siempre que se mencione el origen. Sin embargo, cuando comienzo a leer libros y revistas y compruebo que parte de la información que están publicando procede de mi blog, sin tener la cortesía de citarlo, me molesta y, poco a poco, me ha llevado a restringir lo que escribo. Es una pena, porque esto impide la difusión de muchas historias curiosas que al público le encantaría conocer. Otra consecuencia ha sido el manejo de las fotografías. Como las veía en muchos sitios sin mención de su procedencia, empecé a ponerles marca de agua, pero siempre que alguien me pide alguna se la envío sin ella para que pueda usar la imagen libremente, con la única condición de indicar su origen. Aun así, he visto fotos de documentos de mi colección en obras impresas donde han recortado la imagen para eliminar la marca de agua y la han utilizado sin ningún escrúpulo. Recientemente, me pidieron una fotografía de un autógrafo que aparece en el blog para ilustrar un texto en un panel informativo de una plaza de Castilla y León; pues bien, allí está la imagen ocupando medio panel sin ninguna referencia a su procedencia, que es lo mínimo que yo pedía. Me imagino que vosotros, con vuestro blog, habréis tenido alguna experiencia similar.

Respondiendo a la segunda pregunta, sí que percibo un incremento de aficionados a esta época histórica tras los actos del Bicentenario. Sin duda hay personas interesadas, pero también es cierto que una gran mayoría muestra principalmente interés por la historia local de su pueblo o comarca: aprecian lo que se cuenta sobre su entorno, pero no sienten la misma curiosidad por conocer lo ocurrido durante la Guerra de la Independencia en otra provincia o, incluso, en un municipio vecino. Este moderado incremento se debe, aparte de a los actos que se sucedieron durante el Bicentenario, a las abundantes recreaciones que la Asociación Napoleónica Española lleva a cabo por todo el país. Es digno de ver la fiel reproducción que se hace de los uniformes y del armamento de la época, así como la férrea voluntad de cumplir los diferentes reglamentos de los ejércitos que combatieron durante la guerra. Es un verdadero espectáculo, muy didáctico, que estoy seguro anima a más de un espectador a querer aprender más sobre esta época.
▫ También tienes una página web dedicada a diferentes aspectos de la batalla de Trafalgar y eres asimismo el administrador del grupo de Facebook “Guerra de la Independencia Española – Peninsular War”, que consta de unos 3.000 miembros, y te quisiéramos preguntar sobre ambos. ¿Era Villeneuve tan incapaz como gran parte de los cronistas nos quiere hacer ver, o el temor de no llevar a término las órdenes de su señor pudo con su temperamento? ¿Qué aspectos positivos y negativos remarcarías de las redes sociales para la divulgación de la Historia en tu caso particular?
En 1997 estudiaba Informática e instalé en casa de mis padres Internet, un medio de comunicación que por entonces comenzaba a popularizarse en España. Mi primer operador fue Redestb, ¡qué tiempos! En aquella época estaba obsesionado con la batalla de Trafalgar, el diseño de los navíos de guerra y la vida en sus cubiertas. Mis búsquedas por Internet me llevaban a unas pocas páginas inglesas, ya que en España prácticamente no existían webs de temática militar, y menos sobre las batallas navales del siglo XVIII y principios del XIX. Decidí entonces crear mi propia página web, que llegó a ser una de las primeras publicadas en Internet en España sobre Historia Militar. Fue un trabajo enorme: las fotografías las escaneaba con un escáner de mano que compré, y el proceso de diseño era muy lento y manual. La página se convirtió en una referencia en 2005, durante el Bicentenario de la batalla, pero a partir de ahí tenía poco recorrido, puesto que había logrado publicar un trabajo bastante completo sobre Trafalgar y apenas quedaba más que añadir. Fue entonces cuando creé el blog 1808-1814, que sigue activo hasta hoy. La página sobre Trafalgar aún se puede consultar en Internet, pero conserva su diseño de los años noventa y ocupa un pequeño apartado en el blog.

Después de esta larga introducción, os respondo sobre Villeneuve: la batalla de Trafalgar fue el epílogo de un plan trazado por Napoleón para invadir Inglaterra. Villeneuve, al mando de una flota combinada, debía dirigirse al Caribe para obligar a la flota inglesa comandada por Nelson a seguirlo hasta allí. Una vez alcanzado el destino, tenía que maniobrar para intentar despistar a Nelson y regresar a Europa, con el fin de proteger el paso del Canal de la Mancha y permitir el cruce del gran contingente que Napoleón había preparado en Calais, ya sin la amenaza de Nelson. Villeneuve consiguió despistar a Nelson, pero cuando se aproximaba a Calais, tropezó en el cabo de Finisterre con la escuadra inglesa de Calder, que le infligió daños y llegó a apresar varios de los navíos de la flota combinada. Entonces Villeneuve decidió entrar en Vigo y en La Coruña para reparar esos daños, perdiendo un tiempo valioso. Cuando estuvo listo para partir, el factor sorpresa había desaparecido y consideró demasiado peligroso continuar el plan hasta Calais, optando por bajar a Cádiz para reforzar su escuadra con más navíos. Nelson regresó del Caribe y bloqueó la bahía de Cádiz. El plan de Napoleón fracasó y no pudo llevarse a cabo la invasión de Inglaterra. Como era de esperar, las culpas recayeron sobre Villeneuve.
Si nos ponemos en su lugar, debió de pasar momentos muy duros en Cádiz, sabiendo que había fracasado en el plan que el propio Napoleón le había ordenado cumplir. Era consciente, por la correspondencia que recibía, del enfado del Emperador y de su decisión de sustituirlo en el mando por el almirante Rosily, quien ya se dirigía a Cádiz. Ante la certeza de que su reputación había quedado gravemente dañada y que incluso su vida podía correr peligro si se presentaba en París ante Napoleón en esas circunstancias, decidió salir de Cádiz y jugarse su destino frente a la escuadra de Nelson. Villeneuve no estaba en condiciones de comandar la flota combinada bajo tanta presión y el resultado ya lo conocemos.
Y respondiendo a la última pregunta, las redes sociales e Internet, en general, son un medio magnífico para la divulgación. Se puede llegar a un público muy amplio, tanto nacional como internacional, algo impensable hace unos años. Es un medio ágil para publicar, sencillo, rápido y completo, ya que puedes añadir cuantas fotografías o complementos desees. Desde el primer momento vi el gran potencial que tenía Internet para la divulgación y comencé el proceso que ya he descrito con la página web y el blog. Posteriormente apareció Facebook, que facilita aún más la inmediatez de las publicaciones y aumenta su alcance. Sin embargo, Facebook es un medio de comunicación bidireccional, donde también obtienes respuestas y opiniones a tus entradas. Por ello, es necesario un administrador que controle el lenguaje y las posibles disputas, manteniendo la concordia entre los miembros de la comunidad. Creé un grupo en Facebook —Guerra de la Independencia Española – Peninsular War— para dinamizar las entradas del blog y compartir en ese espacio aquellas publicaciones que pudieran fomentar el debate entre personas con el mismo interés por este periodo de la Historia. Hago de administrador e intento evitar que se publiquen entradas ajenas a la temática del grupo o mediar (aunque muy pocas veces ha sido necesario) en alguna disputa que se enciende demasiado.

De todas formas, a veces pienso que tanta abundancia de información y publicaciones no es tan beneficiosa como solemos creer. Hace años, concretamente en la década de 1990, yo esperaba con ansia la llegada por correo postal de la revista Researching and Dragona, una de las mejores publicaciones que se han editado en España sobre la Guerra de la Independencia (aunque también abordaba, en menor medida, periodos anteriores). En ella comencé a ver nombres como Juan José Sañudo, Leopoldo Stampa, Miguel Ángel Camino del Olmo, Jesús Maroto o Juan Luis Sánchez, entre otros, quienes pueden considerarse pioneros en una nueva forma de estudiar la historia militar. Su perspectiva trascendía los archivos y bibliotecas, llevando la investigación al propio terreno: examinaban in situ los campos de batalla y documentaban con fotografías tanto el terreno como los objetos encontrados en él, aportando una visión más interesante y enriquecedora de ese episodio bélico.
Aquella revista, al igual que los pocos libros que se publicaban sobre el tema, la comprabas y releías varias veces, llegando a asimilar por completo su contenido. Disponíamos de mucho tiempo para profundizar en cada obra. Hoy, en cambio, contamos con una infinidad de información accesible en archivos y hemerotecas digitales, blogs, páginas web o grupos de Facebook… Es abrumador. Picoteamos de aquí y de allá, consumiendo contenidos a una velocidad tal que estamos perdiendo la capacidad de asimilación que teníamos antes, cuando los recursos eran más limitados pero se aprovechaban con mayor profundidad.
▫ Los documentos manuscritos ocupan una parte notable de tu página web. ¿Qué siente uno cuando tiene entre sus manos un manuscrito de hace más de 200 años? ¿Aparte de las misivas oficiales o meramente descriptivas, qué sentimientos te han transmitido o has visto reflejados en sus autores a través de todo este tiempo que te hayan hecho comprender mejor dicho período?
Mi afición por el periodo de la Guerra de la Independencia me llevó a intentar conocer aquella época lo mejor posible, en una especie de búsqueda de sensaciones. Cuando tuve mi primer coche, empecé a recorrer campos de batalla. Además, los domingos solía visitar el mercado numismático y filatélico que se monta en la Plaza Mayor de Madrid, con la intención de comprar alguna moneda de poco valor cuya acuñación tuviera relación con las Guerras Napoleónicas. Me gustaba pensar que aquella moneda podría haber pasado por las manos de algún soldado.
En esa búsqueda especial, un día acudí a una feria de papel que se celebraba en Moda Shopping (Madrid) y, en uno de sus puestos, compré un documento de 1808 que, aunque no hacía referencia a temas militares, me entusiasmó por haber sido escrito durante la guerra. Empecé a frecuentar otras ferias que se realizaban en el Mercado Puerta de Toledo, en la Esquina del Bernabéu o en la estación de Atocha. También empecé a preguntar en librerías de viejo por documentos manuscritos del periodo 1808-1814 y, poco a poco, fui formando una pequeña colección. Con los años y con la irrupción de Internet, recurrí a subastas fuera de España, ya que en nuestro país aquellas ferias de papel fueron desapareciendo progresivamente.
Tener un documento en tus manos, firmado por cualquiera de los personajes de aquella época, es una experiencia única: sientes el reflejo de esa persona frente al papel. La lectura de documentos originales, en vez de lo que un autor moderno resume en un libro, amplía la visión y ayuda a comprender mejor lo que se está investigando. No me limito a la correspondencia oficial; me atraen las cartas de soldados a sus familias, los bandos impresos y los documentos con noticias locales. Con todo ello, se adquiere un conocimiento muy amplio sobre aquella sociedad, que en muchos aspectos no es tan distinta a la nuestra.

▫ 1812 fue un año significativo en el periodo de la guerra de Independencia en España y tu primer libro contemplaba también dicho año, con el título de “1812. Wellington en Valladolid” publicado en el año 2009 por la Diputación de Valladolid. El por entonces conde de Wellington estuvo en tierras vallisoletanas, teniendo su cuartel en poblaciones como Boecillo o Rueda, y la propia Valladolid fue liberada dos veces por sus tropas, en julio y septiembre de ese año. ¿Qué importancia tenía Valladolid como objetivo estratégico o militar para que cambiara tantas veces de manos y fuera liberada finalmente en junio de 1813? ¿Qué impronta dejaron Wellington y las tropas aliadas del futuro Lord en Valladolid durante su período de ocupación?
Yo soy madrileño, pero mi mujer es de un pueblo de la provincia de Valladolid, Castronuño (por cierto, su situación privilegiada sobre el Duero le otorga, en mi opinión, las mejores vistas de toda la provincia). Este municipio se encuentra enclavado entre Tordesillas y Toro, zona donde los ejércitos del mariscal Marmont y Lord Wellington (ya era Lord entonces y con esa denominación aparecía en periódicos y documentos, además de ser duque de Ciudad Rodrigo) maniobraron durante las semanas previas a la batalla de los Arapiles. Empecé a recorrer detenidamente todos esos escenarios, consulté archivos y finalmente escribí el libro. Es una obra centrada en la campaña de Salamanca, que se extiende hasta finales de 1812, pero con la provincia de Valladolid como protagonista.
Valladolid es un lugar de paso para ir desde Portugal a Francia, o un camino alternativo de Madrid a Francia (casi más usado en aquellos años de guerra que el Camino Real que discurría desde Madrid, por Somosierra y Burgos, hasta Francia). Ese enclave tan estratégico fue ocupado por los franceses desde finales de 1807 hasta mayo de 1813, salvo periodos en 1808 y 1812. La ciudad se convirtió en sede del 6º Gobierno francés, transformándose en una urbe afrancesada. Había varios cafés regentados por franceses; uno de ellos se llamaba “El Rey de Roma”, y la sociedad vallisoletana se amoldó (no le quedó otra) a convivir con los ocupantes. Si leemos la correspondencia que muchos soldados ingleses enviaron a sus familiares al llegar a Valladolid tras la victoria de los Arapiles, todos coinciden en señalar que la ciudad contaba con un “partido francés” muy fuerte entre sus habitantes.
Wellington visitó Valladolid en tres ocasiones durante su campaña de 1812; lo más destacado de sus estancias fue la orden de proclamar la Constitución española. En dos de ellas prefirió hospedarse fuera de la ciudad, concretamente en una casa de campo perteneciente al Colegio de los Escoceses y situada en el término de Boecillo (en la tercera visita se alojó la primera noche y después se trasladó al Palacio Real de Valladolid). Se trataba de un gran caserón construido a finales del siglo XVIII que, durante la guerra, dejó de ser utilizado por los estudiantes para dar cobijo a las tropas francesas.
La primera estancia de Lord Wellington —procedente de Salamanca— está bien documentada en la correspondencia del rector Cameron II a su tío, quien había ocupado el mismo cargo anteriormente y entonces se encontraba en Escocia. Sabemos que lo acompañaba su Estado Mayor, incluido el príncipe de Orange, y que Wellington durmió en la habitación asignada al rector del Colegio.
El edificio se mantuvo prácticamente intacto hasta aproximadamente 2008, pero a partir de entonces fue abandonado a su suerte debido a la crisis inmobiliaria y, en la actualidad, se encuentra en un avanzado estado de ruina. Nadie se hace cargo del inmueble; en su momento, incluso solicité a la Junta de Castilla y León que le otorgara alguna categoría especial de protección, pero me remitieron al Ayuntamiento, y este alega que no puede hacer nada. Desgraciadamente, llegará el día en que veamos en la prensa que se ha derrumbado. Supongo que, una vez derribado, se construirán viviendas y se colocará la típica placa conmemorativa: “Aquí estuvo el edificio donde Lord Wellington pernoctó en el año 1812”.
▫ Como otros territorios de la Península, las tierras fronterizas y de las regiones limítrofes regadas por el rio Duero fueron objeto de ocupación imperial al igual que, en un momento u otro, cerca del 80% del territorio español. ¿Cómo fueron aquellos años para los habitantes de las ciudades o núcleos rurales de dichas comarcas? ¿La ocupación francesa también fomentó los casos de afrancesamiento al igual que en otros territorios o crees que dicho fenómeno fue diferente en ellas?
El afrancesamiento se dio sobre todo en las grandes ciudades, especialmente en aquellas donde la presencia de los franceses se prolongó más. Los ayuntamientos, las universidades —si las había— e incluso el clero colaboraron activamente con la administración francesa. En las poblaciones más pequeñas, más que afrancesamiento, hubo sumisión. Sus habitantes trataban de sobrevivir a las penurias de la guerra y a las grandes contribuciones exigidas por las autoridades francesas, lo que en la mayoría de los casos los obligó a vender terrenos comunales, aguardando el día en que los franceses se marcharan.
Los primeros años fueron muy duros, pues el ejército regular español perdió por completo el control del territorio, sobre todo en el centro de España. Para mantener viva la esperanza, las gacetas tuvieron un papel fundamental, publicando las pocas victorias de las armas españolas, casi todas procedentes de los enfrentamientos entre las guerrillas y los franceses.
▫ Una pregunta que nos gusta formular a nuestros entrevistados es sobre la opinión que les merece el papel de los generales españoles de los ejércitos de la época, que no dejó de ser bastante discreto, cuando no claramente deficiente. ¿Crees que la historia ha sido justa con ellos? ¿Podrían haber hecho más de lo que hicieron con el material humano y bélico de que disponían? ¿El papel de las Juntas en general, podríamos considerarlo un elemento más negativo que positivo en el comportamiento de los generales españoles?
Menuda preguntita. Es difícil responder porque intervinieron muchos factores que condicionaron su comportamiento. Al inicio de la guerra, el ejército español era inferior al francés: no había evolucionado ni en organización ni en táctica y, además, se encontraba disperso. A todo ello se suman el vacío de poder y la confusión que se produjeron tras la marcha de Fernando VII y sus padres a Bayona.
El pueblo quería armas para combatir, pero los generales, formados en el Antiguo Régimen, no quisieron implicarse inicialmente en estos movimientos populares, a la espera de ver cómo evolucionaba la situación. Un buen ejemplo es el del general Cuesta en Valladolid: no quiso atender la voluntad del pueblo de alzarse en armas contra los franceses y, además, mantenía correspondencia con Napoleón y con el mariscal Bessières (que se encontraba en Burgos). Finalmente, se vio obligado a cortar toda comunicación con las autoridades francesas y a sublevarse. Para evitar que la revuelta se le fuera de las manos, trató de organizar en pequeñas unidades a toda esa gente que se presentaba con cualquier tipo de arma, colocando a un oficial del ejército al mando de cada una. Con estas fuerzas y las pocas tropas regulares con las que contaba, salió a enfrentarse a los franceses.
Estoy convencido de que lo hizo empujado por las circunstancias; si hubiera dependido de él, habría abandonado Valladolid con las tropas profesionales para salvarlas y formar un verdadero ejército. Al principio, intentó establecer una línea de defensa entre Cigales y Cabezón de Pisuerga, pero la extensión era demasiado grande para la escasa gente de la que disponía, así que decidió proteger el paso del Pisuerga en Cabezón. La única fuerza en la que podía confiar mínimamente era la poca caballería que tenía y, claro, no podía colocarla detrás del puente por la falta de espacio para maniobrar, de modo que la desplegó a la vanguardia, junto con la infantería. Debía de ser consciente de lo absurdo de esa disposición, pues corría el riesgo de verse rodeado con facilidad por los franceses, además de que las tropas en vanguardia tenían el río a sus espaldas, dificultando cualquier retirada. Ocurrió lo que era previsible: ante los primeros disparos y cargas de caballería francesas, el ánimo de toda esa gente que había forzado a Cuesta a combatir se esfumó en segundos. La poca fuerza profesional que quedaba huyó rápidamente y todo se convirtió en un caos. Finalmente, logró escapar salvando a la mayoría de sus tropas regulares, pero su imagen quedó muy dañada. Si los franceses hubieran seguido el plan que trazaron, habrían sorprendido a Cuesta y a sus hombres por la retaguardia, y allí habrían perecido todos.
¿Podemos calificar a Cuesta como un mal general por esta derrota, con la que arrancó su “leyenda negra”? Pienso que no. Hay que ponerse en su lugar para criticarlo por no enfrentarse abiertamente al pueblo, máxime cuando esos días, en Valladolid, el mariscal de Campo Miguel de Ceballos fue asesinado por la muchedumbre, que lo acusaba de traidor. Al mes siguiente, Castaños (o más bien, Teodoro Reding) mejoró la imagen del ejército español: su victoria en Bailén fue un ejemplo que se trató de emular durante el resto de 1808 y 1809, pero pronto quedaron en evidencia las carencias de ese ejército: falta de hombres experimentados, de caballería capaz de enfrentarse a la francesa y de generales con ideas nuevas. Infantado, Venegas, Areizaga y compañía se habían quedado obsoletos ante las innovaciones introducidas por Napoleón. A partir de 1809 se evitó el choque directo con los ejércitos franceses con tanta frecuencia como en los dos años anteriores, lo que permitió instruir mejor a los soldados y dio tiempo a que el Gobierno se estableciera en Cádiz. Con mayor o menor fortuna, este Gobierno logró coordinar los distintos ejércitos y emprender acciones conjuntas más planificadas. Además, con la aparición de Wellington, se tomó como referencia a su ejército para iniciar la ofensiva contra el de José I. En esta segunda fase de la guerra destacaron Villacampa, José Pascual de Zayas, Pablo Morillo, Mendizábal, Francisco Copons y Navia, Porlier, Espoz y Mina, el Empecinado, Freire…
En general, el papel de los generales españoles fue irregular. La combinación de la resistencia popular, el apoyo británico y la adaptación de algunos de estos generales facilitó la victoria final, pero no podemos atribuirla a un desempeño sobresaliente de la mayoría. Sin embargo, tengo muy claro que, de las tres variables para alcanzar la victoria en España —las guerrillas, el ejército de Wellington y el ejército español—, la única que, por sí sola, hubiera podido expulsar a los franceses del país habría sido el ejército español, eso sí, en un largo plazo. Las guerrillas no tenían la capacidad de librar la guerra por sí solas: podían hostigar y mantener fijas a las guarniciones francesas, pero nada más. El ejército de Wellington era demasiado reducido para enfrentarse en solitario a todos los ejércitos franceses en la península, y no había voluntad por parte del gobierno británico de reforzarlo. En cambio, los ejércitos españoles se fueron adaptando poco a poco a la contienda, modernizando su forma de luchar y organizándose eficazmente. Con el tiempo, habrían conseguido derrotar a José I por sí mismos, pues la paciencia es una de las cualidades de los españoles, unida al desgaste que sufría Napoleón en otros frentes.
▫ Otro fenómeno conocido en nuestra guerra de 1808-14 fue el de los guerrilleros, gentes que por diferentes motivos se rebelaron mediante la lucha armada contra el ejército invasor. Tuvieron su presencia en el conflicto a pesar de que en muchos casos fueron una fuente de problemas para los propios habitantes. Entre el patriotismo exacerbado de los autores del XIX y los modernos estudios que analizan con más rigor (y datos) su presencia en el conflicto… ¿Cómo valora Miguel Ángel García el impacto de las partidas guerrilleras en la España ocupada por las tropas de Napoleón?
Las partidas de guerrilla, sobre todo entre 1809 y 1811, fueron quienes mantuvieron viva la lucha contra el ejército francés. Tras la batalla de Ocaña, en noviembre de 1809, el ejército español prácticamente desapareció de la zona central de la península, dejando a las tropas de José I dueñas del territorio. Sin embargo, ese dominio era ficticio, pues, gracias a las partidas de guerrilla, los franceses solo controlaban el suelo que pisaban. Para asegurar sus guarniciones y proteger sus comunicaciones, tuvieron que destinar una gran cantidad de hombres, que vivían en constante tensión sin poder bajar la guardia, pues en cualquier momento podían ser atacados. Además, los éxitos de las guerrillas se difundían rápidamente en gacetas y periódicos de la época, contribuyendo a mantener viva la esperanza.
Pero toda ventaja conlleva inconvenientes. En los primeros años de la guerra no existía un control efectivo sobre estas unidades. En diciembre de 1808 se promulgó un reglamento de guerrillas que promovía su formación para frenar el avance francés. Al año siguiente se complementó con otro que buscaba establecer un corso terrestre con cierto carácter militar, de modo que sus integrantes no fueran ejecutados como bandidos si caían prisioneros. Además, se regulaba más detalladamente el reparto del botín y la organización de las partidas. No obstante, en líneas generales, apenas hubo cambios respecto al reglamento de 1808, y el aspecto disciplinario siguió siendo muy laxo. Sin un control real, muchas partidas actuaban por cuenta propia y, dado que se formaron cerca de 350 a lo largo de toda la guerra, es lógico que algunas se dedicaran más al pillaje que a la lucha contra los franceses, lo que provocó en ocasiones el descontento de la población local. Asimismo, atrajeron a numerosos desertores del ejército regular que buscaban unidades donde la disciplina y la instrucción no fueran tan estrictas, sino que primara el combate constante contra el enemigo. Para ellos, unirse a una partida de guerrilla también suponía la oportunidad de obtener beneficios económicos mediante el reparto de botines arrebatados a los franceses.
Otro problema de los primeros años radicó en el control que las distintas Juntas Superiores ejercían sobre las guerrillas. La mayoría de estas partidas estaban bajo la tutela de una Junta Superior, que les proporcionaba apoyo económico, suministros, uniformes y armas. A cambio, debían defender el territorio de la Junta, actuando casi como mercenarios. Pero muchas juntas eran muy egoístas y no permitían que sus tropas operaran en provincias vecinas o acudieran a la llamada de los generales españoles que requerían refuerzos. Esta situación generó numerosos conflictos. Por ejemplo, El Empecinado mantuvo un enfrentamiento constante con la Junta Superior de Guadalajara durante casi toda la guerra, hasta el punto de perder el mando de su División en julio de 1811. Asimismo, el mariscal Bassecourt llegó a decir en una carta dirigida a José O’Donnell, refiriéndose a la Junta Superior de Cuenca: «En este momento la voy a ahorcar, como los franceses han hecho con la de Burgos».
Para poner fin a estos problemas de disciplina y reducir la influencia de las Juntas sobre las guerrillas, en 1812 se promulgó un nuevo reglamento, basado en el modelo implantado por el general Castaños en el 5.º Ejército. Este reglamento introducía la figura del Comisario de Guerrilla, cambiaba su denominación a Húsares Francos de… e integraba las guerrillas dentro de los distintos ejércitos españoles, formando divisiones. Aunque esta medida se empezó a aplicar en 1811, no fue hasta 1812 cuando se generalizó con la aprobación definitiva de la norma. Con este nuevo marco y la progresiva recuperación de territorio por parte de los ejércitos regulares, las partidas de guerrilla perdieron el protagonismo de los primeros años de la contienda. Las más grandes y eficaces, como las de El Empecinado, Mina, Jerónimo Merino, Julián Sánchez o Longa, se convirtieron en divisiones dentro del ejército, mientras que las más pequeñas continuaron actuando como guerrillas, aunque bajo estrictas restricciones.
En mi opinión, la época dorada de las guerrillas durante la Guerra de la Independencia abarcó desde 1808 hasta parte de 1811. A pesar de los problemas de indisciplina, estos hombres lograron mantener el espíritu de resistencia contra los franceses y desempeñaron un papel fundamental en la lucha española.

▫ Uno de las figuras guerrilleras más conocidas fue la de Juan Martín Díez, El Empecinado, que de ser un líder guerrillero de una pequeña partida llegó a ostentar el empleo de mariscal de campo en el ejército español. ¿Qué te movió a escribir un libro sobre la figura de El Empecinado y cómo fue, a grandes rasgos, el proceso de escribir un libro sobre esta figura de nuestra Historia? ¿Qué elementos querías aportar que no se hubieran contemplado ya en biografías anteriores sobre el personaje?
Todo empezó al revisar el expediente de embargo de bienes de El Empecinado, iniciado en 1823 con el restablecimiento del absolutismo y la segunda derogación de la Constitución de 1812. El expediente consta de más de 4.000 páginas y se prolonga hasta 1835 o 1836. En él encontré referencias sobre su familia, sus tierras, la narración de su ejecución y muchos datos desconocidos hasta entonces.
En un principio, mi intención era realizar un estudio sobre su familia y sobre su ejecución en Roa el 19 de agosto de 1825. Sin embargo, a medida que profundizaba en su figura, surgían más datos inéditos, lo que me llevó a plantearme la elaboración de una biografía completa desde cero, procurando utilizar lo menos posible las publicaciones ya existentes para construir mi propia versión. Pronto me di cuenta de que se trataba de una tarea inmensa, pues hay gran cantidad de documentación en archivos relacionada con El Empecinado, además de las múltiples menciones a Juan Martín en la prensa de la época.
Para organizar tanta información, decidí redactar el libro como si fuera un espectador que lo acompaña a lo largo de su vida, narrando los acontecimientos en orden cronológico. Me centré en analizar año tras año y trasladaba todos los datos encontrados a una especie de diario que fui elaborando. Este método me permitió examinar los hechos casi día a día y comparar informaciones de distintas fuentes al tenerlas transcritas en la misma fecha. Una vez terminado el diario, que resultó extenso y muy completo, lo fui resumiendo y dándole el estilo que buscaba, el de un observador externo de los hechos.
Esta labor es únicamente una afición para mí, sin relación con mi trabajo, de modo que solo podía dedicarle el poco tiempo libre del que disponía: por las noches, antes de acostarme, o en mis trayectos en metro por Madrid, donde, con mi tablet, revisaba apuntes y perfilaba lo que escribiría esa noche en casa. Este proceso me llevó entre siete y ocho años, y llegó un momento en que me sentí saturado por tanta información sobre El Empecinado, perdiendo las ganas de continuar. Especialmente al llegar a 1811, descubrí que eses año pasó casi seis meses combatiendo a diario contra los franceses en lugares que yo desconocía y que nunca había visitado. Como me gusta visitar los escenarios sobre los que escribo para comprender mejor los hechos, la frustración se sumó al cansancio y abandoné el proyecto. Esto sucedió un año antes de la pandemia y decidí no terminar la biografía.
Sin embargo, durante los meses de confinamiento, tuvo lugar una pequeña anécdota que me empujó a retomar el trabajo. Solo la conocen mi mujer, mis dos hijos y la persona que, indirectamente, me llevó de nuevo al Empecinado. Como creo que no incomodará a nadie que la cuente —pues a esa persona ya se lo dije—, la comparto, además de tener su punto cómico: una noche soñé que Arturo Pérez Reverte publicaba una biografía de El Empecinado y que, como suele ocurrir con sus obras, el libro acaparaba la atención de la prensa y de los foros napoleónicos. Recuerdo perfectamente que en el sueño pensaba que, tras tantos años de trabajo, llegaba “el Reverte” y sacaba su propio libro sobre El Empecinado. No me molestaba que alguien escribiera sobre el personaje, sino el hecho de no haber podido compartir mi propia versión y dar a conocer todo lo que ya había descubierto sobre él. Al despertar, mientras me duchaba, decidí que tenía que terminar mi libro. Aun así, me costó recuperar las ganas de seguir escribiendo. Durante el confinamiento, retomé la investigación de 1811 a través del portal PARES y la Hemeroteca Digital. Cuando fue posible viajar, visité con mi mujer los lugares que no conocía. Con la vuelta a los archivos presenciales, la curiosidad y el deseo de aprender sobre Juan Martín Díez regresaron poco a poco. Es algo que nunca había contado antes y sois los primeros en enteraros. Una vez publicado el libro, entregué un ejemplar a Arturo Pérez Reverte y le conté la anécdota, explicándole que, de algún modo, fue gracias a él que pude acabarlo.
Respecto a la segunda parte de la pregunta, mi principal objetivo era desvelar datos hasta ahora desconocidos sobre su familia, su conflicto con la Junta Superior de Guadalajara, su relación con Domingo Fuentenebro y arrojar luz sobre una figura siniestra como Rafael Gutiérrez, quien desprestigió a El Empecinado de forma terrible en 1812 ante sus superiores y ante la Regencia. También deseaba explorar su ingreso en la sociedad de los Comuneros y, sobre todo, desmontar las numerosas leyendas que han envuelto su figura durante estos doscientos años.
▫ La fama de El Empecinado fue tal que el general francés Belliard (a pesar de haberle ofrecido el perdón) quiso acabar con El Empecinado y su partida, nombrando al general Hugo (padre del escritor) al que asignó un gran contingente de caballería, artillería y unidades de contraguerrilla para que acabara con él. Inesperadamente, Hugo viendo sus pocos progresos aún tuvo que pedir más refuerzos a Belliard para intentar atraparlo. ¿Cómo se explica esta exitosa estrategia guerrillera en un amplio territorio y con un éxito prolongado donde otros líderes militares de carrera del ejército regular parecían fracasar? ¿Sus dotes como jefe militar eran debidas solo a sus aptitudes personales o tienes constancia que también se preocupara de perfeccionar su estilo de mando?
La táctica que empleaba El Empecinado era la de guerrillas, o como él mismo la denominaba: “a la sertoriana, viriática o jugurteña”. Se trataba de una forma de lucha que no seguía los cánones de la época, a los que estaban sujetos los ejércitos, incluido el francés. En la guerra de guerrillas no se reunían grandes contingentes de hombres, caballería y artillería para librar una batalla con resultado inmediato, como era habitual, sino que se buscaba una guerra de desgaste que minara poco a poco las fuerzas y la moral francesas.
El año 1809 fue desastroso para la zona central de España, donde operaba El Empecinado. Las derrotas de Almonacid de Toledo, Uclés y Ocaña provocaron la retirada del ejército regular español, dejando a las guerrillas —entre ellas, la del Empecinado— como únicas fuerzas de resistencia en la región. ¿Por qué el ejército regular fracasó y desapareció, mientras que las partidas de guerrilla resistieron durante toda la contienda? Como señalé antes, un ejército más débil que su enemigo no puede subsistir en la misma zona, pues al ser un contingente grande necesita maniobrar con rapidez ante cualquier amenaza. Las partidas de guerrilla, por el contrario, eran fuerzas ágiles, móviles y con gran facilidad para disolverse cuando era preciso, además de conocer a la perfección el territorio donde operaban.
El Empecinado poseía dotes de liderazgo y no temía enfrentarse al enemigo, pero carecía de formación militar. Con el tiempo, adaptó y perfeccionó su modo de combatir, aunque nunca abandonó por completo las tácticas guerrilleras, ni siquiera cuando llegó a contar con cerca de 8.000 hombres en su División. Sus cuerpos de infantería y caballería apenas conocían las ordenanzas ni la disciplina militar. Solicitó oficiales para instruir a sus hombres, pero no llegaron hasta septiembre de 1812. Para entonces, su División empezaba a actuar junto a otras consideradas “profesionales”, y se hizo patente la escasa instrucción y la falta de capacidad para maniobrar de manera conjunta. Fue un gran general, pero siempre bajo las pautas de la guerrilla. En el libro se aprecia con claridad la evolución de sus partidas de guerrilla a una División Volante y los desaires que sufrió en los últimos meses de la guerra por parte de oficiales de carrera y que incluso perduraron posteriormente durante su vida militar.
▫ En 1820, el rey Fernando VII, a través de un familiar lejano, ofreció a El Empecinado una suma considerable para armar y levantar un ejército en su favor contra los liberales. Si la respuesta atribuida a El Empecinado es verídica, merece una placa: «Di al Rey que, si no quería la Constitución, que no la hubiera jurado; que El Empecinado la juró y jamás cometerá la infamia de faltar a su juramento«. ¿Crees que una figura como la suya podía encajar en un mundo políticamente convulso, lleno de intrigas y traiciones como el del reinado de Fernando VII, donde la oposición al monarca rara vez era perdonada?
El Empecinado era fiel tanto a la Constitución de 1812 como a su rey. Entre julio de 1814 y 1823 experimentó un conflicto interno, pues ambos ideales no eran complementarios. Como vasallo leal, se negaba a aceptar la realidad y se aferraba a la idea de que la camarilla que rodeaba a Fernando VII era la que realmente gobernaba y tomaba decisiones contrarias a los deseos del monarca, como era la derogación de la Constitución de 1812. Además, el rey tenía en alta estima a Juan Martín y le concedía casi todo lo que solicitaba, por lo que el Empecinado seguía confiando en Fernando VII. No es cierto que en febrero de 1815 fuera enviado de cuartel a Castrillo de Duero a causa del manifiesto que entregó personalmente a Fernando VII criticando su forma de gobierno y su alejamiento del pueblo. Si bien dicha crítica pudo molestar al monarca, no provocó su destierro inmediato. De hecho, pocos meses después fue destinado al ejército comandado por Palafox para vigilar la frontera con Francia ante el regreso de Napoleón de su exilio en Elba. Los problemas que finalmente lo obligaron a permanecer en su pueblo se debieron, sobre todo, a su enfrentamiento con su esposa, Catalina de la Fuente, y a la animadversión del entonces capitán general de Castilla la Vieja, Carlos O’Donnell.
Al final, en El Empecinado prevaleció su defensa de la Constitución de 1812, lo que lo llevó a unirse a la sociedad de los Comuneros, cuyo objetivo principal consistía en proteger la Constitución en su totalidad sin admitir modificaciones y combatir cualquier amenaza contra ella, incluido el propio rey. Este proceso de radicalización culminó en 1823, cuando la causa liberal estaba casi perdida. Entonces empezó a recibir propuestas directas del entorno de Fernando VII para pasarse al bando realista, hecho que lo condujo a romper definitivamente con el monarca y a tomar las armas contra su facción. Esto le acarreó consecuencias fatales, siendo finalmente ejecutado el 19 de agosto de 1825 en Roa (Burgos).
▫ La lucha de El Empecinado contra los franceses bien sería digna de un guion cinematográfico, de hecho su figura salía protagonizada por Sancho Gracia en la famosa serie Los desastres de la guerra, de Mario Camus e incluso el académico Pedro Laín Entralgo escribió un drama basado en su figura. ¿Te animarías a escribir un guion sobre su historia y qué actor o actores presentes o pasados crees que lo podrían interpretar o te gustaría que lo hicieran o hubieran hecho?
Curiosamente, varias personas que han leído el libro me han comentado que es como “ver” una película. La vida de Juan Martín Díez podría adaptarse perfectamente al cine, pues cuenta con acción, drama y está situada en un periodo crucial de la historia de España, cuyas consecuencias aún perduran. Sin embargo, yo no me atrevería a escribir un guion cinematográfico porque desconozco por completo ese proceso. El libro está ahí y bien podría servir como base sólida para la creación de un guion.
Los Desastres de la Guerra es una serie magnífica, y Sancho Gracia hace un buen trabajo interpretando a Juan Martín Díez, El Empecinado. Sin embargo, cuando aparece en pantalla, resulta difícil distinguir si estamos viendo a Curro Jiménez o al Empecinado, debido a que Sancho Gracia quedó muy encasillado con el personaje del antiguo barquero de Cantillana convertido a bandolero. El capítulo de la serie Paisaje con figuras, de Antonio Gala, dedicado al Empecinado, me parece excelente. Cuando lo vi por primera vez en mi juventud, me impresionó muchísimo. En la escuela —en EGB— estudié al Empecinado, pero solo como un ejemplo de guerrillero; desconocía que había sido ejecutado por orden del rey. Ver en ese capítulo las penurias que sufre en la cárcel de Roa, así como el resumen de su situación (ahora he conocido que hay detalles en el guion que se extrajeron del expediente de embargo de bienes al que me he referido antes) hace reflexionar sobre cómo una de las figuras más destacadas de su tiempo pudo llegar a tan lamentable final. Recientemente, volví a ver este episodio por Internet.
Respecto a actores actuales que podrían encarnar al Empecinado en una película, creo que el más adecuado podría ser Luis Tosar, quizá también Ginés García Millán o Carlos Bardem; por supuesto, todos con la caracterización adecuada.
▫ ¿Nos podrías comentar cuáles son tus proyectos presentes y futuros respecto a tus actividades que tengan como marco la Guerra de Independencia o por el contrario abrirás otros frentes valga la expresión, en tu singladura vital?
Cuando terminé el libro, pensé que tendría que pasar bastante tiempo antes de empezar otro, debido al gran esfuerzo que me supuso. No obstante, apenas han transcurrido unos meses y ya siento ganas de embarcarme en un nuevo proyecto. Actualmente estoy recopilando información en archivos y espero iniciarlo en septiembre, una vez haya cumplido todos los compromisos surgidos a raíz del libro de El Empecinado. Me han solicitado en diversos lugares que presente el libro o que hable sobre la figura del Empecinado y las guerrillas. Suelo ser de los que no saben decir que no y, como me gusta adaptar cada charla al lugar donde la imparto, preparar la presentación me lleva un tiempo. Calculo que para septiembre, una vez pasado el aniversario de la ejecución del Empecinado, podré dejar que el personaje siga su camino por sí solo y dedicarme a otros proyectos. De todas formas, una cosa es comenzar un nuevo libro ahora y otra muy distinta es saber cuándo podré terminarlo. Por eso, prefiero no adelantar nada sobre ese posible libro, por si finalmente no lo llevo a cabo.
También voy a ser más constante con el blog, que he tenido un tanto descuidado por los motivos que he mencionado. Dispongo de cientos de historias interesantes sucedidas durante la Guerra de la Independencia y me gustaría ir publicándolas poco a poco. Además, he iniciado junto con José Manuel Rodríguez un proyecto que consiste en recorrer campos de batalla de la Guerra de la Independencia, grabar nuestras visitas comentando lo que ocurrió sobre el terreno y subir los vídeos a YouTube. Hasta ahora hemos grabado en Talavera de la Reina, Somosierra, Almonacid de Toledo y Uclés; nuestro siguiente destino será Ocaña y continuaremos con todos los lugares que podamos. Es un proyecto que me parece muy interesante y, además, disfrutamos mucho realizándolo, ya que no llevamos guion y lo que comentamos son reflexiones espontáneas al contemplar el terreno.
Por supuesto, todo lo que venga en el futuro seguirá ligado a las guerras napoleónicas.
* Agradecer muy especialmente a Miguel Ángel García García que nos haya atendido para la elaboración de esta entrada para «El Rincón de Byron».

Miguel Ángel García García es uno de los pioneros en la creación de páginas Web de temática militar en España, publicó en el año 1997 la página www.batalladetrafalgar.com dedicada a la famosa batalla, siendo sitio de referencia en el 2005 durante el Bicentenario de este acontecimiento histórico. Con el paso de los años la página se ha convertido en un blog con noticias y artículos de investigación del propio autor relacionados con las guerras napoleónicas y en especial sobre la ocupación de las tropas francesas en España. Desde hace unos años, además, administra el grupo de Facebook: La Guerra de la Independencia Española – Peninsular War, sitio de reunión de investigadores e historiadores sobre este periodo. Experto en documentos y objetos de militaría napoleónica, ha organizado varias exposiciones destacando las celebradas en octubre de 2012 y 2014 en el monasterio Santa María de Palazuelos (Cabezón de Pisuerga).
Es miembro del Foro para el Estudio de la Historia Militar de España (FEHME), de la Asociación Napoleónica Española (ANE) y siendo autor de los siguientes libros:
– 1812, Wellington en Valladolid, Diputación de Valladolid, 2009.
– El Empecinado. La vida de D. Juan Martín Díez, FEHME, 2024
Ha publicado también numerosos artículos, entre ellos:
– Revista Madrid Histórico: Nº 53, 2014 — Madrid en la Guerra de la Independencia (I) Dossier.; Nº 54, 2014 — Madrid en la Guerra de la Independencia (II) Dossier.
– Cuadernos del Bicentenario: Nº 29, abril 2017 — Francisco Sánchez, el cojo de Arapiles. Guía histórico del campo de batalla.; Número Extraordinario, junio 2017 — El sitio de Ciudad Rodrigo de 1812.; Nº 32, abril 2018 — Juan Martín Díez, el Empecinado, la familia, matrimonio y descendencia.; Nº 33, agosto 2018 — Juan Martín Díez, el Empecinado. Los inicios.; Nº 34, diciembre 2018 — Juan Martín Díez, el Empecinado. Días de gloria.; Nº 42, agosto 2021 — Documentos históricos singulares. Carta del mariscal Ney. La Coruña 4 de marzo de 1809.; Nº 43, diciembre 2021 — Documentos históricos singulares. Durán y su persecución al comisario de policía Juan Manuel Diez de Arcaya.; Nº 46, diciembre 2022 — Documentos históricos singulares. La carta del teniente Edward Bowater desde Boecillo, 31 de julio de 1812.
– Revista Alkaid: Nº 4, 2009 – La repercusión de la Guerra de la Independencia en la población civil española.
– El Norte de Castilla (Salamanca): 20 julio 2015 — Francisco Sánchez, guía histórico del campo de batalla de Arapiles.
