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Esta semana contamos con la presencia en «El Rincón de Byron» o mejor dicho las palabras de Maties Ramisa Verdaguer, historiador barcelonés, catedrático de Bachillerato y profesor en la Universidad de Vic, autor de varios libros, escritos y conferencias sobre el periodo de 1808-14 en Cataluña, que ha tenido la amabilidad de atendernos y comentar con nosotros una serie de cuestiones sobre su actividad docente, la Guerra de Independencia en Cataluña a la que ha dedicado parte de su obra en diferentes medios, su visión del tratamiento del conflicto por parte de los historiadores contemporáneos, el papel de la Juntas en Cataluña, la intervención británica en el Levante y Mediterráneo, el papel de los catalanes en las Cortes de Cádiz, así como ese esperado por muchos retorno del Fernando VII al trono español, que retornaría al antiguo régimen absolutista y acabaría con las esperanzas de muchos de un cambio de rumbo en la política española de la época.
Ya sin más preámbulos os dejamos con las palabras de Maties Ramisa y su visión del conflicto de 1808-14 en España, Cataluña y el Mediterráneo.
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ENTREVISTA M. RAMISA
* ¿Qué enseñanzas o consejos podrían darse a los jóvenes historiadores e investigadores que al igual que en tu caso, quieran dedicar su tiempo y energías a escribir e investigar sobre diferentes aspectos de la Guerra de Independencia en Cataluña (o Guerra del Francés), por ejemplo? ¿Qué errores crees que cometiste al acometer tus estudios e investigaciones que crees que se podrían haber evitado?
«Respecto de los consejos, pienso que el primero sería el de tener motivación para el estudio de esta época y encarar el trabajo sin prejuicios previos. Es decir, no ver de entrada «buenos» y «malos», a los que hay que confirmar en su bondad o maldad por medio de una investigación. A veces las escuelas historiográficas predisponen un poco hacia el maniqueísmo, y por ello creo que el joven investigador debería relativizar la información previa recibida sobre el período en cuestión para no estar condicionado por ella.
Por ejemplo, en el tema de la Guerra de la Independencia o Guerra del Francés está claro que hay unos invasores y unos invadidos, pero una vez estás inmerso en ella te das cuenta que, como en todas partes y en todas las épocas, hay buenos y malos a nivel personal en cada bando. Ni todos los franceses son malvados ni todos los guerrilleros patriotas son honrados y virtuosos. Militares como los generales Duhesme o Lechi fueron duros y crueles, pero el mariscal MacDonald y el general Decaen fueron personas correctas e incluso compasivas. Sí que queda claro, de todos modos, que la lógica de conquista militar impuesta por Napoleón era abominable, y con ese telón de fondo nefasto debía actuar la gente.
Otro consejo obvio sería el de intentar comprender a las personas de aquella época partiendo de la mentalidad dominante entonces, y no de los conceptos actuales. Por ejemplo en los aspectos de la religiosidad y el respeto a las jerarquías que imperaban. También me parece recomendable partir de un buen conocimiento bibliográfico del tema y de las fuentes que habrán de manejarse. Si el futuro investigador es orientado respecto de las fuentes o archivos por un historiador veterano experto, mucho mejor.
Yo me acerqué al tema de la guerra de la independencia por el halo romántico que desprendía para mí. Los grabados de guerrilleros y paisanos combatiendo contra los ejércitos imperiales excitaron mi imaginación y me proporcionaron «combustible» para acometer mis investigaciones, que de hecho me ha durado hasta hoy. Pero me faltó una parte del conocimiento bibliográfico necesario y previo -que tuve que completar sobre la marcha- y también alguien que me asesorara sobre las fuentes. Estas dos carencias dificultaron mis investigaciones.»

* ¿Crees que el tratamiento que se le da actualmente a la Guerra de Independencia en Cataluña en la docencia y en los institutos catalanes es el correcto por contenidos y duración frente a otros períodos históricos que se han dado en tierras catalanas? ¿Crees que los jóvenes catalanes están bien informados o conocen todo lo que transcurrió en el Principado entre los años 1808 y 1814?
«Los jóvenes catalanes no están informados en absoluto de lo que sucedió entre 1808 y 1814. En lo que atañe al conocimiento de contenidos históricos concretos, la situación ha ido a peor en las últimas décadas en Cataluña. Veinte años atrás, los currículums de Ciencias Sociales en la ESO y de Historia en el Bachillerato contenían mucha más historia que en la actualidad.
Por ejemplo, en el cuarto de ESO se estudiaba entonces la historia del mundo contemporáneo a partir de finales del siglo XVIII, con un adecuado nivel de concreción. Por lo tanto, el alumno, aunque no llegaba a conocer la guerra de la Independencia en la Península, sí que estudiaba el imperio napoleónico y, dentro de él, una referencia muy breve a la ocupación francesa de España. Tenían un marco de los acontecimientos. Los que seguían estudiando y cursaban el Bachillerato tenían la Historia de España en el segundo curso, de carácter obligatorio, que empezaba precisamente con una visión sucinta del siglo XVIII en Cataluña y en el conjunto de España, y continuaba con los temas de la Guerra del Francés, las Cortes de Cádiz y la restauración del absolutismo. Y más importante aún, estos temas estaban incluidos en la prueba de Selectividad.
Además, los alumnos de Bachillerato podían cursar la asignatura optativa de Historia del Mundo Contemporáneo en el primer curso, donde se profundizaban los conocimientos adquiridos en el cuarto de ESO sobre la revolución francesa y el imperio napoleónico.
Esta estructura curricular fue cambiando desde finales de la primera década del siglo XXI. La Historia de segundo de bachillerato, la única que se ocupaba del período de 1808 a 1814 en toda la etapa de la ESO y del Bachillerato, perdió casi todo su contenido del siglo XIX, ya que se decidió que en la prueba de Selectividad tan solo se exigiría la materia a partir de la Restauración de 1875. Por lo tanto, el período decimonónico anterior se trataba en pocos días a principios de curso, como una simple introducción. Y en ella, con suerte, se hacía una breve alusión a la guerra de la Independencia.
Este es el currículum de Historia de segundo de bachillerato que se ha mantenido hasta ahora en Cataluña, y que creo que perdurará hasta 2023, momento en que debería cambiar por otro a causa de la nueva Ley de Educación, ignoro con qué contenidos. Es decir, desde hace muchos años no se estudia con cierto rigor, en los institutos Cataluña, la historia del país anterior a 1875.
Por lo que respecta al cuarto curso de ESO, continua hoy vigente la historia del mundo contemporáneo, cuyo contenido en historia ha quedado algo descafeinado por la introducción de otros conceptos interdisciplinares (dimensión cultural y artística, dimensión ciudadana) y procedimentales. Si bien en el temario se alude a aspectos de la historia de Cataluña y del conjunto de España (siglo XVIII, revolución industrial, catalanismo y su evolución, II república, guerra civil y franquismo) es difícil que puedan tratarse correctamente dada la extensión del programa. Y en cambio, desaparece cualquier mención específica a la Revolución Francesa y al imperio napoleónico, englobados en un genérico «liberalismo y revoluciones burguesas».
En conclusión y respondiendo a la primera parte de la pregunta, el tratamiento que se da a la guerra de la Independencia en Cataluña en la enseñanza secundaria es sencillamente inexistente, como buena parte de la historia del país anterior al siglo XX. Por ejemplo, en el tercer curso de la ESO, la historia de España y de Cataluña de la Edad Moderna se engloba en este solo epígrafe: «Formación y evolución de la monarquía hispánica. Cataluña dentro de la monarquía de los Austria: permanencia de las instituciones y conflicto político».»
* En tu opinión, ¿qué diferencias más significativas has encontrado en el tratamiento de los historiadores franceses (e ingleses, si es el caso) y españoles del siglo XIX que consultaste o tuviste acceso en tus investigaciones, sobre el tratamiento de la Guerra de Independencia en Cataluña (o Guerra del Francés) en general? ¿Crees que los historiadores contemporáneos de esos mismos países han variado su visión de lo que fue el conflicto, o aún arrastramos los “vicios” o malas interpretaciones de épocas pasadas?
«Como otros grandes acontecimientos históricos, con el paso del tiempo la guerra de la Independencia ha ido perdiendo a ojos de los historiadores sus aristas más marcadas de tipo religioso, político o mítico. La lejanía ha permitido a los estudiosos ir variando el enfoque para situarse en un terreno más desapasionado con el fin de intentar ganar en objetividad. En palabras de Jean-René Aymes, ha existido un proceso de «desheroización». Eso no significa que no siga habiendo algunas importantes divergencias entre los historiadores.
En el ámbito de las causas de la guerra y de la resistencia anti-francesa, la idea que la población luchaba por los grandes principios de monarquía, religión y patria ha perdido terreno frente al concepto de pelea por los intereses más cercanos de la gente, como la familia, los medios de vida y el territorio próximo. Eso no quiere decir que no se valoren también los primeros. Por otra parte, la invasión napoleónica externa perpetrada con alevosía como factor principal y evidente del conflicto, que nos transmitieron los historiadores decimonónicos, fue impugnada por una corriente historiográfica del siglo XX en favor de una interpretación que privilegiaba la crisis interna de la época de Carlos IV y Godoy como factor desencadenante. Hoy día parece haberse vuelto implícitamente a los primeros planteamientos de resistencia a la invasión externa y de deseo de independencia.
En Cataluña, el combate de la población en favor de la independencia española que valoraban los grandes historiadores catalanes del siglo XIX, como Bofarull y Blanch, fue matizado por otros autores a partir del surgimiento del catalanismo político, que no se encontraba cómodo con aquellos planteamientos. Pero actualmente la historiografía catalana continua remarcando la oposición en Cataluña a las tropas imperiales al lado del conjunto de España, por medio de la tesis del «doble patriotismo». Además, ha quedado claro a partir de todas las fuentes que la resistencia patriótica en Cataluña fue superior a la de otras regiones españolas.
Un factor de consenso en la historiografía es la consideración de que la guerra de Independencia fue clave en la fundamentación de la identidad nacional española, iniciada en las Cortes de Cádiz y afianzada con muchas dificultades a lo largo del siglo XIX.
Dos «mitos» transferidos también por los historiadores decimonónicos han sido revisados por la historiografía actual, a mi juicio correctamente. De un lado, el del alzamiento masivo y unánime del pueblo contra la invasión francesa; se ha comprobado que la realidad no era tan heroica, que hubo mucha deserción en las filas españolas y mucha reluctancia de la gente común y de los privilegiados a pagar los impuestos, las requisiciones y los préstamos forzados.
De otro lado, tampoco se admite sin matizaciones severas el papel patriótico y militar de la guerrilla, que a menudo caía en la extorsión y el bandidaje sobre la misma población que proclamaba defender. En cambio, en su lugar existe una cierta revalorización del papel del ejército regular.
Las Juntas fueron esenciales para llenar el vacío de poder a partir de 1808 y alcanzaron una gran representación popular, pero hoy en día también se destacan sus defectos: rencillas entre ellas y con los militares, ineficiencia e intromisión inadecuada en las cuestiones bélicas y estratégicas. A ello se refiere una frase de la época, la «funesta manía de dar batallas».
La consideración de los afrancesados como traidores ha dado paso a una evaluación más humana de ese fenómeno, que elimina el componente de culpabilidad de estas personas y que en algunos autores llega a una valoración francamente positiva de los colaboracionistas. En Cataluña es el caso del afrancesado ampurdanés Tomás Puig.
Pocos historiadores franceses se han sentido atraídos por el estudio de la invasión napoleónica en la península, quizás por razones obvias. En cambio, hemos podido aprovechar multitud de Memorias escritas por militares napoleónicos que han arrojado mucha luz sobre la contienda. Entre los historiadores galos que han trabajado en la guerra de Independencia española -y específicamente en Cataluña- cabe destacar a Conard, Desdevises, Michonneau y Aymes. Todos ellos han realizado una labor muy laudable, los dos primeros en la vertiente positivista y documental a principios del siglo XX, y los dos restantes en perspectivas más sociológicas y culturales.
Por lo que se refiere a los historiadores anglosajones, su aportación a la Peninsular War ha sido muy considerable. Van desde las gigantescas obras decimonónicas de Napier, Oman y Fortescue, a las modernas visiones de Lovett, Glover, Esdaile y Lipscombe. Los primeros hacen hincapié en el considerable esfuerzo británico en España, poco secundado por un país primitivo y desorganizado, que contaba con un ejército desastroso y una población poco laboriosa y atada a la religión. No distinguen entre España y Cataluña, excepto por una mayor resistencia antinapoleónica y consistencia social en esta última. Oman es más comprensivo con la situación española.
Del segundo grupo de historiadores destaca el prolífico Esdaile, que ha presentado abundantes propuestas revisionistas sobre la guerra de la Independencia. Insiste también en el desorden y la ineficacia del ejército español, y en el decisivo papel de Wellington en la derrota francesa. Pero además considera que el levantamiento popular en masa a favor del lema Dios, Patria y Rey es poco más que una invención, y que las realizaciones atribuidas a la guerrilla son un mito. Quizás su planteamiento más polémico es la afirmación de que la guerra de la Independencia en España influyó poco en la derrota final de Napoleón, una tesis que contradice el pensamiento de casi todo el conjunto de la historiografía.»

* El papel de las Juntas, con sus diferentes subdivisiones en las diversas provincias, fue singular en términos de autoridad política y organización -con muchas veces pocos medios (y dinero)- del esfuerzo para la guerra. En el caso de sus relaciones con la rama militar, ¿su impacto podríamos considerarlo un elemento más negativo que positivo teniendo en cuenta que entre 1808 y 1814 se sucedieron hasta 17 capitanes generales en Cataluña?
«Las Juntas fueron vitales para salvar el vacío de poder que se produjo al principio de la guerra, después de la abdicación de los monarcas españoles, y continuaron siéndolo durante buena parte del conflicto para organizar la parte política y económica del país, en un ambiente de gran desarticulación administrativa provocado por la invasión. Fueron decisivas también para allegar recursos y hombres para la guerra.
Pero el poder de las Juntas tuvo también su lado negativo. La falta de cooperación entre ellas a nivel provincial fue bastante escandaloso. Por ejemplo, la Junta de Valencia ayudó muy poco a Cataluña y Aragón en la lucha que estas dos últimas provincias libraban contra los napoleónicos desde el primer día. Hay que tener en cuenta que Valencia no fue invadida hasta finales de 1811, y por lo tanto tenía hasta esta fecha buena parte de sus recursos intactos.
Otro factor perjudicial fue la incapacidad de coordinar los diversos ejércitos españoles hasta que el mando supremo fue otorgado a Wellington a finales de 1812, debido en buena parte al hecho de que cada región hacía bastante la guerra por su cuenta. Por lo que se refiere a Cataluña, las relaciones entre el poder civil de la Junta y el militar del capitán general fueron casi siempre tensas y abocaron a crisis frecuentes. Ello explica el continuo cambio del alto mando militar en el Principado.
Las tensiones en Cataluña se produjeron a causa del aprovisionamiento del ejército y del reclutamiento de soldados, que dependían hasta 1812 en última instancia de la Junta Superior. También fueron debidas a las intromisiones que practicaba la Junta en los temas militares, apoyada por la opinión pública del Principado, defendiendo siempre la táctica de batallas campales contra el enemigo, que se revelaron funestas desde el principio.
Con ello no pretendo exculpar a los oficiales del ejército, a menudo poco preparados y poco motivados, e inclinados al caudillismo; pero hay que decir que la junta catalana y la élite civil que la respaldaba tuvieron una parte de responsabilidad en las derrotas militares, tanto por la estrategia que preconizaban como por su ineficacia en proveer de hombres y recursos suficientes a los militares, y por el notable hostigamiento que les procuraban.
De todos modos, en el ambiente de desarticulación administrativa y política de España provocado por la invasión napoleónica, que tuvo su reflejo ampliado en Cataluña, la pugna y rivalidad entre los diferentes poderes era una situación previsible, que los ingleses contemplaron atónitos cuando desembarcaron en la Península para ayudar en la resistencia.»
* El papel de los generales de los ejércitos españoles de la época salvo honrosas excepciones, no dejó de ser bastante discreto, cuando no claramente deficiente. ¿Crees que la historia ha sido justa con ellos? ¿Podrían haber hecho más de lo que hicieron con el material humano y bélico de que disponían?
«Los generales españoles fueron de una categoría mediocre con contadas excepciones. Entre los que actuaron en Cataluña solo pueden salvarse parcialmente Enrique O’Donnell, Luis Lacy, Pedro Sarsfield y el barón de Eroles. Todos estos hombres tuvieron, cada uno a su estilo, coraje, visión militar y liderazgo con las tropas. El primero, además, fue muy bien valorado por los ingleses en los primeros años de la guerra.
Pero incluso estos militares empañaron su trayectoria en el transcurso del conflicto. El carácter inconstante y pasional de O’Donnell le llevó a abandonar el ejército de Cataluña en dos ocasiones; Lacy evolucionó hacia el pretorianismo y el despotismo en 1812, hasta que fue destituido por la Regencia. Sarsfield y Eroles fueron buenos militares, pero se hallaban en un segundo plano.
Los demás que pasaron por la capitanía general de Cataluña quedaron por debajo de las expectativas: el Marqués de Palacio, lento y aficionado al ceremonial; Vives, anciano y carente de habilidades militares; Blake, aparentemente el más académico pero que fracasaba casi siempre en el campo de batalla; el marqués de Campoverde, aupado por un grupo radical en Tarragona y pronto desbordado por los acontecimientos; y Copons, un militar profesional aunque desprovisto de carisma y empuje.
¿Podían haber hecho más de lo que hicieron? Creo que un poco sí, pero no mucho más. Las unidades que mandaban Sarsfield y Eroles, O’Donnell y Lacy eran algo más disciplinadas y eficientes que la media, lo cual significa que se podía mejorar el material bélico y humano puesto a su disposición. Pero había unos vicios de base que eran muy difíciles de subsanar: mala calidad y falta de formación de los oficiales intermedios, que eran incapaces de disciplinar y dirigir las tropas; tendencia de estas a la indisciplina y a la deserción, en buena parte porque no confiaban en sus mandos; y propensión a la desbandada de tropas y oficiales frente a una embestida del ejército napoleónico.
El ejército español, en otros tiempos brillante y disciplinado, empeoró claramente durante la guerra de la Independencia a causa del desorden y desorganización general, la falta de adiestramiento de las tropas, la improvisación en la creación de unidades y en la obtención de los oficiales, la intervención popular en la guerra y la falta de un mando único, entre otras cosas. En este ambiente, los generales se quemaban pronto, debido a los fracasos militares.
Pienso que la historia ha sido justa con estos militares de categoría regular, muchos de los cuales al terminar la guerra se integraron en la cainita política de aquellos años, que les proporcionó casi siempre escasos éxitos y muchos sinsabores. Aunque uno pueda sentir pena por sus trayectorias humanas.»

* El papel de la guerrilla en Cataluña, al igual que se dio en el resto de España, un movimiento local e irregular de resistencia contra el invasor, ¿crees que tenía las mismas características o difería de las que se dieron en el resto de España? ¿Entraría en el terreno de lo anecdótico que la guerrilla diera tan buenos frutos en algunas acciones campales de la guerra contra la Convención (la denominada Guerra Gran en Cataluña) y en cambio su aportación en las batallas campales de la Guerra en Cataluña fue meramente anecdótica, cuando no muy discreta o directamente negativa?
«La aportación de la guerrilla durante la guerra de la Independencia española ha tenido un gran predicamento en el recuerdo de aquella época y en la historiografía. Pienso que se la ha mitificado en exceso, seguramente a causa de la oleada de revoluciones liberales del siglo XIX. De hecho, creo que tuvo más importancia como instrumento ideológico y político que como herramienta militar.
En todas partes, por ejemplo en Cataluña, la guerrilla sirvió para frenar las posibilidades de componendas con los ocupantes franceses, para perseguir a los colaboracionistas y para castigar a los pueblos que pagaban impuestos a los napoleónicos. También buscaba a los evadidos a territorio imperial para escapar de la quinta, e impulsaba la cohesión nacional frente a los invasores. Es decir, ejercía de «policía patriótica».
En el terreno estrictamente militar, en cambio, su contribución fue bastante menor. Hay que valorar el clima de desgaste y a veces de terror que expandieron los guerrilleros entre los soldados y oficiales napoleónicos, que se refleja mucho en la correspondencia de estos últimos. Pero casi no participaron en las batallas campales, no era su terreno. De entre los generales franceses, Suchet fue el único que supo implantar un sistema efectivo de contrainsurgencia.
En Cataluña los guerrilleros y sus jefes fueron ya entonces adorados y mitificados por la población, que a menudo los contraponía ventajosamente a los oficiales del ejército regular. De ello se valió, por ejemplo, Francisco Milans del Bosch, que se creó una facción favorable para oponerse a las órdenes del capitán general marqués de Campoverde. En cambio, las autoridades civiles del Principado eran unánimes en el rechazo a los somatenes, miqueletes y guerrilleros por su indisciplina y altos costes de mantenimiento.
Y es que, con el paso del tiempo, los defectos de la guerrilla se hicieron cada vez más evidentes. Habían sido útiles para hostilizar a los bonapartistas y entorpecer sus comunicaciones, pero en 1812, cuando el ejército de Wellington pasó a la ofensiva definitiva y los contingentes españoles habían recuperado terreno, los grupos guerrilleros eran ya más un lastre que algo útil para los aliados. Muchos de ellos bordeaban el bandolerismo e imponían severas cargas sobre la población, y fueron absorbidos o eliminados. Es lo que realizó el capitán general Luis Lacy en Cataluña, aunque se enfrentó a una fuerte oposición de los contrarios a una militarización total, entre los que había una parte de las fuerzas vivas del territorio.
La tendencia actual de la historiografía es la de rebajar la valoración de la guerrilla y realzar algo la aportación del ejército regular. Es el caso de historiadores como Antonio Moliner y Charles Esdaile.
Este último es bastante radical y considera un mito las realizaciones atribuidas a la guerrilla durante la guerra de la Independencia.
Si bien la cuestión es algo compleja, porque no se puede contraponer de forma nítida la guerrilla y el ejército regular. Los oficiales -por ejemplo en Cataluña- mandaban contingentes de los dos tipos al mismo tiempo, que compartían el aprovisionamiento. En general, las guerrillas estaban bajo supervisión militar. Además, los mejores líderes surgidos de la guerrilla escalaban con rapidez el escalafón militar. Este fue el caso del barón de Eroles y de José Manso. Es decir, había una imbricación entre guerrilla y ejército que no se puede obviar.
Creo que la guerrilla que actuó en Cataluña fue bastante similar a la del resto de España. Quizás la diferencia fue que en el Principado se movilizaron también cuerpos tradicionales como los Sometents y los Miquelets, que se conducían a nivel militar al estilo guerrillero. De otro lado, no tengo referencias de la supuesta eficacia de la guerrilla durante la Guerra Gran en las operaciones militares españolas en la zona pirenaica.
Al contrario, lo poco que conozco de aquellas campañas me suena a lo que se produjo después de 1808: dificultades del reclutamiento en Cataluña, falta de recursos, escasez de tropas regulares y de voluntarios, inoperancia de los somatenes, fracaso en la creación de un gran cuerpo de migueletes -de los 20.000 previstos solamente se consiguieron 13.000- e importancia de la deserción. Al principio los españoles tuvieron éxito gracias a la buena dirección del general Ricardos y el efecto sorpresa.»
* Con el fenómeno de los afrancesados o partidarios del gobierno de José I, en alguna conferencia has comentado que fue minoritaria y algunas veces más por mero interés más que por pura convicción ideológica. ¿No crees que Cataluña al estar más próxima geográficamente con las ideas de la Revolución que otras partes de España, éstas tendrían que haber tenido un impacto más significativo entre sus élites y su burguesía, o los prejuicios contra las ideas revolucionarias y el conservadurismo pesaban más en la sociedad catalana de la época?
«Los afrancesados de convicción fueron siempre una pequeña minoría en Cataluña, lo cual no quiere decir que las tendencias liberales no comenzaran a expandirse entre las élites de las ciudades y la población urbana. No se puede confundir liberalismo con afrancesamiento. La sociedad catalana de la época rechazó mayoritariamente las extralimitaciones radicales de la revolución francesa de la época de Robespierre y después también repudió el dominio feroz de Napoleón.
Pero el liberalismo moderado se iba abriendo paso en los grupos dirigentes, y un liberalismo más radical se instalaba en grupos todavía muy pequeños de las ciudades que no tenían aún capacidad política. La mentalidad seguía siendo muy teñida por la religión. Durante la guerra predominó entre los dirigentes del Principado un pensamiento conservador y reformista, partidario de mantener el statu quo aunque introduciendo reformas: limitar el poder del rey, restablecer unas Cortes al estilo tradicional, mejorar el sistema fiscal y la economía, potenciar la instrucción de los jóvenes, implantar el proteccionismo, modernizar la aplicación de la justicia y de la administración pública, etc. Esto equivalía poco más o menos al posterior liberalismo moderado. Brotes de radicalismo aparecieron en los primeros años de la guerra, pero no tuvieron demasiado eco entre los habitantes. Y la población rural continuaba siendo de ideología absolutista.
Pero una cosa eran estas ideas de reforma en sentido liberal -probablemente imitadas de Francia- y otra muy distinta la adhesión a la ocupación bonapartista, que era lo que significaba el afrancesamiento. La conformidad con el dominio de Napoleón encontró pocos partidarios. Hubo algunos entre los funcionarios y los juristas, como el ampurdanés Tomás Puig, movidos por la idea que el emperador modernizaría la decadente España borbónica, o simplemente por el deseo de mantener el cargo y aspirar a más, o por la creencia que se situaban en el bando ganador. Los colaboradores voluntarios con las tropas francesas fueron pocos, si bien muchas personas fueron obligadas a cooperar bajo amenazas cuando los soldados imperiales entraban en una localidad.
Es decir, en la parte urbana de Cataluña estaba penetrando el pensamiento liberal originario de Francia, pero la gran mayoría de los habitantes se oponían al dominio del estado francés no solo por razones ideológicas, sino también por el resentimiento acumulado en los últimos siglos contra las agresiones galas, y también porque la influencia del país vecino perjudicaba la economía catalana. Esto último ocurría por dos vías: la entrada masiva de negociantes y de productos franceses, y el entorpecimiento del comercio con las colonias americanas.»
* Estudiosos como Antonio Grajal de Blas se han dedicado a cuantificar estadísticamente las bajas de oficiales imperiales en toda la península, en los numerosos combates que se sucedieron. En la primera clasificación que tuvo por territorios, el primer lugar lo ocupaba Cataluña con unos 1.950 oficiales napoleónicos muertos y heridos, teniendo esta cifra más importancia todavía por haber actuado en este territorio las tropas aliadas (británicas) de manera bastante puntual y localizada. ¿La sociedad catalana se implicó más o con más medios en la lucha contra el invasor que en otros lugares de España o cabrían otras explicaciones?
«Todas las fuentes (españolas, francesas, británicas) hablan de una superior implicación de Cataluña en la lucha contra el francés durante la guerra de Independencia respecto a otras regiones españolas. Los militares franceses hablan de ello, así como los ingleses, empezando por el mismo Wellington. El contraste de la resistencia en el Principado con la que hubo en Andalucía o Valencia lo deja bastante claro.
¿A qué fue debida esta resistencia mayor? Pienso que el sentimiento antifrancés estaba más extendido en las regiones fronterizas que en otras que habían padecido menos las incursiones galas en los siglos anteriores. Cuando los británicos aluden a las regiones de la península que luchan con más vigor contra los napoleónicos citan a Navarra, Aragón y Cataluña, y seguramente no es casualidad.
Otra probable causa de la resistencia catalana radica en el perjuicio económico que provocó el dominio francés, tal como he citado en la respuesta anterior. Desde la mitad del siglo XVIII el comercio catalán con las colonias americanas de España era pujante y había contribuido mucho a la mejora económica de la provincia, que en aquella época todo el mundo admitía. El entorpecimiento de este lucrativo negocio y la presencia creciente en Barcelona de mercaderes galos, que dominaron las transacciones de la ciudad durante la guerra, contribuyó sin duda al posicionamiento de las élites barcelonesas contra la ocupación. De hecho, la ciudad de Barcelona se vació de habitantes cuando fue sometida por las huestes del general Duhesme.
Por último, creo que la resistencia catalana se debió también al grado superior de organización y de cohesión social existente en Cataluña. Las élites y el pueblo se hallaban más trabados y mejor coordinados que en otras partes, y los dirigentes parecían más activos. La Junta Superior de Cataluña era respetada y en su seno se representaba a todos los corregimientos. El Principado fue la única región española donde tuvieron lugar varios Congresos Provinciales con el fin de allegar hombres y recursos para la lucha.
Los catalanes lucharon, sí, pero de forma algo desorganizada, a su aire, tal como venían haciendo desde siempre. Rehusaron tanto como pudieron la integración al ejército regular y, al igual que en el resto de España, sus combatientes carecían del suficiente adiestramiento y disciplina. Además, les faltó en general una buena dirección militar, todo lo cual provocó que la efectividad de su esfuerzo fuera discreto. De ello se quejaban los ingleses.»
* La lucha contra las tropas imperiales no solo se daba en el campo de batalla, y se elaboraron diferentes periódicos en Barcelona, Gerona, Tarragona, Vich (en esta última señalabas que incluso se llegaron a imprimir dos periódicos de diferentes tendencias…). ¿Era fluida la transmisión de los sucesos de una punta a otra de España, a pesar de la ocupación imperial? ¿Crees que el papel de los periódicos en la sociedad y en el conflicto fue similar al actual, aunque el valor informativo fuera en ocasiones menor que el esperado valor propagandístico?
«Aunque la prensa periódica existía con anterioridad, durante la guerra de la Independencia hubo una explosión de publicaciones en toda España, a causa del ansia de la población por conocer qué estaba pasando y más tarde para averiguar la evolución del conflicto; dicho impulso informativo también fue posible debido al ambiente de libertad que se respiraba con la caída de la monarquía absoluta. En noviembre de 1810 las Cortes de Cádiz emitieron un decreto sobre libertad de imprenta que amplió en gran medida las posibilidades informativas y de opinión, aunque siguieron existiendo las juntas de censura.
Una parte de las Gacetas que se publicaban eran meramente informativas, y a veces se limitaban a reproducir comunicados gubernamentales o escritos de otros periódicos. Fue el caso de la Gaceta de la Junta Superior de Cataluña. Pero pronto surgieron periódicos que incorporaban opinión en sus contenidos, y que fueron muy numerosos en las capitales importantes como Cádiz y Palma de Mallorca, las dos llenas de refugiados.
Pero incluso en ciudades más modestas como Vic y Manresa se crearon pequeños y efímeros periódicos que reseñaban los últimos sucesos y contenían juicios de valor y pensamientos políticos, ávidamente consumidos por un público lector ilustrado. A partir de 1812, con la ampliación del foso ideológico entre conservadores y liberales, la efervescencia en la prensa aumentó mucho.
Información y propaganda eran vehiculadas al unísono por la prensa de entonces, lo mismo que ahora, aunque hay que tener en cuenta la escala de cada época. En aquel tiempo los periódicos solían tener un único redactor, y su capacidad para captar las noticias era mínima. Solían reproducir los comunicados militares o copiar a otros medios de las capitales, incluso el Moniteur de París.
Las dificultades para transmitir la información y la correspondencia de un lado a otro del país eran máximas. El correo marítimo era el medio más rápido, aunque el servicio era irregular. Los británicos tenían pequeñas corbetas y bergantines que realizaban esta función en el Mediterráneo para uso propio, y los españoles disponían asimismo de barcos con algún armamento que se desplazaban regularmente de Cataluña hasta Cádiz y viceversa, repartiendo los paquetes de correspondencia y los papeles informativos por el litoral. De esta manera, las noticias tardaban entre algunos días y dos semanas en conocerse.
Pero por el interior las cartas y las novedades se demoraban mucho más. Los controles militares, los obstáculos, la destrucción y el bandolerismo dificultaban el tránsito. Arthur Wellesley se informaba de los acontecimientos de la costa mediterránea un mes después de sucedidos, si no más. Dentro del Principado las informaciones viajaban a mayor velocidad en la parte patriota, vehiculadas a veces por un sistema de señales luminosas emitidas de un promontorio a otro del terreno. Pero las unidades napoleónicas podían estar varios meses incomunicadas, sin contacto alguno con sus mandos superiores.»
* En tus trabajos has tratado la figura del comodoro Edward Codrington, que al igual que otros británicos como el capitán Cochrane o el almirante Pellew, adquirieron fama durante la guerra marítima en el Levante y Cataluña. La Royal Navy bloqueaba Barcelona, atacaba los corsarios franceses y los escasos intentos de avituallar a las tropas imperiales por mar que se dieron, al tiempo que ayudaban en dar golpes de mano con las tropas patriotas o simplemente transportándolas de un lugar a otro de la costa. Como un observador exterior, parece que la relación fue mucho más fluida y fructífera que la que se daba en el frente occidental con las tropas anglo-portuguesas de Wellington, muchas veces truncada por los recelos, desconfianzas y los agravios. ¿La política mediterránea de Gran Bretaña durante la Guerra Peninsular fue diferente aquí que en el resto del territorio español o no difirió en absoluto?

«La política mediterránea de Gran Bretaña durante la guerra peninsular se basó en asegurarse el control del mar por medio de la Royal Navy y en eliminar del todo la navegación francesa y de los países satélites de Bonaparte. En un principio contó con dos bases importantes, Malta y Sicilia, y por descontado con el enclave de Gibraltar. A partir del estallido de la insurrección española, se añadió la base de Mahón, un punto perfecto para vigilar todo el Mediterráneo occidental y bloquear la escuadra francesa en Tolón.
El gobierno de Londres apostó con decisión por ayudar a España y Portugal, y mantuvo este apoyo durante toda la guerra. No hubo diferencias en ese sentido entre la parte mediterránea y la parte atlántica de la Península, excepto por el hecho que esta última contó con el cuerpo expedicionario de Wellington, y la parte oriental solamente con los buques de la Navy hasta 1812.
Es decir, los ejércitos españoles de la zona mediterránea no tuvieron ayuda terrestre inglesa hasta que en el verano de 1812 llegó el cuerpo expedicionario anglo-siciliano. Pero la asistencia que prestó la flota británica fue importante, y sin ella difícilmente se hubiera podido sostener la lucha. Los navíos ingleses aportaban todo tipo de suministros, dinero, armamento, vestuario y municiones, trasladaban de una parte a otra del litoral las tropas españolas, ayudaban en los asedios de las plazas costeras -como Rosas y Tarragona-, bombardeaban las columnas francesas que transitaban por el litoral, cooperaban en operaciones militares en coordinación con los patriotas -como en la toma de las islas Medas y de Palamós, y en ataques para recuperar Tarragona-, y daban información relevante.
En tierra, y junto al cuartel general de cada zona, había los military agents, oficiales de enlace dependientes del embajador británico en Cádiz, Henry Wellesley, y posteriormente de su hermano Arthur Wellesley, duque de Wellington. Estos militares coordinaban la ayuda británica para cada provincia de las vertientes norteña y oriental de España, y asesoraban al capitán general español. Algunos de ellos incluso crearon y mandaron sus propias divisiones, formadas por soldados españoles y desertores napoleónicos. Entre los military agents hay que destacar a Doyle, Whittingham y Roche.
La llegada de la expedición anglo siciliana a Alicante en 1812 no cambió mucho el estado de las cosas. Había generado muchas expectativas, especialmente en Cataluña, pero no respondió a ellas en absoluto. La gestión de este cuerpo, dependiente del gobernador inglés de Sicilia, Lord Bentinck, fue bastante calamitosa -tuvo seis o siete generales en jefe en menos de dos años- y en su composición había pocos soldados británicos.
No fue capaz de empujar a Suchet hacia el Norte ni de recuperar Tarragona. Lo único realmente positivo que conllevó la existencia de la expedición fue que obligó a Suchet a permanecer en Valencia con todas sus tropas, sin poder destacar contingentes que frenaran el avance de Wellington por el oeste. De otro lado y como es natural, también hubo tensiones entre ingleses y españoles en esta parte mediterránea de la península, entre las que destacaron el intervencionismo del comodoro Codrington en la gobernación de Cataluña, y el de los almirantes ingleses en las Baleares. De todos modos, británicos y españoles se vieron obligados a colaborar hasta el fin de la guerra, no tenían alternativa.»
* La labor legislativa de las Cortes de Cádiz fue enorme, en la que algunas decenas de diputados catalanes también estuvieron presentes, e incluso llegaron a estar presididas en su momento por un catalán, Ramón Lázaro de Dou y de Bassols. ¿Cádiz fue el primer intento serio de modernizar (y unificar) un país que arrastraba la losa de las estructuras del Antiguo Régimen? ¿Se puede decir que los diputados catalanes obtuvieron una lectura positiva de lo allí acordado para sus intereses en Cataluña y para con el resto de España?
«En principio se puede contestar que sí a las dos preguntas. Cádiz fue el primer intento serio de modernizar y unificar España, y los diputados catalanes obtuvieron una lectura positiva de lo acordado allí. El primer cometido -modernizar el país y superar el Antiguo Régimen- lo emprendieron los diputados de Cádiz con entusiasmo, y en poco tiempo sentaron las bases legislativas del desmantelamiento del absolutismo y del feudalismo anterior.
Al comienzo, el ambiente en las Cortes era de consenso. La guerra golpeaba fuerte y eran necesarias las reformas. Los liberales se pusieron a la cabeza, ayudados por el ambiente especial de Cádiz, y lideraron la adopción de medidas muy avanzadas para la época, que no fueron matizadas por una segunda cámara, porque no existía. Pronto se evidenció otro sesgo acentuado de las Cortes: el poder legislativo dominaba por completo todo el sistema, sobre todo al ejecutivo, que no tenía la suficiente autonomía para actuar. Así que la Regencia -el poder ejecutivo- fue relevado al gusto del Parlamento, con consecuencias no siempre positivas para la gobernanza.
En marzo de 1812 se promulgó la Constitución, el resultado más importante de las Cortes. Los británicos la conceptuaron de demasiado ideológica y difícilmente aplicable, y tuvieron razón. Ya en aquellos momentos el consenso entre los diputados había desaparecido y se imponía el sectarismo. Los grupos conservador y absolutista se vieron excluidos de la carta magna y organizaron una fuerte oposición a la misma. La mayoría de los diputados catalanes se inclinó por un conservadurismo reformista. De aquí a las guerras civiles del siglo XIX había solo un paso.
Es decir, en mi opinión las Cortes de Cádiz fueron el primer intento de superar el Antiguo Régimen y modernizar el país, pero lo hicieron sin buscar el consenso y desde una perspectiva partidista que llevó al enfrentamiento. Además, el articulado de Cádiz era difícil de aplicar, como lo demuestra que los mismos liberales progresistas renunciaron a reimplantar esta Constitución décadas más tarde. Tampoco el sector conservador -los liberales moderados del futuro- buscaron demasiado el consenso cuando gobernaron. Ello implicó que, en un país donde el poder civil de la clase media era frágil, llenara el hueco el ejército, y la inestabilidad política fuera la norma.
De todos modos, a principios de 1814 los diputados catalanes, en sintonía con la élite del Principado, todavía hacían una lectura positiva del sistema liberal que regía en España desde 1812, ya que prometía el proteccionismo y una cierta rebaja de impuestos para la región, dos cuestiones muy valoradas. Además, las élites catalanas aceptaban el estado unitario y renunciaban a los antiguos fueros. Aunque en aquellos momentos la realidad existente era la bancarrota económica, el caos fiscal debido a la falta de previsión de los liberales al implantar la «contribución única», y la imposición de la constitución a la fuerza en muchos lugares, a causa de la resistencia conservadora.»

* Para finalizar nuestra entrevista, una vez entrado Fernando VII otra vez en España por Cataluña, con la ciudad de Barcelona aún en poder de los franceses, su comitiva tuvo un recibimiento multitudinario por donde pasaba, como se dice el verdadero retorno del hijo pródigo. Luego vendría la restauración de la política absolutista del Antiguo Régimen, la Inquisición, y la persecución de muchas ideas por las que muchos habían luchado y dado la vida en su nombre. ¿Cuál fue la política de Fernando VII con respecto a Cataluña una vez reinstaurado el monarca en el poder? ¿El no haber tenido la visión de adoptar una política un poco más liberal o aperturista entonces, ha lastrado la política y sociedad españolas durante estos últimos doscientos años? ¿Fue, históricamente hablando, una oportunidad perdida?
«El retorno de Fernando VII en marzo de 1814 fue aclamado mayoritariamente por las masas después de seis años de una guerra dura y destructiva. La gente quería volver a la normalidad y veían en el monarca la personificación de una nueva vida libre de la pesadilla que habían vivido. Por eso lo llamaban «El Deseado». Pero la ilusión no duró mucho. A los pocos meses ya se percibía un ambiente enrarecido y el deterioro de la imagen del rey.
El brusco retorno al absolutismo no fue una buena solución ni para la economía ni para la política. Gran Bretaña dominaba entonces el tablero europeo, y Henry Wellesley ya había advertido al rey que era mejor que cumpliese la promesa que había hecho en su primera proclama de mayo de reunir Cortes estamentales, y le reclamó además que liberara algunos presos políticos liberales. Pero Fernando se enrocó en su gobierno despótico e incompetente, que agravó los problemas económicos del país y fue incapaz de sacar alguna tajada del Congreso de Viena.
Hay que decir que Fernando tampoco tenía una situación fácil. La rebelión de las colonias de América absorbía las energías del país y le impedía recibir las remesas de antaño, la situación en España se había polarizado de manera inusitada después de la Constitución de 1812, la economía estaba en bancarrota a causa de la guerra, e Inglaterra se negaba a conceder nuevos préstamos. Pero un gobierno más templado y con cierto diálogo con los liberales -por medio de una reunión de las Cortes tradicionales o por otros sistemas, aprovechando el prestigio que tenía la monarquía- hubiera sido sin duda un bálsamo para el país y hubiera sido más aceptado por el conjunto de las élites y por las potencias europeas.
Nada de eso se produjo, y empezó la nefasta dinámica de los pronunciamientos militares, que perduró durante buena parte del siglo XIX; a esto se añadió la problemática de la sucesión, que ahondó en las diferencias y provocó tres guerras civiles. Quizás por todo ello pueda hablarse de «oportunidad perdida» durante el reinado de Fernando, aunque por descontado nunca sabremos lo que habría sucedido si hubiera actuado de otro modo.
Cataluña comenzó a pesar mucho desde entonces en la política española gracias a su desarrollo económico -que el conflicto paralizó durante más de dos décadas- y también por las turbulencias políticas. En este último aspecto, hay que señalar que los extremismos se incrustaron ya en aquellos tiempos en el Principado y dificultaron mucho la gobernabilidad del mismo durante todo el ochocientos.
Por un lado, un potente grupo de realistas provocó disturbios en 1822 y en 1827, motivo por el cual el mismo rey viajó a Cataluña en la última fecha para apaciguarlo. De otro lado, un notable núcleo liberal se asentó en la costa, especialmente en Barcelona y Tarragona, y estuvo detrás de la tentativa de Lacy de 1817 y de los desórdenes del Trienio liberal.
No pienso que Fernando VII tuviera una política específica para Cataluña, pero es cierto que debió prestar atención a la problemática de esta provincia tanto en la vertiente económica como en la política, una situación que se repitió con sus sucesores. Así mismo, un grupo de negociantes catalanes se instaló en Madrid en esta época y tuvo bastante influencia en el devenir del país, en especial en el sector financiero y en el viraje del monarca hacia un régimen más mesurado en sus últimos años. Entre ellos destacó Gaspar de Remisa.»
* Agradecer muy especialmente a Maties Ramisa Verdaguer que nos haya atendido para la elaboración de esta entrada para «El Rincón de Byron».

Maties Ramisa Verdaguer (Gurb, Barcelona, 1952) es licenciado en Historia por la Universidad de Barcelona. Ha ejercido de catedrático de Bachillerato y de profesor de la Universidad de Vic. Es Doctor en Historia por la Universidad de Barcelona (1991) con la tesis «La Guerra del Francès al Corregiment de Vic, 1808-14».
Ha participado en diversos proyectos de investigación de la Universidad Autónoma de Barcelona como “Memoria y olvido de la Constitución, 1812-1912” ; “Mito y realidad de la Guerra de la Independencia”; “Cultura y Sociedad en la Guerra de la Independencia”; e “Historia del Parlamentarismo”.
Se ha especializado en la investigación del período de la Guerra de la Independencia en Cataluña. Fruto de ello han sido, entre otros, los siguientes libros y artículos:
- «Els catalans i el domini napoleònic», Barcelona, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 1995
- “La administración bonapartista”, capítulo en la obra de Antonio Moliner (ed.), La Guerra de la Independencia en España, 1808-1814, Barcelona, Ed. Nabla, 2007
- «Polítics i militars a la Guerra del Francès, 1808-1814», Lérida, Institut d’Estudis Ilerdencs, 2008
- “La ocupación española del Rosellón en 1815”, Hispania, 2015, vol. LXXV, nº. 251, págs. 725-752; ISSN: 0018-2141, e-ISSN: 1988-8368
- “El Comodoro Edward Codrington en Cataluña durante la Peninsular War (1810- 1813)”, Hispania Nova, 19 (2021): 1 a 34
Actualmente está a punto de salir de la imprenta un nuevo libro, fruto de sus investigaciones en Reino Unido, titulado «La intervención británica durante la Peninsular War. Campañas en Cataluña, Valencia, Murcia y Baleares (1808-1814)«, editado por las Publicaciones de la Universitat de València.
Imágenes:
0 – https://www.youtube.com/watch?v=Mc04PXLoK0Q&ab_channel=PEHOCOLOT – Momento de la conferencia «Les guerres entre Carlins i Liberals s XIX – impartida por Maties Ramisa por YouTube – PEHOC OLOT (30/10/2020)
b – https://www.irmu.org/centers/monograph/848
d – https://static.fnac-static.com/multimedia/Images/ES/NR/53/60/7d/8216659/1507-1.jpg
e – https://www.researchgate.net/publication/297727390_La_ocupacion_espanola_del_Rosellon_en_1815