Muchos reglamentos de juegos de guerra (wargames) para miniaturas napoleonicas contemplan factores para prácticamente cualquier aspecto de la lucha en aquella época, lo cual en mi opinión tiende a complicarlos en exceso, con innumerables tablas, bonificaciones y penalizaciones, muchas veces en detrimento de su jugabilidad. En su afán por querer reflejar cada aspecto de la batalla, curiosamente, en algunos casos como el libro de reglas de \»Republic to Empire\» tienden a penalizar más negativamente a la caballería británica en el momento de \»intentar cesar la persecución o reiniciarla a partir de un carga\» que al resto de caballerías de otros países, que no deja de ser una regla muy llamativa y que quiere reflejar ese \»cabalgar hacia cualquier cosa\» como titula algún libro en inglés que trata sobre el particular.
Obviando el tema extrictamente lúdico, el porqué de dicha particularidad quizás podremos averiguarlo en este interesante artículo publicado en la web de \»The Waterloo Association\», bajo el título
\»The misadventures of Wellington\’s cavalry from the Peninsula to Waterloo\», de Edward J. Cross, de la Universidad de Ohio, en una ponencia presentada en la Universidad de Southampton en el \»
Waterloo Congress\» de julio de 1987. Cross centra en cuatro las razones del rendimiento tan particular de la caballería inglesa del periodo napoleónico, que llevó al mismo Wellington a declarar amargamente que:
\»la caballería de otros ejércitos europeos ha ganado victorias para sus generales, pero la mía siempre me ha metido en problemas\».
Por último agradecer a \»The Waterloo Association\» por la amable autorización para traducir y reproducir el artículo en español en nuestro blog.
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La caballería inglesa en una imagen modificada a partir de un grabado de Knötel (a) |
LAS DESVENTURAS DE LA CABALLERÍA DE WELLINGTON
Arthur Wellesley, el primer duque de Wellington, fue un implacable jefe de operaciones que exigió la absoluta obediencia de aquellos hombres bajo su mando militar. Confiaba o delegaba en pocos oficiales, en lugar de eso él prefería hacer gran parte del trabajo de estado mayor. El teniente coronel William Tomkinson, un veterano de las campañas de España y Waterloo, se quejó una vez de que \»Lord Wellington es tan poco influenciable; de hecho no permite a nadie decir una palabra… \»[l] Tampoco toleraría las valoraciones u opiniones no solicitadas de ninguna de sus órdenes. El general Robert B. Long, un oficial de caballería, señaló que ello era equivalente a \»alta traición\» [2] incluso cuestionar a Wellington sobre una decisión. En resumen, gobernaba el ejército con un guante de hierro.
Sin embargo, una rama del ejército ignoró sistemáticamente la disciplina forzada de Wellington: la caballería. Durante la época del conflicto de Inglaterra con Napoleón, 1803-1815, la caballería británica exhibió una propensión fatal a abandonar todo propósito y formación durante una carga y enfrentándose a derrotas innecesarias. Seis cargas, en Vimeiro, Talavera, Badajoz, Fuentes de Oñoro, Maguilla y Waterloo se convirtieron en tantos episodios desafortunados. Estas estampidas enloquecidas han sido llamadas \»la maldición de la caballería británica durante la guerra\». [3]
Sorprendentemente, sin embargo, se ha prestado muy poca atención a descubrir por qué ese comportamiento imprudente se convirtió en un hábito estándar y esperado. Un examen del sistema militar británico y las desastrosas cargas revela que las acciones de la caballería son el resultado de cuatro factores que se combinaron de manera sutil y no tan sutil para causar la caída repetida de la caballería británica. Los cuatro elementos responsables de esto son:
1) – El sistema de compras;
2) – Los requisitos de formación;
3) – La estructura de mando y la doctrina táctica, y
4) – El método de mando de Wellington.
Las circunstancias y consecuencias de las seis cargas desafortunadas ilustran en detalle el efecto total de la combinación de estos factores.
La primera instancia de la caballería británica desperdiciando una oportunidad y atacando con furia ciega ocurrió el 21 de agosto de 1808 en Vimeiro, en Portugal. Dirigido por el coronel Taylor, el 20º de dragones ligeros fue enviado contra la reserva de infantería francesa a la que cogió en columna y desbordó. Luego, Taylor perdió todo el control del 20º y persiguieron a la infantería en huida a una distancia de más de media milla. En ese momento fueron cargados por la reserva de caballería del mariscal Junot y horriblemente sableados, sufrieron un 50% de bajas y perdieron a su comandante. La batalla fue, sin embargo, fue una victoria británica y Portugal se liberó: pero, de las 720 bajas británicas sufridas durante la batalla, más de la mitad fueron del 20º de dragones ligeros.
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El 20º de dragones ligeros cargando en la batalla de Vimeiro (b) |
Vimeiro fue la primera experiencia de Wellington con la impetuosa caballería. Su segundo encuentro tuvo lugar el 28 de julio de 1809 en Talavera, cerca de Toledo, en España. Aquí, Wellington envió a la brigada ligera de Anson, el 23º de dragones ligeros y un regimiento de los húsares de la Legión Alemana (KGL) contra una división de infantería francesa. Entre los dos hay una llanura aparentemente plana; parecería, después, que ningún oficial se había tomado el tiempo para familiarizarse con el campo de batalla, ya sea mediante el uso de mapas o el reconocimiento. La brigada de Anson cargó a toda velocidad e inmediatamente perdió todo orden. La división francesa, por su parte, se formó tranquilamente en cuadros regimentales. La caballería británica, que avanzaba a toda velocidad, cayó precipitadamente en un curso de agua de quince pies de ancho que estaba parcialmente oculto por la alta hierba. A un ritmo controlado, el obstáculo podría haberse salvado, pero a galope total, la brigada no tuvo oportunidad; más del 50% de la brigada de Anson se estrelló contra el peligro que solo era desconocido para los británicos. Muchos de los hombres y caballos que cayeron sufrieron fracturas de piernas y cuellos. Los supervivientes, y aquellos que pudieron rodear el pequeño peligro, continuaron pasando los cuadros y se lanzaron contra tres líneas de caballería francesa. La caballería francesa formada, que incluía un escuadrón de la élite de lanceros polacos, cortó a pedazos los pequeños grupos de jinetes británicos. La carga no logró nada y Anson se quedó con solo media brigada. El asistente adjunto Comisario General de Wellington, A.L.F. Schaumann, llamó a la carga en el abismo \»una escena indescriptible y terrible\». [4]
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Carga del 23º regimiento de dragones ligeros contra los cuadros franceses (c) |
El siguiente encuentro de la caballería británica con el infortunio ocurrió el 25 de marzo de 1811 durante el asedio [sic] de Badajoz, en el suroeste de España. El general Robert B. Long y una fuerza de 2.000 soldados de caballería, liderados por el 13º de dragones ligeros, atacaron un tren de asedio francés que estaba fuertemente protegido por la caballería francesa. Sorprendidos por la ferocidad del ataque, los jinetes franceses se dispersaron rápidamente y los dieciocho cañones de asedio quedaron allí para ser tomados. La caballería británica, sin embargo, estaba nuevamente fuera de control. Intoxicados por su éxito inicial, galoparon durante más de seis millas, sablearon y dispersaron a los fugitivos, y siguieron hasta la fortaleza de Badajoz. Las armas casi capturadas, mientras tanto, fueron recuperadas por la infantería francesa. La ira de Wellington cayó pesadamente sobre el 13º de dragones, el principal regimiento:
“La conducta del 13º era la de una chusma, galopando tan rápido como su caballo podía llevarlos a través de una llanura en busca de un enemigo al que no podían hacer daño cuando se dispersaron. Si el 13º nuevamente son culpables de incurrir en esta conducta, les quitaré sus caballos y enviaré a sus oficiales y hombres para que cumplan con su deber en Lisboa.\» [5]
Wellington se sintió decepcionado una vez más el 3 de mayo de 1811 cuando, durante el primer día de la batalla de Fuentes de Oñoro, el 16º de húsares se lanzaron ciegamente contra un número muy superior de caballería francesa. Dirigido por el Mayor Myers, que los colocó cerca de un desfiladero y que tenía muchas dudas al enviar las órdenes, el 16º fue rechazado y obligado a retirarse a través del pequeño desfiladero. En total desorden, los húsares volvieron cojeando, sin formación y más allá de cualquier uso posterior a Wellington. Sin embargo, las bajas fueron leves, ya que los franceses se negaron a seguir al 16º por el desfiladero. Aun así, alrededor de una docena de hombres resultaron heridos, capturados o muertos, incluidos dos oficiales y un sargento.
El 11 de junio de 1812, durante una escaramuza cerca de Maguilla, en España, la historia se repitió de nuevo. La brigada pesada del general de brigada Slade, el 1º de dragona Real y el 3º de dragones de la Guardia, fueron liberadas contra la brigada de dragones de Lallemand. A unos pocos metros, los jinetes pesados de Slade estaban cargando en la ahora típica moda británica: a máxima velocidad y sin formación. El entusiasmo del ataque, sin embargo, volvió a ser demasiado para los franceses que rompieron y huyeron. los jinetes pesados de Slade, sin embargo, no pudieron detenerse y galoparon en completo desorden. Fueron cogidos de flanco y por la retaguardia por un regimiento de cazadores que Lallemand había colocado deliberadamente en la reserva y que ni Slade ni ninguno de sus oficiales notaron. [El futuro] Teniente coronel William Tomkinson, que estaba con Slade, recordó el incidente:
\»[Slade] persiguió con toda su fuerza durante casi dos leguas cerca de Maguilla… y el enemigo que tenía un regimiento de cazadores aquí formado, cargó a nuestra tropa dispersa, volvió a tomar todo lo que habíamos ganado y volvió la jornada completamente contra nosotros. \»[6]
La falta de disciplina de la caballería había causado, una vez más, su destrucción. El ataque no había logrado nada más que dejar a Slade sin un tercio de su brigada. Wellington, escribiendo a Sir Rowland Hill, expresó su enojo: \»Nunca he estado tan molesto que por el asunto de Slade\». [7]
Habiendo exhibido sus tendencias pírricas desde el comienzo de la guerra, la caballería británica cortejó el desastre y persiguió a Wellington hasta el final.
El desastre final tuvo lugar en Waterloo. La carga fue exigida por el ataque del cuerpo de D’Erlon al centro británico a aproximadamente las 14:00 horas. Con poca distancia entre ellos y Bruselas, la infantería francesa del cuerpo de D’Erlon amenazaba con romper el centro de la \»delgada línea roja\» de Wellington. Para aliviar la presión, Wellington dio órdenes para que actuaran las Brigadas de la Unión y la Guardia. Sin embargo, sabiendo que probablemente correrían hasta la muerte, Wellington se vio obligado a apostar por ellos según lo exigiera la situación. La Brigada de la Unión, el 1º de los Reales, los Scots Greys y el 6º de Inniskillings, rodearon las laderas que habían ocultado su existencia al cuerpo de D’Erlon. Ya desordenada y a una velocidad vertiginosa, la brigada descendió contra las columnas francesas en masa infligiendo 4.000 bajas y poniendo a 15.000 hombres en huida. Inflamados por su éxito, sin embargo, la brigada cargó a través de la Gran Batería francesa. Individualmente y en pequeños grupos, avanzaron hasta que Napoleón lanzó a los lanceros de Jacquinot y a los cuirassiers de Farine por el flanco de los cansados jinetes británicos.. Las Brigadas de la Unión y la Guardia sufrieron la pérdida de 35 oficiales y 800 hombres de su número original de 2.000 jinetes, o el 40%. [8]
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El famoso cuadro de la carga de los Scots Greys en Waterloo, de Lady Elizabeth Butler (d) |
Porque habían perdido el control, otra vez, y sufrieron tales horrendas bajas que Wellington no pudo usar la Brigada de la Unión por el resto de la batalla. El estilo y el resultado de la carga de caballería británica en Waterloo diferían muy poco de cualquiera de las cargas descritas anteriormente. Fue imprudente, fuera de control, inicialmente exitosa y, al final, auto-destructiva. Sin duda, hubo más de seis cargas que siguieron este patrón durante el período; pero, como no causaron un desastre completo, se hace poca o ninguna mención de ellos. Por ejemplo, durante la batalla de Morales, el 2 de junio de 1813, los húsares del 10º, 15º y 18º regimientos cargaron contra un gran cuerpo de caballería francesa, lo rompieron y luego persiguieron alocadamente a los jinetes franceses durante más de dos millas.
En este caso, sin embargo, la caballería francesa no recibió apoyo y, por lo tanto, los húsares británicos escaparon sin las habituales innecesarias pérdidas. Y, solo dos semanas antes del asedio de Badajoz, el 3º de dragones se lanzó a toda velocidad en la noche, persiguiendo a un enemigo cuya posición y fuerza eran desconocidas. Sacudidos por fuego invisible, los dragones corrieron de regreso a través de las tropas británicas que dispararon contra ellos pensando que eran franceses. Los británicos tuvieron la fortuna de escapar del daño. La carga auto-destructiva se había convertido en la marca y la perdición de la caballería británica.
Quizás el factor más importante que contribuyó a la caída de la caballería británica fue el método por el cual los oficiales eran promovidos. Usando el sistema único de compra, el oficial británico podía comprar su comisión y los empleos posteriores. Los únicos criterios para la promoción eran la antigüedad y los medios financieros para alcanzar el precio del vendedor del empleo; el brazo de caballería, la rama de servicio preferida por los ricos, era especialmente susceptible a que sus oficiales obtuvieran sus filas en sus bolsillos. El mérito, el indicador más obvio de la competencia profesional, no era una consideración. Por lo tanto, el sistema de compra permitió que hombres inexpertos y, a menudo, no calificados, obtuvieran el posiciones de mando.
Sin embargo, el ejército británico siguió siendo una fuerza de combate fiable durante el conflicto de Napoleón porque el sistema de compra, a pesar de sus graves fallas, produjo de hecho a un puñado de oficiales excepcionales. Hombres como Robert Craufurd, Rowland Hill, Thomas Picton y, por supuesto, el duque de Wellington se desempeñaron admirablemente en el campo en todos los niveles de mando. El historiador Correlli Barnett sugiere que \»aunque el estándar general del cuerpo de oficiales británico estaba muy por debajo de los franceses, una minoría de oficiales era tan buena como para poder llevar al resto al menos bajo un general del calibre de Wellington\». [9] Gran Bretaña tenía un ejército porque el sistema logró producir unos pocos hombres buenos. El sistema de compra produjo tan pocos oficiales destacados porque no incluyó el mérito entre los criterios para la promoción. Las promociones por valor extraordinario en el campo de batalla, llamadas “brevet-promotions”, se otorgaron pero causaron mucha confusión porque no se reconocieron de manera regular, solo se aplicaron \»al ejército en su conjunto\».
Dejando a un lado las promociones, el sistema de compra permitía la promoción de hombres no cualificados y no formados, mientras ignoraba a los oficiales veteranos, pero menos ricos. Con precios que van desde £840 por comisión a £6.175 por un teniente coronel (línea de caballería), el sistema eliminó a los hombres que eran aptos para el mando pero que no podían pagar el precio del siguiente empleo. A esto se sumó el gasto por cosas tales como ropa, uniformes, caballos y monturas, todo lo cual un oficial tenía que pagar de su propio bolsillo. En 1804 un subalterno ganó £129 al año. Sus gastos por los artículos anteriores fueron de aproximadamente £458 por año. En 1815, el coronel de los Scots Greys estableció el requisito de que, para poder ser elegible para una comisión en su regimiento, un joven debía tener a su disposición al menos 200 libras al año, además de su salario. [10]
Tales gastos hicieron de algún tipo de riqueza privada un prerequisito para una carrera exitosa en el ejército. Como señala el historiador Michael Glover, la mayoría de los oficiales eran hijos de profesionales, abogados, pintores, médicos, clérigos, etc. [11] y, por lo tanto, tenían algo de dinero aparte disponible para ellos. Estos jóvenes respaldados por el dinero de la familia ascendieron rápidamente a través de las filas a puestos de importancia. El general Bell observó con amargura que \»los oficiales veteranos se encontraban bajo el mando de los niños de la guardería que se quedaban en casa y nunca olían el poder\». [12] Estos \»niños\» no tenían capacitación cuando se convirtieron en oficiales, como se muestra en el siguiente cuadro del trasfondo de los comisionados durante las guerras napoleónicas nos muestra lo siguiente:
– De las filas: 6%.
– Del Real Colegio Militar (est.1812): 4%.
– De la milicia: 20%.
– Voluntarios (aquellos que se unieron a un regimiento y esperaron una apertura): 5%
– Aquellos que se unieron sin entrenamiento o antecedentes militares en absoluto: 65% [13]
Usando las listas de promociones que aparecieron en el London Gazette de 1810 a 1813, la siguiente información muestra el porcentaje de promoción por compra:
– Enseña a teniente: Infantería: 12.3%, Caballería: 42.7%
– Teniente a capitán: Infantería: 22.2%, Caballería: 60.0%
– Capitán a Mayor: Infantería: 30.7%, Caballería: 31.9%
– Mayor a Teniente Coronel: Infantería: 18.0%, Caballería: 7.7%
– Porcentaje promedio de obtención de rango por compra:
Infantería: 17.75%, Caballería 45.1% [14]
Las cifras anteriores son las más reveladoras y, quizás, explican mejor por qué la infantería era más confiable en la batalla que la caballería. Con una tasa de compra de más de dos veces y media más que la infantería, la caballería fue dirigida por hombres con mucha menos experiencia profesional que sus homólogos de infantería; y cuando se considera que casi dos tercios de los oficiales entraron al servicio sin ningún entrenamiento militar, no es sorprendente que la caballería a menudo se extraviara. Además, no había restricciones para transferir entre dos ramas del servicio. Dicha transferencia haría que sea mucho más difícil para un oficial aprender su oficio, ya que apenas comenzaría a comprender los rudimentos de una rama se transferiría a la otra.
Por lo tanto, debido al método de promoción y la falta de requisitos de ingreso y capacitación, un oficial podía llegar a un puesto de mando casi totalmente ignorante de los deberes y responsabilidades de su profesión escogida. Que la mayoría eran incompetentes fue un hecho que no escapó a Wellington. Lord Grenville recordó una conversación que tuvo con Wellington sobre la falta de conocimiento de sus oficiales: \»Al principio, ninguno de ellos sabía algo del asunto, que [Wellington] estaba obligado a ir de división en división y mirar todo por sí mismo\». [15]
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D. Dundas (e) |
Exacerbando esta situación fue la falta de requisitos formales de entrenamiento del ejército británico. Se suponía que la caballería británica entrenaría y lucharía de acuerdo con las Instrucciones y los Reglamentos para las Formaciones y Movimientos de Caballería, escritos por Sir David Dundas en 1796 y los Reglamentos de Su Majestad para la Formación y el Movimiento de Caballería, que fue publicado por la Oficina de Guerra en 1808. Ambos manuales establecieron líneas de guía específicas con respecto al entrenamiento y manejo de la caballería, que cubren elementos como el uso de la reserva, la velocidad de carga, las formaciones de marcha y ataque y los procedimientos de recuperación. Fueron escritos para unificar las acciones de los comandantes de caballería y sus regimientos mientras estaban en el campo de batalla.
Desafortunadamente para el ejército británico, pocos oficiales leyeron estas regulaciones y aún menos los siguieron. Es cierto que el manual de Dundas era bastante complicado y requería un oficial serio y competente para dominarlo. Pero el ejército británico, aunque era extremadamente estricto con el soldado común, era extraordinariamente fácil con sus oficiales. Muy simple, su día no incluía tiempo para aprender manuales. Ralph Heathcote, una nuevo corneta en los Reales, describió una jornada laboral típica en 1809:
\»Alrededor de las nueve en punto, las trompetas suenan para desfilar a pie, luego las diferentes tropas que se forman ante las puertas del establo marchan hacia el centro del patio del cuartel, y formando en línea son examinadas por el mayor…, luego el sargento mayor ejerce con el Regimiento, con el que no tenemos nada que ver. A las diez en punto, desayuno con algunos otros en el comedor… a las once todos los subalternos deben ir a la escuela de equitación, pero si no van, no se les presta atención… y a las doce lo mismo los subalternos asisten a un simulacro a pie, y luego sus asuntos están listos para el día\». [16]
Así, parece que los hombres entraron en el ejército sin formación, y con poco esfuerzo lo siguieron haciendo. El oficial y el soldado aprendieron los movimientos de campo básicos de un oficial con experiencia no comisionado durante la campaña. Incluso la capacidad de montar se tenía que aprender en campaña, ya que las únicas dos escuelas de equitación del regimiento estaban reservadas para los Guardias.
La calidad de la formación que recibía un oficial se dejaba generalmente a cargo de los comandantes del regimiento, ellos mismos, relativamente sin formación e inexpertos. Estos comandantes estaban más a menudo preocupados por la apariencia de una unidad y la inteligencia con la que manejaban maniobras simples, generalmente en lo común, que en su preparación para la batalla. Este hecho también perturbó a Wellington, quien se quejó: \»Ellos [la caballería] nunca piensan en maniobrar ante el enemigo, tan poco que uno podría pensar que no pueden maniobrar, excepto en Wimbledon Common\». [17] Cualquier oficial que manejaba su regimiento en el patio de armas sin ponerse en ridículo se consideraba apto para el servicio, a pesar de la queja de Wellington.
Tomkinson verificó que las fallas de la caballería se debían, en gran medida, a la falta de entrenamiento:
“En Inglaterra nunca vi ni oí hablar de la caballería enseñada a cargar, dispersarse y formar, lo cual si se le enseñara una cosa a un regimiento, creo que debería ser eso. Intentar darles a los hombres u oficiales alguna idea en Inglaterra del deber era considerado absurdo, y cuando llegaban al extranjero, tenían todo esto para aprender. El hecho era que no había nadie que les enseñara”. [18]
El efecto de esta falta de entrenamiento se presentaría durante la batalla, y lo hizo con gran frecuencia. Sin entrenamiento, la caballería casi siempre perdió el control debido a la velocidad excesiva. A tal velocidad, la formación y el control de cualquier tipo eran imposibles. Todos los grandes desastres de caballería descritos anteriormente fueron causados, en gran parte, por tales cargas alocadas e infernales. Estas cargas ciertamente no formaban parte de las reglas y regulaciones de Dundas; pero como los oficiales no leyeron ni ejercitaron sus regimientos de acuerdo con ellos, pocos de ellos lo sabían. En cambio, los oficiales permitieron el paroxismo del momento y el frenesí de sus caballos para dictar sus acciones.
Wellington era muy consciente de las deficiencias de su caballería. En una carta a Sir Rowland Hill, determinó correctamente la causa principal de la desgracia de la caballería:
\»Esto se debe en su totalidad a un truco que nuestros oficiales han adquirido de galopar hacia todo y luego a galopar de vuelta tan rápido como galopan hacia el enemigo\». [19]
Además de la pérdida de control y formación, el costo total de las cargas causó víctimas innecesarias. Debido a que a los caballos se les permitió mantener una velocidad vertiginosa en grandes áreas, por lo general alcanzaron la posición del enemigo en condiciones cercanas a la fatiga. Junto con su falta de formación, la caballería era especialmente propensa a contraatacar. Incluso cuando no fueron presionados por contraataques, los regimientos de caballería británicos solían ser inútiles después de una carga, ya que su falta de entrenamiento se manifestaba en su incapacidad para reformarse. Tales demostraciones tan a menudo repetidas de ineptitud casi hicieron que Wellington no desease a la caballería. Consideraba a la infantería tropas confiables; su caballería siempre sería indisciplinada e impredecible. El hecho de que la infantería fuera menos propensa a la autodestrucción se puede atribuir, en cierta medida, al área más pequeña sobre la cual los oficiales de infantería, o más probablemente los NCO tenían que ejercer su control. Las formaciones de infantería variaron en tamaño desde 60 pies por lado para un cuadrado hasta aproximadamente 200 yardas para una línea de dos filas. Debido a que se usaron para muchos propósitos diferentes, el tamaño de las formaciones de caballería varió enormemente, siendo la más pequeña la formación de carga. Esta era efectuada rodilla con rodilla, con dos rangos de profundidad y unas 300 yardas de largo. Al final de una carga, la línea podía haberse extendido a 600 yardas, en relación con el terreno y la distancia que cubría la carga. Por lo tanto, era posible que un soldado de caballería se alejara de su comandante, o suboficial, hasta un tercio de una milla o más (unos 500 metros).
Tales distancias hicieron extremadamente difícil incluso para los oficiales competentes ejercer el tipo de control estricto necesario para contener a sus hombres demasiado entusiastas. Para la mayoría de los oficiales, inexpertos y sin entrenamiento como eran, simplemente no era posible. Wellington reconoció que la caballería estaba en desventaja cuando se trataba de mantener la formación. Observó que: \»Sus caballos les proporcionan medios de vuelo, y una vez que la caballería pierde su orden es imposible restaurarlo\». [20]
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[1] Lt.Col. WiIliam Tomkinson, Diary of a Cavalry Officer (London, 1894) [p.188 in the Spellmount edition of 1999.]
[2] T.H. McGufie, ed, A Peninsula Cavalry General: The Correspondence of Lt.-Gen. Robert Ballard Long (London 1951), p.238
[3] Jac Weller, Wellington in the Peninsula 1808-1814 (London, 1962), p.50
[4] A.L.F. Schaumann, On the Road with Wellington (London, 1924), p.187
[5] Duke of Wellington, The Dispatches of Field Marshal the Duke of Wellington during his various Campaigns (London, 1834-1838), VII, p.412
[6] Tomkinson, op cit., p.173 [Tomkinson was not present – he joined Stapleton Cotton at Carpio on that day. The account in his diary for 28th June is based on Slade’s report to Cotton. See p.173 of the Spellmount edition.]
[7] Wellington, op. cit., IX, p.238
[8] J.W. Fortescue, History of the British Army (London, 1920), p.366
[9] Correli Barnett, Britain and Her Army 1509-1970 (London, 1970), p.238
[10] Marquess of Anglesey, A History of the British Cavalry 1816-1850 (Hamden,1973), I, p .169
[11] Michael Glover, Wellington’s Army (London, 1977), p.36
[12] Gunther E. Rothenburg, The Art of Warfare in the Age of Napoleon (London, 1978), p.176
[13] Glover, op.cit., p.39
[14] Ibid., p.83.
[15] Godfrey Davies, Wellington and His Army (Oxford, 1954). p.52
[16] Glover, op.clt., p.41
[17] Wellington, op. clt.,IX, p.240
[18] Tomkinson, op. clt., p.135
[19] Wellington, op.clt., IX, p.240
[20] Ibid, VII, p.286
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