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Patrick Rambaud (1) |
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Moscú, 1812. Pintura de Dmitry Kardovsky (1866-1943) (2) |
Las peripecias de Roque, D’Herbigny y los de su entorno, en particular una compañía de comediantes franceses que se une al ejército en retroceso, nos informan del dramatismo del momento histórico con lo que espero sea sumo verismo. […]
El paso del río Berezina resulta verdaderamente espeluznante, como también los pequeños grandes dramas padecidos por los personajes y uno que otro detalle sórdido –perverso atractivo, el del horror-. Es el contraluz espantoso de las manidas gestas históricas, sean éstas exitosas o fallidas. Como tal contraluz, la novela funciona, y bien.
Napoleón se nos aparece fugazmente en su dimensión propiamente humana; irascible, caprichoso, debilitado por la enfermedad; incluso patético en su precipitada huída bajo identidad falsa. El fracaso en Rusia lo aleja de la leyenda de sí mismo\».(3)

“A la mañana siguiente Moscú seguía ardiendo. Sebastián Roque se había reincorporado a su puesto en el palacio Petrovski, la barroca residencia de verano de los zares, un castillo de sillería y tejas con torres griegas y murallas tártaras. En el centro de una inmensa sala redonda, bajo una cúpula que la iluminaba, Napoleón había mandado que desplegaran su gran mapa de Rusia manchado de cera y tinta. Mofletudo despeinado, el barón Bacler d’Albe, jefe de los ingenieros geógrafos, se había puesto a cuatro patas para colocar alfileres de colores que indicaban las posiciones de los dos ejércitos. El emperador reflexionaba acerca de los supuestos movimientos de las tropas contrarias:
– Sólo estamos a quince días de marcha de San Petersburgo –dijo por fin-. Nuestros batidores nos aseguran que hay vía libre.
– Está llegando el invierno –dijo Berthier-, ¿y vamos a avanzar hacia el norte?
El teniente coronel y los oficiales estaban preocupados. El emperador prosiguió:
– El zar se teme esta ofensiva. Ha ordenado que evacúen los archivos y tesoros a Londres.
– Tenemos las informaciones de los cosacos pero ¿qué saben ellos? ¿Y si quieren engañarnos?
-¡Callaos! ¡Los informes de Murat deberían reafirmarnos, hatajo de gallinas! El ejército ruso está bajo de moral, el rey de Nápoles ve como desertan sus soldados, ¡los cosacos están dispuestos a ponerse bajo su mando!
– Los cosacos admiran el coraje del rey de Nápoles, sire, pero ya sabéis como son…
-¡Decídmelo vos!
-Murat se deja convencer porque le adulan.
– Además –prosiguió Duroc-, el rey de Nápoles sólo se tropieza con la retaguardia. ¿Dónde está el ejército de Kutúzov?
-Por aquí, probablemente, más hacia el este.
-No podemos estar seguros de eso, sire.
-¡Pero sé como razona ese tuerto!
-¿Y si hubiera vuelto al sur, a alguna región fértil, a reponer fuerzas?
-¿Adonde?
-Quizás hacia Kaluga.
-¡Mostradme dónde está ese Calígula!
-Kaluga, sire, debajo de vuestro pie izquierdo…
-¡Suposiciones!
El emperador se puso a cuatro patas como su geógrafo, desplazó los alfileres y comentó:
– Las divisiones del virrey de Italia se dirigen hacia San Petersburgo, por aquí, los otros cuerpos fingirán seguirles pero se limitarán a apoyarles. ¿Comprendéis? La retaguardia se mantendrá en los alrededores de Moscú. En las llanuras, nuestras columnas efectuarán un movimiento circular, como aquí, para integrar a los bávaros de Gouvion-Saint-Cyr y sorprender a los rusos por la espalda…
-¡Bravo, sire! –exclamó el príncipe Eugenio de Beauharnais, virrey de Italia, de bigote corto y cabellos ralos.
-¡Oh no, sire, si resulta que Kutúzov está bajando hacia Kaluga, nos va a cortar el camino de vuelta!
-¡Berthier! ¿Quién habla de volver? ¡Yo no puedo recular! ¿Queréis que me desprestigie? ¡Iré a buscar la paz a San Petersburgo!
-Si el zar quisiera negociar no habría destruido Moscú.
– Alejandro me tiene aprecio, ¡él no ha dado la orden de quemar su capital!
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Mapa de Charles Minard (1869) que muestra el movimiento, las pérdidas humanas y la temperatura ambiental durante la campaña de Napoleón contra Rusia en 1812. Litografía, 62 x 30 cm.(4) |
-Sire –intervino el conde Daru, que gobernaba la intendencia-, a pesar de todo deberíamos retirarnos antes del invierno. Los hombres están al límite.
-¡No son hombres, son soldados!
-Pero los soldados también necesitan alimentarse…
-Cuando esta desgracia de incendio se extinga, visitaremos los sótanos donde encontraremos cuero y pieles para el invierno.
-¿Y víveres?
-¡Tiene que haber! ¡Y si es preciso, mandaremos que nos los traigan de Danzig!
En cuclillas, con ambas manos y la nariz pegada al mapa, el emperador se acaloraba; creaba una Rusia a su conveniencia, trazaba rutas que cruzaban ciénagas, recogía cosechas imaginarias, lanzaba cargas de caballería, se adjudicaba victorias. Avanzando así hacia San Petersburgo, se dio un coscorrón con su geógrafo(*), lanzó un grito, le insultó en dialecto corso. Nadie osó sonreír. La suerte de cien mil hombres dependía de una palabra; por una vez, todos sabían que la realidad no iba a doblegarse a un capricho.”
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Fuentes: