Daniel Aquillué Domínguez, honra en la historiografía del siglo XIX español

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Portada del libro «Soldados» de Jordi Bru, con textos de Daniel Aquillué. (a)

La Historia del s. XIX ha sido convulsa y agitada como pocos periodos históricos de la Humanidad: revoluciones sociales más o menos violentas, levantamientos armados regionales, conflictos armados generalizados entre naciones, cambios de sistemas de gobierno, etc.

Daniel Aquillué, zaragozano de nacimiento, circunstancia que ya de por sí imprime carácter y nobleza, es Doctor en Historia Contemporánea y profesor en la Universidad Isabel I, de Burgos, haciendo del estudio del siglo XIX en España uno de sus principales objetos de investigación, del que ha elaborado un buen número de artículos, publicado libros, impartido varias conferencias, y simultaneado con apariciones en los medios televisivos e Internet.

En febrero de este año tuve mi primer contacto con Daniel Aquillué, a través de un amigo común, por temas ajenos a los de la entrevista, pero que posibilitaron que se estableciera un prolongado intercambio de ideas con él a través de las redes sociales, hasta hace bien pocas semanas que le propuse realizar una entrevista para el blog, a la que accedió amablemente y que tuvo la deferencia de cumplimentar en un muy breve periodo de tiempo, por lo que de esta manera hemos podido adelantar su publicación a esta misma semana. Con Daniel Aquillué repasamos – como no podía ser de otra manera – el tratamiento actual de la Historia en la enseñanza, algunos aspectos de la guerra de Independencia, las figuras de Palafox, Godoy y Suchet, los sitios de Zaragoza o la entrada desde Francia de los «Cien Mil Hijos de San Luis», aún con la memoria reciente por la guerra de 1808 y en la que tomaron parte por ambos bandos muchos generales que habían combatido en la guerra de Independencia en suelo español.

ENTREVISTA DANIEL AQUILLUÉ

* Eres doctor en Historia Contemporánea por la Universidad de Zaragoza con una tesis sobre el liberalismo en el siglo XIX, una etapa que también ha sido objeto de varios de tus estudios y trabajos. ¿Qué es lo que te llama tanto la atención del siglo XIX en España sobre otros periodos históricos? ¿El devenir de los acontecimientos históricos entre 1800 y 1900 crees que nos ha condicionado en gran manera a los españoles del siglo XX y XXI?

«Debo comenzar diciendo que, de pequeño, lo que me gustaba de la historia eran los romanos, los castillos y caballeros medievales, la aventuras que leía en novelas de ambientación histórica… Y de repente, llegó el siglo XIX. Es una anécdota que cuento muchas veces: era un domingo 17 de abril de 2005, tenía 15 años, y en Torrero, en Zaragoza, vi una recreación histórica de los sucesos de 1808, realizada por la asociación Voluntarios de Aragón. Aluciné al descubrir lo que habían sido los Sitios de Zaragoza. Seguido, empecé a leer los Episodios Nacionales de Pérez Galdós y me sumergí de lleno en la vorágine decimonónica. De ahí, a la carrera, donde me topé con buenos profesores de historia contemporánea y, en concreto, con Carmen Frías. Ella nos explicaba casi con fervor revolucionario el proceso de la gran Revolución Francesa de 1789-1795. Fue imposible no cautivarse ante una historia que cambió la Historia. Así entré en el siglo XIX: por la recreación histórica, Galdós y las clases.

Tras la fascinación juvenil, llegó la investigación. Percibía que el siglo XIX no recibía suficiente atención historiográfica, a pesar de muy notables trabajos. Menos importaba aún en la cultura popular en la que, como mucho, se conocían las fechas icónicas de 1808 y 1898. En mi tesis quería encontrar a los protagonistas de la Revolución Española. Y tanto que los encontré, pero no solo en barricadas en las ciudades sino hasta en el más pequeño pueblo. Porque en el siglo XIX hubo una intensísima movilización y politización, se creía que se podía construir un mundo nuevo, todos los horizontes estaban abiertos, todo se ensayó tras el derrumbe del Antiguo régimen. Y ahí vienen los cambios y convulsiones, en España y en todas partes. Eso lo hace fascinante e interesante, sin necesidad de mitificar. Y es que, actualmente, somos herederos de los marcos políticos, sociales, culturales y económicos levantados a lo largo del XIX. ¡Cómo no me va a llamar la atención!

No somos las gentes del XIX, los contextos son muy distintos, pero el XIX sigue muy presente, en las instituciones como la monarquía parlamentaria y constitucional, las Cortes divididas en un Congreso y un Senado; en la política, con partidos que se fundaron en el XIX como el PSOE o el PNV, la división derecha/izquierda; en los discursos nacionalistas y los símbolos nacionales, pues la bandera y el himno son instituidos a lo largo del XIX; en discursos de género; en cuestiones económica, pues en el XIX se implanta el sistema capitalista y surgen las críticas al mismo; en nuestra visión del pasado histórico, tamizada por el filtro nacionalista del XIX; en la cotidianeidad, con los nombres de nuestras calles o las estatuas que las adornan, o incluso en lo que comemos, pues la tortilla de patatas es originaria del XIX, al igual que las croquetas como las conocemos, o los vinos de La Rioja. Por no hablar de algo tan español como las fiestas… Pensamos que muchas de nuestras tradiciones y fiestas son longevas cuando en realidad se inventan o se reinventan en el XIX.»

* Aparte de tus actividades como historiador y divulgador ejerces también labores de docencia a nivel universitario. Por lo general, ¿se explica correctamente la Historia a nuestros jóvenes estudiantes en los libros de texto y en los medios audiovisuales? ¿No crees que hay un cierto riesgo en que algunas interpretaciones historiográficas actuales distorsionen una visión del pasado por querer explicarlo solo con valores y doctrinas de pensamiento modernas?

«Hay buenos y malos historiadores, buenos y malos docentes, como pasa en todas las profesiones. Los libros de texto de Secundaria se suelen ajustar a lo que indican las demasiado cambiantes leyes educativas, y a veces se sintetiza mucho, dejando cosas fuera. Admiro mucho a los compañeros y compañeras que trabajan en Secundaria, en situaciones complejas, con altas ratios de alumnos y una burocracia que ahoga la docencia. En la educación universitaria hay otras problemáticas, por ejemplo, la forma de evaluación sobre los investigadores y la excesiva burocracia de la ANECA o los muy confusos cambios legislativos promovidos por el Ministerio de Universidades. Hay margen de mejora. En mi experiencia personal, ahora en la Universidad Isabel I, procuro ser cercano al alumnado y ofrecer no solo mis conocimientos sino todo un repertorio de recursos y herramientas para que puedan acercarse al pasado histórico. Hay que saber dónde buscar la información fiable, cómo analizarla, cómo interpretarla y cómo transmitirla.

Los recursos audiovisuales tienen muchas aristas. Para empezar, casi siempre prefieren la ficción con un halo historicista a un producto con rigor histórico. Hay quienes suelen sufrir son los asesores históricos. En verdad, la historia por sí misma tiene historias alucinantes, la moda de cada época es maravillosa… Y no haría falta inventar nada, pero… En cualquier caso, las producciones de cine, televisión, videojuegos pueden servir para un acercamiento a un personaje, acontecimiento o periodo histórico, y a la vez son un objeto de estudio historiográfico, porque no son inocentes y nos hablan de la época y de quiénes los crean, así como de su visión del pasado. El tema del análisis de los videojuegos está muy en boga con estudios como los de Alberto Venegas, por ejemplo.

Respecto a lo último que preguntas, hay ahora, igual que ha sucedido siempre, usos y abusos públicos de la historia, con intereses políticos e identitarios. No es algo nuevo, pero ahora lo percibimos más a través de discursos y redes sociales.

La historia, por su parte, no es algo estático ni algo que podamos cocinar a nuestro gusto. La historia se investiga, interpreta y reinterpreta constantemente. La historia se construye en cada contexto histórico. Eso hacemos los historiadores, investigar, interpretar, hacer de mediadores entre el lugar extraño que es el pasado y la sociedad presente. Y lo debemos hacer con profesionalidad, con método y con honestidad.»

* Un personaje como Manuel Godoy ha tenido siempre un aspecto controvertido en la historiografía española de finales del S. XVIII y principios del XIX. Polémico y denostado por la mayoría, en los altos empleos que tuvo jugó un papel destacado en las alianzas forjadas primero con Inglaterra y luego con la Francia Revolucionaria. ¿En una monarquía en crisis y con problemas de Hacienda, se pudo gobernar más eficientemente por parte del “Príncipe de la Paz” o la situación ya era insalvable o irreversible para la corona española? ¿Se pudieron llegar a evitar las guerras con la Francia Revolucionaria?

«Quiero comenzar señalando que me sigue sorprendiendo cómo a la altura de 2023 se siguen repitiendo, a derecha e izquierda, la propaganda del partido fernandino, de Fernando VII, para tachar a Godoy de inepto, tirano y amante de la reina María Luisa. Hay muy buenas investigaciones sobre Godoy, como las de Emilio La Parra, y sobre María Luisa, como las de Calvo Maturana, que los sitúan en su contexto histórico y destierran ese bulo de que fueran amantes e incompetentes.

También hay que aclarar algo básico: nosotros sabemos lo que pasó, pero en su momento no sabían lo que iba a pasar. Se juzga, a veces, muy a la ligera a las gentes del pasado. Carlos IV y Godoy jugaron sus cartas como pudieron en un contexto harto complicado, al que no se tuvo que enfrentar el mitificado Carlos III. La Revolución Francesa primero, Napoleón después, pusieron el mundo patas arriba, si se me permite la expresión.

La guerra en 1793 fue inevitable tras la ejecución de Luis XVI, familia de Carlos IV. Hasta entonces la había postergado, siendo que otras monarquías ya habían atacado a los revolucionarios en 1792. La Guerra de la Convención quedó prácticamente en tablas, con los dos ejércitos al borde del colapso. El retorno a la tradicional alianza hispano-francesa fue una necesidad ante el auge marítimo del Reino Unido, que amenazaba los intereses económicos de ambos países. En 1801, con la invasión de Portugal, Godoy mostró, todavía, la fuerza y poder de la monarquía española frente a un cónsul francés, Napoleón. Para 1808 todo había cambiado. En esos años que mediaron se conjugaron poco menos que los jinetes del apocalipsis contra la España peninsular: malas cosechas, epidemias de fiebre amarilla, bloqueo comercial, crisis política y acantonamiento de tropas napoleónicas. Difícil era salir airoso de esa situación. Godoy había sido el hombre fuerte de los reyes, el leal servidor de la monarquía, un hombre al margen de los partidos aristocráticos tradicionales, con poder e ideas reformistas… Debía dirigir y regenerar España, bajo la supervisión de los monarcas, en una situación convulsa e incierta. Pero ni él ni nadie pudo lidiar airosamente con el fulgurante ascenso del emperador Bonaparte.»

* Otra figura del pasado español y aragonés es la persona de José de Palafox, que ha sido ampliamente tratada y debatida. Más allá de las intrigas en el poder, su gestión militar de la guerra en los Sitios… En estos últimos años, ¿hemos pasado de la visión romántica del s. XIX de la resistencia a ultranza del pueblo unida al personaje, a la fría visión actual -cuestionable o no- de su conducta militar y personal? ¿Cuál es tu opinión personal sobre su papel durante la guerra de la Independencia?

«José de Palafox es alguien con el que debo decir que me iría de cañas, permíteme la frivolidad. Es un personaje. Me fascina. En el siglo XIX se construyó como mito de caudillo heroico, vencedor del primer Sitio de Zaragoza. Ya en 1808 y 1809 todo su círculo (sus hermanos, Garay en la Junta, Jordán de Asso con la Gaceta, Infantado, Montijo…) lo promovieron como un paladín de la causa del rey y la patria, frente a otros como el general Castaños. Actualmente ha sido revisado su papel, por ejemplo, con los trabajos de Herminio Lafoz, y hay consenso en señalar que no fue tal héroe. Yo digo que hay que bajarlo del pedestal y entenderlo como una persona de carne y hueso en un contexto excepcional. Era un joven de 32 años, cortesano, inexperto militar, aupado de forma popular al poder, declaró la guerra a Napoleón sin tener ejército alguno, siguió las doctrinas militares de su época: por eso salió a ofrecer batalla campal y perdió, por eso abandonó la teóricamente indefendible Zaragoza. Pero claro, tuvo fallos estratégicos y actuaciones muy cuestionables, ya en su momento: huyó Zaragoza a su suerte el 15 de junio y el 4 de agosto de 1808; abandonó a su ejército en la batalla de Tudela del 23 de noviembre de 1808; encerró a todo el Ejército de Reserva y parte del del Centro, que robó a Castaños, en el segundo sitio de Zaragoza… Hay que contarlo y, sobre todo, explicarlo todo. Tampoco creo que haya que llegar a las interpretaciones sobre Palafox como las que hizo el investigador Antonio Peiró en un libro reciente, bastante arriesgadas y negativas, a mi juicio.

Además, Palafox, debemos recordar, que cayó preso con la capitulación del 21 de febrero de 1809 y no regresó a España hasta 1814. Le llegó la fama de improviso, su papel fue muy breve y se perdió toda la Guerra de Independencia. En su cautiverio en Vincennes, eso sí aprovecho a leer, mucho. Era alguien realmente culto, hablaba varios idiomas y leía de todos los temas. Y se hizo liberal. El resto de su vida fue un juguete roto, no tuvo cargos realmente relevantes, demasiado leal al rey para unos, demasiado liberal para otros. Recopiló todo lo que pudo sobre los Sitios, controló el relato sobre ellos, reivindicó su papel en la historia.»

* En el año 2021 publicaste “Guerra y cuchillo: Los sitios de Zaragoza. 1808-1809” (La Esfera de los Libros, SL). ¿Qué aspectos quisiste destacar en tu obra de los sitios que no se hubieran ya tratado con anterioridad en la historiografía moderna? ¿Cómo se explicaría que, en 1808 ciudades como Zaragoza o Gerona, entre otras, optaran por la resistencia a ultranza al invasor, mientras que las dos grandes capitales del país como Madrid y Barcelona, en un caso llegaran a ofrecer las llaves de la ciudad a Napoleón tras una breve cañoneo, o Barcelona estuviera ocupada desde el principio hasta el fin de la contienda?

«Los Sitios son un tema que ha dado origen a numerosas publicaciones, pero en su mayoría parciales, centradas en aspectos o personajes concretos.  Muchas de ellas hago referencia en mi libro, como no podía ser de otra forma. Sin embargo, no existía una visión actualizada, global y contextualizada de los Sitios de Zaragoza. En Guerra y cuchillo procuro un acercamiento a los Sitios desde la nueva historia militar, quiero poner rostro a la multitud defensora, explicar sus motivaciones para luchar o huir, explico el contexto que lleva a que una ciudad como Zaragoza resista el embate napoleónico, cómo no se entiende eso sin atender a un ámbito geográfico mucho más extenso y una cronología más amplia. Con este libro creo que cubro un hueco existente y es una obra en la que el lector puede comprender el año de 1808, los porqués, situarse en las calles de Zaragoza, acercarse al campo de batalla de Mallén o intentar sentir el aspecto dramático de las ruinas del 20 de febrero de 1809.

Unas ciudades resistieron y otras no. Explicarlo es hacer historia. Zaragoza, como ciudad abierta, no tenía que resistir según los ideas militares, pero ofreció resistencia por la voluntad de su población civil, fundamentalmente. Gerona, que sí era plaza fuerte, resistió asimismo por una pluralidad de motivos, pero ahí tuvo más que ver el aspecto militar. Barcelona, que estaba también fortificada, no resistió porque nunca tuvo tal opción, al ser tempranamente ocupada por las tropas napoleónicas cuando eran todavía aliadas. El caso de Madrid, en su breve resistencia del 2 al 4 de diciembre, es distinto. Era una ciudad abierta cuya defensa se había planteado en el paso de Somosierra. Fracasada esta, una parte de la población se aprestó a resistir y erigió barricadas, pero la junta optó por capitular ante Napoleón el día 4, considerando ya habían hecho amago de resistencia y que prolongarla sería desastrosa y sinsentido, que era verdad, a tenor de cómo sufrió Zaragoza. Eso sí, el pueblo madrileño ajustaría cuenta contra sus autoridades por la capitulación.»

* Tras el segundo sitio de 1809 mandado por el mariscal Lannes que culmina con la capitulación de la ciudad, generalmente no se suele hablar mucho de la Zaragoza “post-sitios”. ¿Cómo fue la ocupación francesa de la ciudad hasta su liberación en julio de 1813? ¿El papel del mariscal Suchet tuvo especial relevancia en que esta zona del país siguiera más o menos “pacificada” por el resto de la guerra? 

«Sobre la ocupación napoleónica de Zaragoza hay dos grandes trabajos: el de Javier Maestrojuán y el de Sophie Darmagnac. Se destaca el buen gobierno de Suchet, como gobernador de Aragón. Actuaba con mano de hierro en guante de seda. Supo atraerse a parte de la sociedad aragonesa, incluso a personajes como Mariano Domínguez, que de intendente en el Segundo Sitio pasó a comisario bonapartista. Suchet y Honorine, su esposa, se crearon una pequeña corte en Zaragoza, mantuvieron buenas relaciones con el cabildo, hicieron muestra de devoción católica… Suchet manejó muy bien la propaganda, culpaba a los ingleses de los males de España celebraba fiestas, hacía ceremonias públicas por sus victorias para recordar quién mandaba, estableció milicias cívicas y gendarmes contra las guerrillas… Y sus campañas militares en Aragón, Cataluña y Valencia fueron exitosas hasta 1812. Gobernó cual virrey. Y consiguió el bastón de mariscal.»

* ¿El colaboracionismo con los ocupantes de afrancesados o la resistencia ante el invasor fueron similares al del resto de España en tierras de Aragón, o piensas que en la región de Aragón tuvieron algún otro rasgo distintivo que los caracterice particularmente?

«Fue similar, pues en toda España hubo afrancesados, josefinos y colaboracionistas. Cambió sobre todo dependiendo del año y los vaivenes militares. En 1810 parecía que los Bonaparte habían vencido, con lo cual la vida tenía que seguir. Es curioso ver la organización de la contraguerrilla y quienes sirvieron militarmente a José I y a Napoleón. Y ahí remito a los trabajos de Luis Sorando Muzás.»

* Una pregunta que solemos hacer en El Rincón de Byron trata sobre el papel de los generales españoles de los ejércitos de la época que, salvo honrosas excepciones, no dejó de ser bastante discreto, cuando no claramente deficiente. ¿Crees que la historia ha sido justa con ellos? ¿Podrían haber hecho más de lo que hicieron con el material humano y bélico de que disponían? ¿El papel de las Juntas en general, podríamos considerarlo un elemento más negativo que positivo en el comportamiento militar de los generales españoles?

«Hicieron lo que pudieron según su mentalidad militar de presentar batalla campal en formación de línea… pero era inviable con ejércitos de campesinos y artesanos, no profesionales, sino de leva en masa. Y más ante las columnas de infantería napoleónica y la superioridad de la caballería francesa y polaca.

Y luego, además, hubo actuaciones que dejaron mucho que desear, por no decir que fueron lamentables, como la de Lapeña en Tudela, que no acudió con el Ejército del Centro en socorro del ejército de Reserva de O’Neill, dejando su flanco derecho expuesto. Lapeña volvió a tener actuación dudosa en la batalla de la Barrosa o Chiclana en 1811, siendo criticado por los aliados británicos. También fue terrible la actuación de Aréizaga en la desastrosa batalla de Ocaña.

Por otro lado, están los generales que se levaron la fama por méritos que no fueron suyos. Los casos paradigmáticos son el de Castaños, que no venció en Bailén, y el de Palafox, que no fue responsable de la victoria en el primer sitio de Zaragoza.

Y esto nos lleva a hablar de militares profesionales que estuvieron al pie del cañón, como segundones muchas veces, y que fueron mucho más aptos: Reding, O’Neill, Saint Marc, Antonio Torres, el marqués de Lazán, Renovales, Villacampa… Y, por último, los nuevos liderazgos surgidos de la guerrilla, como Espoz y Mina o el Empecinado.»

* Una vez Fernando VII vuelve a entrar en España por Cataluña, con la ciudad de Barcelona aún en poder de los franceses, su comitiva tuvo un recibimiento multitudinario por donde pasaba, como se dice el verdadero retorno del hijo pródigo. Luego vendría la restauración de la política absolutista del Antiguo Régimen, la Inquisición, y la persecución por sus ideas de muchos que habían luchado y dado la vida en su nombre. ¿Cuál fue la política de Fernando VII con respecto a Aragón una vez reinstaurado el monarca en el poder? ¿El no haber tenido la visión de adoptar una política un poco más liberal o aperturista entonces, ha lastrado la política y sociedad españolas durante estos últimos doscientos años y se puede considerar, históricamente hablando, una oportunidad perdida?

«Hay que entender que, en 1814, Fernando VII fue tremendamente popular, era “el Deseado”. Se había construido como doble víctima de la tiranía de Godoy y de la traición de Napoleón. Además, se percibía como el rey que el pueblo había puesto en el trono con el motín de Aranjuez y que esperaban fuese un buen rey paternal tras esos años de crisis.

Fernando VII, a su regreso de Francia, pasó la Semana Santa de 1814 en Zaragoza, aclamado por la multitud. La ciudad quería mostrar al rey el sacrificio que había hecho por su causa en 1898 y 1809.

Fernando VII retorna como monarca absoluto en un contexto europeo favorable, de restauración de las monarquías tradicionales. Es la Europa del Congreso de Viena. A Francia también vuelven los Borbones con Luis XVIII. No es excepcional lo que ocurre en España. Y de hecho, en 1820 será España el faro de la segunda gran oleada revolucionaria europea y americana.

Hablar de oportunidades perdidas es una visión presentista y basada en visiones teleológicas.»

* En tu libro “España con honra: Una historia del XIX español. 1793-1923” (La Esfera de los libros, SL) tratas de la época previa, durante y posterior al siglo XIX, un siglo convulso como pocos en España y en la propia Europa, un siglo de guerras, alzamientos, represiones, etc. En el año 1823 se dio la entrada en España del ejército del Duque de Angulema o los conocidos como “Cien Mil Hijos de San Luis”, una invasión para que España no se “desviara” de la órbita de las monarquías absolutistas que no querían que progresase el fantasma de los movimientos libertarios en sus territorios. ¿Se pudo evitar en algún momento esa entrada de tropas extranjeras desde Francia, con muchos generales que habían luchado ya en la guerra de Independencia en ambos bandos, o el gobierno y la diplomacia española de entonces no supo valorar las consecuencias de su política? ¿Los movimientos de emancipación en Hispanoamérica contribuyeron a que España se encontrase en 1823 con la misma fragilidad defensiva que en 1808, o cabe explicarlo por otros factores?

«El gobierno liberal español de 1823 llamó a resistir como en 1808, pero no era el mismo contexto. El país estaba en guerra civil, los franceses se cuidaron mucho de no repetir errores anteriores, pagaron bien los suministros, fueron en ayuda del rey y se presentaron como defensores de la religión. La defensa militar no se preparó adecuadamente, los generales jugaron sus cartas y esperaron a ver cómo se desarrollaban los acontecimientos… A pesar de ello, hubo resistencias en plazas fuertes como Pamplona, Barcelona, Cartagena, Cádiz… y batallas.

Los procesos de guerra civil, revolución, contrarrevolución e independencia en la américa española son tremendamente complejos. Hay que entenderlos desde el vacío de poder de 1808-1810 y todo lo que derivó de ello. La campaña de Morillo en 1815 fue exitosa militarmente, pero no políticamente. En la década de 1820, de esa forma, la monarquía española perdió sus territorios en la América continental, como le habían pasado a la británica y francesa en el siglo XVIII.»

* Para finalizar nuestra entrevista, ¿nos podrías hacer partícipes de tus proyectos futuros, o si ya estás trabajando en estos momentos en alguna publicación que pueda ver la luz próximamente? 

«Me reservo mi derecho a no hablar o decir poco (Risas). No paro de trabajar, de investigar, de escribir. De momento, estoy a la espera de publicar varios artículos académicos.»

* Agradecer muy especialmente a Daniel Aquillué que nos haya atendido para la elaboración de esta entrada para «El Rincón de Byron». 


Daniel Aquillué ©RTVE (e)

Daniel Aquillué (Zaragoza, 1989) es doctor en Historia Contemporánea por la Universidad de Zaragoza con la tesis El liberalismo en la encrucijada: entre la revolución y la respetabilidad 1833-1843, que obtuvo una mención honorífica de la Cátedra Cervantes de la Academia General Militar. Actualmente es profesor de la Universidad Isabel I, en el Grado en Historia, Geografía e Historia del Arte.

Ha trabajado temas relacionados con la revolución liberal, las guerras carlistas, la historia local, la historia pública y la Guerra de la Independencia española. Desarrolla una amplia labor de divulgación histórica a través de diversos medios, las redes sociales y la recreación histórica.

Además, forma parte del Consejo de Redacción de la Revista Universitaria de Historia Militar y es investigador agregado del Instituto de Estudios Riojanos. Ha publicado diversos trabajos como los libros Armas y votos. Politización y conflictividad política en España, 1833-1843 (2020) y es responsable de los textos que acompañan a las fotografías de Jordi Bru en el libro Soldados (2022). En La Esfera de los Libros ha publicado Guerra y cuchillo. Los sitios de Zaragoza 1808-1809 (2021). [1]


Fuentes:

1 – https://www.esferalibros.com/autores/daniel-aquillue-dominguez/

Imágenes:

Portada: https://www.ui1.es/sites/default/files/field/image/daniel_aquille_dominguez_0008_web.jpg

a – https://www.amazon.es/Soldados-Daniel-Aquillu%C3%A9/dp/8412496442

b – https://ifc.dpz.es/recursos/publicaciones/38/52/resenaRUHM.pdf

c – https://www.amazon.es/Guerra-cuchillo-Zaragoza-1808-1809-Historia/

d – https://www.amazon.es/Espa%C3%B1a-honra-historia-espa%C3%B1ol-1793-1923/dp/

e – https://www.rtve.es/play/videos/la-aventura-del-saber/aventura-del-saber-daniel-aquillue-espana-honra/6864952/

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