Antoine de Caunes realizó su segundo film «Monsieur N» en el año 2003, con coproducción franco-británica, rodada en Paris y con exteriores en Sudáfrica (cerca de Ciudad del Cabo), representando una creíble isla de Santa Elena. Los vestuarios y decorados bien trabajados, y un apreciable guión de René Manzor y Pierre Kubel con unos elaborados diálogos aunque con algunos giros complicados en la historia, y que enmascaran hábilmente el verdadero objetivo del film: dar al espectador una trama histórico-dramática con una versión final sobre uno de los tantos y consabidos «¿Y si?» de la épica napoleónica: ¿Murió Napoleón realmente en Santa Elena?
A traves de los ojos y narración del joven oficial inglés Basil Heathcote (el único personaje ficticio de la historia), desfilan todos los actores de la trama jugando su papel «orbitando» (expresión extraída de un diálogo de la película) alrededor de la figura de Napoleón (un gran Philippe Torreton, al que ya conocíamos de la notoria «Capitan Conan») y con el contrapunto manifiesto del gobernador Hudson Lowe (un estupendo Richard E. Grant), el obsesivo gobernador militar y guardián del corso.
Las diferentes líneas narrativas se van entretejiendo con astucia: el romance imposible (alejado de la realidad histórica) de Betsy Balcombe (figura ya tratada en nuestro blog: Napoleón en las memorias de Betsy Balcombe (1815-1818) enfrentado a la amante manifiesta e interesada de Napoleón, Albine de Montholon, las relaciones de los tres generales de Napoleón: el fiel Bertrand, el socarrón y bravucón Gorgaud, el taciturno y consentidamente engañado Montholon, el enigmático amigo de la infancia, Cipriani, corso como él, la relación siempre tirante y a punto de explotar de Lowe con Napoleón y el amor no correspondido entre Heathcote y la joven Balcombe, que se desarrollan paralelamente en un ambiente opresivo y cerrado tanto dentro como fuera de Longwood (la casa-prisión de Napoleón), sea para los prisioneros franceses como para sus guardianes británicos, aumentado por la rigidez extrema de las medidas del ordenancista Lowe.
Una película más que recomendable, más apreciable para el aficionado a la época que podrá disfrutar de los pequeños y grandes detalles de este artesano fresco de Antoine de Caunes.
EL ARGUMENTO
Un sequito de militares y civiles se halla en un prado en una noche lluviosa en un prado en la isla de Santa Elena. Entre los asistentes los generales franceses Bertrand y Gourgaud, Emmanuel de Las Cases, hijo del memorialista, y Saint-Denis (Alí), además de los sirvientes de Longwood supervivientes. Es el 15 de octubre de 1840, cuando previo permiso del gobernador y gobierno ingleses, se abre el féretro de Napoleón, fallecido unos decenios antes en la isla, en el año 1821. Se produce uno de los varios «flashbacks» de la película y vemos al joven teniente inglés Basil Heathcote (Jay Rodan), llegando a Santa Elena junto con el recién nombrado gobernador militar Sir Hudson Lowe (Richard E. Grant). En el puesto militar de Deadwood, se encuentra formado el destacamento de soldados británicos que custodian al ilustre prisionero de la isla – Napoleón Bonaparte (Philippe Torreton) y su corto séquito de acompañantes – y Lowe aprovecha para dirigirles una seca proclama a sus soldados y oficiales.
El nuevo gobernador de manera resuelta se dispone a visitar al «general» Napoleón, pero se encuentra en el porche de la casa con el general Bertrand (Roschdy Zem) que le barra el paso y que le indica que el emperador ya le informará de cuando le puede recibir. Lowe, profundamente disgustado, se retira de la casa, sin apercibirse que es observado por el propio Napoleón con un catalejo por un agujero entre las persianas. Finalmente Lowe es recibido por Napoleón, que le afea su conducta como militar y le recuerda que su mando con la unidad de lo «Corsican Rangers» era el de un grupo de traidores. Lowe que no puede reprimir su enfado, le espeta a Napoleón si se refiere a Waterloo, con la que será su última batalla. «La última será la última», dice Napoleón. El tono de la conversación sube entre los dos y Napoleón le reprocha su condición de carcelero a Lowe. Este se gira disgustado para marcharse, pero de pronto, Napoleón se le acerca: «Señor, he sido oficial desde la edad de 16 años y 15 días. Ningún soldado, bueno o malo, guarda secretos para mi. Conozco su mente mejor que él mismo. Así que, no se preocupe. Yo nunca estaré lejos de usted. Usted me encontrará, aquí», dice señalándose la cabeza con sus gafas.
Mientras Heathcoate es asignado para vivir en Longwood, la mohosa casa asignada a Napoleón y su puñado de sirvientes, y tiene órdenes de asegurarse de ver al prisionero dos veces al día. Como gobernador del remoto islote, la principal responsabilidad de Lowe y sus 3.000 soldados y oficiales es asegurarse de que Napoleón Bonaparte no escape, por lo que planea reforzar las medidas de seguridad, instalando un perímetro de seguridad con torres de vigilancia alrededor de Longwood y poniendo más soldados de vigilancia. Formando parte del séquito de Napoleón se encuentra Cipriani (Bruno Putzulu), un compañero corso y amigo de toda la vida de Napoleón, que dirige la administración de la casa.
El corso caído en desgracia todavía tiene muchos admiradores y simpatizantes tanto en Europa como en América, pero la más cercana es Betsy Balcombe (Siobhan Hewlett), la joven hija adolescente de los Balcombe, que guardan una excelente relación con el emperador, ya que lo habían alojado en sus dominios en sus primeros momentos en la isla. Betsy juguetea mientras el Emperador se encuentra narrando sus batallas al general Montholon (Stephen Freiss). De repente, Betsy tratando de hablar de Waterloo le dice que «la responsabilidad de la victoria y de la derrota recaen en el comandante en jefe». Napoleón se retira unos pasos de Betsy entre disgustado y pensativo, pero se gira y la mira burlonamente: «¿Debería decirte por qué perdí en Waterloo? Tape sus oídos, Montholon. La verdad y la historia son pobres compañeros de cama.» Se acerca a Betsy y le susurra al oído: «Yo perdí… porque me levanté muy tarde«. El joven Heathcoate está enamorado de Betsy, que solo tiene ojos para Napoleón. Pero no es hasta 1840, en la ceremonia en París (otro de los «flashbacks») durante el cual los restos de Napoleón desfilan solemnemente por París nevando para ser enterrados en Les Invalides, y Heathcoate, al ver a Betsy ya adulta entre la multitud solemne, empieza a rastrear y a entrevistarse con los antiguos miembros del emperador en Longwood. Por otra parte Albine (Elsa Zylberstein), esposa de Montholon, es la amante consentida de Napoleón, que aspira así a tener una parte de la herencia, y ve con celos el acercamiento de Betsy a Napoleón.
El gobernador Lowe está muy preocupado por el hecho de que el cautiverio de Napoleón le está costando a Inglaterra 8 millones de libras esterlinas al año y está irritado por el gasto proyectado en caso de que “¡Viva otros 20!”. Su mantenimiento es costoso y en una reunión con el Dr. O’Meara (Stanley Townsend) para conocer el estado de salud del prisionero, le sugiere que podría hacer que dicho problema se resolviera, envenenando a Napoleón. «¿Doctor, ha leído a Ricardo III?«. O’Meara, al comprender la indirecta, se opone totalmente a la idea: «No puedo creer lo que me está pidiendo». «Yo sólo le he preguntado si había leído a Ricardo III.» […] «Usted es un soldado y obedecerá», le replica. «Yo sólo obedeceré una orden escrita», le contesta indignado el doctor, levantándose y dejando la habitación.
Napoleón, aunque preso intenta mantener estilo de vida sin renunciar al protocolo. En una comida en la llanura, con los Balcombe como invitados, el señor Balcombe (Richard Heffer) le habla de las simpatías que despierta su figura a Napoleón. Pero su pequeño círculo se consideran unos prisioneros al tiempo que su emperador y los criados impacientes quisieran cobrar su supuesta herencia. En los murmullos de sus simpatizantes Napoleón se incomoda: «…Todos hablais de partir. Elba no pudo retenerme. Santa Elena tampoco podrá.» El general Gorgaud (Frederic Pierrot) por su parte, intenta elaborar un plan de evasión de la isla para Napoleón, con partidarios en el extranjero, y para ello contactan con el general holandés Van Hogendorp (Bernard Bloch) que se encontraba en 1817 exiliado en Río de Janeiro para que les ayude en el plan de rescate. Tiempo más tarde, Cipriani muere de una úlcera en el estómago y es enterrado.
Años más tarde, Basil Heathcote, ya coronel, se entrevista con el general Gorgaud y este le confiesa el plan de escape urdido para liberar a Napoleón. Gorgaud se hizo expulsar por los ingleses por una presunta desavenencia con Napoleón y para tomar contacto en La Ascensión con Van Hogendorp y sus seguidores para mostrarles el plan de huida, urdido por el propio Napoleón. En el día del cumpleaños del gobernador Lowe se organiza una baile con los oficiales ingleses, franceses y algunos de los habitantes de la isla. Es el día elegido para la fuga. Bertrand se ausenta disimuladamente del baile y avisa a Napoleón que la partida de rescate ha desembarcado en una noche de neblina.
Pero Napoleón rehúsa en último momento escapar y manda avisar a Heathcote para que aprese a «unos bucaneros que han venido a secuestrarme». Los guardias acuden al punto donde se encuentran Van Hogendorp y sus hombres y se entabla la lucha con descargas de fusiles, que hace que estos tengan que volver a embarcar apresuradamente, dejando varios muertos en la playa. Al día siguiente, Lowe interroga a Heathcote, sobre cómo Bonaparte conocía los detalles del desembarco y llega a la conclusión que los Balcombe han ayudado a Napoleón a escapar, por lo que expulsa a la familia de la isla. Betsy y Napoleón se despiden y Heathcote ve partir en barco a los Balcombe con sentimientos encontrados.
Al día siguiente, Lowe va a ver a Napoleón y le pregunta porqué no escapó, pudiéndolo hacer, y porqué le informó del desembarco. Y Napoleón, sumergido en uno de sus baños calientes le responde: «Un hombre que escapa admite que es un prisionero». Luego le propone un trato a Lowe: que sea enterrado en el Sena, después que Napoleón muera en la isla a cambio de una suma de dinero, ya que, como le dice Napoleón, cuando vuelva a Inglaterra el gobierno ni le pagará la pensión, por su papel en su cautiverio.
Napoleón finalmente muere en Santa Elena y su pequeño séquito, ya sin Gorgaud y Albine Montholon, le velan póstumamente. Heathcote sigue con sus pesquisas y finalmente se entrevista con Hudson Lowe, que vive en una mísera habitación en Inglaterra. Convencido que Lowe tiene la clave del paradero del cuerpo de Napoleón, le interroga sobre su supuesto trato con el emperador, a cambio de dinero. En otro de los «flashback» de la película, Napoleón trata de convencer a Lowe de que ponga el cuerpo de Cipriani en lugar del suyo en la tumba, y Heathcote llega a la conclusión que Napoleón ha escapado finalmente de la isla y Cipriani es el que realmente está enterrado en los Inválidos.
REPARTO:
Napoleón: Philippe Torreton
Hudson Lowe: Richard E. Grant
Basil Heathcote: Jay Rodan
Albine de Montholon: Elsa Zilberstein
Marshal Bertrand: Roschdy Zem
Cipriani : Bruno Putzulú
General Montholon: Stéphane Freiss
General Gourgaud: Frédéric Pierrot
Betsy Balcombe: Siobhán Hewlett
Thomas Reade: Peter Sullivan
Dr. O’Meara: Stanley Townsend
Ali: Igor Skreblin
Fanny Bertrand: Blanche de Saint-Phalle
Fuentes:
1 – «Monsieur N» (2003), 120 min., realizada por Antoine de Caunes. Producción: Canal +, France 3 Cinéma, France Télévision Images 2 et alt.
Napoléon I terminó su excepcional destino desterrado en la remota isla de Santa Elena, donde moriría de enfermedad tras un corto cautiverio. Pero como bien apuntaba un escritor nada sospechoso de ser pro-bonapartista como Adam Zamoyski: «e incluso los poetas británicos como Shelley, todos estaban consternados por su caída de alguna manera, al menos emocionalmente, y así se convirtió en una especie de símbolo y que él, por supuesto, entonces él tiene su gran momento de grandeza que es cuando está en Santa Elena, donde finalmente gana su batalla contra los británicos, donde los convierte en el epítome absoluto de la maldad mezquina y consigo mismo en una especie de mártir semejante a Cristo.«1
El historiador Thierry Lentz, director de la Fundación Napoleón (del que ya recogimos en nuestro blog su conferencia sobre José Bonaparte, Estratega de la guerra) departía en septiembre del año 2017 con el periodista especializado Richard Fremder sobre las singulares aventuras y anécdotas que acompañaron la redacción del Memorial de Santa Elena de Las Cases y sobre el inesperado redescubrimiento de una copia del manuscrito original en una biblioteca inglesa, que fue posteriormente reimpreso en colaboración con la propia Fundación Napòleón en el año 2018, y nuevamente revisado y aumentado en este ya pasado año 2021.
«Santa Elena 1816: Napoleón dictando al conde de Las Cases el relato de sus campañas», por Sir Willliam Quiller Orchardson.
DEL MANUSCRITO AL MEMORIAL…
(Richard Fremder): «Buenos días, Thierry Lentz, usted es historiador y director de la Fundación Napoleón, en la que nos encontramos ahora, y es por supuesto un especialista en el periodo napoleónico. Nuestro encuentro se desarrolla bajo unas circunstancias particulares porque usted ha publicado el famoso manuscrito del Memorial de Santa Elena, escrito por Las Cases y encontrado por la Fundación y por usted mismo en circunstancias que nos contará en un momento, aunque no todo el mundo está necesariamente familiarizado con esta historia, vamos a resumir rápidamente los episodios anteriores, si se me permite decirlo, así que es en la batalla de Waterloo en junio de 1815, que Napoleón es vencido; un mes más tarde en la isla de Aix se rinde a los ingleses y ellos piensan que podran desembarcar en Inglaterra. No es el caso y es enviado a Santa Elena. Como todo el mundo sabe no viaja solo, ya que entre sus compañeros estará el gran mariscal de palacio Bertrand, el general Gourgaud, obviamente Las Cases, el general Montholon y su mujer, Louis-Etienne Saint-Denis que se llamaba Ali, el famoso mameluco, y su ayuda de cámara, Marchand. Es en esta famosa roca a miles de kilómetros de Francia, no siempre lo sabemos que estamos frente a la costa de África en medio del Océano Atlántico, donde dictará sus memorias, o en todo caso donde contará su visión de los acontecimientos pasados y donde algunos justamente tomarán notas. Es aquí donde interviene el Conde de las Cases, uno de los cuatro evangelistas, como se llama siempre a Montholon, Gourgaud y Bertrand serán los otros tres ¿pueden ya decirnos las circunstancias de estas famosas confidencias imperiales?»
Richard Fremder
(Thierry Lentz): «Digamos que cuando Napoleón se rinde a los británicos, acababa de pasar unos meses un poco estresantes, por no decir otra cosa, y cuando el barco estaba a punto de partir hacia Santa Elena, le confió a uno de sus compañeros, Emmanuel de Las Cases, diciéndole: «¿Qué vamos a hacer? ¿Qué vamos a hacer? Nos vamos a aburrir». Y Las Cases le dice, pero no, que «no nos vamos a aburrir porque usted va a dictar sus memorias», y efectivamente, desde el principio del viaje en el barco, Napoleón tendrá conversaciones con Emmanuel de Las Cases, que es un antiguo consejero de Estado y chambelán del emperador, y que podrá hacerle un poco de secretario. De todo esto saldrán dos categorías de libros si uno quiere: la primera son las memorias, propiamente llamadas de Napoleón, que no son muy conocidas, pero Napoleón realmente dictó sus memorias, es decir, su visión de una serie de acontecimientos de su vida. No llegó obviamente hasta el final, pero dictó la campaña de Italia, la campaña de Egipto, el sitio de Tolón, la batalla de Waterloo, los 100 días, y junto a eso, están todos los diarios, todos los memoriales, llamémoslos así, de sus compañeros en el exilio, que obviamente toman notas, que es la moda de la época, toman notas, y luego los escriben. Entre ellos, el que más se ocupó fue el famoso consejero de Estado, Emmanuel de Las Cases, que por no ser militar, todos los demás eran militares para Napoleón, los demás estaban bajo sus órdenes en cierto modo, Las Cases se convertirá realmente en un compañero, un amigo por supuesto, pero un compañero de viaje y un compañero de exilio al que Napoleón le hará su confidente. Y Las Cases toma notas, que hará copiar a su hijo que le acompañaba a Santa Elena, cada noche, y desde el principio piensa publicar el relato de sus notas que llama originalmente el Memorial de Santa Elena. La palabra Memorial era una palabra de moda en ese momento, por lo que inmediatamente eligió este título y cada día escribía las notas que había tomado, pero también dictaba sus recuerdos a su hijo, de modo que cuando se vio obligado a abandonar Santa Elena disponía de unas 900 páginas de documentación a su disposición. Así que las circunstancias de la salida de Las Cases son un poco peculiares: Las Cases fue expulsado por el gobernador inglés de Santa Elena a finales de 1816, por lo que fue un periodo de tiempo bastante corto, 900 páginas, y podemos imaginar que si se hubiera quedado 50 años, habría tenido 2.000 o 3.000 páginas, pero eso no es lo importante: lo es que Las Cases intentó básicamente hacerse expulsar de Santa Elena, quizás con la complicidad de Napoleón, pero no estamos del todo seguros, pero las circunstancias de su expulsión son muy particulares: se dice que intentó enviar correspondencia secreta a Europa, en realidad sabemos muy bien que estas pocas palabras en un trapo que le incautaron a uno de sus criados…»
Thierry Lentz
(R.F.): «Porque hay que explicar que estaban muy vigilados por los ingleses, que no podían escribir cualquier cosa, especialmente Bertrand, que escribía en clave cifrada…»
(T.L.): «Sí, es el gran mariscal Bertrand, así que los franceses se instalaron en una casa muy pequeña llamada la casa de Longwood que se encuentra en esta meseta, donde eran bastante libres dentro de un perímetro que no era digamos muy amplio, y en cuanto querían salir de este perímetro tenían que ir acompañados por oficiales ingleses. Dentro de la vigilancia que se ejerce sabemos que hay espías dentro de Longwood porque hay sirvientes asignados por los ingleses, así que obviamente tienen que saber lo que pasa allí, lo que dice Napoleón, etc., así que Las Cases va a aprovecharse de este carácter un poco quisquilloso de la administración inglesa que está representada por un inglés, el detestado teniente general Hudson Lowe que es el gobernador de Santa Elena y así se apoderan de esta correspondencia falsa y el gobernador decide expulsar a Las Cases. Las Cases se alegró bastante de ser expulsado porque tenía material para publicar un libro en esa época, salvo que los ingleses eran mucho menos estúpidos de lo que pensaban y decidieron incautar los papeles de Las Cases antes de expulsarlo, lo que supuso que el manuscrito que había preparado Las Cases fuera confiscado por los ingleses y sólo fue devuelto a Las Cases tras la muerte de Napoleón. Napoleón murió en mayo de 1821 y los ingleses no le devolvieron el manuscrito hasta octubre de 1821.«
(R.F.): «Estamos de acuerdo en que los británicos han hecho una copia de estas notas, de este famoso manuscrito…»
(T.L.): «Por supuesto, Las Cases recuperará estos documentos y luego publicará, en fin, pensamos durante mucho tiempo que publicará lo que había recuperado y publicará digamos este monumento histórico literario, no sabemos realmente qué tipo de género tomará, que se llama el Memorial de Santa Elena, que se publicó en 1823 y que se convertirá, diremos, en la biblia del napoleonismo pero también de los bonapartistas porque tendrá un impacto político muy, muy importante…«
(R.F.): «Es el mayor bestseller del siglo XIX…»
(T.L.): «Eso es lo que se dice a veces, es lo que se dice, no es exacto porque evidentemente tenemos un estudio que se hizo hace unos treinta años que demuestra que el verdadero bestseller del siglo XIX que es el mismo durante el XVIII y probablemente en el XX, que son las fábulas de La Fontaine y el Memorial llega, digamos, a la lista de los más vendidos durante cinco años entre 1825 y 1830…»
(R.F.): «Que ya es enorme…»
(T.L.): «Es enorme, seguramente, el hijo de Las Cases escribió en 1844 que habían vendido 44.000 ejemplares, así que 44.000 ejemplares es enorme para el siglo XIX, sobre todo porque el Memorial tiene ocho volúmenes, así que son muchos volúmenes vendidos, y eran relativamente caros. Y la publicación del Memorial, que es una especie de gran conversación con Napoleón a lo largo de miles de páginas y que servirá, como decía, políticamente para los bonapartistas e historiográficamente para los historiadores, ya que aportará toda una serie de expresiones napoleónicas, de los sentimientos y juicios de Napoleón, y esto es lo que hay que saber, lo principal es que en el Memorial, Napoleón se da a sí mismo la personalidad de un liberal, de un hombre que quería traer la igualdad y la libertad, y que era efectivamente el mesías de la Revolución, como se le hizo decir, etc., y por eso tuvo este impacto político, diciendo que Napoleón era obviamente algo distinto al régimen de la Restauración, incluso después de la Monarquía de Julio, todo eso era demasiado burgués, demasiado girondino para los bonapartistas y, por lo tanto, dibujamos en el Memorial de Santa Elena todo este material del liberal Napoleón como hijo de la revolución.»
(R.F.): «Lo que es muy interesante es que la opinión está cambiando, como se puede ver, las ideas cambian, por ejemplo, con Stendhal, que no es un ferviente creyente napoleónico, ni mucho menos…»
(T.L.): «Como mínimo era un funcionario bajo el Consulado y el Imperio…»
(R.F.):«No era un ferviente partidario, diremos, pero cuando lee Mémorial las cosas cambian, tiene un impacto muy importante, incluso quizás para el Duque de Reichstadt, y también podemos decir que Las Cases trabaja un poco para el Duque de Reichstadt.»
(T.L.): «Sí, en primer lugar, Las Cases trabajaba para él, hay que decirlo, Las Cases era un hombre de negocios, porque publicó los dos primeros volúmenes y vio que le iban muy bien, así que publicó el resto con la esperanza de obtener ingresos y rentas porque necesitaba eso para vivir, obviamente, y luego lo publicó todo a cuenta de autor, lo que significa que recuperaron todos los beneficios, organizó la distribución y la venta, primero en París y luego en provincias, y supervisó todo lo que se hacía con su Memorial en una época donde los derechos de autor estaban en pañales y no se sabía muy bien cómo remunerar a un autor, por lo que se hacían muchas copias piratas. Las Cases siempre intervendrá, finalmente él y sus hijos, para dominar el tema Memorial. Además en el inventario después de la muerte de Las Cases que muere en 1842, le deja claro a su hijo que le deja los «derechos del Memorial» que si es inteligente puede tener unos ingresos de 3.000 francos al año en tal o cual edición, quizás un poco más en otra edición. Así las cosas, el Memorial es una bomba que estalla en un cielo político más bien apagado, Lamartine decía que «Francia se aburre» y por eso, obviamente, va a remontar tanto la imagen de Napoleón, bastante degradada hasta entonces, como el aura del liberal, del hijo de la Revolución enfrentado a Carlos X, que llegó al poder más o menos en la misma época, y que y como se podría decir, deja al Antiguo Régimen en pantalones.»
(R.F.): «En cualquier caso, se puede hablar de propaganda…»
El nuevo ejemplar del memorial (versión 2021).
(T.L.): «Así que hay dos maneras de tomar el Memorial: hay la manera, diremos visión de conjunto, es decir que este libro tiene una importante importancia política, lo cual es cierto, pero también es para leerlo y cuando lo lees te das cuenta de que lo que publicó Las Cases traza una fina línea en la arena, tiene descripciones de paisajes, tiene paseos interminables, tiene declaraciones de Napoleón y desde el principio todo el mundo se dio cuenta de que las declaraciones que Las Cases hacía a Napoleón eran muy largas, a veces declaraciones que duraban 10 o 15 páginas, Las Cases se reduce en este caso a tener una memoria fenomenal para encontrar todo eso, así que es tanto lo que dice Napoleón, seguimos hablando de lo que se imprimió, lo que dice Napoleón con, diremos, la extensión, la explicación, la confirmación que da Las Cases. Si uno lee con atención el Memorial impreso, se da cuenta de que Las Cases, sí, incluso en ciertos momentos, señala que es difícil ir dia a día, dice, desde mi regreso a Francia he aprendido eso, y de repente dices esa página y luego a veces aquí en las memorias los otros dos dicen, sí, el general Marchand dice en sus memorias que bueno… Si se quiere, todo esto creó en torno al Memorial, sin quitarle nada de su importancia política, una especie de desconfianza, diciendo, básicamente, ¿es Napoleón o es Las Cases quien habla? Desde el principio, hubo artículos de prensa cuando salió el Memorial, en los que se decía, bueno, son principalmente las memorias de Monsieur de Las Cases más que las memorias de Napoleón, pero bueno, así es como funcionó, y después de haber jugado este importante papel político, el Memorial, todavía el Memorial impreso, se convirtió prácticamente en una fuente primaria de la historia. No hay historiador de Napoleón que escriba sobre la época sin ir a ver lo que dice Napoleón en el Memorial de Santa Elena sobre tal o cual personaje, y así el Memorial adquirió la categoría de fuente primaria, como si estuviéramos cara a cara con Napoleón y nos pusiéramos a discutir con él, y él nos diera todas las respuestas a las preguntas que le formularamos. Aquí es donde estábamos, todo el mundo ha criticado el Memorial, sobre todo los grandes historiadores de principios del siglo XX, pero siempre se decía, bueno, no podemos decidirnos porque no tenemos el manuscrito original, es decir…»
(R.F.): «Aquellos para los que el manuscrito original no está disponible…
(T.L.): «No lo teníamos porque Las Cases nunca lo reveló en el fondo. Ahora sabemos, ya que tenemos esta copia, que muy probablemente Las Cases utilizaba, intercalaba las hojas del manuscrito original luego para añadir, así que se disparaba en el momento de la impresión. Todo el mundo los buscó los documentos originales por supuesto en los archivos, pero también la familia Las Cases que es numerosa que hay ramas femeninas que hay que ir a buscar, todo el mundo las pedía. El manuscrito no estaba, se le preguntaba a la gente, no lo tenía nadie al parecer, bueno al menos lo que contactamos y luego encontramos en la British Library una copia de este manuscrito, porque después de confiscar el manuscrito de Las Cases, los ingleses lo copiaron porque lo tuvieron en sus manos durante cinco años y tuvieron tiempo de copiarlo y lo copiaron en primer lugar para seguir poseyendo una copia, pero muy probablemente también para tener un arma contra Las Cases, porque sospechaban que cuando se vieran obligado a devolverle sus papeles Las Cases podría publicar lo que quisiera y los ingleses se dijeron: «Si nos quedamos con la copia podremos al menos impugnar la versión y en particular el comportamiento del gobernador de Santa Elena…» que está muy desarrollado en el Memorial, y por lo tanto podrán contrarrestar a Las Cases. Hacen lo mismo vis-à-vis con el doctor O’Meara que es el doctor de Napoleón en Santa Elena donde lo revisa y le vemos responder a cada una de estas declaraciones y luego finalmente, no habrá nada que hacer porque en el fondo el Memorial habla del gobernador Hudson Lowe pero en Inglaterra también digamos de Hudson Lowe este nombre en ese momento para que todo fluya y la copia que le fue entregada al Ministro de Guerra y Colonias, Lord Bathurst, permanecerá en los papeles de Bathurst y en Inglaterra no hay obligación de depositar sus archivos en los archivos públicos y permanecerá en el castillo de Bathurst hasta los años 70. Así que esa copia existía, básicamente hasta los años 20 nadie lo supo. A partir del año 1920 si nuestros colegas del pasado hubieran sido un poco más imaginativos, podrían haber sabido que este manuscrito existía, porque Inglaterra publicaba los inventarios de los papeles privados de todas las grandes familias, y así se publicó en 1926, y el manuscrito figura realmente con gran detalle y con una gran descripción, por lo que sabíamos que en algún lugar había una copia de este manuscrito.
Pero tal vez no prestamos atención, quiero decir, esta es la verdad, por ejemplo, el gran historiador Marcel Dunant, que publicó la edición más completa del Memorial de Santa Elena con todas sus variantes, con todas las notas que eran necesarias, había enviado a un joven historiador inglés a los archivos británicos para tratar de averiguar si tenían un pequeño trozo del Memorial allí y el famoso, el famoso historiador sacó unos legajos y encontró pequeños pasajes que habían sido pequeñas anotaciones tomadas a diestro y siniestro, pero cuando los miró, dijo, bueno, eso coincide exactamente con los textos que tenemos, pero a este historiador se le olvidó ir a mirar en los inventarios, y si hubiera ido a mirar en los inventarios, habría encontrado este manuscrito, por lo que no se menciona en ninguna parte… Hubo un historiador francés en la década de 2000 que señaló su existencia pero no fue a verlo, y luego mi colega Peter Hicks, que fue a la British Library para otro trabajo, estaba haciendo una pequeña biografía de Hudson Lowe para una obra colectiva, y dijo, bueno, voy a ir a buscar en los papeles de Bathurst para ver qué pasa, y entonces me encontré con él.»
(R.F.): «Le dió la pista para que cayera en él…»
(T.L.): «Porque los Bathursts en un momento dado ya no quisieron pagar la conservación de sus archivos, y los depositaron en los archivos públicos, pero con la autorización previa para consultarlos, esto es frecuente también en Francia, también en los archivos privados, es lo mismo, y así Peter en los inventarios, pide consultarlos, y hay que pedir autorización a Lord Bathurst, el 8º, que estaba vivo en esa época. Alguien le escribe, el famoso Lord Bathurst nos contenta muy amablemente, incluso nos envió algunas cartas de Napoleón que tenía en sus colecciones para que las publicáramos en la correspondencia y nos dijo: «Escuchen, les doy permiso para consultar». Entonces Peter estaba haciendo algunas pequeñas consultas, pero pensamos esto es diferente, hay muchas más cosas en el manuscrito. Así que organizamos una misión más consecuente allí, y entonces empezamos a hojear, hay cuatro volúmenes, y empezamos a hojear nuestro propio volumen para comparar, y nos dimos cuenta de que estábamos viendo un texto totalmente diferente…»
Ejemplar del 5º tomo del Memorial en una edición de 1823
(R.F.): «Entonces, ¿cuáles son exactamente los cambios que hay en estos conflictos observados entre el manuscrito y el Memorial? ¿Son nombres que cambian, son eventos que son diferentes…?»
(T.L.): «Hay mucho, en primer lugar, el volumen, el volumen de Las Cases, 900 páginas, pero este volumen representa más o menos un tercio de lo que publica después en el Memorial, o sea que hay dos tercios de nueve, porque Las Cases publica primero dos volúmenes en enero de 1823 y se da cuenta de que funciona y ahí decide publicar la continuación y aumentar la continuación, porque evidentemente si hubiera publicado sólo su manuscrito habría tenido suficiente para cuatro volúmenes y está terminado. Ahí consigue imprimir hasta ocho, así que estos dos tercios de nueve, la cuestión es si es verdad o no, si Las Cases se lo inventó, y sinceramente, no podemos estar muy seguros. Tal vez Las Cases tuviera memoria de elefante, es posible, pero se puede dudar, dada la extensión de los añadidos; tal vez entre 1816, su expulsión, y 1821, tuvo reminiscencias, con su hijo, las discusiones, y empezaron a tomar notas, lo que es bastante probable. Siendo así, si se quisiera poner una escala de autenticidad, se está mucho más cerca de la boca del caballo, en este caso de Napoleón, con el manuscrito original que con el Memorial publicado. Eso es lo que podemos decir al ver las diferencias: en primer lugar, está todo lo que Las Cases añadió para que fuera un solo volumen en lugar de cuatro, lo que es bastante normal, dado que todos los autores hacen lo mismo en todas las memorias de la época: de vez en cuando hay una descripción de una batalla en la que el tipo no estuvo realmente allí, pero te la cuenta de todos modos.
Lo que por otro lado es más embarazoso son los partidos políticos, lo que añade Las Cases y sus partidos políticos son muy importantes porque fueron muy utilizados tanto por los bonapartistas del siglo XIX como luego por los historiadores del siglo XX y ahí nos encontramos con cientos de páginas añadidas. Es decir, que Napoleón, por ejemplo, dará una opinión sobre algo y luego Las Cases hará que esta opinión, que tiene quizás tres líneas en el manuscrito, dure 10, 15 páginas a veces 25 páginas en la versión impresa. Así que aquí sí que podemos preguntarnos si es Napoleón el que habla o si es Las Cases: así que cuando leemos la letra con atención también lo podemos detectar a veces, es decir, que a veces Las Cases hace hablar a Napoleón, «él» tiene comillas y de repente «él» tiene diez páginas más sin comillas así que francamente si leemos con atención nos damos cuenta de que está añadido, pero a veces también deja las comillas por todas partes, mientras que el manuscrito muestra que él no lo dijo.
Evidentemente, puedo contar una anécdota divertida: hace unos meses, Le Figaro se enteró de este descubrimiento, y tuvimos muchas discusiones con ellos, y escribieron dos páginas, dos páginas enteras, en el periódico para hablar de este descubrimiento de las futuras publicaciones, etc. Así que, por supuesto, estábamos muy orgullosos de nosotros mismos, nuestro trabajo de historiadores reconocido y entonces recibimos una docena de correos electrónicos con mensajes bastante desagradables. Nos decían que estábamos siendo patrocinados por el gobierno británico para acabar con la leyenda napoleónica, que estábamos contra el movimiento napoleónico, que era una mala publicidad para los historiadores. Esto nos sorprendió mucho, pero al mismo tiempo nos hizo pensar en cómo sería recibido el trabajo que hicimos, ya que, por supuesto, publicaremos el manuscrito casi original, y esto tranquilizará a los napoleónicos. Lo primero es que el papel histórico del Memorial se ha completado, es decir, que el Memorial impreso por Las Cases ha tenido su papel histórico y que nunca podremos hacer nada al respecto, aunque sea totalmente falso, tuvo la importancia de crear una doctrina de partido bonapartista para ayudar a Luis Napoleón a tomar el poder, etc., etc., así que si usted quiere, no hay nada que hacer al respecto.
Nuestro trabajo de historiadores es dar al público y a nuestros colegas el manuscrito original, o al menos lo que más se parece al manuscrito original hoy en día, es decir, esta copia hecha por los ingleses, para simplemente trabajar, quiero decir que no es perjudicial para la imagen de Napoleón trabajar en la historia, que incluso en las historias generales de Napoleón en las que hemos podido trabajar, tenemos el derecho, el deber, de trabajar con Napoleón a condición de que podamos contar con documentación, etc.»
(R.F.): «La historia es una ciencia, es una ciencia viva y por lo tanto hay que poner en práctica constantemente este consejo…»
(T.L.): «Ahí tienes, no hay nada mejor que el documento en la historia, así que puedes tener sentimientos, puedes tener intuiciones, puedes tener todo lo que quieras, pero mientras tengas un documento que te diga lo contrario, tienes que acatar los documentos…»
(R.F.): «Y ser historiadores significa ser investigadores, después de todo, en griego…»
(T.L.): «Sí, entonces ahora por supuesto en este manuscrito el trasfondo es diferente, es decir, ¿Las Cases se inventó a Napoleón como liberal? Pues no, porque el tono de las conversaciones de Las Cases con Napoleón es efectivamente este y ahí es Napoleón el que decide, es decir que Napoleón entendía muy bien que obviamente se le iba a reprochar el régimen autoritario, se le iba a reprochar una serie de medidas, sobre todo las que se tomaron después de 1810, y se le iban a reprochar sus errores, la campaña de Rusia, la vuelta de los 100 días que es también una catástrofe para Francia y así lo sintió bien y así inmediatamente, pero como hacen todos los redactores de memorias: todos los que hablan de su pasado van a embellecerlo, no les hablaré de mis errores, les hablaré de mis éxitos y bien Napoleón -no me comparo a él evidentemente-, Napoleón hace exactamente lo mismo y se siente este toque de: «Yo soy el liberal, yo soy esto, yo soy aquello», pero no está en el manuscrito, es decir que básicamente el verdadero tema del manuscrito original era: «Yo pasé un año y medio con Napoleón y nos fuimos a dar un largo paseo». Así que Las Cases nos cuenta la vida cotidiana en Longwood, que es muy interesante, hay detalles adicionales que no conocíamos y luego de vez en cuando Napoleón le habla y Napoleón dice: «Ah, sí, cuando hice esto, pero fue porque al día siguiente le habría dado la libertad…». Entonces Les Cases lo anota, pero básicamente es una frase muy pequeña para pasear o un párrafo para pasear y Las Cases lo hace prosperar podemos decir, de hecho perdóneme la expresión, hace toneladas…»
(R.F.): «Este es el talento de Las Cases.»
(T.L.): «Este es el talento de Las Cases es al mismo tiempo un muy buen escritor, es coherente en relación a las pistas que le da Napoleón, pero no es Napoleón quien lo dice.»
«C’est fini…» – Oscar Rex (1857-1929), óleo sobre panel, hacia 1900
(R.F.): ¿Podemos imaginar errores en la transcripción del manuscrito por parte de los ingleses?
(T.L.): «Esta es, por supuesto, la pregunta que nos van a hacer, la respuesta que puedo dar es que no lo sé. Simplemente hacemos un análisis externo de un poquito del documento que teníamos entre manos. En primer lugar, estamos seguros de que la copia se hizo en Inglaterra, la marca de agua del papel, todo eso. En segundo lugar, la copia fue realizada por británicos, un británico que hablaba muy bien el francés, no cometió casi ningún error en francés, bueno, copió el francés, obviamente, pero lo copió absolutamente sin errores, la caligrafía era completamente honesta y visible, por lo que afortunadamente llegó a trasladar las anotaciones que se habían puesto en el original, incluyendo las propias anotaciones de Napoleón, por lo que quiere decir que Las Cases le estaba mostrando a Napoleón su trabajo, y además insertó en el manuscrito pequeños archivos que habían sido creados por otro inglés, que también insertó en el manuscrito pequeños ficheros que fueron creadas por otro inglés, que fue a buscar todas aquellas piezas que pudieran ser utilizadas por el gobierno británico para defenderse, por ejemplo, un pequeño fichero sobre los encuentros entre el gobernador y Napoleón, fueron a buscar en el manuscrito todo lo que concernía al gobernador y volvieron a copiarlo. Así que tenemos la fuerte intuición, si no la certeza, de que el texto fue respetado, porque no había razón para ir a copiar el manuscrito y escribir tonterías porque se pretendía utilizarlo para contrarrestar las declaraciones de Las Cases.»
(R.F.): «Pero lo que también podrían haberse eliminado todas las descripciones demasiado largas…»
(T.L.): «No, entonces probablemente no porque el manuscrito que tenemos, que es una copia del manuscrito de Las Cases, se presenta exactamente como debería haberse publicado, es lo que llama la atención, es que de hecho Las Cases, si hubiera podido llevarse su manuscrito, inmediatamente lo hubiera dado a una imprenta y se hubiera podido publicar tal cual, tiene la portada, tiene el plano, tiene la separación de un pequeño capítulo por día, es decir, la forma en que hoy se publica el Memorial, que siempre empieza con la fecha del día, ya está prevista en él, tiene tablas, tiene notas a pie de página, ya de Las Cases y demás. Si Las Cases hubiera partido con su manuscrito el Memorial de Santa Elena hubiera sido así, es decir, algo no muy interesante al final, políticamente hablando, en cuanto a la historia de Napoleón en Santa Elena, está realmente bien hecho, porque se describe la más mínima enfermedad, el más mínimo malestar de Napoleón, etc, Está muy bien hecho porque la más mínima enfermedad, el más mínimo malestar de Napoleón, etc., está descrita, catalogada, las visitas del gobernador, todos los problemas que tienen los ingleses, bueno, todo eso, ya hay un pequeño ajuste de cuentas con el gobernador, Hudson Lowe, que todavía se incrementa en la versión impresa porque Las Cases debió decirse: «Aquí no he sido lo suficientemente malo, añado dos páginas más porque, efectivamente, el personaje no va a ser muy simpático con los franceses».
(R.F.): «También hay que recordar que Las Cases no llegó inmediatamente a Francia, porque Luis XVIII le persiguió, después de pasar por África del Sur la cuarentena, etc., etc…»
(T.L.): «Vagó por Alemania, en Bélgica, escribió una parte en un castillo belga, que los belgas nos han señalado recientemente, no hay que olvidarse, y luego compró una casa en Pacy, que era un suburbio de París en ese momento, un poco rural, y allí es donde empezó a trabajar. Y no trabajaba solo: si Las Cases hubiera utilizado material suyo solamente, no habría pedido a antiguos compañeros de Santa Elena que vinieran a ayudarle, a los generales que vinieran a comprobar un cierto número de cosas, etc. Había un pequeño taller que se puso en marcha.»
(R.F.):«Por supuesto, antes hablaba de los cuatro evangelistas, por eso los llamamos así, para poder comparar e intentar averiguar qué es verdadero y qué es falso.»
(T.L.): «Así que este es un juego que siempre divierte a los napoleónicos que se interesan por Santa Elena, porque nos gusta porque todo tiene una fecha, y han hecho un poco como Las Cases, de hecho han copiado a Las Cases separando la fecha, de hecho el propio Las Cases copia a O’Meara, que publicó antes que él, pero no importa, todo ello tiene una fecha. Así que evidentemente el juego consiste en decir, no sé, el material de 21 de julio de 1816, que todos cuentan lo mismo y pues no, no todos cuentan lo mismo, primero porque también se debe a que todos fueron escritos sobre la marcha, no sabemos nada de uno de los evangelistas y de Montholon, estamos seguros de que no lo fueron, porque Montholon copió tanto a los otros que aparecieron antes que él, que compuso todo esto para ganar un poco de dinero en la década de 1840. Por otro lado, para los que creemos que están bastante cerca, es decir, Gourgaud, probablemente Marchand, un poco el mameluco Alí, que también escribió memorias, nos damos cuenta de que los autores no van a poder resolver este enigma, así que hubo este enigma relativo a Las Cases, que se resolvió un poco, porque Las Cases cometió un error de un día en su manuscrito,estaba todo fuera de lugar, obviamente, cambió todo el asunto del martes 6 al miércoles x + 2, y entonces, aquí estamos, y así todas las fechas fueron cambiadas desde entonces.
Así que, a grandes rasgos, todos contarán la misma historia en esencia, pero ahí también podemos preguntarnos siempre cuál es la fuente de todo esto, así que aquí nos hemos complicado un poco, pero básicamente O’Meara y Las Cases publican los primeros; bien, los demás publicarán después. La tendencia natural es ir a ver lo que decían los dos anteriores y lo tenemos un poco complicado, ya que Las Cases lo ha hecho con O’Meara. Hay una historia muy conocida de los napoleónicos que tratan de las conversaciones, estos pequeños contactos que Napoleón tenía con un esclavo en Santa Elena llamado Toby, que es obviamente una de las pruebas que en el restablecimiento de la esclavitud por parte de Bonaparte no hay racismo, de hecho a Napoleón le da igual que el cónyuge sea blanco o negro, etc. Así que va y habla con este Toby y le da dinero y siempre se toma como fuente el Memorial de Santa Elena, diciendo, bueno, sí, la historia de Toby está en el Memorial de Santa Elena, pero en el manuscrito no está, es decir, no hay ningún Toby en el manuscrito, así que ¿se inventó Toby? Así que no lo inventó porque el cónsul francés, director de los dominios nacionales de Santa Elena, encontró el rastro del episodio en los archivos ingleses, es decir, que Napoleón fue a discutir con un esclavo llamado Toby y le dio 20 napoleones que los ingleses pensaron luego que se los había robado y querían que los devolviera, por lo que el episodio de Toby es correcto, pero no está en el manuscrito. Entonces, cómo lo encuentra Las Cases, tal vez de memoria, pero sin duda porque leyó las memorias de O’Meara que se publicaron antes que él y O’Meara habló de Toby y así Las Casese debió pensar: «Sí, bueno, sí, es verdad, había olvidado por completo este episodio de Toby», especialmente porque Las Cases estaban allí en el momento de las reuniones, estaba sucediendo lo que llamamos el Pabellón de Les Briars, la primera casa de Napoleón en Santa Elena y todavía está el árbol bajo el que Toby y Napoleón se sentaron a discutir. Así que ya ves, que hay que ser lo suficientemente preciso para comprobar muchas cosas. Por ejemplo, podríamos haber dicho que no está en el manuscrito, por lo que Toby no existía, pero en realidad si existía, Las Cases lo añadió después porque probablemente lo recordaba.»
De izquierda a derecha y de arriba a abajo: El general Henri Gatien, conde Bertrand; el general Gaspar Gorgaud; Charles Tristan, marqués de Montholon y el conde Las Cases
(R.F.): «Ya que incluso el manuscrito tiene que ser tomado con todo el cuidado necesario, por supuesto, y uno siempre debe cuestionar sus conocimientos.»
(T.L.): «Por supuesto, por ejemplo, por otra razón estamos tratando de trabajar en la forma en que se anunció la muerte de Napoleón en Europa. Para ello, empiezo por mirar los primeros boletines de información que se dieron en Santa Elena en el momento de su muerte, mirando las memorias de todos, incluidos los informes ingleses, Hay que conocer la época, el ambiente de la época para saber qué acto naturalmente había que hacer primero, bueno, es prevenir al gobernador, obviamente, por supuesto, y así hay que sopesar todo y sobre todo cuando te metes en política, me gustaría darte un ejemplo de cosas en las que yo mismo soy culpable, todos somos culpables ya que sólo teníamos el Memorial de Santa Elena. Existe en el Memorial impreso en las versiones actuales, una pequeña media docena de páginas en las que, según Las Cases, Napoleón pasa revista a sus ministros y luego le da a cada uno el tribunal de Santa Elena. Así que este era así, este era asá, y aquel era un idiota y así sucesivamente, y todos usamos eso, todos lo hemos citado, seguro, hice un estudio sobre los ministros de Napoleón, y estás pensando que es como la miel, ya está, y entonces encuentras que no está en el manuscrito. Así que parecía que estaba bien…»
(R.F.): «Porque es la opinión de Las Cases…»
(T.L.): «Es la opinión de Las Cases, porque Las Cases conoce Francia, cuando Las Cases entra en Europa es una especie de héroe, es el compañero de Napoleón que vuelve. Todo el mundo quiere verle, él ve a todo el mundo, además la familia imperial se pone en contacto con él, etcétera, José Bonaparte le reembolsa la cantidad que le había prestado a Napoleón, bueno, y ahí lo tienes, no lo sabemos, realmente. Además, como hay contradicciones en lo que Las Cases hace decir a Napoleón y la realidad de la colaboración que tuvo Napoleón con algunos de los ministros, podemos pensar que fue Las Cases quien añadió y luego también hay cosas que harán llorar lágrimas de sangre a los napoleónicos, es que él – tiene las grandes frases del Memorial- «¡Qué novela, mi vida!», no está en el manuscrito, ha sido añadida, es más, toda la conversación en la que Napoleón dice «¡Qué novela, mi vida!» ha sido añadida, pero «¡Qué novela, mi vida!», todos la usamos, obviamente, hasta para hacer capítulos, finalmente, así que antes decíamos que Napoleón decía que «¡Qué novela, mi vida!» y ahora tenemos que decir según Las Cases Napoleón habría dicho «¡Qué novela, mi vida!». Hay otros, «Soy el mesías de la Revolución», «Yo destruiré la Revolución», una frase que también se cita siempre sobre el mariscal Lannes «Le conocí como pigmeo, lo perdí como un gigante» no aparece en el manuscrito etc. etc, hay una cantidad importante. ¿Es que Las Cases se despertó una noche y se dijo: «Napoleón me dijo: ¡Qué novela, mi vida!» y lo escribió? Pues no lo sé, pero a partir de ahora voy a utilizar el condicional siempre que diga que Napoleón habría dicho: «¡Qué novela, mi vida!»
(R.F.): «Finalmente para conocer y entender a Napoleón lo mejor posible, habría que leer sus novelas porque lo hemos olvidado, él escribió novelas no del todo extraordinarias, es cierto, tendremos que leer su correspondencia, sus notas en campo militar, etc.»
(T.L.): «La correspondencia es, por supuesto, importante, incluso los dictados, si se quiere, a menudo nos equivocamos, así que aquí vamos un poco más allá, pensamos que el Napoleón del 16 de agosto de 1769 y Napoleón del 5 de mayo de 1821 son el mismo. No, es como tú y como yo, evidentemente tiene un fondo de genio, de superioridad, no hay que olvidar nunca que en la historia de la humanidad no hay cincuenta Napoleones. Hay tres, cuatro, cinco personalidades que, por así decirlo, están en el nivel de la historia de la humanidad, son parte de ella. Dicho esto, también es un poco hombre, por lo que hay una evolución del pensamiento, del estilo, del carácter, el Napoleón del principio del Consulado no es ciertamente el Napoleón del apogeo del Imperio; el Napoleón del Consulado probablemente no habría invadido Rusia en 1812, pero también hubo circunstancias que lo moldearon, un sentimiento de ser infalible, invencible, de poder seguir adelante con los proyectos que él mismo no pudo definir del todo, así que ese es el ensayo, ese es el Napoleón que evoluciona.»
(R.F.):«Para terminar, ¿por qué, el duque de Reichstadt no aprovechó finalmente el Memorial y por qué Francia en ese momento no fue a buscarlo?«
(T.L.): «En primer lugar, porque era joven, nació en 1811, tenía diez años cuando murió su padre, y tenía 21 años cuando murió, así que hubiera dicho que mi nacimiento y mi muerte eran toda mi historia, lo cual no es del todo totalmente falso. Así que hay mucha gente cuando, al estudiar al duque de Reichstadt, imaginamos que sacudió su cadenas y luego trató de sacudir los barrotes de su casa sin parar. Pues los estudios más recientes y serios demuestran que tomó conciencia muy tarde de quién era, probablemente un año, dos años antes de su muerte, el resto del tiempo fue criado. Fue criado como un príncipe austriaco desde pequeño y lo siguió siendo prácticamente hasta el final de su vida, y luego, de repente, hacia el final de su vida, se interesó por su padre, y ya saben que Napoleón le había legado muchas cosas en Santa Elena, cosas que nunca recibió. Metternich impidió que las recibiera. Así que yo diría que para la época que hubiera sido posible, él ya estaba muerto.»
(R.F.): «Al final, es Napoleón III quien recuperará todo eso»
(T.L.): «Va a recuperar todo eso, va a recuperar la leyenda, va a recuperar el socialismo, va a recuperar el hecho de que, él es efectivamente, en el momento en que va a ser presidente de la República, es efectivamente el heredero de Bonaparte, antes de que él, no es él, está José y primero de todo su hermano mayor, pero bueno, que muere oportunamente en la década de 1830, pero José Bonaparte que es hasta 1844 a su muerte, que es el emperador, si quieres, así que aquí está Luis Napoleón que tiene una inteligencia diferente a la de su tío, mucho más en la combinación…»
(R.F.): «Hay que buscar en la historia. Perfecto, muchas gracias Thierry Lentz nos acogió aquí, como siempre estuviste perfecto. Grracias a ti y deseamos a tu libro todo el éxito del Memorial, por supuesto.»
i – «Mémorial de Sainte-Hélène, ou Journal où se trouve consigné, jour par jour, ce qu’a dit et fait Napoléon durant dix-huit […]» – Source gallica.bnf.fr / Bibliothèque nationale de France
Como dijo un amigo mío, los libros de memorias son ventanas en el tiempo, que nos permiten acceder a personajes del pasado como si estuviéramos compartiendo en el momento de la lectura su mismo entorno. El período napoleónico fue bastante rico en libros de memorias, desde los soldados rasos hasta los generales pasando por personajes civiles de diferentes posiciones y procedencias: biografías, autobiografías, libros de calumnias, libros con defensas de las calumnias, etc., y todos ellos nos han permitido hacernos una idea bastante plausible de las vivencias de los personajes de la época.
El encanto de las memorias de Betsy Balcombe, que tratan los tres primeros años de la estancia de Napoleón en Santa Helena, es el de la visión de una joven pre-adolescente que a partir de los prejuicios de los niños ingleses de la época por la visión de «el montruoso Boney»I que se les había inculcado (lo mismo hicieron los franceses con Wellington) fue evolucionando en su concepto y visión del corso, gracias a su continuo trato -más o menos informal- que al tiempo le revela y nos revela un Napoleón de carne y hueso, aún en las primeras etapas de su cautiverio.
Lejos de rechazar la presencia de la joven, la trataba de igual a igual, jugando con ella y el resto de niños hijos del séquito que le acompañaba, en definitiva humanizando al gran conquistador a través de una mirada que deja de ser infantil para valorar y a veces enjuiciar al hombre y a sus acciones.
INTRODUCCIÓN
Betsy Balcombe (b)
El padre de Betsy era el proveedor de bienes para la Compañía de las Indias Orientales en la isla de Santa Helena. La familia Balcombe invitó a Napoleón a vivir en el pabellón de su jardín (un antiguo salón de baile que funcionaba como habitación de invitados) durante las primeras semanas de su vida en Santa Elena, mientras su casa estaba siendo reformada en LongwoodII, en las más sombría y remota zona de la isla. Las memorias siguen el desarrollo de la relación entre la joven y el hombre más temido y reverenciado del mundo, en un momento el cautiverio era nuevo para él (aparte de Elba) y cuando aún no había aprendido a reconocerse como un prisionero. Los ecos de su reciente pasado en Waterloo y Trafalgar y de la opresiva desesperación de su inminente encarcelamiento en Longwood forman un telón de fondo para la obra.
Betsy mira como Napoleón primero viene a tierra en la noche. Los tres mil y medio habitantes de la isla cubren el muelle, con antorchas encendidas en alto para poder verlo con más claridad. Cada momento de la vida de Napoleón fue revisado y escudriñado. Cada palabra que hablaba fue transcrita por su personal, y sus movimientos fueron registrados por guardias ingleses. Los turistas vinieron a tratar de echarle un vistazo. Al llegar a Santa Elena, Napoleón dijo que «se sentía como una bestia salvaje, enjaulada, pero aún peligrosa y situada entre personas que nunca antes habían encontrado tal criatura«. Betsy más tarde le observa salir de su casa para su última residencia en Longwood, donde un guardia de soldados golpeó hacia fuera un saludo en su batería que debe haber sonado tanto como una advertencia como una recepción.
Betsy BalcombeIII hablaba francés y no temía a Su Majestad Imperial. El séquito de condes y generales de Napoleón no le hablaría a menos que se le dijera; su acceso a él estaba rígidamente ligado por las reglas, y no les gustaba esta chica inglesa que tomaba libertades con el Emperador. Betsy jugó juegos ásperos con Napoleón; Y observó la forma en que sus ojos parecían cambiar de color de azul a gris a marrón. Sintió su pelo, que era tan suave como el pelo de un niño pequeño, y se preguntó por qué sus dientes eran tan oscuros, hasta que se dio cuenta de que provenía de comer tanto regaliz. Tomó las manos de Napoleón para examinarlas. Ella estaba en una edad entre la infancia y la feminidad que le permitía su licencia de ser mal educada y áspera, pero manteniéndose al borde de la coquetería. Ella le dijo francamente que no le gustaba su canto y se le permitió el acceso a él en cualquier momento que ella eligiera. [2]
Vista de la cascada de Briars (c)
PASAJES ESCOGIDOS
Hemos seleccionado una serie de fragmentos de las memorias que nos dan una visión de primera mano de algunos episodios de la vida de Napoleón:
EL DESEMBARCO DEL EMPERADOR
«Estábamos tan ansiosos por ver al ilustre exiliado que determinamos ir por la tarde al valle para presenciar su desembarco. Estaba casi a oscuras cuando llegamos al lugar de desembarco, y poco después, una barca del Northumberland se acercó, y vimos una figura a un paso de la orilla, que se nos dijo que era el emperador, pero era demasiado oscuro para distinguir sus rasgos. Caminó entre el espacio entre el Almirante y el general Bertrand, y envuelto como estaba en su sobrevesteIV, yo podía ver poco, pero si el brillo ocasional de un diamante en forma de estrella , que llevaba en el corazón. Toda la población de Santa Elena se había apiñado para contemplarlo, y difícilmente podría haber creído tenía tantos habitantes. La presión se hizo tan grande que sólo se podía estar con una gran dificultad y se ordenó a los centinelas que fijaran las bayonetas en una línea a la entrada de la ciudad, para evitar que la multitud lo rebasara. Napoleón estaba excesivamente molesto por el afán de la multitud para echarle un vistazo, más particularmente como fue recibido en silencio, aunque con respeto. Lo escuché después decir cuánto había estado molesto por ser seguido y mirado «comme une bete feroce«. Volvimos a los Briars esa noche para hablar y soñar con Napoleón.»
SOBRE JOSEFINA
Los Briars. La casa a la derecha, «El Pabellón» (d)
«Su memoria parecía idolatrarla y nunca se cansó de insistir en su dulzura de disposición y en la gracia de sus movimientos. Dijo que ella era la mujer más verdaderamente femenina que había conocido. Al hablar de la emperatriz, que utilizó para describirla como muy sujeta a un nervioso afecto y en menor grado de impedimento o ansiedad; a menudo dijo que era la mujer más cómoda, elegante, encantadora y amable en el mundo; y en el idioma de su isla, afirmó: «Era la dama la piu graziosa de Francia«. Ella era la diosa del tocador -todas las modas las creó ella, todo lo que llevaba parecía elegante y, por otra parte, ella era tan humana y fue la mejor de las mujeres. Aún así, con toda la veneración que sentía por ella no podía soportar la influencia que ejercía sobre su acción pública, y observó: «A pesar de que los Borbones e ingleses se permitían decir que lo poco bueno que hice era a través de la instrumentalización por parte de Josefina; cuando el hecho es que ella nunca interfirió con la política.» Aludiendo a su divorcio, él observó, que nada hubiera inducido a escuchar semejante propuesta si no era por motivos políticos; ninguna otra razón podría haberle convencido para separarse de una esposa a la que amaba con tanta ternura. Pero dio gracias a Dios que ella hubiera muerto a tiempo para evitar que pudiera ver su última desgracia. Ella era la mayor benefactora de las artes plásticas que se había conocido en Francia durante años; tenía a menudo pequeñas disputas con Denon, y aun consigo mismo, cuando quería obtener finas estatuas e imágenes para su propia colección en lugar de la galería del museo. «Aunque me encantaba atender a sus caprichos, sin embargo, siempre actué primero para beneficio de la nación; y donde quiera que se obtuviera una bella estatua o una imagen valiosa, la enviaba para el beneficio del pueblo. Josefina era la gracia personificada; cada cosa que hacía tenía su sello. Ella nunca actuó de manera poco elegante durante todo el tiempo que vivimos juntos. Su aspecto era la perfección y resistió el paso del tiempo, según todas las apariencias, por el exquisito gusto de su vestuario.» »
SUS BATALLAS
«Una noche, durante una visita a la señora Bertrand, dimos un paseo para ver al Sr. O’Meara que resultó estaba reunido con el Emperador; no obstante, Cipriani, enviado para decir que algunas damas estaban esperando para verle y Napoleón al oír nuestros nombres, nos pidió que entráramos. Lo encontramos en la sala de billar, mirando por encima de algunos mapas muy grandes, y moviendo un grupo de alfileres, algunos de cabeza roja, otros de cabeza negra. Le pregunté que era lo que estaba haciendo. Respondió que estaba recreando otra vez algunas de sus batallas y que los alfileres rojos representaban los ingleses y los negros para indicar a los franceses. Una de sus principales diversiones era la de revisar las evoluciones de una batalla perdida, para ver si era posible con una mejor maniobrabilidad haberlas ganado.»
La casa Longwood (e)
SOBRE EL MINISTRO CHARLES JAMES FOX
«Remarcó, que todos los miembros de la familia del gran Fox abundaban en sentimientos liberales y generosos. Al referirse a ese estadista, solía decir, «Era sincero y honesto en sus intenciones y él vivía en una Inglaterra, que no había sido asolada por la guerra; fue el único ministro que conocía los intereses de país.» Dijo que era recibido con una especie de triunfo en todas las ciudades del imperio francés, y agasajado y bien recibido por todos sus habitantes. Cada ciudad rivalizaba con la siguiente para ofrecerle los mayores honores. Relató una circunstancia, que dijo, debía haber causado una gratificante sensación en la mente de ese gran hombre. Un día Fox visitó St.Cloud. Los apartamentos privados del palacio se mostraban, guardados para el uso exclusivo del emperador; sin embargo, por accidente el ministro y la señora Fox abrieron una de las puertas del santuario, y entró; vieron a las estatuas de los grandes de todos los tiempos y naciones -Sidney, de Hampden, Washington, Cicero, Lord Chatham, y entre ellos el suyo propio, que fue reconocido al instante por su señora, que exclamó: «Querido, es el tuyo«. Este pequeño incidente, aunque insignificante, le procuró una gran atención, y se extendió a través de todo París.»
SOBRE EL INCIDENTE DE JAFFA
«»Antes de salir de Jaffa«, dijo Napoleón, «y cuando muchos de los enfermos habían sido embarcados, se me informó de que había en el hospital varios heridos sin posibilidad de recuperación, gravemente enfermos, y no aptos para ser transportados sin riesgo. Yo deseaba mi que mis médicos llevaran a cabo una consulta sobre las mejores medidas a adoptar con respecto a las desafortunadas víctimas, y para hacerme llegar luego sus opiniones. El resultado de esta consulta, fue que los siete octavas partes de los soldados fueron considerados sin recuperación posible y que con pocas probabilidades estarían vivos pasadas veinticuatro horas. Por otra parte, algunos estaban afectados por la plaga, y su transporte en adelante pondría en peligro por la infección al conjunto del ejército, extendiendo la muerte donde apareciera, sin aminorar sus propios sufrimientos o aumentar las posibilidades de recuperación que en tales casos, en efecto, era inútil. Por otra parte, salir sin ellos era abandonarlos a la crueldad de los turcos, que tenían siempre por regla matar a sus prisioneros con una prolongada tortura. En esta emergencia, le hice ver a Desgenettes la conveniencia de poner fin a la miseria de estas víctimas con una dosis de opio. Yo mismo hubiera deseado semejante alivio para mí mismo bajo tales circunstancias. Yo consideraba que sería un acto de piedad para anticipar su destino por sólo unas pocas horas, lo que garantizaba un final ajeno al dolor y ajeno de los horrores que los rodeaban y amenazaban y mejor que una muerte de una penosa tortura. Mi médico no entró en mis puntos de vista del caso, y desaprobó la propuesta, diciendo que era su profesión el curar, no matar. De acuerdo con ello dejé una retaguardia para proteger a aquellos infelices del enemigo que avanzaba, y permanecieron hasta que la naturaleza hubo pagado su última deuda y liberó a los soldados de su agonía.» Tal es la verdadera, y ahora aceptada casi universalmente versión de esta historia atroz. No es que yo crea que podría haber sido un crimen,» Napoleón observó «si el opio hubiera sido suministrado; por el contrario, creo que hubiera sido un beneficio. Dejar a unos pocos miserables, que no podían recuperarse, para que fueran masacrados según la costumbre de los turcos con los más terribles torturas, eso pensaría yo, si que hubiera sido una crueldad; cualquier hombre bajo circunstancias similares, que tuviera el libre uso de sus sentidos, hubiera preferido morir fácilmente unas pocas horas antes que expirar bajo la tortura de esos bárbaros. Yo le pregunto, O’Meara, ¿si hubiera estado en la situación de esos hombres, y le pidieran qué destino debía elegir, ya fuera sufrir la tortura de esos malhechores, o tener opio para serle suministrado, cual preferiría elegir? Si mi propio hijo, y creo que amo a mi hijo, tanto como cualquier padre quiere a su hijo, estuviera en una posición similar, yo le aconsejaría que se hiciera; y si es mi caso particular, insisto en ello, si tuviera sentido y la fuerza suficiente para exigirlo. ¿Usted cree que si hubiera sido capaz de envenenar en secreto mis soldados, o de dicha barbaridad (como se me han atribuido) de conducir mi carro sobre los cuerpos mutilados y sangrantes de las heridas, -que mis soldados habrían luchado bajo mi mando con el entusiasmo y afecto que siempre demostraban? No, no; me habrían disparado hace mucho tiempo; incluso mis heridos habrían tratado de apretar el gatillo para despacharme«.»
EL ADIÓS
«La hora del obligado adiós vino al fin. Cariñosamente abrazó a mi hermana y a mi, y nos pidió que no le olvidáramos; añadiendo que él siempre recordaría nuestra amistad y bondad para con él y nos dio las gracias una y otra vez por todas las horas felices que había pasado en nuestra compañía. Me preguntó qué me gustaría tener como recuerdo de él. Contesté, que valoraría tener un mechón de cabello más que cualquier otro regalo que pudiera ofrecerme. Mandó llamar al Sr. Marchand, y para que le trajera un par de tijeras y poder cortar cuatro mechones de pelo para mi padre, mi madre, mi hermana y yo, lo que hice. Todavía poseo el mechón de cabello; es lo que me dejó de los muchos recuerdos del Gran Emperador.»
– – – – – – o – – – – – –
I«During the Napoleonic Wars and for long afterwards, mothers would warn their children that if they didn’t behave “Boney would come”. It worked, because artists of the day, such as James Gillray, Thomas Rowlandson and George Cruickshank depicted Napoleon as a terrifying, fiendishly evil figure capable of committing any atrocity – despite his dwarfish stature. In fact, at 5ft 6in, Napoleon was average height for a Western European of the day, and was only made out to be a midget for wartime propaganda purposes». [4]
IIPor fin los británicos dieron al emperador un ultimátum para salir del pabellón e ir a la casa de Longwood. Muchos años después, la nieta australiana de Alex Balcombe, Dame Mabel, compró The Briars y la presentó como regalo a Francia, uno de los pequeños enclaves franceses de la isla. Longwood House también pertenece a los franceses, y de nuevo Betsy y otros dan excelentes imágenes de su insatisfactoriedad. Estaba a sólo 4 km de la Briars pero podría también haber estado en otro país. El viento aquí era incesante, las paredes lloraban de humedad y en el comedor sin ventanas el partido del emperador trataba de mantener la formalidad de las cenas mientras las colonias de ratas, de larga tradición, golpeaban la cabeza contra las planchas de hojalata que se clavaban en el suelo para impedir su entrada. [3]
IIIBetsy fue seducida por un jugador, un ex teniente de la Compañía de las Indias Orientales llamado Abell, que se casó con ella el tiempo suficiente para ver nacer una hija, pero los abandonó poco después, tomando las joyas de Betsy. El premio en el año 1823 por el hecho de que Balcombe aceptara formalizar una declaración jurada sobre el comportamiento misericordioso de sir Hudson Lowe y del gobierno británico hacia Napoleón, era el que se le daría un trabajo en el gobierno. Resultó ser en Australia: Tesorero Colonial de Nueva Gales del Sur. En esta posición, Balcombe mostró signos de inestabilidad: prestó dinero colonial a sus amigos, negoció billetes de dinero para los comerciantes, y guardó su caja fuerte bajo su cama en O’Connell Street. El amigo de Napoleón, «Cinq Bouteilles«, murió en el cargo en el año 1829 después de ser castigado por el gobernador Ralph Darling. [3]
IVSe denomina sobreveste o sobrevesta a una túnica sin mangas cubierta por delante en su mitad inferior y forrada toda de armiños o de una tela de color vistoso. [5]
Fuentes:
1 – «Recollections of the Emperor Napoleon, during the first three years of his captivity on the island of St. Helena\» – Betsy (Elizabeth) Balcombe, Amazon Digital Services LL, December 4, 2016