LAS REALES ATARAZANAS. LOS ORÍGENES.
El edificio original se comenzó a construir entre 1282 y 1285. Estaba formado únicamente por un gran patio, de planta rectangular, cerrado por tres lados y abierto hacia el mar, con porches adosados a los muros por la parte interior y 4 torres defensivas en cada uno de los vértices de este gran rectángulo. Posteriormente, en el siglo XIV comenzaron las primeras reformas, con el cubrimiento de las naves de Poniente e incluyendo las Atarazanas dentro del trazado amurallado de la ciudad. Las reformas fueron constantes en los siglos sucesivos, sobre todo en el siglo XVI, Como resultado de la construcción del primer dique portuario, por su parte sur los edificios más próximos al mar (como Atarazanas), sufrían las embestidas del mar, quedándose sin cimientos y comenzando a hundirse, por lo que se inició una reconstrucción del edificio, más retrasado de la línea de mar, y con pilares más grandes para aumentar su altura(I).
En el s. XVII, ya gestionado únicamente por la Generalitat, se construyeron dos grandes unidades arquitectónicas: las \»Naves de la Generalitat”, que se construyeron mucho más alejadas respecto a las naves originales y por otro, las naves del lado de montaña, que actualmente reciben el nombre de Sala Marqués de Comillas.
Durante los siglos XVIII y XIX las atarazanas siguieron teniendo un carácter militar, pero perdieron su función naval. El edificio fue parcialmente destinado al ejército, en concreto al arma de artillería, hasta que en el año 1745-46, durante el reinado de Carlos III, el edificio de las Atarazanas dejó definitivamente de tener su función original de construcción y mantenimiento de embarcaciones y pasó a ser gestionado por el ejército como cuartel de artillería y fundición. Se instalaron almacenes de municiones, planchas de plomo, artillería y carruajes. En 1767 se pusieron en marcha los hornos para fundir el bronce de los cañones y las máquinas de barrenar y tornear cañones.
Las características arquitectónicas del edificio y la proximidad de la caserna garantizaban una mayor seguridad y facilitaban su vigilancia. Al mismo tiempo el hecho que la maestranza instalada en 1802 también estuviera dentro de las instalaciones disminuía los costes de transporte y facilitaba la entrada y salida de materias primas y piezas fabricadas en la fundición por vía marítima o terrestre. El recinto entró a formar parte de un complejo militar mucho más amplio, que se extendía hacia las Ramblas de la ciudad. [2]

El ejército levantaría dos casernas en la década de 1930 y adaptó el edificio a sus necesidades. (b)
LAS REALES ATARAZANAS DURANTE LA OCUPACIÓN FRANCESA
El 11 de febrero llegó a la ciudad de Barcelona el nuevo Gobernador, el Conde de Ezpeleta, enviado por la Corte como sustituto del anterior, el Conde de Santa Clara. Las tropas italianas y francesas que habían entrado desde la frontera habían entrado en Gerona el día 10, y presumiblemente tres días después llegarían a la Ciudad Condal. El Ayuntamiento barcelonés era reacio a permitir la entrada de tropas extranjeras que de hecho superaban en número a las españolas que guarnecían la Plaza (por entonces la ciudad contaba con unos 200.000 habitantes), pero Ezpeleta solo llevaba la consigna de que las tropas que venían \»fuesen recibidas y tratadas mejor que las Españolas\».
Finalmente, el 13 de febrero de 1808 entró por la Puerta Nueva de Barcelona la 1ª división francesa al mando del general Duhesme y su segundo al mando, el general Lechi, comandante de las tropas italianas. En total 5.427 hombres, 1.830 caballos y 25 carruajes. La comitiva, como es lógico, despertó gran expectación en la ciudad y un considerable gentío acudió a presenciar el paso de las tropas por las calles hasta la Plaza de Palacio donde hizo un alto toda la división franco-italiana. Posteriormente las tropas se acuartelaron en Estudios, Atarazanas, S. Agustín y Barceloneta, y la Plana Mayor, oficialidad y Velites en casas particulares, aunque estos últimos se reubicaron después también en las Atarazanas.
A pesar de que las noticias que se tenían eran que el contingente franco-italiano se dirigía a Cádiz, pronto dichas tropas se apresuraron en ocupar las puertas de la ciudad, la Ciudadela y el castillo de Montjuich, este último a pesar de la resistencia a dejarlas entrar de su Gobernador interino, Mariano Álvarez de Castro. La conducta del Capitán General, Conde de Ezpeleta, para con los ocupantes generó diversidad de opiniones, pero por una parte, las instrucciones que le llegaban de la Corte eran las de colaborar con las tropas francesas y procurarles lo que necesitasen, aunque por otra parte, el propio Ezpeleta no podía esperarse que la conducta de los franceses e italianos en la ciudad fuera la de unos conquistadores en vez de la de unos aliados.
No pasó mucho tiempo para que comenzaran los primeros roces y disputas entre los barceloneses y las tropas ocupantes, que degeneraron en peleas y algunas muertes. Viendo el curso que tomaban los acontecimientos, los militares españoles que pudieron salieron de la ciudad con mayor o menor fortuna: al 3er batallón de las Guardias Españolas se le fugaron sus gastadores, también hubieron fugados en las Guardias Valonas y en un arranque de bizarría, 25 jinetes de Borbón salieron por la Puerta Nueva con su comandante al frente y con el trompeta tocando marcha: en definitiva, un lento goteo de soldados y mandos (el afamado Álvarez de Castro entre ellos) que pronto llegó a las 600 ausencias. El general Lechi, convertido de facto en el jefe militar de la ciudad, publicó diferentes bandos para proteger a las tropas francesas, recortando las libertades de los ciudadanos y amenazando con represalias(II) a los que no cumplieran sus disposiciones. Las tropas españolas que quedaron por entonces y sus oficiales fueron confinados en diferentes edificios militares y conventos de la Ciudad.
Paralelamente los barcos ingleses que patrullaban las costas sin oposición, realizaban incursiones nocturnas contras los fuertes de Atarazanas, la Linterna y San Carlos, que estos contestaban con un estruendoso cañoneo, aunque sin ninguna consecuencia, lo que provocaba las chanzas de los ciudadanos que llenaban los terrados y torres de las casas limítrofes viendo el espectáculo.
Los franceses, no obstante, no se olvidaban nunca de los aspectos más formales: el 15 de agosto de 1808 se anunció a las tropas la fiesta de San Napoleón, que sería saludada con 100 cañonazos, 20 de ellos desde las Atarazanas.
La situación de tensa calma siguió en la ciudad prácticamente durante toda la ocupación franco-italiana: por una parte las tropas españolas no eran lo suficientemente fuertes en tropas y armamento como para intentar un ataque a la ciudad y por otra parte los ocupantes y sus mandos administraban férreamente la ocupación de los enclaves estratégicos de la ciudad y la vida de sus habitantes(IV). En todos estos años, hubo algún intento de sobornar a las autoridades militares, Lechi entre ellos, sin ningún resultado; hubieron intentos fallidos de ocupar el castillo de Montjuich en el año 1811, e incluso de envenenar a la guarnición, que quedaron todos en simples intentonas.
Cabe destacar que la ciudad no era tampoco insensible a los acontecimientos militares en Europa: en el año 1813, al igual que en muchas otras ciudades y villas de Europa, los soldados alemanes aliados hasta entonces de los franceses (unos 1.500-1.700 hombres en Barcelona), fueron desarmados y confinados, para evitar insurrecciones(V), lo que también deparó lógicamente un curioso espectáculo en la ciudad.
Pero a medida que el curso de los acontecimientos variaba también en Cataluña, pronto se produjo el traslado definitivo de grandes cantidades de armamento de la ciudad hacia Francia, en concreto Perpignan (ya se había hecho parcialmente con anterioridad) o la extracción de la artillería de todos los calibres de las fortificaciones de la ciudad y depositada junto a la costa para ser inutilizada. Las unidades más experimentadas volvían a Francia, junto con los heridos franceses de los hospitales y llegaban conscriptos de Francia, inexpertos y bisoños, muestra evidente de la fragilidad militar francesa en Cataluña por aquel entonces.
En los primeros meses de 1814, los franceses retenían todavía Barcelona. El 1 de febrero el Ejército anglo-español cortó las comunicaciones entre Suchet y la guarnición francesa de Barcelona. Los generales Manso, Wittingham, Sarsfield, Clinton y Copons acordonaron la ciudad, bloqueada también por mar por algunos paquebotes ingleses. El Baron Habert, encargado de defender la plaza por Suchet, dirigió el mismo día una resuelta proclama a los habitantes amenazando con castigar severamente a los que intentaran confabularse con las tropas sitiadoras. Pero el 26 de abril, tras la caída de Napoleón, se publicaba por todas partes la orden de evacuación definitiva de las tropas francesas. Finalmente el 28 de mayo de 1814 el mismo Habert salió por la puerta de D. Carlos.
(IV) – Bando del general Lechi de 8 de marzo de 1809:
BANDO para que al oír los Barceloneses tres cañonazos tirados de las Atarazanas, Monjuich y Ciudadela se encierren en sus casas.
\»Se manda à los habitantes de esta Ciudad, que al dispararse tres cañonazos de Atarazanas, Monjuich y Ciudadela, en señal de alarma, se retiren y encierren en sus casas: los que no lo hubieses executado media hora después, se les acuchillará o disparará por la tropa y patrullas que les encuentren. Barcelona, 8 de marzo de 1809. = Firmado=Lechi, General de División, Comandante Superior de esta Ciudad y sus fuertes. Por copia conforme= R. Casanova, Comisario General de Policia.\» [3]
(V) – \»Leiase en el Diario la orden del dia del Exto. de Aragón, y Cataluña, firmada por Suchet en el Quartel General de Gerona á 21 de diciembre último. La dirige a los Cazadores de á Caballo de Nassau, á la caballería ligera Westfaliana, á la Infantería de…, todos tropa alemana al ancho de la Francia, intimandoles a quedar desarmados, y prisioneros.\» [3]
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4) – https://beteve.cat/societat/drassanes-reials-necropolis-romana-xviii-edific/