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Antiguo grabado de 1897, rememorando la caída de San Sebastián. (a) |
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Finalizamos hoy la segunda de nuestras dos interesantes entradas dedicadas a los asedios en la Guerra de Independencia o de la Península, de 1808 a 1814, del autor inglés D. Chandler.
Veremos las sucesivas etapas de un asedio -como los que se produjeron en España y Portugal- desde el bloqueo inicial para impedir el auxilio por tropas enemigas de la guarnición, hasta la consecución final de la brecha que tenía que ser lo suficientemente holgada y que su pendiente fuera \»practicable\».
Chandler tampoco rehuye el siempre espinoso y delicado asunto de los horribles saqueos que perpetraron las tropas británicas y sus aliados en las ciudades de Ciudad Rodrigo, Badajoz y San Sebastián, con especial énfasis en los dos últimos casos.
No es fácil darle un enfoque adecuado a uno de los episodios más negros de las relaciones hispano-británicas durante la Guerra de Independencia y si bien Chandler sale airoso dándole un enfoque bastante neutro, basándose en tradiciones históricas anteriores, descarga toda la responsabilidad en las enajenadas tropas y pasa muy de puntillas sobre la más que obvia responsabilidad de los mandos británicos, Wellington incluido. Por último, una breve cronología día a día del tercer asedio de Badajoz como ejemplo y colofón final de esta más que interesante lectura.
ETAPAS DE UN ASEDIO EN LA PENÍNSULA
Volviendo a considerar el papel del sitiador, encontramos otra vez una serie de de líneas preconcebidas de acción dictadas por los tipos de defensa que tenían que ser rebasados. Todos los asedios, tanto por el lado atacante como en el de los defensores, contenían un patrón de conducta ritualizada que se remontaba a los días de Vauban y con anterioridad. El comandante atacante, después de reunir toda la información disponible sobre el objetivo y haber acumulado todas las provisiones y equipos necesarios (incluyendo las masivas piezas de artillería de asedio), marchaba hacia su objetivo. A una distancia considerable, esta fuerza se dividiría en dos partes: la primera continuando hacia el objetivo con los convoyes e impedimenta, la segunda marchando a una posición predestinada de cobertura, en la que sería capaz de interceptar cualquier intento por una fuerza enemiga de aliviar o reforzar a la guarnición sitiada
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Asedio de Ciudad Rodrigo. (b) |
No pocas batallas de la Guerra Peninsular ocurrieron como resultado de operaciones centradas alrededor de asedios significativos. La victoria del general Graham en Barrosa el 5 de marzo de 1810, obstaculizó gravemente las operaciones francesas contra Cádiz y al mismo tiempo impidió al mariscal Soult aprovecharse de la abrupta rendición de Badajoz a las armas francesas el día 11. El año siguiente, cuando el mariscal Beresford intentó recuperar Badajoz para los aliados, fue el avance del ejército de Soult con 25.000 hombres y 50 cañones el 13 de mayo, que indujo a Beresford a suspender el primer asedio de la ciudad y concentrar su total de 37.000 hombres (menos de un tercio de ellos británicos) para enfrentarse a los franceses en Albuera. Un mes más tarde, Wellington congregó el total de sus 44.000 hombres de tropa cerca de Badajoz, volvió a sitiarla, pero fue de nuevo forzado a cancelar el intento el 19 de junio, debido a la falta de equipo de asedio adecuado e ingenieros, y sobre todo debido al avance de Soult y Marmont a la cabeza de 60.000 hombres. Del mismo modo, la batalla de Fuentes de Oñoro, en el 3 y el 5 de mayo de 1811, estaba estrechamente relacionada con el bloqueo y asedio de los aliados de Almeida y, en 1813, toda la serie de enfrentamientos conocidos conjuntamente como la batalla de los Pirineos (julio a septiembre) fueron el resultado de frustrar el triple intento de Soult para interferir con el largo asedio de San Sebastián, que, con un día de interrupción, duró desde el 9 de julio al 8 de septiembre, un total de setenta y siete días. Este fue el asedio más largo jamás emprendido por Wellington, requirió una fuerza de 62,000 hombres para cubrir las operaciones contra el ejército de Soult que sumaba 79,000 hombres; la conducción del asedio fue confiada a Graham y a 10.000 hombres, que se enfrentaron al general Roy y su guarnición de 3.000 tropas francesas. Por lo tanto, la interrelación y la interacción entre asedios y operaciones de campo pueden establecerse claramente.
El calendario de un asedio \»regular\» obviamente variaba considerablemente debido a circunstancias particulares, ya que cada una era una operación única con características especiales, pero se pueden definir las siguientes etapas generales:
– En primer lugar, la fuerza de asedio establecería un \»bloqueo\» cortando todos los medios de acceso regular al objetivo. Esta era una tarea frecuentemente confiada a la caballería y a las fuerzas irregulares de españoles o portugueses. En esta coyuntura, una convocatoria formal al gobernador enemigo, invitándolo a rendirse sin ningún daño, podría enviarse a la ciudad bajo bandera de tregua, pero esta convención del siglo XVIII cayó en desuso hacia el siglo XIX.
– A continuación, el comandante de las fuerzas sitiadoras se acercaría con sus principales fuerzas, y aislaría completamente al objetivo. Ya no era la práctica establecer líneas de circunvalación o contravalación alrededor de la ciudad, como en épocas anteriores, debiendo establecerse un gran número de cordones de centinelas y puestos avanzados apoyados por formaciones más grandes. Esto no estaba exento de fallos, como se demostró en Almeida cuando el 10 de mayo de 1811 el General Brennier, ante la indisimulada furia de Wellington, evacuó sucesivamente a 900 hombres de su guarnición a través de las líneas británicas de noche, y \»vivió para luchar otro día\».
Mientras el bloqueo se iba ensanchando hasta convertirse en un asedio regular, el comandante general, acompañado por su ingeniero, artillería y otros expertos del personal, completaría un minucioso examen del objetivo, buscando los mejores puntos para atacar. El estado del terreno, el tipo de roca del suelo, la situación del agua, así como la fuerza de las fortificaciones enemigas reales, eran consideraciones claves. A menudo la historia pasada era una información de ayuda sobre los cerco previamente exitosos, que eran cuidadosamente examinados. También se asimilarían las informaciones proporcionadas por los cautivos enemigos o los desertores, y por último, la decisión a tomar. Obviamente era imposible atacar todo el perímetro; por otra parte, era importante evitar que el enemigo adivinara el punto exacto, por lo que habitualmente se designarían al menos dos puntos de ataque. Los ingenieros y artilleros harían entonces sus cálculos, tomarían las decisiones finales y emitirían las órdenes.
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Grabado mostrando gabiones y fajinas. (c) |
Había llegado el momento de \»abrir las trincheras\». Los oficiales de ingenieros, al amparo de la noche, se arrastrarían hacia adelante para grabar los principales contornos del trabajo a realizar. Detrás de ellos, los primeros soldados de los grupos de trabajo, complementados por un gran número de campesinos reclutados, empezarían a usar pico y pala para cavar la \»primera paralela\». Esto es, una gran trinchera enfrentada al lado enemigo por gaviones previamente preparados (grandes cilindros huecos verticales de ramas en las que la tierra sería depositada) y fajinas (haces más pequeños de palos utilizados para llenar los huecos entre gaviones), generalmente era excavada a 600 metros de la línea principal de defensa enemiga, lo que era una distancia razonablemente segura del tiro directo de la artillería. Al amanecer, si todo había ido bien, esta primera zanja con su banco protector de tierra lanzada hacia adelante desde el interior sería lo suficientemente profunda como para proteger a los grupos de trabajo. Estos serían relevados a intervalos frecuentes para mantener el trabajo que avanzaba firmemente hacia adelante. Mientras este trabajo continuaba y, por supuesto, se repetiría en el sitio del segundo \»ataque\» seleccionado, otras partidas preparaban activamente las posiciones de la primera batería en la que estarían situados los obuses y los morteros pesados de asedio (si estaban disponibles) que a las primeras luces estarían preparados para comenzar el bombardeo intermitente de las posiciones enemigas lanzando proyectiles por encima de las fortificaciones intentando desmontar su artillería, impactando en la ciudad principal misma.
El fuego enemigo, por supuesto, se concentraría contra las crecientes trabajos de asedio y las posiciones de las baterías, intentando retrasar los primeros y neutralizar las segundas. Una vez que la primera paralela estuviera de camino a su finalización, comenzarían a surgir una serie de zanjas de aproximación en zigzag, excavadas hacia el lugar designado para la segunda paralela, a menudo a 400 metros de las principales defensas del enemigo. Estos acercamientos no podían ser excavados directamente hacia adelante por miedo a los estragos que un cañón enemigo bien colocado podría causar, enviando un disparo, disparando sin obstáculos, directamente hacia la línea de una zanja. El punto de mayor peligro era la \»cabeza de la zanja\», donde dos o tres hombres trabajaban a la vez. Estarían protegidos por un mantelete móvil, pero cada vez que fuera necesario avanzar un metro o dos, la artillería enemiga tendría un objetivo fugaz pero tentador. A su debido tiempo, sin embargo, se alcanzaría la línea propuesta para la segunda paralela, que sería excavada de la misma manera que la primera. Mientras tanto, la guarnición en las trincheras (en contraposición a los partidos de trabajo) ocupaba las obras completadas, listas para defenderlas si el enemigo decidía probar una salida. Entonces, cuando la segunda estaba terminada, toda la sucesión de trincheras de acercamiento y el resto del proceso se repetiría por tercera vez, y la tercera paralela sería establecida y que tenía que ser extremadamente bien construida ya que a menudo ocupaba parte de los glacis del enemigo a unos cien metros o más desde sus posiciones adelantadas. Este era el momento en el que se podía esperar una máxima actividad del enemigo, ya que los defensores intentaban retrasar el progreso del asedio mediante el recurso del fuego, las inundaciones, las salidas, las incursiones, los bombardeos incesantes y las minas. Para minimizar el riesgo de estas últimas, los sitiadores excavaban las contraminas, buscando los túneles del enemigo: no eran desconocidas las horribles peleas subterráneas que tenían lugar a la luz de las antorchas y siempre estaban presentes los casos de partidas de mineros que eran enterrados vivos.
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Maqueta. Tercera paralela y coronación del camino cubierto. (Hôtel des Invalides, Paris. – Sala de maquetas)
La progresión continúa hasta el pie del glacis, a una distancia de 40 metros de la plaza fuerte. Allí se construye la tercera y última paralela, que sólo que abarca el frente de ataque. Entonces las trincheras que se excavan se cruzan. Están defendidas por un parapeto, que ayuda a proteger a los granaderos encargados de liberar el camino cubierto de sus defensores. Cuando el camino cubierto está libre, los atacantes lo coronan con una serie de baterías de cañones, algunos se dirigen para hacer una brecha y otros para disparar hacia los lados y las caras de los bastiones para destruir los cañones de los defensores.
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No eran tampoco estos peligros, y aquellos que representaban los proyectiles y balas de mosquete que disparaba el enemigo, los únicos peligros a que se enfrentaba un ejército sitiador. La enfermedad era un adversario tan temido como la guarnición enemiga o un ejército en combate. Las trincheras se convertían rápidamente en lugares insalubres, y a menudo inundadas como ciénagas fangosas por las precipitaciones o el alto nivel de las capas freáticas. Las condiciones en su interior eran a menudo espantosas, como en el primer asedio de Burgos en 1812, cuando los Aliados se vieron una y otra vez inundados por las malas tormentas. Las muertes por enfermedad, o por lo menos incapacidades, eran el destino de muchos soldados e impresionaban a los trabajadores campesinos en los asedios de los siglos XVIII y principios del XIX. Por supuesto, a menudo podría ser necesario eliminar las posiciones enemigas antes de que se pudieran realizar las paralelas principales, de modo que toda una serie de operaciones de asedio subsidiarias, incluidos los asaltos a pequeña escala, estarían sucediéndose al mismo tiempo que las zanjas principales estaban siendo excavadas. Así, en Ciudad Rodrigo, las posiciones avanzadas francesas sobre el Gran Tesón*, particularmente Fort Renaud, tuvieron que ser tomadas por un golpe de mano en un fuerte ataque el 8 de enero de 1812, antes de que la primera paralela pudiera seriamente comenzarse al día siguiente. Todas estas operaciones tendían a aumentar el período de tiempo y costo de un asedio.
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La infantería británica asalta la fortaleza de Ciudad Rodrigo durante la campaña española de Wellington. (d) |
Con el tiempo, sin embargo, la serie de paralelas y accesos se habría completado, y los atacantes estarían firmemente situado en el glacis del enemigo. Los peligros de que las minas explotaran bajo sus pies obviamente aumentaban, pero los sitiadores, oliendo ya la posibilidad de éxito, ahora redoblaban sus esfuerzos para empujar las cabezas de zanja hacia el mismo borde y establecer la gran batería de brecha en una posición desde el cual pudiera comenzar a practicar una brecha, o una serie de brechas, en la línea principal de las defensas. Obviamente, se requerían piezas de gran calibre para esta tarea, los cañones de 32 pulgadas o piezas más grandes eran la norma. Tales armas eran muy difíciles de mover, y normalmente serían traídas por las barcazas cuando fuera posible al punto conveniente más cercano antes de ser arrastradas trabajosamente por tierra a la posición preparada de la batería. A veces, un ejército simplemente no poseía suficientes recursos de mano de obra o de artillería para estas tareas. El segundo asedio aliado de Badajoz (del 24 de mayo al 19 de junio de 1811) se malogró debido a una combinación de ambas carencias. Aunque los sitiadores superaron prácticamente las impenetrables superficies rocosas del lado noreste y se aproximaron a la ciudad construyendo fortificaciones y paralelas con fardos de lana, la única artillería pesada disponible eran armas de fuego portuguesas centenarias que con el uso pronto se deterioraron en sus bocas y se volvieron completamente inutilizables, mientras que el número total de zapadores presentes era de sólo tres sargentos, y dos docenas de cabos y soldados de los Ingenieros Reales. Un año más tarde, Wellington se aseguró de que hubiera una provisión adecuada tanto de cañones pesados como de expertos.
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Asedio de Badajoz. (e) |
Una vez establecidas, las baterías de brecha que disparaban casi incesantemente, y el efecto acumulativo de los incesantes impactos sería desmenuzar las paredes de las defensas hasta que la brecha se hubiera convertido en una gradual pendiente de escombros. Cuando la brecha era considerada \»practicable\», el asedio entraría en su última etapa importante. Pero aquí se hace evidente la diferencia entre las convenciones de la guerra del siglo XVIII con Vauban y el cambio de actitud más contemporáneo. Montar un gran asalto a través de una brecha sin embargo extensa, contra una defensa decidida que utilizaba todos los medios mencionados anteriormente, era a menudo prohibitivamente caro en términos de vidas humanas. Esto había sido repugnante durante la \»Edad de la Razón\», y por lo tanto los asaltos importantes habían sido muy raros (aunque los menores contra los puestos avanzados, revellines, etc. se montaban frecuentemente). En cambio, en interés de conservar la vida humana, se había reconocido que cuando un asalto a escala completa por una brecha importante era inminente, el comandante defensor tenía derecho a reclamar \»la chamade\», a convocar una tregua y a negociar una capitulación en los mejores términos que pudiera obtener. Las rendiciones negociadas de este tipo no eran enteramente desconocidas en la Guerra Peninsular, sino que se habían convertido en la excepción más que en la regla debido a la actitud mucho menos complaciente de los comandantes franceses ya mencionados. De ahí la necesidad de los principales asaltos en Ciudad Rodrigo en las primeras horas del 19 de enero de 1812, la más notoria de Badajoz el 25 de marzo, los sangrientos intentos (en última instancia fracasados) de asaltar el Castillo de Burgos en el otoño del mismo año, y asaltar las defensas de San Sebastián (eventualmente con éxito) el 31 de agosto de 1813.
Los asaltos a menudo eran terriblemente costosos. El de Ciudad Rodrigo fue comparativamente leve con 568 bajas aliadas, pero para capturar la gran brecha de Badajoz le costó a Wellington 2.500 hombres (además de otras 800 bajas sufridas en los ataques de apoyo que llevaron a un total de 4.760 bajas durante todo el asedio) en el espacio de dos horas se necesitaron para concluirlo más de cuarenta ataques por separado. La \»lista sangrienta\» de San Sebastián fue bastante menor 2.376 hombres muertos y heridos el 31 de agosto de un total de 3.700 víctimas sostenidas entre el día 8 del mes y la rendición final de la guarnición del castillo el 8 de septiembre después de 63 días de excavar zanjas. Por supuesto, las bajas de los defensores también pesaban mucho, pero no en la misma escala.
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Asedio de Burgos en 1812, por François Joseph Heim. Óleo sobre lienzo. (f) |
EL ASALTO FINAL Y LOS EPISODIOS DE BARBARIE
Este tipo de efusiones de sangre se habían evitado siempre que fue posible en generaciones anteriores. Para desalentar a defensores de luchar hasta el final, se habían establecido con el tiempo convenciones que permitían a un atacante, si se encontraba con el dilema de llevar a cabo un costoso y exitoso asalto, el tener ciertos \»privilegios\» (o el poder cometer atrocidades) cuando finalmente se apoderaba de la ciudad. Así, las vidas de la guarnición podían considerarse como pérdidas, y ciertos \»derechos de soldado\» de pillaje, violación e incendio eran la compensación ofrecida a la tropa por su esfuerzo y sacrificio. Eran los recuerdos populares de estas convenciones, diseñadas para evitar la necesidad de costosos asaltos, transmitidas desde una generación de soldados a la siguiente, que explica en gran parte los terribles excesos perpetrados por soldados británicos y aliados en varias ocasiones en la Península.
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San Sebastián. Monumento del Centenario, erigido en 1913 para conmemorar la destrucción de la villa por las tropas anglo-portuguesas en junio de 1813 y su liberación al final del asedio. (g) |
En Ciudad Rodrigo las tropas se descontrolaron durante casi un día dentro de la ciudad; aunque no se mató a civiles españoles, hubieron muchos saqueo y borracheras, y fueron causados tres serios incendios antes de que Picton restaurara el orden. En Badajoz, la situación fue infinitamente peor. Después de la agonía sostenida en la Gran Brecha, las tropas se volvieron locas durante tres días, e incluso la presencia de Wellington no pudo restaurar la disciplina. Se perpetraron terribles excesos contra los habitantes españoles que técnicamente los Aliados habían liberado de la ocupación francesa y no hay estimaciones claras de cuántos fueron asesinados y violados.
Los oficiales no podían restablecer el orden, y ni siquiera las ejecuciones y los azotes de los recalcitrantes hacían nada para controlar la orgía, que sólo se consumió a sí misma después de setenta y dos horas cuando el envío de tropas no involucradas reprimió con fuerza los desórdenes. Aunque menos célebre, las escenas que siguieron a la captura de San Sebastián fueron de algún modo aún peores. Allí el caos se reprodujo durante cinco días, y después de la conflagración culminante sólo quedó una docena de casas de pie en la ciudad. \»Con excepción de diez o doce edificios afortunados\», escribió un oficial, \»no han quedado de San Sebastián más que las paredes de sus casas, y que se caen a cada momento\». Relatos como estos deben poner en duda las cómodas y románticas ilusiones sobre la naturaleza de la campaña peninsular.
El ejército británico, al igual que todos los demás de la historia, tiene su sombrío recuerdo de
Oradours y
Mỹ Lais** y el hecho de que las atrocidades se realizaran en sangre caliente hace poco para paliar la naturaleza de estos delitos contra la humanidad. Es interesante notar que en Ciudad Rodrigo y San Sebastián las guarniciones resultaron mejor tratadas que los habitantes. En el primero, al General Barrie se le permitió entregarse a la cabeza de los 1.407 sobrevivientes de su guarnición, de un total inicial de 2.000 combatientes; en Badajoz, el general Phillipon y su guarnición, que se había retirado a la ciudadela de San Cristóbal en el clímax del asalto, recibieron igualmente condiciones razonables el 8 de abril, cuando la furia aliada disminuyó, mientras que en San Sebastián el general Roy fue incluso autorizado a marchar con honores de guerra el 8 de septiembre de 1813. Tales son las (de alguna manera extrañas) inconsistencias de la guerra de asedio como se libraba en el contexto de la Península. Pero todo sirva para demostrar que había demasiada verdad en el
dictum del general William Tecumseh Sherman de fama y notoriedad en la Guerra Civil estadounidense, en el sentido de que
\»la guerra es el infierno\». El paso del tiempo tiende misericordiosamente a destruir o incluso borrar muchos recuerdos mejores, pero no deben ser totalmente olvidados. Atrocidades aparte, es digno de mención que el ejército aliado perdiera más tropas emprendiendo los asedios de Badajoz y de San Sebastián que el ejército de Wellington en cualquier batalla de la Península con excepción de Talavera y Albuera. Por lo tanto, los asedios eran asuntos extremadamente costosos. Sin embargo, su estudio constituye un tema fascinante y gratificante para un devoto de la historia militar, una vez que ha dominado las principales formas y convenciones que rigen su conducta, y una vez que ha llegado a apreciar las razones que se esconden tras sus terribles consecuencias.
CRONOLOGÍA DEL TERCER ASEDIO DE BADAJOZ (COMO EJEMPLO DE UNA OPERACIÓN IMPORTANTE DE ASEDIO EN LA GUERRA PENINSULAR DESDE SU INICIO HASTA SU CONCLUSIÓN)
28 de enero de 1812
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Wellington ordena que el tren de asedio se desplace desde Ciudad Rodrigo a Elvas.
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Finales de febrero
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Wellington y 60.000 hombres marchan hacia Badajoz y sus alrededores.
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Principios de marzo
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Los Aliados destacan a Graham con 19.000 hombres para vigilar contra cualquier intento del mariscal Soult desde el sur y también al general Hill con 14.000 tropas para controlar (desde Mérida) cualquier movimiento del mariscal Marmont desde el noreste. Estos destacamentos eran las fuerzas que cubrían el asedio, junto con una división de infantería y algo de caballería cerca de Ciudad Rodrigo.
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17 de marzo
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Badajoz (defendida por el general Phillipon con 4.333 hombres y 150 cañones aparte 667 enfermos y sirvientes) fuertemente defendida. La primera paralela empezó a 200 yardas del Fuerte Picurina en la colina de San Miguel durante una noche tormentosa
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18 de marzo
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El fuego francés destruye los parapetos británicos (que son reconstruidos).
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19 de marzo
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Los franceses extienden sus posiciones para enfilar las posiciones británicas. A la 1 del mediodía salida desde el Fuerte Picurina repelida con la pérdida de 150 hombres, el coronel Fletcher***, el oficial senior de los Reales Ingenieros, entre los heridos.
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22 de marzo
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Wellington extiende la primera paralela frente a la cara sureste de Badajoz a un alcance de 700 yardas, y contra el intento francés de flanquear sus líneas abriendo trincheras contra el Fuerte San Cristóbal. Los franceses abandonan el proyecto.
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22 y 23 de marzo (noche)
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Fuertes tormentas inundan las trincheras con una torrencial lluvia; los puentes de pontones británicos sobre Río Guadiana son destruidos por la crecida de las aguas.
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24 de marzo
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Los británicos completan la instalación de 6 baterías (28 cañones) en la primera paralela.
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25 de marzo (11 de la mañana)
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Los cañones ingleses silencian y abren brecha en Fuerte Picurina; asaltado al anochecer con la pérdida de 250 hombres por bando. Un salida desde Badajoz es rechazada.
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26 y 29 de marzo
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Se excava la segunda paralela; se establecen nuevas baterías, una en Fuerte Picurina.
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30 de marzo
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Treinta y ocho cañones pesados comienzan a martillear los bastiones de Santa María y Trinidad y el muro de unión. Ninguna mina puede ser encendida debido al desbordamiento.
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6 de abril
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Wellington es informado que tres brechas serían “practicables\» al anochecer.
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Marzo a abril
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En otra parte, mientras tanto, Soult ataca (aunque está siendo satisfactoriamente contenido por la fuerza del general Graham), pero Marmont parece amenazar seriamente a Ciudad Rodrigo en el corredor norte. Wellington, en consecuencia, decide acelerar el asedio en Badajoz y ordena un asalto general.
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7 de abril (10 de la noche)
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\»Forlorn Hope\» de voluntarios penetra en las brechas para encontrar un mortífero fuego. Se suceden 40 asaltos separados por la 4ª división y la Ligera contra dos de las tres brechas repelidos con cuantiosas bajas. El general Picton y la 3ª división, intentan escalar el Castillo de Badajoz después de un fracaso inicial de esta parte de los ataques de diversión de Wellington.
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(11:30 de la noche)
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El general Leigh y la 5ª división, despues de 1 hora y media alcanza satisfactoriamente el objetivo y entra en la ciudad por el lado noroeste. El comandante Wilson y 1.000 hombres asaltan la luneta de San Roque.
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8 de abril (1 de la mañana)
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Picton y Leith atacan entonces a los franceses que defendían la brecha desde el interior. La resistencia francesa se colapsa; Phillipon se retira a Fuerte de San Cristóbal.
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(Aprox. las 3 de la mañana)
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Badajoz cae en manos Aliadas.
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8 de abril
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Phillipon rinde el Fuerte San Cristóbal
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8 al 11 de abril
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El saqueo de Badajoz.
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(*) – Una colina cercana conocida como «Gran Tesón», de una altura de 180 metros, dominaba la ciudad. Los franceses construyeron una fortaleza adicional en ese lugar. La defensa francesa, compuesta por 2.000 hombres, incluía batallones del 34º Regimiento Ligero y el 113º Regimiento de Infantería, una sección de zapadores, 167 artilleros y 153 cañones. (2)
(**) – Chandler hace alusión a la matanza de Oradour-sur-Glane en la 2ª Guerra Mundial, perpetrada por tropas alemanas SS en una comuna francesa y a la masacre de civiles que cometieron tropas norteamericanas en Vietnam en la localidad de Mỹ Lai.
(***) – Murió posteriormente en el asedio de San Sebastián.
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Fuentes:
(1) – http://www.deepfriedhappymice.com/html/bookrev_fletcher_penaspects.html, sobre una reseña de \»Peninsular War, The: Aspects of the Struggle for the Iberian Peninsula\», edited by Ian Fletcher, 1998, Spellmount Limited.
(2) – https://es.wikipedia.org/wiki/Sitio_de_Ciudad_Rodrigo_(1812)
Imágenes:
(a) -http://www.ebay.co.uk/itm/ANTIQUE-PRINT-PENINSULAR-WAR-SIEGE-OF-SAN-SEBASTIAN-GARRISON-1813-/122324838516
(b) – By Oman, Charles William Chadwick, Sir, 1860-1946 –
https://www.flickr.com/photos/internetarchivebookimages/14579529387/Source book page:
https://archive.org/stream/historyofpenins05oman/historyofpenins05oman#page/n210/mode/1up, No restrictions,
https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=44025999
(d) – De Desconocido – Engraving from British Battles on Land and Sea by James Grant. Paris and New York: Cassell, Petter & Galpin, n.d., Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=8966809
(e) – By Internet Archive Book Images – https://www.flickr.com/photos/internetarchivebookimages/14579292280/Source book page: https://archive.org/stream/historyofpenins05oman/historyofpenins05oman#page/n296/mode/1up, No restrictions, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=43645858
(f) – By François Joseph Heim – Réunion des Musées Nationaux, N° d’inventaire: MV1764, Public Domain, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=8435751
(g) – http://gallica.bnf.fr/ark:/12148/btv1b6928271n/f1.item.r=si%C3%A8ges%20espagne.zoom
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