En mayo pasado se cumplieron dos siglos de la muerte de Napoleón en Santa Helena. Pero el camino hacia ese peñasco en mitad del Atlántico, abandonado por todos excepto por unos poquísimos (y también interesados) fieles empieza mucho antes, cuando era un joven general triunfante en Italia. Ahí empieza el camino que le llevará a ser coronado Emperador de la República Francesa (pues tal era el título oficial en 1804).
David pintará el fasto en la catedral de París, y no dejará detalle en sus pinceles, pues no sólo retratará lo que hubo, sino incluso quien no estuvo o quien lo hizo con una cierta sorna.
No os describiremos a todos los personajes, porque estamos seguros que todos sabréis dónde están Napoleón, Josefina y el Papa Pío VII, e incluso los que aparecen sin estar: la digna matrona del palco, Letizia Ramolino, madre de Napoleón, no asistió a la ceremonia pues a pesar de recibir de su hijo el título de Madame Mère nunca acabó de creerse las ínfulas imperiales de su piccolo Napolione. Sólo os señalaremos algunos personajes con sus curiosidades.
Si os place acompañarnos, vayamos a Nôtre-Dame, escondidos tras una cortina, bisbiseando el quién es quién de los mentideros de una corte efímera pero rutilante.
«Consagración del emperador Napoleón I y coronación de la emperatriz Josefina en la catedral de Notre-Dame de París el 2 de diciembre de 1804» (1807), óleo sobre lienzo, 10×6 m (a)
LA CORONACIÓN («LE SACRE»)
2 de diciembre de 1804. Desde las Tullerías en carruaje tirado por caballos blancos y escoltados por la Guardia Consular a caballo, Napoleón y Josefina recorren las calles hacia Nôtre-Dame. Los Reyes de Francia se consagraban en Reims, pero el corso lo hará en París: es el único cambio en una ceremonia que imita la etiqueta de los Borbones.
Un frío que pela, y los invitados llevan horas esperando, el Papa se queja por lo bajini, pero David decide pintar EL instante: Napoleón con corona de laurel de oro, cual emperador romano, coloca sobre la cabeza de Josefina la que la proclamará Emperatriz.
El Papa es representado en un ángulo, en actitud de bendición, pero bien visible y con capa pluvial, mitra y sosteniendo una cruz procesional, el arzobispo de París: David dejó claro que el Sumo Pontífice pintó poco ante la voluntad de un hombre que se corona a sí mismo, y que era más de fiar el clero local que el mismísimo Papa.
Vestimenta «grand costume» completa de Napoleón como emperador (b)
Vestimenta «petit costume» de Josefina como emperatriz. (b)
Con trajes de seda, sombrero negro y plumero blanco, tres hombres circunspectos. El de la derecha es el engreído, valiente y enorme Joachim Murat. Hijo de posaderos de provincias, desde mayo era ya mariscal y pronto sería agraciado con los títulos de Gran Duque de Berg, Príncipe de Pontecorvo y Rey de Nápoles, trono que intentará quedarse tras los Cien Días, cosa que no conseguirá: será fusilado por orden de Fernando I de las Dos Sicilias en 1815.
Bendiciones, música compuesta para la ocasión por Jean-François Le Seur… y aparte de Napoleón, dos personas más debieron de pensar lo mismo: «si papá lo pudiera ver…«.
De perfil, en ropaje blanco y rojo con sombrero negro tenemos a los dos hermanos de Bonaparte: a la derecha, Luis. A la izquierda, José.
Los dos hermanos de Napoleón, José y Luis. (a)
Del segundo, poco que no sepáis: fue nuestro Pepe Botella. Culto, sagaz, fue de los primeros que vieron que la aventura de España iba a acabar como el rosario de la aurora, y con la Restauración vivirá como un potentado en los Estados Unidos bajo el título de conde de Survilliers, muriendo al poco de regresar a Francia en 1844, ya con Luis Felipe I.
Luis fue nombrado príncipe imperial por su hermano, y luego Rey de Holanda en el afán de colocar en tronos controlables a los miembros de la familia, pues como buen corso Napoleón sabía que los suyos eran un clan que había que mantener unidos. Además, lo casará con Hortènse de Beauharnais, la hija del primer matrimonio de Josefina: el clan abarcaba también a los vástagos de la Emperatriz.
Pero Luis nos sale rana: aprendió holandés (cosa de por sí meritoria) e intentó tener política propia para atraerse a sus súbditos, motivo de sobras para provocar que Napoleón lo derroque. Será el padre de Luis Napoleón, futuro Napoleón III.
Josefina era algo mayor que Napoleón, cosa que provocará más de un cuchicheo entre las enjoyadas damas. Sobre todo, entre tres que se sabían jóvenes, bellas e inteligentes… e intocables. Son las hermanas del Emperador.
De izquierda a derecha: Carolina, Paulina y Elisa. Tres beldades que serán casadas con fieles bonapartistas, que quedarán aún más atados a la gloria de esa corona recién estrenada.
Por la izquierda, las tres hermanas de Napoleón, seguidas de Hortensia de Beauharnais, hija de Josefina y esposa de Luis Bonaparte, con su hijo de la mano, y Julie Clary, esposa de José Bonaparte. (a)
Carolina, con Murat: quizá la única que se desposó con alguien que ya era fiel a Napoleón desde la campaña de Italia, y que creyó que con ese enlace quedaría más encumbrado, no siendo así. Según su opinión, porque reinar en Nápoles en 1808 en lugar de en España no nos parece algo especialmente pavoroso.
Elisa se unirá a un príncipe italiano, Felice Bacchiocchi, de origen corso y cuyo principado fue otorgado por Luis XV. Felice será nombrado duque de Lucca y Piombino, perdiendo los títulos con la Restauración, siendo enterrado junto con su esposa en la catedral de Bologna.
Y Paulina… la arrebatadora Paulina se casará con uno de los grandes de la nobleza romana, el príncipe Camillo Borghese, el cual era el segundo esposo de la beldad de los Bonaparte (había quedado viuda del general Leclerc en 1802). Camillo fue «bendecido» por su cuñado con nuevos florones para su antigua estirpe: al principado de Sulmona, heredado de su padre, añadió el de príncipe del Imperio y el ducado de Guastalla, luego elevado a principado.
Encargará al gran Canova un retrato de su esposa, y venderá a su cuñado los tesoros artísticos de la familia para los fondos del Louvre, que volvieron a la casona familiar en Roma tras los Cien Días. Morirá en 1832, habiendo sobrevivido a Paulina y a Napoleón, perdonado por el Papa y con el patrimonio intacto, cosa por sí meritoria pese a su bonapartismo.
Será padrino de un niño, con cuyos padres mantuvo amistad (y no es el del cuadro: es Luis, el primer hijo de Hortènse, a cuya mano se agarra). Un niño de la aristocracia piamontesa, los Benso, nacido en 1810 también llamado Camillo… y que 50 años después será el primer ministro de Victor Manuel II de Saboya, primer Rey del unificado Reino de Italia. La Historia lo conoce más por su título: conde de Cavour.
De todos los que estaban en sus mejores galas ése helado 2 de diciembre, sólo uno parece que mantuvo una sonrisa a medio camino entre sarcástica y despectiva. Alguien que sabía que, de todos los ahí presentes (exceptuando al Papa), era el único que era noble desde la cuna sin que ello le impidiera mantenerse a flote ante los embates que sacudieron Francia desde Luis XVI hasta Luis Felipe I.
Talleyrand, ministro de Asuntos Exteriores y Gran Chambelán del Imperio (a)
Es Charles Maurice de Talleyrand-Périgord, nacido en 1754 y dedicado a la carrera eclesiástica, que disfrutará sin reparos en sus lujos, prebendas y en la cercanía a las damas (pasando del salón al dormitorio sin mucha mala conciencia). Obispo de Autun en 1789, verá con clarividencia por dónde iba la Historia y será de los primeros miembros del clero en los Estados Generales que se pase al Tercer Estado.
Oficiará la ceremonia de jura de la Constitución por Luis XVI en 1791 (con titubeos y sarcasmo: «hace tanto que no he oficiado misa que os ruego no me hagáis reír«, le dijo a su ayudante), será el imprescindible ministro de Exteriores de todos los regímenes de Francia: con la República, el Directorio, el Consulado, el Imperio y con los Borbones.
Porque, aunque Napoleón lo nombre príncipe de Benevento, a partir de 1813 empezará a maquinar (con la ayuda por omisión de otro imprescindible: el ministro de la Policía Fouché) para la caída de Napoleón y el retorno de los Borbones en la persona de Luis XVIII.
Chateaubriand, fiel al Rey hasta el punto de exiliarse con él en Gante durante los Cien Días, nos narra en sus soberbias «Memorias de ultratumba» verlos pasar, a Talleyrand con su cojera agarrado del brazo de Fouché, saliendo de la regia cámara. Y describió en una frase las «virtudes» de los personajes que hacen entender cómo sobrevivieron a todos sin dejar de ser imprescindibles. Ambos por sus contactos, sórdidos o elevados, de bajos fondos uno y de la intimidad bajo las sábanas el otro: «el Vicio del brazo del Crimen».
Terminamos nuestro repaso por las curiosidades de algunos de los personajes inmortalizados por David en su obra «La coronación de Napoleón» con el (que sepamos) único español que pudo ver los fastos de cerca.
Está representado detrás del altar, junto con los embajadores extranjeros que con su presencia dignificaban el encumbramiento de un general corso salido de la Revolución que quiso creerse sucesor de los Luises. Y es el único que se distingue, cosa que demuestra la importancia que tenía como representante de su soberano ante la advenediza corte.
Lo reconoceréis porque no lleva entorchados, ni pesados ropajes de fantasía, ni blancas plumas. Una casaca azul con el pecho cruzado por la Orden de Carlos III: es el almirante Federico Gravina y Napoli, embajador del Rey de España.
El famoso marino aparece con las solapas abrochadas a la usanza y moda de la Armada, y luce la venera y la cruz de caballero de la Orden de Santiago, de la que era caballero, y la banda y la cruz de la Orden de Carlos III. (a y b)
Nacido en Palermo, pasó al servicio de España y fue uno de los mejores oficiales de nuestra Armada. Bregado en el asedio de Gibraltar y Menorca, fue ascendiendo en el escalafón naval, y bajo su mando la flotilla que llevó a las Américas la noticia de la muerte de Carlos III tardó sólo tres meses de Cádiz a la Habana, Cartagena de Indias y vuelta.
Será el almirante al mando de nuestra escuadra en Trafalgar, e intentó persuadir a su homólogo francés Villeneuve de esperar en el puerto a que pasara la tormenta que los barómetros anunciaban: que barrieran los elementos a los ingleses (en justa ironía histórica, como venganza a la Armada de Felipe II en 1588), y luego salir para acabar con los restos. Villeneuve puso en duda su valor, hubo acaloramiento en la cámara de oficiales del «Redoutable»… y la escuadra se hizo a la mar el 21 de octubre.
Al mando del «Príncipe de Asturias», quedará herido de gravedad, aunque conseguirá volver a puerto con su buque y organizar una salida para recuperar algunos de los barcos capturados por Nelson, pero morirá en marzo de 1809 por la gangrena.
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Nota: Si estais intereados en conocer al resto de personajes que aparecen en el famoso lienzo de David, podeis visitar la entrada Le Who is Who du couronnement, del excelente blog de Robert Ouvrard, o el PDF editado por el museo del Château de Versalles.
Paco Tovar Aloguín es licenciado en Historia y de profesión intérprete de Patrimonio y guía cultural en su empresa ARGOS TARRAGONA. Es asimismo presidente de la Asociación Projecte Tarragona 1800, la cual lleva diez años organizando unas jornadas de recreación napoleónica. También es el capitán de las Milicias Urbanas, que reconstruyen en su uniformidad y formación a los defensores de su ciudad en el asedio francés de 1811.
Puede decirse que pocos lideres en la Historia han sido tan caricaturizados como Napoleón Bonaparte en el periodo que abarca los años 1795 a 1821. La caricatura en sí es un recurso gráfico que se remonta en la noche de los tiempos y que por lo general nos exagera o distorsiona un motivo, comunmente un personaje, dándole un tono humorístico con mayor o menor virulencia y que busca provocar una reacción en el espectador.
Como señala Dan Backer6, las caricaturas políticas se componen en su mayor parte de dos elementos: caricatura, que parodia normalmente al individuo (en nuestro caso Napoleón), y alusión, que crea la situación o contexto en el que se coloca al individuo (cualquiera de las situaciones históricas de su gobierno y, mayormente, sus fracasos militares o incluso sus éxitos). El fenómeno no era nada nuevo: ya en tiempos del rey francés Luis XIV, los holandeses lucharon contra las pretensiones anexionistas de este, lanzando contra su persona todo tipo de panfletos y caricaturas, reorientando de alguna manera el uso de las escenas satíricas para darle un contenido claramente político y transformándolas en una nueva arma de guerra.
Generalmente, no son desconocidos para el aficionado los nombres de los artistas ingleses como Rowlandson, Gillray, Isaac y George Cruikshank y Woodward verdaderos guerrilleros de la imagen, y que serían los dinamizadores a gran escala de este tipo de guerra propagandística. Una interminable producción (A. M Broadley en su prefacio para «Napoleon in Caricature. 1795-1821» cuantifica del orden de 990 piezas sobre el sujeto) de hojas impresas con imágenes satíricas de la persona de Napoleón, que en todo momento era ridiculizado con un gran ensañamiento, transformado en un enano en la mano de Jorge III o del mariscal Blücher, o en objeto del sarcasmo de John Bull, negándole en todo momento el título de «emperador» hasta el extremo de ridiculizar no sólo su imagen sinó su nombre: «Boney», el pequeño Boney, es decir el «huesudo», por lo que «Boney-part» se transformaba en «porciones de hueso».
«La corrida de toros española o el matador corso en peligro» – Descripción: Napoleón, el matador corso, ha herido con éxito a varios toros que representan a Prusia, Dinamarca y Holanda. En su intento de matar al toro español, ha sido corneado en la espalda por el animal rebelde. Aunque Napoleón ha resultado herido y José Bonaparte pisoteado en el ruedo, el toro español ha sido apuñalado por la espada de Napoleón. Las monarcas cómodamente sentadas detrás de la pared del escenario en el «Teatro de Europa» observan la pelea y animan al toro. (a)
ANTECEDENTES
Reforma Protestante s. XVI. Alemania. Sátira contra Martín Lutero (1483-1546). Grabado coloreado. (Foto por: Prisma/Universal Images Group via Getty Images) (b)
Aunque pueda parecer un elemento relativamente moderno, la primera caricatura política conocida surgió en el antiguo Egipto alrededor del año 1360 a. de J.C. También se han encontrado caricaturas en la cerámica griega antigua y en el Imperio romano aparecían invariablemente las paredes garabateadas (claro antecedente de nuestros modernos grafiteros urbanos) burlándose de comandantes militares demasiado estrictos o incompetentes, o de algunos movimientos religiosos. En la Europa occidental con el paso de los siglos, ya en tiempos de Leonardo de Vinci, la caricatura se convirtió en un medio de suscitar comentarios que tomaba los problemas diarios y los presentaba de una manera divertida -más socialmente aceptable- pero que también estaba diseñada para afectar e influenciar la opinión del espectador, que en un gran porcentaje era predominantemente analfabeto.
La invención de la imprenta cambió profundamente la caricatura política, y la reforma protestante en Alemania hizo un extenso uso de la propaganda visual: la distribución de carteles o folletos en las poblaciones resultó una eficaz estrategia para que las imágenes fueran difundidas y su mensaje gozara de la mayor comprensión posible. A medida que Occidente se distanció y diversificó de su fundamento religioso original, surgieron nuevos temas para la discusión y la posterior mofa; como tal, el atractivo y la influencia de las caricaturas en la vida pública crecieron proporcionalmente.6
Con el paso del tiempo, la transformación de las hojas o folletos ilustrados en papel diario tuvo un impacto inusitado y transformó a los ocasionales dibujantes satíricos en productores de viñetas diarias o semanales. A principios del siglo XVIII, en Inglaterra comenzó la impresión de algunas tiras satíricas que criticaban personajes por aspectos cuestionables de su vida o en general por el impacto de aspectos negativos en la sociedad, y que alcanzarían un enfoque eminentemente político alrededor de 1750, con la obra de George Townshend. Pronto la caricatura satírica se transformaría rapidamente de una curiosidad social a una herramienta política afilada.
El grabado publicado el 25 de julio de 1789 muestra un gran toro con la etiqueta «Tiers Etat – Orleans» en referencia a Louis Philippe Joseph, duque de Orleans, lanzando a María Antonieta al aire mientras Luis XVI se arrodilla en oración a la izquierda; De pie detrás del toro, en formación, están los «Corps de Garde» con jarras de cerveza, etiquetadas como «Libertas», con la cabeza espumosa, en la cabeza mientras cantan «O de Roast Beef of Old England y O de Old English Roast Beef.» (c)
Unas décadas más tarde, tanto para Francia como para Inglaterra, llegó el momento en que las caricaturas satíricas cobrarían una especial importancia. La sátira visual de la época podría servir para airear la política doméstica, pero la gente también sabía que podría llegar a producir un cambio real en los acontecimientos. Fueron varias las imágenes atrevidas, muchas producidas desde Londres, las que ayudaron a derribar el gobierno de Luis XVI y María Antonieta. La caricatura pasó a desempeñar un papel importante en la Revolución Francesa, después de lo cual nadie tuvo dudas sobre su impacto como potente elemento influenciador en las masas, y más importante, en los gobiernos.
Pero en dicha época las caricaturas británicas y francesas parecían provenir de mundos diferentes. Los dibujantes satíricos galos que habían eludido a los censores reales borbónicos pronto descubrieron que la Revolución les había dado poco respiro. Durante el efímero período del Directorio (1794-1799), los quais ribereños de París se inundaron de grabados satíricos, que no tardarían en ser prohibidos posteriormente por el gobierno francés de turno. El ambiente en el que trabajaban los dibujantes de Londres era radicalmente diferente. A pesar de que competían muchos intereses entre sí, su prensa era la más libre de Europa.1
Una figura como Napoleón, recién encumbrado en el poder gracias al golpe de estado de Brumario de noviembre de 1799, atrajo rápidamente el interés de los caricaturistas. Durante casi cinco años, ningún escritor satírico inglés supo realmente cómo era Napoleón (tuvieron que arreglárselas dibujando estereotipos corsos). Pero el panorama cambiaría radicalmente con el fracaso de la Paz de Amiens y la vuelta a las hostilidades. Como señala Cynthia Rose:
«Luego, durante catorce meses, las dos naciones estuvieron en paz. Esta tregua impulsó un auge del turismo de ida y vuelta que, más tarde, ayudó a enriquecer el vocabulario cómico compartido. Cuando la paz terminó en 1803, la sátira basada en Londres explotó en una épica batalla contra todos […]. Reducido a un gnomo beligerante (y nunca reconocido como un «Emperador»), Napoleón fue colgado, apuñalado, enjaulado, asado, atacado a pedos, enterrado vivo y empalado en cualquier cosa, desde los cuernos de un toro español hasta la horca de tostar del mismo Diablo1. El gancho de su nariz se expandía semanalmente, mientras que sus muslos y pantorrillas se hinchaban con curvas «como de rana». Su retrato en caricaturas siempre fue codicioso e intemperante, con una gama de apetitos que igualaban a su arrogancia».1
También los artistas franceses lograron caricaturizar a Napoleón. Pero, además de mantener el anonimato, sus obras se distinguieron por una cierta moderación, sus ataques se limitaban a la imagen y reputación del Emperador. Entre otros aspectos, los caricaturistas franceses nunca deformaron su cuerpo real, y por lo general sus obras eran pulcras y formales. Por contra, el trabajo de los caricaturistas británico era grosero, descarado y vulgar, sin parecer respetar ningún límite: cualquier motivo era legítimo con tal de ridiculizar y mofarse del advenedizo emperador francés y sus fracasos. Al contrario que en otros países europeos, tanto los artistas como los impresores se enorgullecían de estos trabajos: normalmente cada uno llevaba la rúbrica del autor, la fecha y etiquetado.
El más mordaz de los artistas mordaces al otro lado del Canal
James Gillray (e)
James Gillray (1756 – 1815) – Nacido en Chelsea e hijo de un veterano que luchó en Fontenoy, pronto comenzó a ocupar un lugar preeminente entre los caricaturistas de la época, debido a su incomparable ingenio y humor, la variedad de sus recursos y la belleza y la claridad de la ejecución de sus escenas.Al estallar la Revolución Francesa, Gillray parecía, como muchas personas en Gran Bretaña, haber simpatizado con los ideales de libertad e igualdad que parecía contemplar esta, y celebró su primer aniversario grabando un dibujo celebrando la toma de la Bastilla por los revolucionarios.
Sin embargo cuando las noticias de ejecución de Luis XVI y la política del Terror cruzaron el Canal, Gillray representó al rey francés como un mártir y convirtió a los franceses en sans-culottes: hombres y mujeres delgados y peludos que se habían vuelto como bestias violentas y depravadas. Pero no sólo los franceses eran el objeto de la aguda y satírica visión de Gillray. Un número no despreciable de sus trabajos iban dirigidos contra la persona de su propio rey, Jorge III, y una de sus caricaturas que, con un título bíblico, mostraba al heredero recién nacido del Príncipe de Gales acurrucado en los brazos de una famosa proxeneta y con los principales políticos del país besando el trasero del bebé, le llevó a que se presentaran formalmente cargos contra él ante la ley.
Sin embargo, el diputado conservador George Canning logró que estos fueran retirados. Gillray produjo grabados en los que imaginaba los horrores de una exitosa invasión francesa, con las calles de Londres literalmente manchadas de sangre y la destrucción de lugares emblemáticos como el Banco de Inglaterra. Los partidarios de la reforma parlamentaria y los simpatizantes republicanos en Gran Bretaña, como Charles James Fox y sus partidarios Whig, eran demonizados en estos grabados, que los mostraban regocijándose por los efectos de la Revolución y alentando a los franceses a cruzar el Canal de la Mancha para destruir el estilo de vida británico. Pero la vista de Gillray comenzó a fallar en 1806. Comenzó a usar anteojos, pero no le satisfacían. Incapaz de trabajar con sus altos estándares anteriores, James Gillray se deprimió y comenzó a beber en exceso. Produjo su última impresión en septiembre de 1809. Como resultado de su consumo excesivo de alcohol, Gillray sufrió de gota durante toda su vida. Murió, ciego y loco (en 1811 intentó suicidarse arrojándose desde un ático), diecisiete días antes de la batalla de Waterloo. Su trabajo tiene una audacia que pocos artistas han igualado hasta la actualidad.14 y 15
Estas caricaturas y series de Londres se imprimieron para varias «tiendas de caricaturas» (caricature shops) en la capital, en las que se luego se vendían directamente o se alquilaban. Las ventanas de estos locales, constantemente renovadas, se hicieron famosas por el bullicio y las multitudes que atraían. Un emigrado francés los describió en 1802:
“… ser el primero en la tienda de Ackermann en ver el último dibujo de Gillray es un entusiasmo que no puedo describir. Cuando aparece la siguiente caricatura, es verdaderamente una locura. La gente se abre paso entre la multitud y tienes que llegar a usar los puños… todos los días, se envían lotes de estas caricaturas fuera del país».1
Ya sea que contuvieran una obra de uno o varias escenas, todas estas impresiones se vendían para ser exhibidas en las casas particulares. Allí, se colgarían en las paredes, se pegarían en pantallas o se agregarían con orgullo a un álbum (algunas tiendas incluso armaron sus propios álbumes de caricaturas y las alquilaban por las noches). Los compradores, por lo general gente medianamente adinerada, ya que no todo el mundo podía pagar varios chelines por una caricatura, guardaban sus láminas en álbumes que depositaban en la biblioteca de sus hogares. De cuando en cuando (en un día lluvioso, por ejemplo), las sacaban para diversión de toda la familia. La oferta se adaptaba a los diversos tipos de demanda, por lo que había caricaturas dirigidas al público femenino, otras al masculino. Algunas exhibían un alto grado de sofisticación, otras mostraban un significado evidente al primer golpe de vista. En muchos casos, el gobierno amparaba la publicación de estas sátiras. Y lo hacía como hacen todos los poderes en estos casos, con dinero público destinado al pago de los artistas y los editores.18 Toda la sátira política desarrollada a través de esos años fue, en definitiva, una experiencia extremadamente social. Algunas imágenes se difundieron por todo el Continente, a veces con decenas de versiones diferentes. También se llegaron a introducir de contrabando muchas caricaturas inglesas en la propia Francia .
«Evacuación de Malta» – Descripción: Utilizando imágenes escatológicas (un tema favorito de Gillray y de muchos otros satíricos), Gillray hace un juego de palabras visual con la palabra «evacuación». Aquí, Addington se ve obligado a ponerse en cuclillas, con el trasero desnudo, sobre un sombrero con el que evacua «Egipto», «Malta», «El Cabo de Buena Esperanza», «Guadalupe» y «Martinica». De pie frente a Addington, Napoleón agarra la corbata de Addington y lo amenaza con su espada levantada. Un oficial francés (¿Andréossi?) Mete la mano en el marco para sostener un sombrero negro debajo del trasero desnudo de Addington. Según George, las súplicas y el miedo de Addington de «ser expulsado» reflejan la renuencia inglesa a evacuar Malta. Napoleón está representado como «Little Boney». (f)
«Tiddy Doll, el gran panadero de pan de jengibre francés, fabrica un nuevo lote de reyes» – Esta sátira es una de las caricaturas de Napoleón más conocidas de Gillray. En ella, Napoleón, resplandeciente con su sombrero de tres puntas y su uniforme militar dorado con trenzas, se encuentra frente a un gran horno de panadería abovedado con la etiqueta «Nuevo – Horno francés, para pan de jengibre imperial». Lleva un delantal metido sobre su uniforme militar y usa una paleta de panadero para quitarse su último lote de reyes recién horneados que incluyen Bavaria, Wirtemburg y Baden. Las balas de cañón que se utilizarán como combustible se apilan en la base del horno detrás de los pies de Napoleón. Un montón de figuras de pan de jengibre rotas yace en el piso de la panadería para ser barridas en el cenicero en busca de pan de jengibre roto. Entre este revoltijo que está a punto de ser descartado, se encuentran emblemas de España, Italia, Austria, Venecia, Holanda y la República Francesa. El pan de jengibre que se consideraba apto para la venta se coloca en una canasta de mimbre con la etiqueta «Verdaderos reyes corsos – o consumo y exportación en el hogar», y en un saco adornado con campanas de vendedores ambulantes y con la etiqueta «¡Pan de jengibre picante! moja en mi bolsa de la suerte». En el lado derecho del horno, un cofre contiene pan de jengibre listo para hornear. Figuras de whigs notables como Charles James Fox y Richard Sheridan se colocan en la parte superior del cofre. Los cajones están etiquetados con su contenido de: reyes y reinas, coronas y cetros, soles y lunas. Talleyrand está de pie junto a un gran amasador político al fondo de la sala. Aunque está de espaldas al espectador, es fácilmente identificado por su pie cojo y por la parafernalia católica adjunta a su túnica. Ocupado en el trabajo, el comedero de Talleyrand está colmado de masa con la inscripción Hungría, Polonia, Turquía y Hanover. Un gran águila negra está encaramada en el extremo derecho de la artesa y arranca el trozo de masa etiquetado como Hanover. (g)
Una persona con una fuerte personalidad y gran inteligencia como Napoleón podía intentar obviar la importancia de los ataques a su persona y a su gobierno (aunque su ego si que se resintió, llegando incluso a presentar una «protesta diplomática» contra las caricaturas de Londres), pero era muy consciente de los peligros que planteaba la sátira política en su contra. Además de instalar una estricta censura en sus dominios, Napoleón llegó a utilizar las mismas herramientas de sus enemigos, para lo cual también se defendió con sus propias sátiras y caricaturas. Durante 1805, ordenó a su jefe de policía que “hiciera más caricaturas: un inglés, bolso en mano, suplicando a diferentes poderes para recibir su dinero, etc… ”.1
También encargó parodias cuidadosas y específicas de sus enemigos. Una de sus estrategias fue inundar las calles de Paris con grabados que se burlaban de los turistas ingleses. Por lo general, estos visitantes se mostraban lentos o intimidados, aunque felices de poder atiborrarse de la cocina gala. Sin embargo, a medida que su imperio crecía, también su control llegó más lejos. En 1806, enojado por la publicación del panfleto satírico «Alemania en su profunda humillación«2, ordenó la ejecución del editor, que se negó a su vez a revelar la identidad del autor. Mientras tanto, en Paris, una de sus creaciones clave fue la Prefectura de Policía de la capital. Fundada en parte para controlar los medios en ciudad, también publicó un boletín diario que midiera la «opinión pública» de los ciudadanos.
«Los Nobles Españoles, o Britania ayudando a la causa…» – En esta hoja, el ejército español, liderado por el rey Fernando (sic), avanza hacia un campo de batalla. El rey y los nobles llevan pancartas que proclaman «Fernando VII, Libertad o Muerte». Un gato que grita «Mewrat» (Murat era entonces el Teniente General en España de Napoleón), se adelanta a la procesión y persigue ratas, marcadas con una «diana» tricolor. Hacia la parte trasera de la procesión (arriba a la derecha), Cruikshank incluso ha incluido frailes con armas de fuego listos para unirse a la batalla. Cerca del borde superior izquierdo del marco, Britannia, sentada en las nubes, hace llover cañones, disparos y otras armas en el campo abierto. (h)
Dos campesinos rusos enseñan a «bailar» a Napoleón. Napoleón se interpone entre una figura sentada que toca un cuerno (izq.) Y una figura que sostiene un látigo (der.). El campesino con un látigo se inclina amenazadoramente hacia Napoleón y lo instruye apuntando al suelo y dirigiendo sus pies. Napoleón, a su vez, intenta complacer: levanta un brazo por encima de la cabeza y se pavonea hacia atrás con una pierna extendida frente a él. Según Broadley, las caricaturas rusas de Napoleón son prácticamente desconocidas antes de la invasión francesa. Terebenev, uno de los caricaturistas rusos más conocidos, tomó el liderazgo de sus homólogos en Gran Bretaña. A su vez, George Cruikshank grabó varios de los diseños de Terebenev para el mercado británico. Broadley atribuye esta fértil entente a que el zar se dio cuenta de la eficacia que tenían las caricaturas como propaganda patriótica en Gran Bretaña. (i)
«Boney incubando un boletín o acogedores cuarteles de invierno!!!» – Autor: George Cruikshank – Grandes montones de nieve cubren un amplio campo ruso. En el primer plano de la imagen, Napoleón (centro) da instrucciones para un boletín a un oficial (centro izquierda) y un mensajero (extremo izquierdo). El mensajero acaba de llegar y se encuentra en el borde izquierdo de la imagen. Para maniobrar en la nieve, se ha atado tablas a los pies a modo de raquetas de nieve improvisadas. Su figura está representada de perfil para resaltar su cuerpo demacrado y su ropa andrajosa, sus muslos esqueléticos desaparecen en grandes botas negras. El mensajero sostiene un minúsculo espejo a través del cual mira a Napoleón, con la boca abierta de incredulidad. Indicando su función, el mensajero se ha representado con características de caballo. Esto es especialmente notable en su rostro y en la larga cola de cerdo que sobresale de la parte posterior de su cabeza. Napoleón está enterrado hasta el cuello del abrigo por la nieve que lo cubre. Dibujado de perfil, su nariz puntiaguda y su sombrero amartillado cómicamente grande recuerdan la proa de un barco surcando las olas. Además, las plumas que se desprenden de la visera del sombrero sugieren estandartes o banderas y sirven para identificar a Napoleón entre los soldados que también nadan en la nieve. (j)
La caricatura satírica durante la Guerra de Independencia
Caricatura de José Bonaparte como el «Rey de Copas». Grabado, sin fecha.
Al igual que otros géneros utilizados como instrumento políticos por la causa patriota, la propagación de caricaturas satíricas dirigidas contra Napoleón vivió un gran auge en los primeros años de la guerra en nuestro país. Las caricaturas publicadas en Inglaterra fueron el referente principal para las publicaciones y se imitó inicialmente su estilo, que con el tiempo se adaptaría a los rasgos de la propia idiosincrasia. Como ejemplo, las primeras láminas vendidas en Madrid en el verano de 1808 procedían de Inglaterra.10
Pero si Napoleón era atacado por su ambición y sus imposiciones manu militari, en cambio su hermano José se convirtió en el blanco de una larga serie de chistes, coplillas, insultos y caricaturas que se difundieron ampliamente por la piel de toro, parodiando su supuesta y desmesurada afición a la bebida3 (en realidad no porque abusara de ella, algunos lo han definido como abstemio, sino quizás más bien por la amplia vinacoteca que poseía en palacio, del orden de algo más de 4.000 botellas inventariadas en diciembre de 18124) o representándolo en otras ocasiones a lomos de un gran pepino, con el reclamo de la italianización de su nombre (José, Pepe, Peppino).
Dicho ensañamiento no dejaba de traslucir la percepción popular que se tuvo por parte de los españoles desde un primer momento de José Bonaparte, considerándolo un monigote impuesto por su todopoderoso hermano. Dicho sea de paso, la propia política de Napoleón en España no ayudó en absoluto a José, queriendo dirigir las acciones militares en suelo español directamente desde París u obviando directamente su concurso en otros asuntos cuando le convino a sus propios intereses. Para más información, podéis consultar sobre el particular la entrada que le dedicamos a la conferencia de Thierry Lentz sobre José Bonaparte, estratega de la guerra.
«Cada qual tiene su suerte, la tuya es de borracho hasta la muerte» (k)
Las caricaturas en España se realizaban en forma de grabados anónimos y generalmente impresos mediante el procedimiento xilográfico en madera. Se solían publicar como hojas sueltas que circularon por todo el territorio desde el principio de la guerra hasta 1813, en plena decadencia de la ocupación francesa. Algunos títulos que se recuerdan como «El Arlequín de Europa», «La salida del rey ambulante y su legión devota», «Napoleón trabajando para la regeneración de España», «Napoleón y Godoy», «Fiesta de toros en España» o «Matador corso en peligro».12 Una vez concluida la guerra de Independencia en 1814, y el retorno de Fernando al trono, con el tiempo y la llegada del Trienio Liberal, la prensa satírica política de la época se convirtió por entonces en el medio que utilizaba la burguesía de ideología liberal para difundir su ideario y criticar a los representantes del Antiguo Régimen: Fernando VII, la Iglesia y el carlismo.13
«La batalla de Vitoria» – En esta escena de la batalla, impresa en 1813, el alegre ejército británico derrota al andrajoso ejército francés ahora en rápida retirada5. Las robustas figuras de los soldados británicos contrastan con los cuerpos delgados y los rasgos grotescamente exagerados de sus homólogos franceses. En primer plano a la izquierda, un soldado británico rescata un lado de rosbif de un soldado francés que ha intentado cambiar la carne por «sopa maigre». En medio del tumulto, un soldado inglés clava su bayoneta en el trasero del mariscal Jourdan. Jourdan salta en el aire llorando; «Oh, mi Batoon.» El soldado inglés responde; «Creo que es tu trasero». Cerca, un highlander, vestido con una falda escocesa, confisca un cañón. En la parte izquierda de la hoja, Wellington se sienta a horcajadas sobre su caballo y disfruta de la escena desde su posición en una colina. Una escena colgante de Wellington y José Bonaparte (parte superior derecha), montado en una mula, proporciona un contrapunto a la heroica figura de Wellington. (l)
«Los conscriptos franceses de los años 1820, 21,22,23,24 y 25 marchan para unirse al Gran Ejército» – Obra publicada en 1813 con la autoría de George Cruikshank, otro de los famosos caricaturistas ingleses de la época, en la que se ve el empobrecido ejército francés que recurre a los ciudadanos más jóvenes en busca de nuevos reclutas. Un viejo soldado se para en medio de la imagen e intenta atraer a los niños a Rusia con promesas de «osos bailarines», «bolas de nieve» y «plumones de azúcar». También promete que regresarán a casa cubiertos de «parches de gloria» y con un nuevo «par de patas de madera». El soldado no es más que un espantapájaros; le faltan piernas por debajo de las rodillas, le falta un brazo, un ojo y la nariz. Otras cicatrices en su rostro están cubiertas con parches negros de tela de fieltro y su uniforme está desgarrado y harapiento, colgando de su cuerpo escuálido. Sin embargo, el soldado logra sonreír y hace un gesto hacia un grupo de niños que marchan, pasan la horca, cruzan la colina y se alejan. Los niños que rodean al viejo soldado, todos niños pequeños, se comportan de una manera que indica que no tienen idea de lo que realmente es la guerra. (m)
«El viaje de un héroe moderno a la isla de Elba» – Publicada en 1814, esta caricatura es una representación satírica del exilio del emperador francés Napoleón a la isla de Elba ese mismo año, con unos versos de mofa incluidos6. Esta fue la primera derrota de Napoleón ante las naciones aliadas de la Sexta Coalición, incluidas Gran Bretaña, Prusia y Rusia. Menos de un año después de que Napoleón fuera derrocado, escapó de Elba y regresó a Francia, lo que obligó a la Sexta Coalición a reformarse. Los ejércitos aliados marcharon contra él, y Napoleón fue final y definitivamente derrotado en la batalla de Waterloo. – Colección de la Librería del Congreso de EE.UU. (n)
«Cumplidos del Congreso o Little Boney…» – Caricatura publicada el 24 de julio de 1815, obra de George Cruikshank. Esta hoja imagina la rendición de Napoleón al Capitán Maitland y un grupo de marineros británicos en el barco británico, el Belerofonte, tras la derrota en Waterloo. Napoleón (centro), defendiendo su caso, se quita el sombrero y se inclina elegantemente hacia Maitland (centro derecha), quien a su vez se inclina levemente y recibe las peticiones con una sonrisa. La grotesca tripulación de Napoleón (izq.), formada por un barbero, una cocinera, una lavandera y varios marineros, se acercan dócilmente a los robustos y cordiales marineros británicos, que charlan entre sí y discuten el destino final del corso. (o)
En esta sátira publicada en 1816, obra de Cruikshank, un grupo de hombres y mujeres ingleses rebeldes pululan en la exposición del carruaje de Napoleón y sus efectos personales que se llevó a cabo en el Museo Bullock de Londres, en el Salón Egipcio, en Piccadilly. El carruaje es el principal atractivo de la exposición, que también cuenta con pinturas, telas, un juego de café, un orinal y «una de las camisas de Napoleón», entre otros elementos. Una gran multitud entra en el carruaje. La mitad de las figuras intentan abrirse camino hacia la caja, la otra mitad se sube a la parte superior. Una pareja se ha instalado en el banco del conductor y gesticula como si fuera a conducir un equipo de caballos hacia adelante. En el extremo izquierdo, una mujer lleva a su hijo a la habitación contigua y exclama: «Mira los caballos, Tommy». Un francés grotesco llora en un pañuelo delante de un busto de Napoleón. (p)
1La fuente de inspiración para los motivos era inacabable. Como resultado, Napoleón fue invariablemente retratado como un tigre sarnoso, un serpiente con doble cabeza, un gallo, un faraón cocodrilo, un sórdido latin lover y, por supuesto, como un belicoso enano.
2En la primavera de 1806, la editorial Stein envió al establecimiento de venta de libros Stage en Augsburgo un panfleto titulado Deutschland in seiner tiefen Erniedrigung («Alemania en su profunda humillación»), que atacaba fuertemente a Napoleón y el comportamiento de las tropas francesas en Baviera. Al enterarse del violento ataque retórico realizado contra su régimen y al no descubrir al autor real, Napoleón hizo arrestar a John Phillip Palm (el editor) y entregarlo a una comisión militar en Braunau am Inn, en la frontera entre Baviera y Austria, con instrucciones perentorias de juzgar al prisionero y ejecutarlo dentro de las veinticuatro horas. A Palm se le negó el derecho de defensa y, tras un juicio ficticio el 25 de agosto de 1806, le dispararon al día siguiente sin haber traicionado al autor del panfleto.
3No era la única característica que se le criticaba, la de su supuesta embriaguez. Su aspecto físico no escapó tampoco de los ataques, ya que también se creía popularmente que era tuerto y calvo. [9] . Con todo, tal como señala Thierry Lentz, el propio Felipe V cuando ascendió al trono de España se le denominaba asimismo Felipe el Botella, por lo que parece un motivo histórico recurrente con los monarcas de origen extranjero en trono español.
5Sin tener en cuenta las grandes pérdidas en ambos bandos, Cruikshank describe la batalla como una salida de un día para el ejército británico con una fácil victoria sobre las tropas francesas. Según George, «La noticia de Vitoria se publicó en una Gaceta Extraordinaria el 3 de julio; los días 5, 6 y 7 de julio se iluminó Londres, y el 7 de julio hubo acción de gracias pública en San Pablo».
6«Farewell my brave soldiers, my eagles adieu;Stung with my ambition; o’er the world ye flew But deeds of disaster so sad to rehearse, I have lived – fatal truth for to know the reverse From Moscow, from Lipsie [Leipzig]; the case it is clearI was sent back to France, with a flea in my ear.A lesson to mortals, regarding my fall;He grasps at a shadow, by grasping at all.My course it is finish’d my race it is run, My career it is ended just where it begun.The Empire of France no more it is mine, Because I can’t keep it I freely resign.«
«Los españoles y Napoleón antes del bicentenario de la Guerra de la Independencia» – Vicente León Navarro y Rafael Fernández Sirvent, Pasado y Memoria. Revista de Historia Contemporánea, 10, 2011, pp. 299-310
«La imagen de Napoleón y de José Bonaparte como enemigos de España» – Alberto Ramos Santana, Universo de micromundos. VI Congreso de Historia Local de Aragón, Proyecto de Excelencia «Las Cortes de Cádiz y el primer liberalismo en Andalucía» (PAI05-HUM-00549), Junta de Andalucía
«Los españoles y José I. La imagen del rey» – Antonio Jesús Piqueres Díez, Tesis Doctoral, Universidad de Alicante, 2015
Rafael de Amat y Cortada, primer barón de Maldá, nació en Barcelona en el año 1746; se casó con su prima hermana, María Esperanza de Amat y de Rocabertí, con la cual tuvo ocho hijos, y murió el año 1819, hace 201 años. Pertenecía a la pequeña nobleza catalana y vivía en la calle del Pi (del Pino), en el palacete que él llamaba Casa Cortada, que aún existe.
Amante de la buena mesa, de la música, de las fiestas y diversiones y extremadamente religioso y conservador, el barón es conocido por su «Calaix de sastre» («Cajón de sastre»), dietario que escribió durante 50 años, en el cual plasmó de forma viva y pintoresca el día a día de la vida barcelonesa de su tiempo. Hombre curioso, dedicaba su tiempo libre a pasear, escuchar y difundir las novedades que corrían por la ciudad, anotando en su diario en catalán, todos los hechos remarcables, a menudo insignificantes, que veía o escuchaba. Con sus descripciones minuciosas, llenas de detalles, elevó a protagonistas a las clases humildes y a los numerosos menestrales que poblaban la ciudad. El barón fue testimonio directo de una Barcelona convulsa por las guerras pero también de una ciudad en plena efervescencia por los grandes cambios que se vivieron en aquellos años.
El barón escribió su diario como divertimento, para él mismo y para leerlo a las amistades y a la familia. Escribía tal cual, con un catalán espontáneo, lleno de castellanismos y de sentido del humor. Nunca pretendió hacer una obra literaria, sino retratar los hechos cotidianos de cada momento. El resultado es una obra muy amena en que, con un estilo totalmente natural, aparece delante del lector la imagen rica y diversa de la vida de la ciudad.
Se puede decir con toda certeza que Rafael de Amat y Cortada, con su Cajón de Sastre, no solo ha dejado para la posteridad la crónica de 50 años fundamentales en la historia de Barcelona, sino que a pesar de la gramática caótica, los barbarismos y el barroquismo de sus frases, se ha ganado un lugar en el panorama de la literatura catalana del Ochocientos y ha sido un precursor del género costumbrista.
Vista de la Plaza nueva y de una de las Puertas antiguas de Barcelona.
BARCELONA CENTRO INDUSTRIAL Y COMERCIAL
Durante el siglo XVIII Barcelona abrió su comercio hacia el Atlántico y se integró en las rutas de los grandes intercambios internacionales. Buena parte de su éxito radicaba en la exportación de aguardientes a los mercados del norte de Europa y en la venta de tejidos estampados a las colonias americanas y al mercado peninsular
«Mount, Porte de Barcelone», 1764-1793. Grabado calcográfico sobre papel.
«Vista de una parte del Puerto de Barcelona, tomada de Barceloneta», de la obra de Alexandre de Laborde, «Description de la Principauté de Catalogne: voyage pittoresque et historique de l’Espagne,» editado en Paris en 1806.
Las imágenes contenidas en los cinco volúmenes que Alexandre de Laborde consagró a España son una fuente de primer orden, a veces única, para conocer los paisajes y villas a inicios del siglo XIX. Rafael de Amat nació poco antes que la Ciudadela se acabara de construir (1751) y se iniciara la construcción de la Barceloneta (1753). A lo largo de su vida vio muchos cambios en la ciudad.
Plano de la Ciudad y del Puerto de Barcelona, 1806. Escrito por el cartógrafo Pierre Lartigue.
Barcelona, que ya era un importante núcleo artesanal y mercantil del área mediterránea desde la Edad Media, se convirtió en el siglo XVIII en una de las principales ciudades manufactureras del continente europeo, que llegó a tener más de 100.000 habitantes. La Barcelona que describía el Barón de Maldá había vivido un importante crecimiento. Las industrias textiles de estampados que se instalaron llevaron a una notable prosperidad ya detectada por los viajeros que la visitaron aquellos años. La atmósfera industrial, la laboriosidad de los catalanes y una población con capacidad económica para consumir definían una sociedad con una distribución muy equitativa de la riqueza.
Las indianas eran tejidos de algodón estampados originarios de la India – de aquí su nombre- que se extendieron por Europa a lo largo del siglo XVIII, se convirtieron en un género de consumo masivo que supuso una auténtica revolución en el mundo de la industria textil. Comerciantes, tenderos y artesanos, muchos de los cuales ya provenientes del entorno textil, impulsaron las nuevas fábricas y talleres de estampación de indianas que se multiplicaron a lo largo del siglo XVIII y principios del XIX.
LAS GUERRAS
La vida del Barón de Maldá coincide con un largo período de belicosidades en Europa que tuvo una especial incidencia en Cataluña. De joven vivió la Guerra de los Siete Años (1756-1763), de adulto las guerras de la Revolución Americana (1776-1783) y la denominada Guerra Grande o de la Convención (1793-1795); finalmente las guerras napoleónicas (1799-1815), que comportaron la ocupación de Barcelona y la devastación de muchas villas y campos del Principado.
Plano del afuste de morterete de probar pólvoras (señalado con la letra ? plan separado) con su herraje correspondiente; y la placa del morterete con el vestigio que dejara en ella, si se separase su morterete.
Plano de alzados y sección de un obús con su cureña de ruedas.
Tomás de Morla en su tomo primero del «Tratado de artillería para el uso de la Academia de Caballeros cadetes del Real Cuerpo de Artillería» resalta la importancia de probar la pólvora con el morterete. Esta prueba tuvo su origen en Francia en 1686, siendo adoptada por la Ordenanza de 1728 y descritas sus dimensiones en la Ordenanza de 1802.
Describía que las pruebas debían realizarse en días «serenos» de 10 a 12 de la mañana en invierno, de 8 a 10 en primavera y otoño, y al salir el sol en verano. También era importante que los puntos de la explanada y el lugar de caída (donde había una bandera) estuvieran a un mismo nivel, que la puntería fuera lo más recta posible, evitando desviaciones que equivocarían las medidas y que estas no se vieran influenciadas por «sugetos de poca inteligencia y escrupulosidad». [2]
LA VISITA REAL EN 1802
Dibujo y grabado de Buenaventura Planella, con motivo de la visita de los Reyes Carlos IV y María Luisa a Barcelona en 1802, con el siguiente texto:
«ENTRADA DE SS.MM CS. CARLOS IV Y MARIA LUISA EN BARCELONA LA TARDE DEL ONCE DE SEPTIEMBRE DE 1802 FIGURANDO LAS DOS COMPAÑÍAS DE MIGUELETES, Á CARGO DEL CUERPO DE FÁBRICAS, SIENDO SUS COMANDANTES D. JUAN CANALETA, D. JOAQUÍN MILÁ DE LA ROCA, D. PABLO PUGET, Y D. NOLASCO GIRONELLA
LA COMITIVA DE LOS COLEGIOS Y GREMIOS CONDUCIENDO Y ACOMPAÑANDO EN CARRO TRIUNFAL Á SUS MAGESTADES HASTA EL REAL PALACIO. Y GLORIETA DISPUESTA POR LOS COMISIONADOS DE LOS COLEGIOS Y GREMIOS PARA RECIVIR A SS.MM. EN DONDE APEANDOSE DEL COCHE EN QUE VINIERON SE DIGNARON A OCUPAR EL CARRO TRIUNFAL QUE OFRECIERON A NOMBRE DE DICHAS CORPORACIONES SUS COMISIONADOS D. FRENCISCO MAS NAVARRO, D. RAMON ARGILA, D. ANTONIO RIERA, D. JUAN SERRA, D. FRANCISCO BRANSI, D. JOSEF RIBAS Y MARGARIT, D. MAGIN ENRICH, D. FRANCISCO CAMP Y VERGÉS, D. IGNACIO RECES, D. FELIX SIVILLA, D. MARIANO ESTEVE Y GRIMAU, Y D. N.»
1. Caballería que precedía a la Infantería que había en la carrera; 2. Lacayos del Honorable Ayuntamiento; 3. Puerta de San Antonio; 4. El Gobernador Marqués de Vallesantoro en ademán de Ofrecer las llaves de la ciudad a S.S. M.M.; 5. El Honorable Ayuntamiento.
6. Alguaciles y demás dependientes del Honorable Ayuntamiento; 7. El Excelentísimo Sr. capitán General Conde de Santa Clara con sus ayudantes principiando la comitiva.
8. Músicos de la primera Compañía; 9. Navíos del Rey empavesados; 10. Primera Compañía con uniforme encarnado y vuelta azul.
11. Músicos de la 2ª Compañía; 12. Segunda Compañía con uniforme azul y vuelta encarnada.
13. Músicos; 14. Diez y sus caballos de respeto ricamente enjaezados con su Volante y Palafrenero cada uno.
15. Lucida comitiva parejante de a caballo, ya al frente los quatro Comtes llevando como a Hermanos mayores una banda de su divisa, encarnado, azul, amarillo y verde; 16. Castillo de Monjuich.
1. Cuatro Guardias de Corps de Batidores; 2. Individuos de los Colegios y Gremios a caballo; 3. Cincuenta y dos Individuos de los mismos conducían SS.MM. en Carro Triunfal.
4. Los Comisionados de los colegios y Gremios acompañaban a SS. MM. rodeando el Carro Triunfal en que eran conducidas; 5. Seis Individuos de los mismos Colegios y Gremios iban detrás el Carro, cuatro sosteniendo el manto y dos llevando la alfombra y almohada;
6. Doscientos volantes de las mismas Corporaciones proveídos de hachas para iluminar el curso de la Entrada en caso se hubiese verificado de noche; 7. Correo de Caballerizas Exento Oficial mayor y Caballerizo.
8. Coche en que vinieron SS.MM. hasta este puesto mitad del camino de la Puerta de San Antonio a la Cruz Cubierta; 9. Guardias de Corps; 10. Sega la Comitiva de SM.
Aleluya («Auca») de las fiestas que se hicieron con motivo de la estancia de los reyes en Barcelona el año 1802, con la viñeta número 41 que ilustra la ascensión de un globo aerostático.
«Mujeres barcelonesas del s. XVIII», de la colección Dibujos de etnografia y folklore de Cataluña, 3 dibujos, Josep Ribot
EL PERIODO DE OCUPACIÓN NAPOLEÓNICO
Buenaventura Planella, Deseando los barceloneses sacudir el yugo de las huestes de Napoleón…, Madrid; Valencia [s.n., 1815]. El grabado representa el juicio a los acusados por el Complot de la Ascension, en 1809, que ya recogimos en su día en nuestro blog.
«Deseando los Barcelonésses, sacudir el yugo de las huéstes de Napoleon que dolosamente ocupaban la ciudad y sus fuertes, desde el febrero de 1808, tramaron varias conspiraciones y siendo una de éstas descubierta, en mayo de 1809, se prendieron a muchos ciudadanos, contando entre ellos varios presbíteros y religiosos. Formóse contra todos una comisión militar el 2 de junio siguiente, lo que duró desde las siete de la mañana hasta las once de la noche, quedando cinco condenados á muerte, algunos á encierro, otros á calabozo y otros declarados libres. La serenidad conque el P. Gallifa rebate las acusaciones de las fuerzas militares francesas, es igual al furor conque éstos miran sobre la mesa, las escarapelas cogidas en las que se leia VIVA FERNANDO VII LA PATRIA Y LA RELIGION Y MUERA NAPOLEON»
Fuentes:
1 – «La Barcelona del Baró de Maldà» – Exposición Biblioteca de Catalunya, Generalitat de Catalunya, Departament de Cultura, 15/11/2019 a 18/01/2019
2 – «Tratado de artillería para el uso de la Academia de Caballeros cadetes del Real Cuerpo de Artillería». Tomo I – Tomás de Morla, Segovia, Imprenta de José Espinosa, 1816
Una pincelada en forma de retazos de memorias de un oficial ingles en la Guerra de Independencia:
Samuel Ford Whittingham
El 19 de enero de 1841 fallecía en la India, en Madrás, un Teniente General del Ejército español. La noticia en sí no tendría mayor trascendencia histórica que la de la mera anécdota, curiosa por lo poco común y acrecentada por el hecho de que este general del Ejército español resultaba ser un inglés, nacido en Bristol. Sin embargo, con la muerte de Sir Samuel Ford Whittingham se terminaba para siempre la trayectoria de un hombre caracterizado por una honda pasión por España, en buena medida su segunda patria, por cuya independencia y libertad luchó y a la que dedicó no pocos esfuerzos y una buena parte de su vida. Sir Samuel Ford Whittingham, llamado «Samford» por sus amigos como resultado de la contracción de sus dos nombres de pila, era conocido en España como D. Santiago Whittingham, y así aparece mencionado en los textos y testimonios de aquel período.1
Comenzó su carrera militar en Inglaterra hasta 1804, año en el que es enviado a España en misión secreta por el primerministro William Pitt y siendo ascendido a capitán al año siguiente. Posteriormente participó en el desastroso ataque a Buenos Aires siendo hecho prisionero y regresando a Inglaterra poco después.
Su singladura en nuestra Guerra de Independencia se destaca a partir del año 1808 en que toma parte en la batalla de Bailén como observador en el ejército de Castaños, y ese mismo año es ascendido a coronel de caballería por la Junta Central. Al año siguiente se incorpora al destacamento de Albuquerque en La Mancha y por su comportamiento en los combates de Mora y Consuegra es ascendido a brigadier.
Asiste a las órdenes de Cuesta a la batalla de Medellín y participa como oficial de enlace en el cuartel general de Wellington en la batalla de Talavera.2
En 1810 contrae matrimonio con Magdalena Creus, hija de un intendente del ejército Real. Nombrado comandante de una división de caballería participa en 1811 en la batalla de Chiclana. Durante 1812 y 1813 participa en diversas operaciones en el este de España. Tras la proclamación de Fernando VII en Valencia, acompaña al monarca a Madrid, siendo promovido a Teniente General. Fue promovido a coronel en el ejército inglés y nombrado ayudante de campo del Príncipe Regente. En la campaña de los cien días regresa a España siendo destinado al ejército de Observación de la Derecha, al mando de Castaños.4
Cabría destacar como hecho anecdótico que habiendo regresado a Inglaterra en julio de 1835, casi se bate en duelo con Sir William Napier, por el tratamiento que éste había dado a las tropas españolas en su «History of the War in the Peninsula«, pero el asunto fue arreglado sin que la sangre llegtara al rio por Sir Rufane Donkin, a la postre Topógrafo-General en el Board of Ordnance.5
WHITTINGHAM EN LA BATALLA DE TALAVERA
Os relacionamos un par de momentos de la batalla en los que Samuel Whittingham intervino, en la noche previa y durante la batalla:
“…Hacia las diez de la noche, los franceses destacaron partidas de infantería ligera para tirotear la línea, probablemente al objeto de comprobar su situación. Pero nuestros jóvenes soldados españoles, alarmados, comenzaron un fuego tan denso y sostenido que Sir Arthur (Wellesley), que llegó en ese momento se acercó y me dijo:
– “Whittingam, si disparan así de bien, mañana venceremos; pero no hay nadie a quien disparar, intenta parar el fuego”.
– “Llevo algún tiempo intentándolo en vano», repliqué, y mientras estaba hablando, tres batallones aterrorizados por su propio ruido, huyeron del campo de batalla. El General me dijo:
– “ Whittingam observa el feo hueco que han dejado esos compañeros. Vete a la segunda línea e intenta taparlo…”
Durante la noche, una falsa alarma envió a retaguardia a todos nuestros criados y equipajes y se llevaron también nuestros caballos. Fui afortunado al montar el caballo extraviado de un dragón, que se cruzó en mi camino…”
“…Un regimiento de caballería española cargó a la línea francesa con éxito brillante. Al coronel que encabezó la carga le rompieron un brazo de un tiro, pero el efecto fue decisivo. Estaba yo dándole órdenes a uno de mis batallones cuando una bala me alcanzó en la boca, llevándose una gran parte de mi dentadura, me rompió la mandíbula y salió por detrás de la oreja. Me quedé aturdido y cubierto de sangre, pero no caí del caballo…”
Mapa de la batalla de Talavera
Entretanto [posteriomente en el relato], Whittingam, herido del tiro en la boca en el Pajar de Vergara, sube al cerro Medellín para informar al general Wellesley del fin del combate:
“…Al cesar el ataque sobre nuestra izquierda, fui a la izquierda de la línea para informar a Sir Arthur del resultado. En el camino encontré un piquete que llevaban al coronel Gordon a la retaguardia; había sido herido gravemente aunque su vida no peligraba.
En ese momento una granada explosionó justo sobre él y le mató así como a los que le transportaban. En el camino hacia Sir Arthur, paré en el hospital de sangre y me examinaron la herida, pero no pudieron hacer nada ni siquiera para detener la hemorragia. Cuando subí la cuesta donde estaba el general y su Estado Mayor, sir Arthur me llamó:
– «¡Ah!, Whittingham, quiero que me lleves un mensaje al duque de Albuquerque.”
Pero cuando vió el estado en que me encontraba, giró sobre sus talones y no dijo nada más. Me senté sobre la hierba con Lord Fife y Burghersh, bebí un cubilete de jerez y fumé algunos buenos cigarros con el lado sano de la boca.”
“Hacia las siete de la tarde los franceses estaban en plena retirada y Lord Fife, Lord Burghersh y yo fuimos hacia Talavera. Sin embargo no habíamos avanzado cien yardas, cuando una granada cayó justo delante de nuestros caballos. Lord B. Desmontó instantáneamente y se tiró al suelo, mientras Lord Fife se retorcía de risa llamándome para que viera la extraordinaria longitud de Lord B., el cual insistía que estaba a salvo de todas las heridas mortales. Fue el único inteligente de nuestro grupo porque la granada explosionó y nos cubrió de polvo y arena. Tuvimos mucha suerte. En Talavera me recibieron muy amablemente en el hospital de la Guardia, pero el cirujano, falto de experiencia en heridas de bala, erró el diagnóstico completamente y entablilló mi fractura de mandíbula con una maderita; de este modo enterró en la carne lacerada todas las astillas del hueso de la mandíbula, junto con los trozos de bala y los dientes. El dolor fue tan intenso que antes de que alcanzara mi aposento, me arranqué todo el vendaje y lo tiré.» [En el combate de Muchamiel (Alicante) en 1812, Whittingham recibirá otra herida similar en el lado opuesto de la cara.3]
a. Mapas de la Guerra de la Independencia. Biblioteca virtual Ministerio de defensa
b. De Vendramini, J.. Graveur – Este archivo procede de la biblioteca digital Gallica, y está disponible en línea con el identificador ARK ark:/12148/btv1b84135497, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=30114080