La ruptura de la Paz de Amiens en 1803, por Jean Tulard

\»El primer beso en 10 años\» (1803) (a)

\»A principios de 1801, la guerra británica contra Francia bajo Napoleón como primer cónsul no iba bien y el país estaba harto de ella. Cuando el gobierno de Pitt El Joven cayó en febrero, el nuevo primer ministro fue Henry Addington, que estaba empeñado en la paz y el fin de los enredos en el continente. Como escribió a Lord Malmesbury dos años más tarde, \»su máxima desde el momento en que asumió el cargo fue primero hacer las paces, y luego preservarla… si Francia eligiera, y mientras Francia eligiera; pero para resistir todo clamor e invectivas en casa, hasta el momento en que Francia (y él alguna vez previó que debía suceder) había llenado la medida de su locura, y se había equivocado por completo\». En el verano de 1801, se mantuvieron conversaciones discretas entre el secretario de Asuntos Exteriores, Lord Hawkesbury, y un diplomático francés, Monsieur Otto, y se firmó un acuerdo preliminar a principios de octubre. Los franceses tuvieron mucho mejor acuerdo. Acordaron restaurar las Dos Sicilias y los Estados Pontificios a sus regímenes anteriores, pero mantuvieron el control de los Países Bajos, la ribera occidental del Rin, el Piamonte y la Saboya, mientras que Gran Bretaña acordó abandonar Egipto y abandonar el Cabo de Buena Esperanza, Malta y varias islas en el Caribe, manteniendo Trinidad y Ceilán. 

El acuerdo obtuvo la aprobación de Pitt, sin embargo, y Lord Cornwallis, un eminente soldado y ex gobernador general de la India, fue nombrado embajador extraordinario para acordar el tratado final. No era diplomático y había olvidado en gran parte su francés, pero se fue a París y a una entrevista con el Primer Cónsul en noviembre, después de lo cual las dos partes se pusieron a discutir detalladamente en el Hôtel de Ville de Amiens. Con Talleyrand rondando en el fondo, la delegación francesa fue dirigida por José Bonaparte, el hermano mayor de Napoleón, que era muy querido personalmente por los representantes ingleses, aunque desalentadoramente propenso a ofrecer concesiones en privado un día y descartarlas en público al siguiente. William Wilberforce instó a Addington a incluir la abolición de la esclavitud en los términos de Amiens, pero Addington, aunque comprensivo, no quería que nada interfiriera con el progreso hacia la paz. 
Después de meses de disputas sobre los detalles, Cornwallis amenazó con irse a su casa a menos que los asuntos se resolvieran en ocho días más, y el tratado finalmente se concluyó. Aunque fue muy bien recibido en ambos lados del Canal, la Paz de Amiens no fue más que una tregua. No duró mucho más de un año, dando a ambas partes un respiro para reorganizarse antes de que la guerra se reanudara formalmente en mayo de 1803.\» (2)
Escena con la firma del Tratado de Amiens entre Francia e Inglaterra, con José Bonaparte y Cornwallis (b)
De nuevo ocupamos el Rincón de Byron con una lectura de Jean Tulard, uno de los mayores expertos en la época napoleónica, que nos ofrece en su libro \»Napoleón\», como ya es costumbre, una aguda visión de los entresijos de la ruptura de la Paz de Amiens (1802). Un momento en la historia de Europa que podía haber sido un beneficioso punto de inflexión en un dilatado período de conflictos entre las potencias. Fue un momento que pareció reanudar y normalizar (contrabando incluido) las relaciones rotas entre los dos países con la Revolución Francesa, especialmente el tránsito de mercancías y de viajeros*, lo que generó unas buenas expectativas a corto plazo que, inevitablemente se vieron superadas por la realidad política e histórica del momento: dos países en franca expansión comercial y militar, que veían de reojo siempre los movimientos del vecino, era muy poco probable que llegaran a una normalización de sus relaciones a largo plazo. Finalmente una ruptura anunciada y que hundiría a Europa en otra etapa de guerras continuadas durante trece años más.

A la firma del acuerdo comparecieron Charles Cornwallis en nombre de Jorge III del Reino Unido, José Bonaparte por la República francesa, José Nicolás de Azara, consejero de Estado de España en nombre de Carlos IV, y Roger Jean Schimmelpenninck, embajador de la República Bátava. Supuso además la recuperación final de Menorca para España. (c)

LA RUPTURA DE LA PAZ DE AMIENS

\»Alegoría** Paz de Amiens\» (27/03/02) (d)
\»El tratado de Amiens había puesto fin al conflicto que enfrentaba desde 1792 a la Francia revolucionaria con la Europa de los reyes. Las viejas monarquías cedían; reconocían, al menos en Francia, la legitimidad de las nuevas ideas de libertad e igualdad, que no habían podido sofocar con la intervención armada. Bonaparte no era solo el hombre de la paz, se presentaba también como el salvador de la Revolución.

La formación de una nueva coalición en 1805, consecuencia previsible de la ruptura, dos años antes, de las relaciones con Inglaterra, ¿se inscribía en la continuidad de las guerras revolucionarias o se trataba al contrario de un nuevo tipo de guerra cuya responsabilidad habría que atribuir a Napoleón? Los contemporáneos no albergaban el menor género de duda: Inglaterra reanudaba un combate que solo había interrumpido para recobrar el aliento. Sin titubeos, la opinión pública francesa hizo recaer sobre Inglaterra la responsabilidad de la ruptura.

Los ingleses, puede leerse en los boletines de información procedentes de Londres, consideran que la guerra es ahora casi segura, que la prensa y los armamentos despliegan tal actividad que no cabe la más mínima duda de que su gobierno albergue realmente intenciones hostiles. Añaden que, por otra parte, no puede darse un momento más favorable; que es el único medio de disuadir al Primer Cónsul de las grandes mejoras que prepara en interés de Francia, y que, una vez ejecutadas en todo su alcance, privarían de toda esperanza a Inglaterra.

A su vez, a pesar de las reticencias, los historiadores han aceptado las expresiones de «tercera coalición» y de «cuarta coalición», admitiendo así una continuidad. Las campañas de 1805 y de 1806 siguen siendo las de la «Gran Nación».

LA RUPTURA 

\»Sátira de las provocaciones de Napoleón\», Gillray.(e)

Informe de policía del 14 de marzo de 1803: «Los ingleses solo hablan de guerra. Dicen haber recibido ayer y anteayer cartas de Londres anunciando que el Parlamento, según el mensaje del rey, ha votado sumas enormes, el reclutamiento de un gran contingente de tropas y el armamento súbito de cuarenta buques de línea». En un informe de la misma fuente, del 16 de marzo, puede leerse: «Macdonald, médico del duque de York, residente en la Rue du Bac, dice que todos los oficiales ingleses que se encuentran en París y con quienes tiene relación piensan que la guerra es segura». El 21 de marzo: «Los ingleses anuncian que nuevas cartas llegadas de Londres apuntan a que el armamento redobla su actividad, que la urgencia nunca ha sido tan apremiante, que no se desdeña ningún medio para ponerse en condiciones, que en toda Inglaterra nadie duda de que la guerra sea inevitable».

Así podemos seguir a través de las informaciones recogidas para el Primer Cónsul el proceso de degradación de las relaciones franco-inglesas. La ruptura se volvió definitiva el 17 de mayo de 1803. Como habían previsto los informes de policía, fueron los ingleses quienes tomaron la iniciativa de las hostilidades. Sus quejas eran numerosas. Whitworth, su embajador en París, las había enumerado en una conversación privada de la que pronto informó a Bonaparte su policía:

  1. En Amiens se firmó que no hubiera injerencia de ningún tipo en Suiza, y se hizo a mano armada; 
  2. Al acordar la evacuación de Malta, se ofreció la garantía de Rusia, y la corte de Petersburgo solo aceptó garantizarla desplazando a la isla una guarnición, lo que no podía convenir ni a Inglaterra ni a Francia;
  3. Se prometió un tratado de comercio, y no se quiso oír hablar de él en absoluto;
  4. Finalmente, no se quería decir el verdadero motivo del programa de armamento militar.
La decepción de Inglaterra había sido profunda ante la negativa opuesta por Bonaparte, bajo presión de los manufactureros pero también por convicción mercantilista, de entablar negociaciones comerciales: el recuerdo del tratado de 1786 que había arruinado a la industria textil al abrir Francia a la libre circulación de los productos ingleses estaba todavía demasiado cercano. Apenas salida de la guerra civil, Francia no habría sido capaz de hacer frente a la competencia británica. Pero había un motivo más serio: Bonaparte pretendía reservar el continente para las mercancías francesas. Londres estaba preocupado por la transformación de Alemania. El 23 de febrero de 1803, la dieta del Imperio había modificado su mapa en beneficio de los grandes Estados, Prusia, Baviera y Wurtemberg. Dalberg, archicanciller del Imperio, que había presidido los destinos de esta remodelación, era favorable a Francia. Austria, aliada de Inglaterra, se veía poco a poco excluida. En Italia, la ocupación francesa se extendía a Génova y a la Toscana. Desde el 19 de febrero de 1803, Bonaparte era el mediador de la Confederación Helvética. Ya muy fuerte en Bélgica, la influencia francesa se había estrechado sobre la República Bátava. Todos ellos mercados perdidos para Inglaterra. 
\»Proclamación del Royal Exchange de la Paz de Amiens\», por Peltro William Tomkins.(f)

 
Más irritante incluso: Bonaparte sentó las bases de un gran imperio colonial. ¿Reaparición del sueño oriental? Una vez firmada la paz con la Puerta, el 26 de junio de 1801, Brune fue enviado como embajador a Constantinopla; Sébastiani se desplazaba al Mediterráneo en el curso de septiembre de 1802 y, en su informe sobre el estado defensivo de Egipto, publicado en Le Moniteur del 30 de enero de 1803, hacía un llamamiento para una nueva intervención de Francia. El 7 de agosto, se efectuó una demostración naval contra Argel; el 18 de junio, Decaen había recibido su nombramiento como capitán general de los asentamientos comerciales de la India y de Île de France, donde tenía el encargo de establecerse. Cavaignac se convirtió en comisario de relaciones comerciales en Máscate el 20 de junio. ¿Nacimiento de un sueño americano? El 24 de septiembre de 1802, se nombraba a Victor capitán general de Luisiana, de la que España acababa de hacer retrocesión a Francia. Y esta recuperaba con Victor Hugues su influencia en Guyana. Los proyectos americanos del Primer Cónsul se concretaban: se disponía de una base en Norteamérica, Nueva Orleans; y una base en Sudamérica, Cayena. Para restablecer el orden en Santo Domingo, antigua posesión francesa que había caído en manos de un negro, Toussaint-Louverture, Bonaparte envió a su cuñado el general Leclerc, con veinticinco mil hombres.

Pero el sueño americano se desmoronó rápidamente: mal preparada —no se tuvo en cuenta el clima—, la expedición a Santo Domingo, diezmada por la fiebre amarilla y la revuelta de los antiguos esclavos, fracasaba definitivamente en diciembre de 1803. En mayo, el Primer Cónsul había vendido Luisiana a Estados Unidos. Finalmente, con excepción de la de Sébastiani, las misiones enviadas a Oriente tampoco daban resultado. Decaen se vio obligado a replegarse a las Mascareñas. El imán de Máscate rechazó las propuestas de Cavaignac. Bajo un pretexto científico, la expedición de Baudin a las «Tierras australes», de 1800 a 1804, había intentado implantar la influencia francesa en las costas meridionales de Australia, rebautizadas especialmente en el atlas publicado por Peron y Lesueur, al regreso del viaje, «Tierra Napoleón»; pero también eso fue un fracaso. Los conatos de imperialismo colonial no tuvieron éxito por falta de continuidad en las miras y a causa de la desproporción entre los medios y la meta perseguida; al menos indicaban un despertar de las ambiciones francesas de ultramar que dieron motivos suficientes como para inquietar al gabinete británico.

Fue el problema de la evacuación de Malta lo que provocó la ruptura. Ante las usurpaciones europeas de Francia, Inglaterra no tenía intenciones de soltar una prenda tan importante, recuperada a Francia después de la breve ocupación. Bonaparte replicaba que había retirado sus tropas de los puertos napolitanos en conformidad con los acuerdos y que se mostraría intransigente en los temas mediterráneos y, más concretamente, acerca de la isla.

Talleyrand se volvía el portavoz del jefe del gobierno:

«El Primer Cónsul tiene treinta y tres años y no ha destruido todavía más que Estados de segundo orden; ¿quién sabe cuánto tiempo será preciso, si se ve forzado a ello, para cambiar de nuevo la faz de Europa y resucitar el Imperio de Occidente?»
 
El tono subió rápidamente; el 13 de marzo de 1803, Bonaparte tuvo un altercado —calculado— con el embajador de Inglaterra. Londres respondió con un ultimátum en el que exigía la evacuación de Holanda y de Suiza, y luego únicamente de Holanda, mediante la retirada, en un plazo de diez años, de las fuerzas inglesas establecidas en Malta, exceptuada la base de Lampedusa.

En mayo, Bonaparte proponía un arbitraje de las potencias neutrales. Malta sería ocupada provisionalmente por los rusos. Pero los ingleses no pensaban deshacerse de ninguna manera de un bastión que dominaba en el Mediterráneo la ruta de Egipto sobre la que los franceses no disimulaban sus intenciones. El 16 de mayo se produjo la ruptura. Todos los barcos franceses que echaron ancla en los puertos británicos fueron capturados. Bonaparte, por su parte, hizo inmediatamente detener a los ingleses que residían en Francia, a pesar de que sus tropas ocupaban Hanover y varios puertos del sur de Italia. La guerra se reanudaba.

La iniciativa procedía de Inglaterra, pero la guerra favorecía los propósitos de Bonaparte: la obra de recuperación bien encaminada, consolidada la República y alejado el peligro exterior, ¿amenazaba acaso la burguesía revolucionaria con desposeer al Primer Cónsul, cuyo poder personal no dejaba de incrementarse y de amenazar las libertades? Había que mantener a cualquier precio la imagen del salvador: 

«Un Primer Cónsul no se asemeja a esos reyes por la gracia de Dios que consideran sus Estados como un patrimonio hereditario. Tiene necesidad de acciones brillantes y, por consiguiente, de la guerra»
 
Esta última sentencia la habría confesado Bonaparte. Pero la guerra no disgustaba tampoco a una burguesía anglófila en sus gustos, pero anglófoba en sus intereses. Había que acabar con el poder económico de Gran Bretaña: la guerra se presentaba como el único medio de arruinar a la pérfida Albión en una época en que los teóricos franceses sostenían que toda prosperidad está basada en un mercantilismo riguroso y una ortodoxia financiera fundada en la moneda en metálico y la exclusión del crédito.\»

\»Sátira de los preliminares de paz entre Inglaterra y Francia, oct. 1801\» ( g)

– – – – – o – – – – – 

(*) – Productos fabricados en el Reino Unido inundaron Francia ilegalmente, como uno de los cónsules franceses en Gran Bretaña observado en diciembre de 1802: \»La mayoría de los franceses que vienen a Londres solo lo hacen para comprar con oro la mercancía que introducen fraudulentamente, para lo cual encuentran facilidades en las costas de las antiguas provincias de Normandía y Bretaña\». En la otra dirección sedas francesas y las gasas eran muy buscadas y también se pasaron de contrabando. los un gran número de artesanos y pequeños comerciantes lo que refleja la atracción del mercado de Londres para la industria parisina de artículos de lujo, que recuperó su antigua preeminencia. Esta dinámica comercial era parte de una tradición de larga tradición, que se mantuvo para otros tipos de intercambios entre los dos países. Esto se evidencia por un análisis detallado de la composición social de los viajeros británicos en el continente. La historiografía de la época insiste, y con razón, en el número de miembros británicos del parlamento y los pares del reino que cruza el Canal durante la Paz de Amiens, como Thomas Bruce, Lord Elgin (1766-1841), Thomas Erskine (1750- 1823) y Sir Philip Francis (1740-1818). Una gran parte de estos viajeros estaba formada por miembros de la nobleza u otros miembros de la élite (39.6%), siguiendo la tradición del Grand Tour. Francia continuó siendo una parada obligatoria en la ruta hacia Italia y Europa meridional, como lo había sido antes de 1789. Otro tipo de viajeros también viajaron a Francia en ese momento. Solo una pequeña proporción de británicos volvieron a Inglaterra en el momento de la paz de Amiens que fueron empleados en el comercio o la industria (1.4% de artesanos y tenderos, 6.8% de comerciantes en nuestra muestra). Muchos habían viajado a Francia antes o después durante la guerra y permanecieron allí.(3)

(**) – \»Encima del título caligráfico se encuentra la Paz y la Fortaleza (con un retrato de Napoleón). Sobre este grupo vuela la fama con la rama de palma y las armas de la República Francesa y el Reino Unido. Debajo, la Fuerza derrota a la Decepción y la Virtud apunta a la Riqueza y la Ciencia hacia la Paz. Al lado, los efectos de la paz. A la izquierda el florecimiento del comercio y la agricultura, a la derecha, de la pesca del arenque. La impresión incluye una declaración.\»

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Fuentes:

1) – \»Napoleón\» – Jean Tulard, Grupo Planeta Spain, 10 mayo 2012
2) – \»The Treaty of Amiens\» – Richard Cavendish | Published in History Today Volume 52 Issue 3 March 2002, https://www.historytoday.com/richard-cavendish/treaty-amiens,
3) – “The Channel: England, France and the Construction of a Maritime Border in the Eighteen Century” – Renaud Morieux, Cambridge University Press, 2016
4) – https://es.wikipedia.org/wiki/Tratado_de_Amiens_(1802)

Imágenes:

a) – De James Gillray (1756–1815) – Library of Congress, Prints & Photographs Division, LC-USZC4-8778 (color film copy transparency), uncompressed archival TIFF version (49 MB), level color (pick white point), rotated, cropped, and converted to JPEG (quality level 88) with the GIMP 2.4.5., Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=2913871
b) – By Jules-Claude Ziegler – https://www.histoire-image.org/etudes/paix-amiens-25-27-mars-1802, Public Domain, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=25334504
c) – By Dorieo – Own work, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=53848977

d) – By Jacob Ernst Marcus – Rijksmuseum, CC0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=35440511
e) – Satire on Napoleon\’s provocations of Britain during the Peace of Amiens. (British political cartoon). By James Gillray – Digital BodleianThis file comes from the Bodleian Libraries, a
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f) – By Peltro William Tomkins (died 1840) – one or more third parties have made copyright claims against Wikimedia Commons in relation to the work from which this is sourced or a purely mechanical reproduction thereof. This may be due to recognition of the \»sweat of the brow\» doctrine, allowing works to be eligible for protection through skill and labour, and not purely by originality as is the case in the United States (where this website is hosted). These claims may or may not be valid in all jurisdictions.As such, use of this image in the jurisdiction of the claimant or other countries may be regarded as copyright infringement. Please see Commons:When to use the PD-Art tag for more information., Public Domain, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=6363567
g) – By James Gillray – Digital Bodleian. This file comes from the Bodleian Libraries, a group of
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