"Las batallas de Napoleón", por François-René de Chateaubriand

Chateaubriand

Esta semana volvemos al terreno de la literatura con uno de los famosos escritores en lengua francesa, François-René, vizconde de Chateaubriand.

Chateaubriand, al igual que Anne-Louise Germaine Necker, (llamada de una manera más conocida como Madame de Staël), creía en una monarquía constitucional para Francia, lo que les llevó a discrepar enseguida de los ideales revolucionarios e inevitablemente al propio exilio (en EE.UU. en el caso de Chateaubriand y en Suiza en el caso de Madame de Staël).

Chateaubriand estaba ofuscado con el personaje de Napoleón: \»ese hombre, de quien admiro el genio y del que aborrezco el despotismo, ese hombre me envuelve con su tiranía como con otra soledad;\» y al poco de conocerse mutuamente, su admiración aunque con reproches no cesaría: \»Me encontré una sola vez en la orilla de los dos mundos al hombre del último siglo y al hombre del nuevo, Washington y Napoleón. Me entrevisté un momento con uno y otro; ambos me enviaron de vuelta a la soledad, el primero con un deseo benévolo, el segundo por un crimen.\» (1) 

\»Les batalles de Napoleó\», ó \»Batallas de Napoleón\», es un libro de texto editado en catalán en 1983, para fomentar la lectura entre los jóvenes. En realidad no deja de ser un compendio de párrafos seleccionados de las celebérrimas Memorias de Ultratumba, la monumental obra autobiográfica sobre la vida y vivencias del vizconde, a las que por cierto no se hace mención en ningún momento en el libro, pero teniendo la particularidad que su lectura comprende exclusivamente todo el periodo napoleónico al que dedicamos nuestro blog.

Para comprender la dimensión de un personaje de la talla de Napoleón es indispensable leer también a sus críticos, como Chateaubriand, porque en su caso nos da la visión del ciudadano que lejos de los entresijos de palacio, nos describe con estilo el ascenso y caída del Emperador, en una relación de amor-odio bastante peculiar, como si aborreciéndolo no pudiera dejar de admirarlo. Otro ejemplo sería la misma Anne-Louise Germaine Necker, o el no menos famoso genio de Ludwig van Beethoven, que al enterarse que Napoleón se iba a coronar Emperador, borró la dedicatoria que le había escrito para su famosa sinfonía \»Heroica\». (2)

¿Era Napoleón un déspota? Creo que Napoleón fue un déspota por momentos al igual que también tuvo momentos en sus facetas de gobernante, legislador, militar, escritor, etc. Pero, en sí, no considero que fuera un déspota. Un personaje tan poliédrico, y cuya historia sobresale tanto de lo meramente histórico, no se puede circunscribir a una sola definición o cualidad. Tiene docenas de ellos. Una de las definiciones más acertadas que he leído sobre su persona es la de que: \»Napoleón quería que los hombres fueran libres, pero no a su manera, sino a la manera de Napoleón\».

Portada de las \»Batallas de Napoleón\», resumen de la época napoleónica 
de sus voluminosas y famosas \»Memorias de Ultratumba\».

EL PERSONAJE

Chateaubriand (b)

Nació en Saint-Malo (Bretaña, Francia) en 1768. En 1786 se alistó en el ejército. Ya en 1789, año del estallido de la Revolución, Chateaubriand había empezado a escribir y se movía con soltura por los círculos literarios parisinos. Se mostró partidario de la monarquía constitucional y absolutamente contrario al proceso revolucionario, aun antes de que miembros de su propia familia —de la vieja aristocracia bretona— fueran ejecutados y él mismo perseguido.

En 1791, huyendo de la Revolución, visitó EE. UU y regresó a Francia, cuando supo de la decapitación de Luis XVI, para enrolarse en el ejército realista, L\’Armée des Emigrés, siendo herido en Thionville. Restablecido, Chateaubriand se vio forzado a exiliarse en Londres, por la derrota en 1792 de su ejército. Allí permanecería durante el Reinado del Terror, y alcanzó gran fama entre los emigrados franceses. Se convirtió en un admirador de Napoleón, con quien tuvo ocasión de hablar de política exterior y de las campañas militares, sobre todo de la llevada a cabo en Egipto. Fue designado secretario de la delegación en Roma por Napoléon y después ministro de Francia en Le Valais, aunque no aceptó finalmente el cargo después de la ejecución del duque de Enghien en 1804. Separado del poder, se dedicó a viajar, por Francia primero y, después por Grecia, Jerusalén, el norte de África y España. Un artículo suyo en Le Mercure de France contra Napoleón provocó las iras de éste. En 1811 fue elegido miembro de la Academia Francesa, en donde realizó un discurso crítico con el legado de la Revolución Francesa que volvió a enfurecer a Napoleón. Pero eso no le impidió, en 1814, volver a lanzar sus dardos en su obra De Bonaparte et des Bourbons.

Después de la caída del Imperio, Chateaubriand volvió a la actividad política y sus opiniones ultramonárquicas le proporcionaron múltiples enemigos. En los Cien Días fue Ministro de Estado y se convirtió en Par de Francia. En esta cámara, votó la pena de muerte para el mariscal Ney en 1815. Al regreso de Napoleón de Elba Chateaubriand pidió a Luis XVIII que permaneciese en el trono enfrentándose a Napoleón, pero aquel huyó a Gante y, con él, Chateaubriand.

Durante el reinado de Luis XVIII sirvió como embajador en Berlín y Londres, llegando a ejercer de Ministro de Asuntos Exteriores (1822 a 1824). Se convirtió en director del ultramonárquico Le Conservateur. No le ahorró críticas al monarca por su disolución de la Chambre introuvable, una cámara ultraconservadora que alentó el revanchismo sentando la base legal del Terror Blanco y a la que tuvo que poner freno el propio Rey. Aun así fue designado en 1822 para representar al país en el Congreso de Verona. Influyó para que la Santa Alianza jugase la baza del restablecimiento del absolutismo en España tras el Trienio Liberal, y se enviara a España la denominada expedición de los Cien Mil Hijos de San Luis. Carlos X lo nombró embajador en Roma en 1828 pero renunció al cargo. En 1830 se negó a jurar lealtad a Luis Felipe, lo que significó el fin de su vida política. Se retiró para escribir sus Memorias de ultratumba, obra que se considera su trabajo más elaborado y que redactó durante cuarenta años. Murió en París en 1848.

FRAGMENTOS ESCOGIDOS

A pesar de censurar abiertamente la figura de Napoleón, Chateaubriand no deja nunca de reconocer el genio del corso, sobretodo en las primeras épocas de su carrera y en las fulgurantes campañas de Italia:

Voy a seguir el hado inmenso de Bonaparte, el cual, no obstante su grandeza, ha pasado tan deprisa que sus días ocupan un corto período de todo el tiempo rodeado en mis memorias.\»

\»Al llegar a Niza, en el cuartel general del ejército de Italia, Bonaparte encuentra los soldados carentes de todo, desnudos, sin zapatos, sin pan, sin disciplina. Tenía veintiocho ocho años; bajo sus órdenes Massena comandaba treinta y seis mil hombres. Era en 1796. Abre su primera campaña el 20 de marzo. Derrota Beaulieu a Montenotte; dos días después, en Milésimo, separa los dos ejercitos, el austriaco y el sardo. Continúan los éxitos por todas. Ha llegado a la tierra el genio mismo de la guerra.\»

\»El general Murat hace defenestrar los diputados. El 18 Brumario -9 de noviembre de 1799- tiene lugar la destitución del Directorio. Nace el gobierno consular y la libertad muere.

Entonces, en el mundo se opera un cambio absoluto. El hombre del siglo que finaliza sale de la escena; el hombre del siglo nuevo entra. Washington, al final de sus prodigios en América, cede el lugar a Bonaparte, que comienza los suyos. Como dice Corneille: \»Un gran destino comienza, un gran destino acaba\».

\»Y aunque no hacía nueve meses que Napoleón era a los bordes del Nilo! Había tenido suficiente con este tiempo para invertir la revolución popular en Francia y para aplastar las monarquías absolutas en Europa.
De una manera similar a la orden de los Caballeros de San Luis, se crea la Legión de Honor. Un rayo de vieja monarquía atraviesa esta institución y un obstáculo es introducido a la nueva Igualdad. El traslado de las cenizas de Turenne a los Inválidos, hecho con gran pompa el 22 de septiembre de 1800, hizo ganar la estima de Napoleón;\»

Pero la situación cambia drásticamente con la ejecución del Duque de Enguien:

\»El 21 de marzo de 1804 se produce la muerte del duque de Enghien y el mismo día es promulgado el Código Civil conocido como Código Napoleón. Cuarenta días después de la muerte del duque de Enghien, un miembro del Tribunal, Curée, presenta una moción para de elevar Bonaparte al poder supremo. Nunca había surgido un dueño tan brillante de la propuesta de un esclavo tan oscuro. El 18 de mayo es proclamado emperador en Saint-Cloud, a las mismas salas donde había expulsado el pueblo, allí donde Enrique III fue asesinado, Enriqueta de Inglaterra envenenada, María Antonieta recibida con algunas alegrías fugitivas que la conducen al cadalso, y desde donde Carlos X salió para su último exilio. El plebiscito del primero de diciembre de 1804 es presentado a Napoleón. Él responde: \»Mis descendientes conservarán bastante tiempo este trono.\» Cuando uno ve las ilusiones con que la Providencia rodea el poder, su corta duración nos consuela.\»

\»La Revolución, como tantas otras cosas, había cambiado la ciencia militar. Bonaparte inventó la guerra a lo grande. Despreciaba las plazas fuertes, que dejaba atrás y aventuraba dentro el país invadido, ganando todo a golpe de batallas. No se preocupaba de las retiradas; marchaba hacia adelante como aquellas vias romanas, que haciendo eses atraviesan rios y montañas\»

\»El emperador no podía evaluar su victoria, sino por el número de muertos. La tierra era talmente sembrada de franceses que parecía haber más vencedores muertos que no vivos. Había por todas partes, sobre todo en el fondo de los barrancos donde los nuestros habían caído o corrido para abrigarse del huracán enemigo. Gimiendo, los unos pronunciaban el nombre de su patria o el de su madre; eran los más jóvenes. Los más viejos esperaban la muerte de una manera impasible o sardónica, sin dignarse implorar ni lamentarse. Otros pedían que los mataran allí mismo. Los supervivientes pasaban deprisa por el lado de estos desgraciados. Nadie sentía ni la inútil piedad de socorrerlos ni la piedad cruel de rematarlos\». He aquí la narración de Ségur. ¡Anatema para las victorias no obtenidas en defensa de la patria y que sólo sirven para la vanidad de un conquistador!\»

\»El incendio de Moscú quedará como una resolución heroica que salvó la independencia de un pueblo y contribuyó a la liberación de muchos otros. ¡Numancia no ha perdido nunca la admiración de los hombres! ¿Donde estarían las naciones si Bonaparte, encaramado en el Kremlin, hubiera cubierto al mundo con su despotismo como con un sudario funerario? ¡Los derechos de la especie humana pasan por delante de todo!

Después de la desastrosa campaña rusa, los aliados ya están cerca de la capital francesa y su testimonio es lúcidamente clarificador para comprender las sensaciones de sus habitantes, que veían cernirse el desastre, como si de una ola gigante fuera a golpearlos:

\»En aquellos momentos se pudo oir una voz hace mucho olvidada. Era la voz de Luis XVIII que se alzaba desde el fondo de su exilio. El hermano de Luis XVIII anunciaba los principios con tal de establecer, un día, una carta constitucional; primeras esperanzas de libertad que nos venían de nuestros antiguos reyes

\»Yo continuaba persuadido que , a pesar de la proximidad de los campos de batalla, los aliados no entrarían en París. La obsesión de esta idea me privaba de sentir, tan vivamente como lo habría hecho normalmente, la presencia de los ejércitos extranjeros. Viendo, no obstante, como Europa nos devolvía las calamidades que nosotros le habíamos hecho sentir, no podía dejar de reflexionar sobre las vueltas que da la vida.

El círculo se iba estrechando alrededor de la capital; a cada instante había noticias de algún progreso del enemigo. Todos mezclados, entraban por las barreras prisioneros rusos y heridos franceses encima de carretas; algunos, medio muertos, caían bajo las ruedas que ensangrentaban. Reclutas, recién llamados a filas, atravesaban la capital en filas, yendo hacia el ejército. Por la noche se oían pasar los trenes de artillería por los bulevares exteriores y no era posible saber si anunciaban la victoria decisiva o la última derrota.

Chateaubriand se reitera otra vez más en la admiración por el genio del Emperador:


Mi admiración por Bonaparte siempre ha sido sincera, hasta cuando yo le atacaba con la viveza más grande\»

\»Bonaparte se encontraba demasiado cerca de su cuna y de sus conquistas; su fúnebre isla habría de ser más lejana y rodeada de más olas. […] Era posible creer que, a la vista de los Apeninos, y sintiendo la pólvora de los campos de Montenotte, Arcola y Marengo, que teniendo cerca Venecia, Roma y Nápoles, sus tres bellas esclavas, las tentaciones más irresistibles no se apoderarían de su corazón?(3)

\»Los unos querían que el Rey se marchara de Paris y que se retirara a L\’Havre; los otros hablaban de irse a la región de la Vendée, que siempre había sido realista. Los de aquí, barboteaban frases sin acabarlas; los de alla decían que era mejor esperar y verlas venir. Con todo, lo que venía era bien visible. Yo expresé una opinión bien diferente. El señor de La Fayette,(4) que amaba sinceramente el honor y la libertad, la sostuvo calurosamente. El presidente y el mariscal Marmont también eran de mi parecer.\» (5)

Trascendía una verdad política que nadie veía. La monarquía, raza legítima, había permanecido extranjera a la nación durante veintitrés tres años y se había congelado al día y en el lugar en que la Revolución la había golpeado, mientras que toda la nación había ido marchando en el tiempo y en el espacio. He aquí la imposibilidad de entenderse y de incorporarse mutuamente. La religión, las ideas, los intereses, el lenguaje, la tierra y el cielo todo era diferente para el pueblo y para el rey, ya que habían sido separados por un cuarto de siglo que equivalía a siglos enteros … \»

\»Era evidente que se estaba preparando una gran escapada. Por temor a ser detenidos y perder tiempo no se avisaba ni a los que, como yo, habrían sido fusilados una hora después de la entrada de Napoleón en París.\»

\»El duque de Wellington tenia, entonces, la orden precisa precisa de no comenzar las hostilidades. Quien ha querido la batalla de Waterloo ha sido Napoleón; los destinos de una naturaleza semblante no pueden ser detenidos.\»(6)

\»Nosotros, emigrados, en la ciudad de Carlos V hacíamos como las mujeres de aquella población; sentadas detrás de las ventanas y por medio de un espejo inclinado ven los soldados como pasan por la calle. Luis XVIII se encontraba allí como en un rincón completamente, olvidado; de vez en cuando recibía una nota del príncipe de Talleyrand volviendo de Viena, algunas rayas de los miembros del cuerpo diplomático residentes en torno al duque de Wellington en calidad de comisarios. Los otros, ¡tenían otro trabajo que pensar en nosotros! Nunca habría podido pensar, si se era forastero de la política, que un hombre sin ningún poder y escondido a los bordes del Lys sería nuevamente lanzado al trono por el choque de miles de soldados; soldados de los cuales no era ni rey ni general, que no pensaban en él y que no sabían ni de su nombre ni su existencia. De dos puntos tan cercanos, Gante y Waterloo, nunca el uno no había parecido tan oscuro y el otro tan brillante.

Sabíamos que las tropas de Bonaparte se acercaban. Para cubrirnos no teníamos más que dos pequeñas compañías a las órdenes del duque de Berry. Mil caballos que se hubieran destacado del ejército francés nos habrían ganado en pocas horas. Las fortificaciones de Gante estaban derruidas y el recinto restante aún habría sido forzado más fácilmente; porque la población belga no nos era favorable. Se repitió la escena que ya había contemplado en las Tullerías; secretamente, se preparaba la salida de los vehículos de Su Majestad. Nosotros, ministros fieles, detrás en tropel, a la merced de Dios…

– – – – 0 – – – –

(1) – El caso del Duque de Enghien recoge la detención, juicio y, finalmente, la ejecución en el foso del castillo de Vincennes, el 21 de marzo de 1804, de Luis Antonio de Borbón-Condé, Duque de Enghien, nieto de príncipe Condé, después de una operación de la policía secreta encabezada por Savary y dirigida por el general Ordener. La ejecución escandalizó a las monarquías europeas y le restó a Napoleón el apoyo de la mayoría de los monárquicos en Francia. Hay bibliografía abundante sobre la implicación o no del joven duque en el complot de 1803 contra Napoleón, que implicó las detenciones de los presuntos conspiradores aparte del mismo duque, siendo los principales Pichegru y Cadoudal. 

(2) – Un histórico testimonio nos llega a través de Ferdinand Ries, alumno de Beethoven:

“En aquel momento, Beethoven sentía la más alta estima hacia Napoleón y lo comparaba con los grandes cónsules de la antigua Roma. (…) Yo fui el primero en darle las noticias de que Bonaparte se había declarado Emperador, tras lo cual estalló en cólera y exclamó: “¡Así que no es más que un común mortal! Ahora también pisoteará los derechos del hombre y se abandonará únicamente a su ambición. ¡Se ensalzará a si mismo sobre los demás convirtiéndose en un tirano!” Beethoven fue a la mesa, arrancó la portada, la partió por la mitad y la lanzó al suelo”. (4)

(3) – Había otros motivos más terrenales que no los que relata la florida prosa de Chateaubriand. El Rey de Francia Luis XVIII no pagaba el subsidio de su mantenimiento como se estipulaba, no le era permitido ver a su mujer María Luisa y ecos remotos señalaban que desde Viena ya se planeaba el desterrarlo a un lugar más remoto que Elba. Según Andrew Roberts:

Of course it was not only the Bourbons’ mistakes which helped decide Napoleon to risk everything to try to regain his throne. Emperor Francis’s refusal to allow his wife and son to rejoin him was another, and the fact that his expenses were running at two and a half times his income. There was also sheer ennui; he complained to Campbell of being ‘shut up in this cell of a house, separated from the world, with no interesting occupation, no savants with me, nor any variety in my society’. Another consideration was paragraphs in the newspapers and rumours from the Congress of Vienna that the Allies were planning forcibly to remove him from Elba. Joseph de Maistre, the French ambassador to St Petersburg, had nerve-wrackingly suggested the Australian penal colony of Botany Bay as a possible destination. The exceptionally remote British island of St Helena in the mid-Atlantic had also been mentioned.\»

(4) –  Según Andrew Roberts, Napoleon había conseguido la liberación de Lafayette, después de 5 años de cautividad en Austria en 1797, pero el tiempo para la gratitud se había olvidado hace tiempo.

(5) – \»Yo dije: «Que el rey mantenga su palabra; que se quede en la capital. La Guardia Nacional está con nosotros. Aseguremos Vincennes. Tenemos las armas y el dinero. Con el dinero dominaremos la debilidad y la cupiditas. Si el rey abandona París, París dejara entrar a Bonaparte. Bonaparte dueño de París, es dueño de Francia. El ejército no ha se pasado todo entero al enemigo. Muchos regimientos, muchos generales y oficiales no han traicionado aún su juramento; permanezcamos firmes y ellos permanecerán fieles. Dispersemos la familia real; no nos quedamos más que con el rey. Que su hermano se vaya al Havre, el duque de Berry a Lille, el duque de Bourbon en la Vendée, el duque de Orleans a Metz, los duques de Angulema ya están en el Mediodía. Nuestros diferentes puntos de resistencia impedirán que Bonaparte pueda concentrar sus fuerzas. Hagamos barricada en París. La Guardia Nacional de los departamentos vecinos viene en nuestro socorro. En medio de estos movimientos nuestro viejo monarca, bajo la protección del testamento de Luis XVI, la Carta Constitucional en las manos, se sentará tranquilamente en su trono de las Tullerías. El cuerpo diplomático se alineará a su alrededor. Ambas cámaras se reunirán en los dos pabellones del palacio. Llenaremos de cañones los muelles y la terraza. Que Bonaparte deba atacarnos en esta posición; que gane una a una nuestras barricadas; que bombardee París si lo desea y si tiene morteros; que se convierta en odioso a toda la población y ya veremos el resultado de su empresa! Resistimos sólo tres días y la victoria es nuestra. El rey, defendiéndose en su palacio, promoverá un entusiasmo universal. Y, en fin, si tuviera que morir, que muera digno de su rango, que la última hazaña de Napoleón sea el estrangulamiento de un viejo. Sacrificando su vida, Luis XVIII ganara la única batalla que habrá librado y la ganará en provecho de la libertad del género humano»\».

(6) – En esto Chateubriand no es nada objetivo, por no decir que yerra absolutamente o hace una interesada interpretación. Al ganar París, los aliados no tardaron en declarar a Napoleón \»Fuera de la Ley\» de las naciones. La guerra sería contra Napoleón, no contra los franceses… Las propuestas de paz del corso fueron ignoradas en su totalidad y los ejércitos ruso y austriaco se prepararon para invadir Francia otra vez, así como el contingente mixto británico-holandés/belga y el prusiano, estacionados en Bélgica. Las tropas aliadas en Holanda se habían comenzado a concentrar el 15 de marzo. Estaba previsto comenzar las hostilidades hacia el final de julio, con un plan propuesto por Schwarzenberg. Napoleón no tenía otra opción que golpear primero, mientras el resto de ejércitos aliados aún estaban en camino y lejos aún de Francia.

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Fuentes:

(1) -\»Les batalles de Napoleó\» – François-René de Chateaubriand, L\’Atzar Ed., Barcelona, 1983
(2) – https://es.wikipedia.org/wiki/Fran%C3%A7ois-Ren%C3%A9_de_Chateaubriand

(3) – http://inmf.org/assechateaubnap.htm
(4) – http://aquifuetroya.com/2013/04/13/beethoven-napoleon-y-la-tercera-sinfonia/
(5) – https://fr.wikipedia.org/wiki/Affaire_du_duc_d%27Enghien
(6) – \»Napoleon the Great\» – Andrew Roberts, Allen Lane Publ., 2014
(7) – \»The battle of Wavre & Grouchy\’s retreat\» – W. Hyde Kelly, R.E., John Murray, London, 1905

Imágenes:

(a) – De {{creator:|Year = }} – http://www.tiscali.co.uk/reference/encyclopaedia/hutchinson/m0011124.html, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=50170
(b) – Imagen del Autor; https://imagessl5.casadellibro.com/a/l/t0/05/9788420656205.jpg
(c) – By Anne-Louis Girodet de Roussy-Trioson – [1] and [2], Public Domain, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=7327090
(d) – Reproducciones de cuadros: Mª Rosa Teixidor, en \»Les batalles de Napoleó\» – François-René de Chateaubriand, L\’Atzar Ed., Barcelona, 1983

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