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José Terrero Sánchez (1886-1961), catedrático de Geografia e Historia, desempeñó importantes cargos políticos en la República como presidente de la Comisión de Instrucción Pública de las Cortes Constituyentes, gobernador civil de Valencia y autor de un trabajo colectivo con unos cuantos diputados titulado «Evangelio de la República, La Constitución de la Segunda República española, comentada para niños«, para uso de escuelas e institutos. Posteriormente durante el franquismo seguiría como catedrático de Instituto aunque en régimen de excedencia.5/6. En 1965 vio la luz su Historia de España, donde analiza entre otras, la Guerra de Independencia y la figura del Deseado y cuyas líneas os traemos en nuestra entrada semanal.
Dentro de la Guerra de Independencia, el regreso de Fernando VII fue un episodio que se demostraría funesto a corto y medio plazo. Sin llegar a los gruesos epítetos que le dedica Arturo Pérez-Reverte en «Una historia de España (XLIV)», «el mayor hijo de p… que ciñó corona en España»7, en la actualidad hay casi una total unanimidad en valorar muy negativamente la figura del monarca y sobretodo su comportamiento y acciones tras su vuelta a España del dorado cautiverio francés. Los proyectos e ideas de progreso político y apertura de libertades en España que habían defendido los liberales -y que compartían los afrancesados- fueron totalmente segados por un monarca que no era más que un continuador de las monarquías absolutistas de antaño que aún regían en muchos países europeos. Como señala Emilio Laparra:
«Así pues, el retorno de Fernando VII a España en 1814 no fue, según el sentir de quienes habían hecho la guerra a Napoleón, sino la vuelta a la normalidad alterada por el emperador francés mediante un acto de fuerza; esto es, la consecuencia natural de la victoria sobre el invasor extranjero. Por lo demás, a diferencia de lo ocurrido en Francia, en España no había desaparecido el recuerdo de los Borbones. Más bien, como se acaba de decir, había sucedido todo lo contrario. Por eso, en 1814 nadie discutió los derechos de Fernando VII y la victoria quedó estrechamente asociada a su persona. Esto explica el entusiasmo general y las aclamaciones al rey al regresar de su cautiverio, actuaciones estas que no deben ser interpretadas linealmente como un pronunciamiento de la voluntad popular a favor de la monarquía absoluta, sino más bien como la celebración de la victoria y la expresión del júbilo por la restitución de la normalidad, después de una guerra trágica y muy prolongada que todo lo había alterado y en la que se había visto involucrado el conjunto de la población. En definitiva, el entusiasmo por Fernando vino a ser un acto de afirmación de la monarquía autóctona y de repulsa de la impuesta por Napoleón.«

En 1814, pues, no hubo en España mudanza, ni de dinastía, ni de monarca. Pero sí se produjo un cambio importante: el modelo de monarquía constitucional definido por la Constitución de 1812 fue sustituido por la monarquía absoluta; es decir, se “restauró” la antigua monarquía.«2
EL RETORNO DEL REY
El primer pronunciamiento del siglo y la implantación del absolutismo.

La obstinada actitud de los españoles en defender la integridad nacional y el trono de El Deseado y los tremendos reveses sufridos por Napoleón en las heladas llanuras de Rusia, obligaron a éste a entenderse con Fernando para quedar libre de los asuntos de España, concertando el Tratado de Valençay (11-XII-1813), por el cual Fernando VII abandonaba su dulce cautiverio, recobraba la libertad y la corona y se comprometía a que las tropas inglesas no permanecerían en la Península después de la salida de los franceses.
Fernando pisaba tierra española el 22 de marzo del año 1814*, y llegado a Valencia expidió el decreto de 4 de mayo por el que declaraba nula y sin ningún efecto la Constitución en la que el liberalismo español había puesto todas sus esperanzas y todos los demás actos legislativos de las Cortes. El rey estaba apoyado por el general Elío, que hizo jurar a la oficialidad del Ejército el sostener al rey en la plenitud de sus derechos, esto es, en el absolutismo. Era el primer pronunciamiento militar del siglo XIX. Para darle más fuerza a su juramento, los oficiales gritaron: «¡Viva el rey! ¡Muera el que así no piense!» También parte del clero pidió al rey la restauración de la Inquisición e instauración del régimen absoluto.
El general Eguía** fue nombrado gobernador de Castilla y en seguida detuvo a los diputados y a las personalidades liberales. El día 11 se publicó el decreto restableciendo el antiguo regimen, con sus Secretarías de despacho, sus Consejos, etc., mientras ciertas masas del bajo pueblo gritaban: «¡Muera la libertad y viva Fernando! ¡Viva la Inquisición!». Fernando declaró nulo y sin ningún valor todo lo hecho durante su ausencia; disolvió las Cortes, encarceló a los regentes Agar y Ciscar y a los diputados que más se habían distinguido por su amor a la libertad: Argüelles, Muñoz Torrero, Martínez de la Rosa, Calatrava.
Fernando el Deseado entro solemnemente en Madrid, entre vítores y júbilo extraordinario e inauguró la era de las persecuciones. La restauración del absolutismo llenó las cárceles y presidios de África de patriotas que habían luchado por España en la Guerra de la Independencia, mientras el monarca que ahora los perseguía pordioseaba a Napoleón le concediese alguna de sus sobrinas en matrimonio y le felicitaba por sus triunfos sobre los españoles.
Sufrieron persecución los poetas Juan Nicasio Gallego, Meléndez Valdés, Lista, Quintana, etc.
En este golpe de Estado el carácter y la voluntad del rey tienen parte muy principal; pero no hubiera sido posible sin el consentimiento de parte de la nación y sin el movimiento de reacción que se produjo contra los principios de la Revolución francesa, impuesto por las potencias vencedoras de Napoleón.


Los ministros y la «camarilla»

En el nuevo gobierno, los secretarios o ministros no tuvieron la antigua estabilidad. Las intrigas cortesanas y las delaciones producían constantes mudanzas de ministros, pasando de treinta los que hubo en seis años, y el desorden y la inmoralidad administrativa llegaron a escandalosos extremos. En general, los ministros fueron gentes mediocres elevadas por el capricho del monarca. Macanaz fue acusado de cohecho y desterrado; el duque de San Carlos separado, según reza el decreto, «por su cortedad de vista»; Garay y Echevarri trocaron la poltrona ministerial por el amargo destierro y González Vallejo por el presidio de Ceuta
Los secretarios no tuvieron más que autoridad aparente como los Consejos, ya que el poder lo tenía la camarilla, o tertulia íntima del monarca, formada por hombres de muy escasas luces. En ella figuraba el antiguo preceptor Escóiquiz, que había soñado ser un ministro-cardenal de la talla de Cisneros o Richelieu, cuando no era más que un conspirador e intrigante; el adulador Antonio Ligarte, que había sido esportillero, maestro de baile y agente de negocios, interviniendo en algunos escandalosos, que por la obscuridad de las cuentas dio con sus huesos en la cárcel.
Otro consejero del Deseado fue el antiguo vendedor de agua de la fuente del Berro, Pedro Collado, alias Chamorro, que le hacía reír con sus chistes y gracias burdas. Este bufón y favorito que deleitaba a Fernando con su truhanesca charla y disfrutaba de la absoluta confianza del rey, se jactaba de haber echado abajo un Ministerio con un chiste dicho al rey al tiempo de estarle desnudando.
Otros de la camarilla eran Tattischeff****, Ostalaza y el duque de Alagón, que le preparaba al rey amores extraoficiales. Los tertulianos se denunciaban también entre sí, y algunos fueron castigados, como Ligarte y Ostalaza. En la tertulia del regio Alcázar se despachaban los asuntos de gobierno; se elevaba o decretaba la caída de altos funcionarios; se preparaban aventuras galantes; se repartían prebendas o cargos a políticos, a los absolutistas y a clérigos; se escuchaban las delaciones y se premiaban a los delatores, y se imponían castigos de puño y letra del rey a los liberales más famosos y a los adictos al rey José. En septiembre de 1833 murió el rey de apoplejía.

(Palacio de San Telmo, de Sevilla). (f)

Juicio sobre este monarca
Con muy pocas excepciones, los historiadores juzgan con severidad a Fernando VII. Modernamente, el publicista Salcedo intenta la reivindicación.
Algunos lo defienden diciendo que era de presencia agradable, de trato amable, de graciosa conversación zumbona y satírica, de carácter llano, que no gustaba de la etiqueta ni del ceremonial palatino, que vivía como un burgués y recibía a todo el mundo en las audiencias; que amaba los buenos libros y las obras de arte y que por miedo envió sus parabienes a Napoleón. Pero pese a lo dicho, y a porfía, liberales, moderados y carlistas han censurado la gestión de gobierno de este rey tan universalmente aborrecido.
En ningún reinado hubo tantos trastornos ni se cometieron más excesos con el manto de la política, ni se derramó más sangre en los combates, ni se erigieron, sobre todo, más cadalsos. Para que nada faltase a este desdichado reinado, quizá el más infausto de la historia patria, se perdió el Imperio colonial de América y dejó planteada como herencia una guerra civil. El criterio más desfavorable lo pinta así: Desde niño fue reservado y frío, insensible a todo afecto, incluso al de su padre; de instintos crueles, en su corazón no tuvo cabida la clemencia. De pocas palabras, a sus labios nunca asomaba la risa y raras veces la verdad; pecaba de receloso y por ende de falso y de taimado. Hubo de ser discípulo aprovechado del intrigante Escóiquiz. En el proceso de El Escorial reveló su falta de carácter y felonía delatando a sus amigos y consejeros.
El marqués de Villaurrutia le cree el más funesto e infeliz de los Borbones. Le culpa de la Guerra de la Independencia y de la pérdida de América por la preocupación de deshacerse de lo constitucional mediante la intervención armada de las potencias, que andaba secretamente mendigando. Para él la piedad fue un mito, y el ejercicio de la crueldad felino deporte tan sólo enfrenado por el miedo; él creó el gobierno de la «camarilla» y la tercería convertida en privanza, y la doble diplomacia a hurto de embajadores y ministros, engañados o complacientes.
Cánovas dice que «nuestra historia, tan rica en reyes ineptos, no lo es de reyes perversos como Fernando VII fue». Ballesteros escribe: «El defecto capital fue su cobardía. Tuvo miedo a Godoy; luego, en Valençay, a Napoleón, y, por último, a los liberales. Ese miedo explica las vergonzosas ruindades de Fernando VII en Valençay. La cobardía produjo otros efectos más repulsivos: la doblez. El rey chispero, como le llamaban, acariciaba suavemente a sus víctimas antes de condenarlas.» Lo considera el de mayor entendimiento de los Borbones hispanos. «Su voluntad y la moral convenimos en que eran muy discutibles. No supo vivir con la ideología progresiva de su siglo, ni estar a la altura de las circunstancias; no se dio cuenta del cambio mental que se operaba en Europa, ni de las variaciones políticas del continente. Para defender las ideas absolutistas empleó los peores medios.»
Pemán ha escrito que la monarquía tenía tal predicamento que podía «anestesiar a los hombres con esa magia de la realeza, por lo que durante siglos, ponerse una casaca de criado resultaba un honor apetecible. Un rey tenía que hacer una concienzuda labor de muchos años, estilo Fernando VII, para lograr hacerse antipático. El «Deseado» tuvo que llegar a la genialidad en la torpeza para que acabaran por no desearlo». Todas las opiniones expuestas son de historiadores derechistas monárquicos, y con ellos estimamos queda bien perfilada la figura y actuación del soberano. Si acudiésemos a testimonios de otro campo, veríamos calificarle de mayor monstruo que Nerón.
Política internacional
Se caracteriza por la desorientación. Nada favorable consiguió en el Congreso de Viena nuestro mediocre representante, Gómez Labrador. El embajador de Rusia, Tattischeff, llegó a ser uno de la camarilla, anuló la influencia inglesa y convino la inmoral compra de ochó navios rusos, podridos e inútiles para la navegación, que costaron una fabulosa cantidad. Otro tratado desfavorable fue la venta de Las Floridas***** a los Estados Unidos.
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(*) – «Poco tardó el rey en seguir á España al general Zayas, pues salió el 13 de Valencey, bajo el nombre de conde de Barcelona, acompañado de los infantes D. Carlos y D. Antonio. Muchas otras personas formaban su séquito. Para evitar, según orden del emperador, todo encuentro ó relación con los ingleses, se dirigió por Tolosa, á Perpiñan adonde llegó el 19 del propio marzo, esperándolo ya el mariscal Suchet, á quien recibió Fernando con distinción, y aun le dio las gracias por el modo como se había portado en las provincias donde había hecho la guerra, según espresa Toreno, añadiendo que quería el rey continuar su viaje y pasar á Valencia sin detenerse. Pero oponíanse á ello instrucciones que tenia el mariscal, según las cuales debia pasar el rey Fernando á Barcelona y permanecer en aquella plaza en rehenes, hasta que se realizase la vuelta á Francia de las guarniciones bloqueadas en las plazas de Cataluña y Valencia. Precaución ofensiva, que siendo ignorada de Fernando al salir de su confinación, representábase como alevosía nueva que afortunadamente no fue en lo principal de ella consumada. Tan inesperado incidente quedó luego cortado por la conciliadora politica de que hizo gala Suchet, acaso para empezar á ponerse en buen predicamento con la familia borbónica á cuyo poder había de prestar dentro de poco obediencia, ó porque á ello le indujese realmente lo odioso é inútil de la citada orden: lo cierto es que suspendió su ejecución y pidió nuevas instrucciones á París, accediendo entre tanto á que continuase el monarca español su camino, dejando en prenda al infante D. Carlos».9
(**) – «Eguía fue inmensamente impopular y casi todos los testimonios de quienes le conocieron, incluso dentro de su propio partido, le son hostiles. El 21 de octubre de 1809, un oficial de enlace británico, el coronel Phillip Keating Roche, le escribía a su gobierno que el general Aréizaga: «ha sido nombrado comandante del ejército en lugar del general Eguía, quien ha sido por fin destituido para gran satisfacción de casi todo el mundo». Se le reprochaba su tendencia al nepotismo. El general Girón, el general Álava, Francisco de Longa… todos hablaron mal de él. Posteriormente, sus propios compañeros de partido se volvieron contra él porque se atrevió a proponer una relajación de la represión política y ciertas concesiones liberalizantes, a la manera de la «carta otorgada» de Luis XVIII.» 3
(***) – Pedro Agar y Bustillo (1763-1822), que alcanzó el grado de jefe de escuadra de la Real Armada Española y fue regente de España en diversos periodos durante la Guerra de la Independencia Española.
(****) – «Los agentes del zar abundaban en Italia y en Alemania, pero en ninguna capital el embajador de Rusia era más activo que en Madrid. El general Tatistcheff, nombrado para este cargo en 1814, se convirtió en el terror de todos sus colegas y del gabinete de Londres por su extraordinaria actividad en la intriga; Pero en relación con los asuntos internos de España su influencia fue beneficiosa; Y se dirigía con frecuencia hacia el apoyo de los ministros reformadores, a los que el rey Fernando, si estaba libre de presión extranjera, habría sacrificado rápidamente al placer de sus favoritos y confesores.» 4
(*****) – El Tratado de Adams-Onís o Tratado de Transcontinentalidad de 1819-1821 (antiguamente titulado Tratado de amistad, arreglo de diferencias y límites entre su Majestad Católica el Rey de España y los Estados Unidos de América y algunas veces denominado Florida Purchase Treaty o Tratado de La Florida de 1819-1821) fue el resultado de la negociación entre España y Estados Unidos para fijar la frontera entre la nación norteamericana y el entonces Virreinato de la Nueva España. Luis de Onís acudió como representante del rey Fernando VII de España y por los estadounidenses el Secretario de Estado, John Quincy Adams. La negociación se inició en 1819 y aunque se firmó en ese mismo año no fue ratificado hasta el 22 de febrero de 1821 por ambas partes. La frontera se fijó más allá del río Sabina y Arkansas hasta el paralelo 42° norte. En consecuencia, España renunció a sus posesiones más allá de esa latitud, entre ellas, el territorio de Oregón. También cedió definitivamente las Floridas, la Luisiana y la navegación por el río Missisipi.8
Fuentes:
1. – «Historia de España» – Biblioteca Hispania – José Terrero, Ed. Ramón Sopena, S.A., Barcelona, 1965
2. – «La restauración de Fernando VII en 1814» – Emilio Laparra López, Universidad de Alicante, 07/04/2014
3. – https://es.wikipedia.org/wiki/Francisco_de_Egu%C3%ADa
4. – https://en.wikipedia.org/wiki/Dmitry_Tatishchev
5. – «La depuración franquista de los catedráticos de Historia de Instituto 1936-1943» – Eliseo Moreno Burriel, Universidad de Zaragoza
6. – http://ramiro53-64.blogspot.com.es/2014/12/examenes-en-el-ramiro-alla-por-los-anos.html
7. – http://www.perezreverte.com/articulo/patentes-corso/1006/una-historia-de-espana-xliv/
8. – https://es.wikipedia.org/wiki/Tratado_de_Adams-On%C3%ADs
9. – “Cataluña. Historia de la Guerra de Independencia en el antiguo Principado”. Tomo II – Adolfo Blanch, bajo la inspección de Joaquín Roca Cornet, Imprenta y Librería Politécnbica de Tomás Gorchs, Barcelona, 1861
Imágenes:
a) – https://lenguasyliteraturas.files.wordpress.com/2014/11/84364-fernando-vii2bregreso.jpg
b) – de Lithographed by Avrial y Flores, José María (1807-1891) [1] – Biblioteca Nacional de España IH/2723, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=5206773
c) – De Desconocido – [2], Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=39722299
d) – De Desconocido – [2], Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=39949732
e) – http://3.bp.blogspot.com/-bl-xdjxbHis/T9CAlNFwg_I/AAAAAAAACeE/ybxZrmbukLE/s1600
/_Juan-Escoiquiz.jpg
f) – \»Historia de España\» – Biblioteca Hispania – José Terrero, Ed. Ramón Sopena, S.A., Barcelona, 1965
g) – By Vasily Tropinin – http://www.rulex.ru/rpg/WebPict/fullpic/3018-324.jpg, Public Domain, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=6219019
¡¡ Viva su Majestad el Rey Don Fernando VII !!
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Magnífico el libro de Don José Terrero, imparcial y muy sensato en sus juicios. Una síntesis magistral de la Historia de España injustamente olvidada. La recomiendo encarecidamente a quienes tienen poco tiempo y ganas de conocer nuestro pasado con sus luces -las más- y sus sombras.
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