"Napoleón", de Vincent Cronin (1971)

Vincent Cronin
Cuando Napoleón pisó por primera vez la cubierta de una nave de guerra inglesa observó a los marineros que recogían el ancla y desplegaban las velas, y le pareció que ese barco era un lugar mucho más tranquilo que una nave francesa.\» 
Con estas palabras extraídas de su prefacio, comienza una de las biografías más singulares de las decenas y decenas que se han publicado sobre Napoleón. Su autor, Vincent Archibald Patrick Cronin (1924-2011) fue un historiador, divulgador y escritor de biografias sobre personajes históricos tales como Luis XVI, María Antonieta, Catalina la Grande y la que tratamos en esta entrada sobre Napoleón (1971), también titulada en otras ediciones \»Napoleón: Una biografía íntima\». Vincent Cronin residió largas temporadas en nuestro país, más concretamente en Marbella, donde murió en el año 2011. Califico de singular esta gran biografía porque es de las pocas que intenta ahondar decididamente en el personaje y buscar su aspecto más humano, tarea más que remarcable en la época de su publicación y por un autor inglés, ya que aún resonaban los viejos clichés propagandísticos por una parte o las narraciones empalagosas y grandilocuentes por la otra, haciendo parecer al corso más como un héroe trágico rayano en la semi-deidad. El propio Cronin nos explica su búsqueda de ese ser de carne y hueso:

\»La segunda razón es más personal. Se ha escrito mucho acerca de la vida de Napoleón, y aunque parezca presuntuoso, me sentí insatisfecho con la imagen que se ofrece de él. No pude hallar en todo ello a un hombre vivo y real. A mi entender, había evidentes contradicciones de carácter. Tomemos un ejemplo entre muchos. Los biógrafos repiten la frase de Napoleón: «La amistad no es más que una palabra. No profeso amor a nadie.» Pero al mismo tiempo, era obvio, a juzgar por las páginas escritas por el mismo Napoleón, que él tenía muchos amigos íntimos, creo que más que cualquier otro gobernante de Francia, y que sentía por ellos tanto afecto como ellos por Napoleón. Muchos biógrafos se sintieron visiblemente consternados por esta aparente contradicción, y trataron de explicarla diciendo que Napoleón era diferente de otros hombres: «Napoleón fue un monstruo de egoísmo», o «Napoleón fue un monstruo de falsedad». Por una parte, no creo en los monstruos. Como dije, deseaba describir a un Napoleón a quien pudiese representar como un ser vivo y real.\»

Al igual que hemos hecho en otras ocasiones os traemos algunos simples retazos que sirven de ejemplos de este más que recomendable libro, por su acertado retrato del personaje, su entorno y su época y que nos dan en conjunto una nueva y aclaradora dimensión de su trayectoria vital, más por sus logros como gobernante/estadista, dejando en un segundo plano la pólvora y el fuego de los cañones en los campos de batalla. Napoleón en la versión de Vincent Cronin.

UNA NIÑEZ FELIZ

\»… Sus jóvenes padres se amaban, y ambos amaban a los niños. Más tarde, Carlo [su padre], precisamente por su condición de corso, tendría derecho de vida y muerte sobre sus hijos, pero en la infancia tocaba a la madre administrar disciplina. Cuando Carlo intentaba disimular las faltas de los varones, Letizia decía: « Déjalos en paz. No es asunto tuyo, sino mío.» Letizia [su madre] era una mujer escrupulosamente limpia, y obligaba a sus hijos a bañarse todos los días. Napoleón no se oponía al baño, pero sí a la idea de asistir a la misa excesivamente prolongada del domingo. Si intentaba evitarla, recibía un buen azote de Letizia.

Los alimentos que tomaba provenían, sobre todo, de la tierra de sus padres; «los Buonaparte —decía orgulloso el archidiácono Lucciano—, nunca pagaron el pan, el vino y el aceite». Se hacía el pan con el trigo molido en el molino que había sido parte de la dote de Letizia. La leche era de cabra, el queso, uno cremoso, también de cabra llamado bruccio. No había mantequilla, pero sí abundancia de aceite de oliva; poca carne pero mucho pescado fresco, incluso atún. Todos los productos eran de buena calidad y nutritivos. 

Napoleón se interesaba poco por los alimentos, excepto por las cerezas negras que le gustaban muchísimo. Cuando cumplió cinco años, lo enviaron a una escuela diurna mixta dirigida por monjas. Por la tarde llevaban a pasear a los niños, y en esas ocasiones a Napoleón le gustaba cogerse de la mano con una niña llamada Giacominetta. Los otros niños advirtieron el hecho, y también que Napoleón, descuidado en el vestido, siempre tenía caídos los calcetines. De modo que lo seguían gritando:

\»Napoleone di mezza calceta.
Fa l\’amore a Giacominetta.\»
Los corsos detestan que se burlen de ellos, y en ese aspecto Napoleón era un corso típico. Recogía palos o piedras, se abalanzaba sobre los burlones, y comenzaba otra riña.\»

EL JOVEN OFICIAL

\»…Napoleón se convirtió en oficial a la edad de dieciséis años y quince días. En 1785 no se incorporaron oficiales a la marina, de modo que Napoleón no vio cumplida su ambición de ser marino. En cambio, fue enviado a artillería: una decisión obvia, en vista de su talento para las matemáticas. Le entregaron su diploma, firmado personalmente por Luís XVI, y en el desfile final recibió sus insignias: una hebilla de plata, un cinturón de cuero lustrado y una espada.

Los días libres, Napoleón visitaba a veces a la familia Permon. Madame Permon era corsa, conocía a los Buonaparte, y había sido bondadosa con Carlo en el sur de Francia; estaba casada con un rico comisario militar, y tenía dos hijas, Cécile y Laure.

Napoleón se puso sus nuevas botas y las insignias de oficial y fue a exhibirse orgullosamente a la casa de los Permon, en la plaza de Conti, 13. Pero las dos hermanas rompieron a reír al ver las delgadas piernas perdidas en las largas botas de oficial. Napoleón mostró cierta irritación y Cécile lo reprendió:

—Ahora que usted tiene la espada de oficial debe proteger a las damas, y sentirse complacido porque ellas le gastan bromas.
—Es evidente que es usted una colegiala —replicó Napoleón.
—¿Y usted? ¡No es más que un gatito enfundado en un par de botas!

Napoleón se tomó con buen humor la broma. Al día siguiente, con sus ahorros, compró a Cécile un ejemplar de El Gato con Botas, y a su hermana menor Laure una reproducción de El Gato con Botas corriendo delante del carruaje que pertenece a su señor, el marqués de Carabas.

Cinco años y nueve meses antes Napoleón había llegado a Francia y entonces era un niño corso que hablaba italiano. Ahora era un francés, un oficial del rey. Se había desempeñado bien. Pero la muerte de su padre había descargado sobre sus hombros pesadas responsabilidades. En ese momento era el único sostén económico de su madre, una viuda con ocho hijos.\»

JOSEFINA

\»…El escribiente se levantó de su silla, miró a la pareja y se dirigió a Napoleón.

—General Bonaparte, ciudadano, ¿consiente en tomar por legítima esposa a madame Beauharnais, aquí presente, serle fiel y respetar la fidelidad conyugal?.
—Ciudadano, consiento.
El escribiente se dirigió a Josefina.
—Madame Beauharnais, ciudadana, ¿consiente en tomar por legítimo esposo al general Bonaparte, aquí presente, serle fiel y respetar la fidelidad conyugal?.
—Ciudadano, consiento.
—General Bonaparte y madame Beauharnais, la ley os une.

Después de firmar el registro, Napoleón y Josefina fueron en coche, en la fría noche de marzo, a la bonita y todavía impagada casa de la Rué Chantereine. Como regalo de bodas Napoleón dio a Josefina un sencillo collar de oro muy fino, del cual colgaba una placa de oro y esmalte. Sobre la placa estaban grabadas dos palabras: \»Au destín\». En una época irreligiosa, era el modo de Napoleón de decir en el lenguaje que Josefina aprobaba, que la Providencia los había unido y que cuidaría del matrimonio.

En el dormitorio de la planta baja, tapizado de azul y adornado con muchos espejos, Napoleón descubrió que no estaría solo con su esposa. Josefina tenía un perrito llamado Fortuné, que le era muy fiel. El animalito la había acompañado en la cárcel, y llevaba a los amigos mensajes ocultos en el collar. Desde entonces había tenido el privilegio de dormir en la cama de Josefina. Cuando Napoleón trató de usufructuar el mismo privilegio, Fortuné no aprobó la situación. Ladró, gruñó y finalmente mordió en la pantorrilla a su rival.

EL IMPERIO

\»…Los ejércitos de Napoleón estaban agrupados contra Inglaterra, sobre la costa del Canal. En menos de un mes, Napoleón salvó 650 kilómetros a través de Francia, cruzó el Rin y entró en Baviera. Allí, en una campaña de catorce días, derrotó por completo a un ejército austríaco mandado por el general Mack, y capturó 49.000 prisioneros. En otro alarde de rapidez, se desplazó 550 kilómetros hacia el este, ocupó la capital austríaca, y en Austerlitz, unos 110 kilómetros al noreste de Viena, dividió en dos al ejército austrorruso.

Con una fuerza que era la mitad de la que tenían sus enemigos, Napoleón arrebató al enemigo 27.000 hombres y se apoderó de 180 cañones; por su parte, perdió sólo 8.000 hombres. Fue la victoria más aplastante de los tiempos modernos. Después, Alejandro se sentó entre los rusos muertos y lloró.

Napoleón había entrado tres veces en campaña contra Austria desde la primera ocasión en que asumiera el mando de un ejército, en 1796, y tres veces la había derrotado. Decidió que ese país no atacaría por cuarta vez a Francia. De acuerdo con el Tratado de Presburgo, Napoleón incorporó Venecia a la República Cisalpina —rebautizada con el nombre de reino de Italia— y anexionó a Francia las restantes posesiones de Austria en el Adriático, es decir Istria y Dalmacia; entregó Suabia a su aliado Württemberg, y el Tirol a otra aliada, Baviera. Después, en 1806, como una suerte de tapón contra Austria y Rusia, agrupó dieciséis pequeños estados alemanes en una sola entidad, y él mismo asumió la función de Protector. La Confederación del Rin, como Napoleón denominó a este grupo, se convirtió en un Estado en el marco del Imperio francés.\»

\»…A principios de 1808, el año culminante del Imperio, Napoleón podía abrir un atlas y comprobar que gobernaba la mitad de Europa. Su Imperio se extendía desde el Océano Atlántico hasta la Rusia Blanca, desde el helado Báltico hasta las aguas azules del Mar Jónico. Desde el cabo San Vicente, en Portugal, a Grodno, en el Gran Ducado de Varsovia, la distancia era de casi 3.200 kilómetros; desde Hamburgo en el norte a Reggio di Calabria en el sur, había más de 1.800 kilómetros. Su población, incluidos los habitantes de Francia, formaban una masa de 70 millones.\»

 

WATERLOO

\»… Al día siguiente, Wellington declaró que Waterloo era «el triunfo más ajustado que jamás se hubiese visto en la vida». ¿Qué pensaba del asunto Napoleón? Francamente, estaba desconcertado. No podía entender qué había salido mal. Él mismo se encontraba en buenas condiciones; la historia de las hemorroides es un mito, y la única orden de puño y letra que ha llegado a nosotros está escrita con claridad y pulcritud, que en el caso de Napoleón, fue siempre un signo de bienestar físico y moral.

A la pregunta: ¿Por qué perdió Napoleón?, la respuesta está menos en el campo de batalla de Waterloo, donde una vez que los cañones comenzaron a tronar había poco que Napoleón pudiese hacer para modificar el resultado, que en tres errores cometidos antes del combate.
La mañana del 17 Napoleón tuvo una oportunidad única de aplastar a Wellington con una superioridad abrumadora, mientras los prusianos estaban en plena retirada. En lugar de aprovecharla, malgastó la mañana visitando a los heridos, y a causa de errores de organización que son imputables al propio Napoleón, no atinó a impartir a Ney la orden de ataque. Esa mañana Napoleón se comportó, no como un gran general, sino como un soldado retirado que acaba de ser convocado nuevamente a prestar servicio y aún está adaptándose a la guerra. Al proceder así, «perdió el momento favorable que en la guerra lo decide todo».

El segundo error de Napoleón fue que juzgó equivocadamente a los ingleses; no sólo a los soldados, que para sorpresa de Napoleón mantuvieron la calma y la capacidad de reacción bajo fuego, sino también a Wellington. La táctica de Napoleón continuaba siendo la misma, pero Wellington había aprendido a afrontarla, sobre todo mediante el uso de los sectores protegidos de la montaña. El tercer error de Napoleón fue el exceso de confianza. En las primeras horas del día 18 debió proceder basándose en la información de Jerôme acerca de los prusianos. Tuvo que haber postergado la batalla, o por lo menos haber ordenado prudentemente a Grouchy que se dirigiese a Wahain; en ese caso, a lo sumo un solo cuerpo del ejército de Blücher habría podido intervenir en Waterloo. Pero Napoleón confió en que Ligny habría quitado a los prusianos hasta el más mínimo deseo de combatir.

Esa confianza —que cuando tiene éxito se llama audacia, y cuando fracasa exceso de confianza— había sido siempre una característica de nuestro hombre. Se había manifestado en 1793 cuando bombardeó desde el mar la ciudadela de Ajaccio, y creyó que sus conciudadanos se unirían a los franceses. Se manifestó después en Elba: quiso sembrar para quinientos sacos de trigo en una tierra que generalmente rendía cien; y cuando mes tras mes esperó la llegada de María Luisa y el rey de Roma. Se vio fortalecida por el magnífico «vuelo del águila». Y en la mañana del 18 de junio esa confianza lo condujo a la derrota militar.

La primera reacción de Napoleón después de Waterloo fue reagrupar sus tropas en Charleroi y continuar la lucha. «Mi lugar está aquí», declaró. Pero sus consejeros le advirtieron que la Asamblea, que estaba reunida en sesión, podía dejarse dominar por el pánico y rendirse a sus espaldas. Como percibió la fuerza de este argumento. Napoleón retornó rápidamente a París, a donde llegó a las siete de la mañana del 21 de junio. Se sentía muy mal. No sólo había pasado tres noches sin dormir sino que, como resultado de la tensión nerviosa, sufría dolores de estómago, y una sensación de sofoco. Caulaincourt afirma que tenía la piel amarillenta y cerosa…\»

SANTA HELENA

\»En octubre de 1819 llegó la primavera a Santa Elena, y Napoleón comenzó a sentir la necesidad de salir. Decidió cambiar su táctica de combate. Frente a la casa había un jardincito. Napoleón anunció que lo convertiría en un amplio jardín. La norma era que los centinelas nocturnos debían apostarse en los límites del jardín, que por el momento se extendía hasta doce metros de la casa. ¿Y si esos límites se extendían hasta los veinticuatro metros? Napoleón no sólo ganaba territorio, sino que obligaba a retroceder a los espías de Lowe.

Napoleón comenzó a levantarse todas las mañanas a las cinco y media, se ponía una liviana camisa de algodón y pantalones, chinelas rojas y un sombrero de paja de ala ancha y arrojaba un terrón de tierra a la ventana de uno de sus valets. «¡Alí! ¡Alí! ¿Aún duermes?» Después, entonaba la primera línea de un aria muy conocida: «Dormirás mejor cuando regreses a casa.» Parpadeando, Alí abría la ventana. «Vamos, perezoso —decía Napoleón—. ¿No ves el sol?» Otras mañanas modificaba el ritual y entonaba con burlona solemnidad: «¡Alí! ¡Alí! ¡Oh! ¡Allah! Alborea el día».
Pronto la casa entera estaba afuera, en el jardín. Napoleón distribuía picos, azadas, palas, carretillas y regaderas. Él mismo trabajaba con una pala, limpiando el nuevo terreno, preparándolo para plantar y agregando abono. En Ajaccio, hacía mucho tiempo, había plantado moreras; ahora eran naranjos y otros frutales, y utilizaba cuadrillas de chinos para trasplantarlos. Algunos días dejaba la pala y dirigía las operaciones, siempre tocado con un sombrero de paja, apoyado en un bastón o un palo de billar.

Como observó el ordenanza el 26 de diciembre de 1819: «Esta tarde vi al general Bonaparte en uno de sus jardincitos, y estaba ataviado con su bata. Incluso hoy, aunque es sábado, están trasplantando melocotoneros que todavía tienen fruto. Han estado trasplantando robles jóvenes con todo su follaje, y los árboles probablemente sobrevivirán, pero las hojas caen como si fuera otoño».
En efecto, los robles sobrevivieron, dos hileras frente a las ventanas de la biblioteca, un conjunto de veinticuatro. Napoleón también construyó dos estanques decorativos, uno revestido con piedra y el otro con madera, a los que llevó agua por medio de cañerías. Si abría un grifo, podía conseguir a voluntad que de los surtidores brotase agua. No eran precisamente las Grandes Eaux de Fontainebleau, pero en el ingrato terreno de Santa Elena, ese jardín amplio y umbrío era un éxito, y Napoleón lo defendía celosamente, no sólo de los centinelas nocturnos, que ahora habían retrocedido a veinticuatro metros, sino de los animales vagabundos. Con éstos Napoleón no mostró compasión. Mató una cabra, tres gallinas y un buey que en diferentes ocasiones habían entrado en el nuevo territorio tan apreciado por él…\»

CONCLUSIONES:

🙂 : Es una lectura indispensable para comprender al personaje en su dimensión más humana como gobernante, legislador, diplomático, militar, marido, amante, etc. En un hombre de tantas facetas, tan poliédrico, resumirlas en un solo libro no es tarea fácil y Cronin sale del desafío enteramente airoso. Probablemente una de las cinco mejores biografías escritas sobre Napoleón. 

😦 Por poner un pequeño pero, quizás el no entrar más en detalle en aspectos militares, aunque es un tema que Cronin ya advierte en su prefacio, \»El libro que aquí comienza es más tranquilo que la mayoría de las obras acerca de Napoleón, en el sentido de que hay menos fuego de artillería.\»  

 

Nuestra clasificación:
_________________________________________________________________________________

Fuentes:

– \»Napoleón\» – Vincent Cronin, Ediciones B, S.A., 2003

Imágenes:

https://en.wikipedia.org/wiki/File:Vincent_Cronin.jpg#/media/File:Vincent_Cronin.jpg
https://www.amazon.com/Napoleon-Vincent-Cronin/dp/0006375219
– Ilustraciones de Job en \»Napoleón\», de Jacques Bainville (edición digital), 

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s