La Coronación de Napoleón, por Paco Tovar

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En mayo pasado se cumplieron dos siglos de la muerte de Napoleón en Santa Helena. Pero el camino hacia ese peñasco en mitad del Atlántico, abandonado por todos excepto por unos poquísimos (y también interesados) fieles empieza mucho antes, cuando era un joven general triunfante en Italia. Ahí empieza el camino que le llevará a ser coronado Emperador de la República Francesa (pues tal era el título oficial en 1804).

David pintará el fasto en la catedral de París, y no dejará detalle en sus pinceles, pues no sólo retratará lo que hubo, sino incluso quien no estuvo o quien lo hizo con una cierta sorna.

No os describiremos a todos los personajes, porque estamos seguros que todos sabréis dónde están Napoleón, Josefina y el Papa Pío VII, e incluso los que aparecen sin estar: la digna matrona del palco, Letizia Ramolino, madre de Napoleón, no asistió a la ceremonia pues a pesar de recibir de su hijo el título de Madame Mère nunca acabó de creerse las ínfulas imperiales de su piccolo Napolione. Sólo os señalaremos algunos personajes con sus curiosidades.

Si os place acompañarnos, vayamos a Nôtre-Dame, escondidos tras una cortina, bisbiseando el quién es quién de los mentideros de una corte efímera pero rutilante.

«Consagración del emperador Napoleón I y coronación de la emperatriz Josefina en la catedral de Notre-Dame de París el 2 de diciembre de 1804» (1807), óleo sobre lienzo, 10×6 m (a)

LA CORONACIÓN («LE SACRE»)

2 de diciembre de 1804. Desde las Tullerías en carruaje tirado por caballos blancos y escoltados por la Guardia Consular a caballo, Napoleón y Josefina recorren las calles hacia Nôtre-Dame. Los Reyes de Francia se consagraban en Reims, pero el corso lo hará en París: es el único cambio en una ceremonia que imita la etiqueta de los Borbones.

Un frío que pela, y los invitados llevan horas esperando, el Papa se queja por lo bajini, pero David decide pintar EL instante: Napoleón con corona de laurel de oro, cual emperador romano, coloca sobre la cabeza de Josefina la que la proclamará Emperatriz.

El Papa es representado en un ángulo, en actitud de bendición, pero bien visible y con capa pluvial, mitra y sosteniendo una cruz procesional, el arzobispo de París: David dejó claro que el Sumo Pontífice pintó poco ante la voluntad de un hombre que se corona a sí mismo, y que era más de fiar el clero local que el mismísimo Papa.

Vestimenta «grand costume» completa de Napoleón como emperador (b)
Vestimenta «petit costume» de Josefina como emperatriz. (b)

Con trajes de seda, sombrero negro y plumero blanco, tres hombres circunspectos. El de la derecha es el engreído, valiente y enorme Joachim Murat. Hijo de posaderos de provincias, desde mayo era ya mariscal y pronto sería agraciado con los títulos de Gran Duque de Berg, Príncipe de Pontecorvo y Rey de Nápoles, trono que intentará quedarse tras los Cien Días, cosa que no conseguirá: será fusilado por orden de Fernando I de las Dos Sicilias en 1815.

Bendiciones, música compuesta para la ocasión por Jean-François Le Seur… y aparte de Napoleón, dos personas más debieron de pensar lo mismo: «si papá lo pudiera ver…«.

De perfil, en ropaje blanco y rojo con sombrero negro tenemos a los dos hermanos de Bonaparte: a la derecha, Luis. A la izquierda, José.

Los dos hermanos de Napoleón, José y Luis. (a)

Del segundo, poco que no sepáis: fue nuestro Pepe Botella. Culto, sagaz, fue de los primeros que vieron que la aventura de España iba a acabar como el rosario de la aurora, y con la Restauración vivirá como un potentado en los Estados Unidos bajo el título de conde de Survilliers, muriendo al poco de regresar a Francia en 1844, ya con Luis Felipe I.

Luis fue nombrado príncipe imperial por su hermano, y luego Rey de Holanda en el afán de colocar en tronos controlables a los miembros de la familia, pues como buen corso Napoleón sabía que los suyos eran un clan que había que mantener unidos. Además, lo casará con Hortènse de Beauharnais, la hija del primer matrimonio de Josefina: el clan abarcaba también a los vástagos de la Emperatriz.

Pero Luis nos sale rana: aprendió holandés (cosa de por sí meritoria) e intentó tener política propia para atraerse a sus súbditos, motivo de sobras para provocar que Napoleón lo derroque. Será el padre de Luis Napoleón, futuro Napoleón III.

Josefina era algo mayor que Napoleón, cosa que provocará más de un cuchicheo entre las enjoyadas damas. Sobre todo, entre tres que se sabían jóvenes, bellas e inteligentes… e intocables. Son las hermanas del Emperador.

De izquierda a derecha: Carolina, Paulina y Elisa. Tres beldades que serán casadas con fieles bonapartistas, que quedarán aún más atados a la gloria de esa corona recién estrenada.

Por la izquierda, las tres hermanas de Napoleón, seguidas de Hortensia de Beauharnais, hija de Josefina y esposa de Luis Bonaparte, con su hijo de la mano, y Julie Clary, esposa de José Bonaparte. (a)

Carolina, con Murat: quizá la única que se desposó con alguien que ya era fiel a Napoleón desde la campaña de Italia, y que creyó que con ese enlace quedaría más encumbrado, no siendo así. Según su opinión, porque reinar en Nápoles en 1808 en lugar de en España no nos parece algo especialmente pavoroso.

Elisa se unirá a un príncipe italiano, Felice Bacchiocchi, de origen corso y cuyo principado fue otorgado por Luis XV. Felice será nombrado duque de Lucca y Piombino, perdiendo los títulos con la Restauración, siendo enterrado junto con su esposa en la catedral de Bologna.

Y Paulina… la arrebatadora Paulina se casará con uno de los grandes de la nobleza romana, el príncipe Camillo Borghese, el cual era el segundo esposo de la beldad de los Bonaparte (había quedado viuda del general Leclerc en 1802). Camillo fue «bendecido» por su cuñado con nuevos florones para su antigua estirpe: al principado de Sulmona, heredado de su padre, añadió el de príncipe del Imperio y el ducado de Guastalla, luego elevado a principado.

Encargará al gran Canova un retrato de su esposa, y venderá a su cuñado los tesoros artísticos de la familia para los fondos del Louvre, que volvieron a la casona familiar en Roma tras los Cien Días. Morirá en 1832, habiendo sobrevivido a Paulina y a Napoleón, perdonado por el Papa y con el patrimonio intacto, cosa por sí meritoria pese a su bonapartismo.

Será padrino de un niño, con cuyos padres mantuvo amistad (y no es el del cuadro: es Luis, el primer hijo de Hortènse, a cuya mano se agarra). Un niño de la aristocracia piamontesa, los Benso, nacido en 1810 también llamado Camillo… y que 50 años después será el primer ministro de Victor Manuel II de Saboya, primer Rey del unificado Reino de Italia. La Historia lo conoce más por su título: conde de Cavour.

De todos los que estaban en sus mejores galas ése helado 2 de diciembre, sólo uno parece que mantuvo una sonrisa a medio camino entre sarcástica y despectiva. Alguien que sabía que, de todos los ahí presentes (exceptuando al Papa), era el único que era noble desde la cuna sin que ello le impidiera mantenerse a flote ante los embates que sacudieron Francia desde Luis XVI hasta Luis Felipe I.

Talleyrand, ministro de Asuntos Exteriores y Gran Chambelán del Imperio (a)

Es Charles Maurice de Talleyrand-Périgord, nacido en 1754 y dedicado a la carrera eclesiástica, que disfrutará sin reparos en sus lujos, prebendas y en la cercanía a las damas (pasando del salón al dormitorio sin mucha mala conciencia). Obispo de Autun en 1789, verá con clarividencia por dónde iba la Historia y será de los primeros miembros del clero en los Estados Generales que se pase al Tercer Estado.

Oficiará la ceremonia de jura de la Constitución por Luis XVI en 1791 (con titubeos y sarcasmo: «hace tanto que no he oficiado misa que os ruego no me hagáis reír«, le dijo a su ayudante), será el imprescindible ministro de Exteriores de todos los regímenes de Francia: con la República, el Directorio, el Consulado, el Imperio y con los Borbones.

Porque, aunque Napoleón lo nombre príncipe de Benevento, a partir de 1813 empezará a maquinar (con la ayuda por omisión de otro imprescindible: el ministro de la Policía Fouché) para la caída de Napoleón y el retorno de los Borbones en la persona de Luis XVIII.

Chateaubriand, fiel al Rey hasta el punto de exiliarse con él en Gante durante los Cien Días, nos narra en sus soberbias «Memorias de ultratumba» verlos pasar, a Talleyrand con su cojera agarrado del brazo de Fouché, saliendo de la regia cámara. Y describió en una frase las «virtudes» de los personajes que hacen entender cómo sobrevivieron a todos sin dejar de ser imprescindibles. Ambos por sus contactos, sórdidos o elevados, de bajos fondos uno y de la intimidad bajo las sábanas el otro: «el Vicio del brazo del Crimen».

Terminamos nuestro repaso por las curiosidades de algunos de los personajes inmortalizados por David en su obra «La coronación de Napoleón» con el (que sepamos) único español que pudo ver los fastos de cerca.

Está representado detrás del altar, junto con los embajadores extranjeros que con su presencia dignificaban el encumbramiento de un general corso salido de la Revolución que quiso creerse sucesor de los Luises. Y es el único que se distingue, cosa que demuestra la importancia que tenía como representante de su soberano ante la advenediza corte.

Lo reconoceréis porque no lleva entorchados, ni pesados ropajes de fantasía, ni blancas plumas. Una casaca azul con el pecho cruzado por la Orden de Carlos III: es el almirante Federico Gravina y Napoli, embajador del Rey de España.

El famoso marino aparece con las solapas abrochadas a la usanza y moda de la Armada, y luce la venera y la cruz de caballero de la Orden de Santiago, de la que era caballero, y la banda y la cruz de la Orden de Carlos III. (a y b)

Nacido en Palermo, pasó al servicio de España y fue uno de los mejores oficiales de nuestra Armada. Bregado en el asedio de Gibraltar y Menorca, fue ascendiendo en el escalafón naval, y bajo su mando la flotilla que llevó a las Américas la noticia de la muerte de Carlos III tardó sólo tres meses de Cádiz a la Habana, Cartagena de Indias y vuelta.

Será el almirante al mando de nuestra escuadra en Trafalgar, e intentó persuadir a su homólogo francés Villeneuve de esperar en el puerto a que pasara la tormenta que los barómetros anunciaban: que barrieran los elementos a los ingleses (en justa ironía histórica, como venganza a la Armada de Felipe II en 1588), y luego salir para acabar con los restos. Villeneuve puso en duda su valor, hubo acaloramiento en la cámara de oficiales del «Redoutable»… y la escuadra se hizo a la mar el 21 de octubre.

Al mando del «Príncipe de Asturias», quedará herido de gravedad, aunque conseguirá volver a puerto con su buque y organizar una salida para recuperar algunos de los barcos capturados por Nelson, pero morirá en marzo de 1809 por la gangrena.

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Nota: Si estais intereados en conocer al resto de personajes que aparecen en el famoso lienzo de David, podeis visitar la entrada Le Who is Who du couronnement, del excelente blog de Robert Ouvrard, o el PDF editado por el museo del Château de Versalles.


Paco Tovar Aloguín es licenciado en Historia y de profesión intérprete de Patrimonio y guía cultural en su empresa ARGOS TARRAGONA. Es asimismo presidente de la Asociación Projecte Tarragona 1800, la cual lleva diez años organizando unas jornadas de recreación napoleónica. También es el capitán de las Milicias Urbanas, que reconstruyen en su uniformidad y formación a los defensores de su ciudad en el asedio francés de 1811.


Fuentes:

1. Facebook Projecte Tarragona 1800

Imágenes:

a. By Jacques-Louis David – art database, Public Domain, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=546742

b. «Le livre du Sacre de l’Empereur Napoléon», Paris, Imprimerie Impériale. ©Bibliothèque Nationale de France – Réunion des musées nationaux, Paris, 2004

c. De Desconocido – Trabajo propio, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=32089254