Nevaba, de Patrick Rambaud

Patrick Rambaud (Paris, 21/4/1946) es un crítico y autor francés, del que ya escribimos una reseña hace unos meses de su excelente La Bataille (La batalla), premio Goncourt y Premio a la novela de la Académie française. En el año 2000 publicó el segundo tomo de la trilogía sobre la época napoleónica Il neigeait (Nevaba) que detallamos en esta entrada. En el año 2003 publicó por último el título que cierra la trilogía, L’Absent, del que ignoramos que se haya traducido al castellano.


  
Patrick Rambaud (1)
 
Nevaba tiene los argumentos propios de su antecesora, un gran conocimiento del tema y la época y un gran narrativa para la descripción de los personajes y su ambiente, aunque personalmente no la encuentro tan redonda como La Batalla (segundas partes nunca fueron buenas, dicen), tiene todos los atributos de las buenas novelas históricas. 
Moscú, 1812. Pintura de Dmitry Kardovsky (1866-1943) (2)
 
Nebava recrea uno de los episodios más trágicos y a la vez gloriosos de la epopeya napoleónica: la derrota ante el ejército ruso. – See more at: http://www.tirant.com/libreria/libro/nevaba-patrick-rambaud-9788427028449#sthash.Obh5S8bG.dpuf
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Ésta narración de Rambaud recrea uno de los episodios más trágicos y a la vez gloriosos de la epopeya napoleónica: la campaña de Rusia de 1812, el \»Armageddon\» que narraba Ridley Scott en su excelente opera prima, \»Los Duelistas\», y que ha quedado en el imaginario popular francés como sinónimo de catástrofe de dimensiones descomunales: \»C\’est la Bérézina!\».

No me he resistido a citar parte de la reseña que hace Iñigo en la web Hislibris, detallando con gran acierto la sinopsis de la obra:

Tras breve preámbulo, el relato nos sitúa rápidamente en tierra rusa, en la víspera de la toma de Moscú. Concluye en París, 1813, en los días en que los ejércitos convergen en Leipzig (en cuyas proximidades se librará la célebre Batalla de las Naciones). En el desarrollo de la trama, dos son los episodios que sirven de nudo temático: la ocupación de Moscú, capital semiabandonada, desabastecida y pronto pasto de las llamas; y la desastrosa retirada del ejército napoleónico, al que se suma una multitud de civiles franceses y de otras nacionalidades, residentes o visitantes que temenlas represalias de los rusos. Dos, también, los protagonistas: el capitán D’Herbigny y el secretario Sébastien Roque. Oriundos ambos de Normandía, difícilmente podrían ser caracteres más disímiles. El capitán parece cortado según el patrón del soldado hosco y valentón, muy a gusto hendiendo cabezas o destripando torsos enemigos (cosas de las que es muy capaz aun después de haber perdido la mano derecha). El escribiente, en cambio, dadas sus escasas aptitudes marciales, cree haber nacido en siglo equivocado; incluso lamenta el que su elegante caligrafía lo pusiera al servicio del emperador, viéndose arrastrado a una guerra de la que nada quisiera saber. […]
Las peripecias de Roque, D’Herbigny y los de su entorno, en particular una compañía de comediantes franceses que se une al ejército en retroceso, nos informan del dramatismo del momento histórico con lo que espero sea sumo verismo. […]
El paso del río Berezina resulta verdaderamente espeluznante, como también los pequeños grandes dramas padecidos por los personajes y uno que otro detalle sórdido –perverso atractivo, el del horror-. Es el contraluz espantoso de las manidas gestas históricas, sean éstas exitosas o fallidas. Como tal contraluz, la novela funciona, y bien.
Napoleón se nos aparece fugazmente en su dimensión propiamente humana; irascible, caprichoso, debilitado por la enfermedad; incluso patético en su precipitada huída bajo identidad falsa. El fracaso en Rusia lo aleja de la leyenda de sí mismo\».(3)



Os transcribo un fragmento de la novela, que describe una reunión entre Napoleón, Berthier y algunos de sus altos mandos, que presagia el principio del desastre:

“A la mañana siguiente Moscú seguía ardiendo. Sebastián Roque se había reincorporado a su puesto en el palacio Petrovski, la barroca residencia de verano de los zares, un castillo de sillería y tejas con torres griegas y murallas tártaras. En el centro de una inmensa sala redonda, bajo una cúpula que la iluminaba, Napoleón había mandado que desplegaran su gran mapa de Rusia manchado de cera y tinta. Mofletudo despeinado, el barón Bacler d’Albe, jefe de los ingenieros geógrafos, se había puesto a cuatro patas para colocar alfileres de colores que indicaban las posiciones de los dos ejércitos. El emperador reflexionaba acerca de los supuestos movimientos de las tropas contrarias:

– Sólo estamos a quince días de marcha de San Petersburgo –dijo por fin-. Nuestros batidores nos aseguran que hay vía libre.

– Está llegando el invierno –dijo Berthier-, ¿y vamos a avanzar hacia el norte?

El teniente coronel y los oficiales estaban preocupados. El emperador prosiguió:

– El zar se teme esta ofensiva. Ha ordenado que evacúen los archivos y tesoros a Londres.

– Tenemos las informaciones de los cosacos pero ¿qué saben ellos? ¿Y si quieren engañarnos?

-¡Callaos! ¡Los informes de Murat deberían reafirmarnos, hatajo de gallinas! El ejército ruso está bajo de moral, el rey de Nápoles ve como desertan sus soldados, ¡los cosacos están dispuestos a ponerse bajo su mando!

– Los cosacos admiran el coraje del rey de Nápoles, sire, pero ya sabéis como son…

-¡Decídmelo vos!

-Murat se deja convencer porque le adulan.

– Además –prosiguió Duroc-, el rey de Nápoles sólo se tropieza con la retaguardia. ¿Dónde está el ejército de Kutúzov?

-Por aquí, probablemente, más hacia el este.

-No podemos estar seguros de eso, sire.

-¡Pero sé como razona ese tuerto!

-¿Y si hubiera vuelto al sur, a alguna región fértil, a reponer fuerzas?

-¿Adonde?

-Quizás hacia Kaluga.

-¡Mostradme dónde está ese Calígula!

-Kaluga, sire, debajo de vuestro pie izquierdo…

-¡Suposiciones!

El emperador se puso a cuatro patas como su geógrafo, desplazó los alfileres y comentó:

– Las divisiones del virrey de Italia se dirigen hacia San Petersburgo, por aquí, los otros cuerpos fingirán seguirles pero se limitarán a apoyarles. ¿Comprendéis? La retaguardia se mantendrá en los alrededores de Moscú. En las llanuras, nuestras columnas efectuarán un movimiento circular, como aquí, para integrar a los bávaros de Gouvion-Saint-Cyr y sorprender a los rusos por la espalda…

-¡Bravo, sire! –exclamó el príncipe Eugenio de Beauharnais, virrey de Italia, de bigote corto y cabellos ralos.

-¡Oh no, sire, si resulta que Kutúzov está bajando hacia Kaluga, nos va a cortar el camino de vuelta!

-¡Berthier! ¿Quién habla de volver? ¡Yo no puedo recular! ¿Queréis que me desprestigie? ¡Iré a buscar la paz a San Petersburgo!

-Si el zar quisiera negociar no habría destruido Moscú.

– Alejandro me tiene aprecio, ¡él no ha dado la orden de quemar su capital!

Mapa de Charles Minard (1869) que muestra el movimiento, las pérdidas humanas y la temperatura ambiental durante la campaña de Napoleón contra Rusia en 1812. Litografía, 62 x 30 cm.(4)


-Sire –intervino el conde Daru, que gobernaba la intendencia-, a pesar de todo deberíamos retirarnos antes del invierno. Los hombres están al límite.

-¡No son hombres, son soldados!

-Pero los soldados también necesitan alimentarse…

-Cuando esta desgracia de incendio se extinga, visitaremos los sótanos donde encontraremos cuero y pieles para el invierno.

-¿Y víveres?

-¡Tiene que haber! ¡Y si es preciso, mandaremos que nos los traigan de Danzig!

En cuclillas, con ambas manos y la nariz pegada al mapa, el emperador se acaloraba; creaba una Rusia a su conveniencia, trazaba rutas que cruzaban ciénagas, recogía cosechas imaginarias, lanzaba cargas de caballería, se adjudicaba victorias. Avanzando así hacia San Petersburgo, se dio un coscorrón con su geógrafo(*), lanzó un grito, le insultó en dialecto corso. Nadie osó sonreír. La suerte de cien mil hombres dependía de una palabra; por una vez, todos sabían que la realidad no iba a doblegarse a un capricho.” 

 

Incendio de Moscú (15-18/IX/1812), tras la toma de Napoleón de la ciudad. (5)

 
(*)  Louis Bacler d\’Albe era el jefe de la Oficina topográfica, del Gabinete asignado directamente a la Casa de Napoleón (Napoleon Maison). La anécdota del \»coscorrón\» tiene visos de veracidad ya que viene descrita en otras fuentes de la época.

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Fuentes:

(1) «Patrick Rambaud 2010 a» de Siren-Com – Trabajo propio. Disponible bajo la licencia CC BY-SA 3.0 vía Wikimedia Commons – http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Patrick_Rambaud_2010_a.jpg#/media/File:Patrick_Rambaud_2010_a.jpg
(4) «Minard» de Charles Minard (1781-1870) – see upload log. Disponible bajo la licencia Dominio público vía Wikimedia Commons – https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Minard.png#/media/File:Minard.png
(6) \»Nevaba\» – Patrick Rambaud – Ed. Martínez Roca, S.A., Madrid, 2004

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